Photomatum, ADRIANA NORMAND

Textos del libro Photomatum

publicado en Cacharro(s), expediente 4, enero-febrero de 2004.


Punto de cocción

El Supremo tiene dedos gruesos y bigotes de cucaracha. Como lleva sesenta años en el poder le han sugerido que implemente un Doble. Nada indica que vaya a morir pronto, pero es necesario que en ocasiones descanse; a veces pasa la noche en vela y luego inaugura hasta tres centros benéficos, con el inconveniente de repetir el mismo discurso, aunque no es menos cierto que es todo un maestro en el arte de la improvisación mínima.

Esta vez accede a la sugerencia de la Cámara y decide escoger uno entre otros mil aspirantes. En la que puede considerarse la más hermética de sus cofradías, pondera la calidad del elegido, mas sin menospreciar al resto, pues cualquiera podría ser el Doble: acumulan méritos suficientes y se parecen como un huevo a otro.

Por fin, el Doble hace su primera aparición pública: se trata de un antiguo convento que han reconstruido, y pronuncia un extenso discurso que involucra a las Hermanitas de la Caridad. El pueblo no se da por enterado: aclama, y un cómputo final indica que no se produjo un aplauso más ni menos. El Supremo –que ha seguido el doblaje por la Tele- lo considera genial y se muestra emocionado.

Ahora el Doble debe comparecer ante su despacho. Pero ocurre algo imprevisto: en contra de su costumbre, y tras una cortinita de tafetán, el Supremo le prodiga un efusivo abrazo. Se trata de un abrazo literalmente cálido, al punto que no pueden separarse y comienzan a arder ante el estupor general. Sí, los bigotes de cucaracha se inflaman y los gruesos dedos crepitan, mientras la cortina de tafetán flamea y larga pedazos.

Por supuesto, el único culpable ha sido el Supremo, al burlar el guión establecido y despreciar la acordada distancia. Como no hay tiempo que perder la Cámara activa otro Doble y libra al pueblo tanto del trauma de la noticia como de largas jornadas de duelo.

En lo adelante, ninguno de los miembros de la Cámara cometerá el mismo error. Además de que no se toman semejantes libertades, no despiden la misma energía calórica. Forman una especie de séquito tibio y desemejante decidido a mantener su estatus. No por gusto cuentan con una reserva de 999 aspirantes que, sin duda, manejarán con debida prudencia.


Audiencia pública

Tras haber servido por más de veinticinco años en el Juzgado Municipal y dictar sentencia en miles de casos, la jueza principal de C. tomó justicia por sus propias manos. Presidía la vista en la cual una campesina acusaba al bodeguero por la mala calidad de los huevos que ofertaba, cuando se levantó súbitamente y la emprendió a puntapiés contra el acusado dejándolo, según parece, en muy malas condiciones. Aquella que había juzgado con rigor e imparcialidad a homicidas, violadores y ladrones incapaces de refrenar sus malsanos impulsos, confesó que no había podido contenerse de patear a aquel hombre ya que había odiado siempre, desde pequeña, los huevos podridos, que la sola mención de huevos podridos había desatado sus recuerdos y un olor tan nauseabundo que no encontró más salida que atacar al acusado. Mientras se repone de fracturas múltiples en la pierna derecha, la jueza principal de C. está llamada a comparecer ante la justicia, esta vez como acusada.


Acusación

El señor J. hizo una denuncia contra el Ministerio de Salud Pública, institución a la que acusa de ser la responsable de la muerte de su esposa. Según él, no existe otro culpable, ya que su esposa murió por negligencia del Ministerio de Salud Pública, y no por decisión propia, como quieren dar a entender las autoridades. La señora J. falleció hace dos meses tras haber ingerido por equivocación una cucharada de veneno. Su marido defiende la tesis de que si no fuera porque el sabor de las medicinas que fabrica el Ministerio de Salud Pública es siempre desagradable, su esposa se habría percatado de su error al tomar el veneno. La señora J., que llevaba quince años tomando remedios para un mal intestinal, siempre se había quejado de lo mismo: el mal sabor de estos.

Avaricia

El señor Z., fervoroso miembro del partido conservador, ha presentado una queja al Ministerio de Correos. En ella califica a su cartero de avaro y codicioso, y solicita que por ello sea debidamente castigado. Según cuenta el señor Z., en ocasión de aproximarse las fiestas navideñas y de fin de año, decidió hacer un regalo a su repartidor de cartas, para lo cual separó una cantidad x de dinero, la guardó en un sobre color chocolate, y la entregó personalmente al beneficiado. Al parecer, el citado cartero hubo de rechazarlo, no sin antes mirar el contenido del sobre con una expresión de entre asco e indignación, para luego trepar a su vieja bicicleta y comentar que nunca había pensado en ser mendigo. El señor Z. espera la justa respuesta a su reclamo y como prueba del incidente conserva aún el sobre chocolate y la moneda de veinte centavos.

Vendetta


El cartero 117, aquel que fuera denunciado al Ministerio de Correos por el señor Z., y cuyo castigo ha consistido en doblar su jornada por la mitad del salario, ha decidido tomar venganza. Para ello invade cada noche el jardín de su delator y hace pequeñas travesuras. Una madrugada decapitó todas las vicarias blancas y dejó con sólo dos pétalos a las moradas, otra vez pintó de rojo sangre cada una de las blancas azucenas, y anteanoche hizo un bello dibujo en el campo de girasoles, luego de ver un instructivo documental acerca de los círculos de los sembrados. Al parecer el señor Z. se halla muy desconcertado por semejantes cambios, tanto que no se atreve a asomarse a la ventana. El cartero en cambio se encuentra bastante feliz.

Antropológica

Aún cuando sólo los separa una loma, los vecinos de Ladera Este y los Ladera Oeste nunca se han visto. No es poca cosa. Nadie, ni los mejores antropólogos han podido entender el motivo de tal incomunicación. Y no es que no se hayan visto, sino que nada saben los unos de los otros, ni siquiera que existen. Mientras los de Ladera Este calzan botas de goma (hasta el muslo) y gruñen, los del extremo más occidental de la loma andan descalzos y no emiten ruido alguno: son perros mudos.


Control biológico

El país padece de un vertiginoso envejecimiento poblacional y el Supremo comienza a dar signos de preocupación. Hasta hace muy poco semejante asunto parecía no preocuparle demasiado, sólo que, recientemente, en uno de sus discursos, se percató de lo envejecido de su público.
Al comienzo de su mandato, sus seguidores eran muy jóvenes, tanto como él mismo, pero poco a poco y con el transcurso de las décadas, se han ido gastando. Ya no aplauden enardecidos, ni gritan apabullantes consignas, su ajada salud no se los permite. Algunos dejan escapar aplausillos ahogados y cortos, otros asienten con un rostro tierno de expresión bovina, y no pocos, de tanto cansancio se dan a cabecear hasta quedar dormidos.

El Supremo ha hecho citar a sus ministros y consejeros a fin de encontrar una solución a tal desastre. Quiere llenar de juventud sus predios, inundar de juventud la calle, intoxicar de juventud el ambiente, pero resulta difícil. En el país escasean los jóvenes.

Durante mucho tiempo el gobierno promovió el aborto y numerosos métodos anticonceptivos, los hombres y mujeres debían dedicarse al trabajo, a las labores agrícolas, a promover las doctrinas del Supremo, y los hijos demandan mucho tiempo y energía.

Los pocos niños que evadían semejante control eran internados tempranamente en escuelas periféricas, de donde emergían profesionales y dispuestos a cumplir con el plan del gobierno que exigía que todo recién graduado debía retribuir con un Servicio a la Patria, dando su trabajo desinteresado a países pobres del Continente durante no menos de diez años. Los que regresaban al cabo de ese tiempo, eran generalmente reenviados a otros parajes del mundo donde se requerían sus esfuerzos.

La situación es verdaderamente preocupante, piensan los viejos ministros y viejos consejeros del Supremo. No se puede regresar a los jóvenes exportados, y es imposible rejuvenecer a los ancianos. Sin embargo, el Supremo ha tenido una idea magnífica.

A partir de este momento el gobierno promoverá un nuevo programa para suplir la carencia de jóvenes. Todos los centros educacionales del país serán acondicionados para recibir una considerable importación de juventud proveniente de los países pobres de la región, quienes estudiarán de forma gratuita, durante al menos cinco años. A cambio de esta gran generosidad sólo se les exigirá que asistan a los discursos del Supremo.


Control biológico II


Con el objetivo de contrarrestar el precipitado envejecimiento poblacional del que es víctima nuestro país y teniendo en cuenta la pronta respuesta de nuestro pueblo a las demandas de nuestra dirección política, la Junta de Ministros y el Consejo de Gobierno de la República ha llegado al siguiente acuerdo:

Todo ciudadano que sobrepase los setenta y cinco años de edad deberá presentarse sin dilación ante las autoridades locales que le correspondan para recibir instrucciones a fin de garantizar el nuevo Plan de Acción. En caso de no poder desplazarse por problemas de salud u otras razones de peso deberá notificarlo debidamente.

Este Plan asegurará una solución expedita al problema antes planteado y consiste en brindar al anciano las diversas opciones existentes para que ponga fin a su vida de manera voluntaria. Este acto deberá ser supervisado en aras de certificar su debido cumplimiento. En aquellos casos en que exista resistencia, las autoridades competentes se reservan el derecho de escoger la vía mortuoria.

Nuestro Pueblo podrá hacer valer su apoyo incondicional a este acuerdo tomado por la Dirección del país el día de mañana a las ocho y treinta ante meridiano, en populosa concentración en la Plaza Nacional.