JORGE ENRIQUE LAGE, BUITREXTOS, minicuentos...


(jelage@gmail.com) es parte de Proyecto RRizoma(s) Coordinador de 33 y 1 tercio. Vive en La Habana. Pertenece al staff de TREP (The Revolution Evening Post)

Ha publicado: Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (Editorial Extramuros, 2004)
Fragmentos encontrados en La Rampa (Casa Editora Abril, 2004)
Los ojos de fuego verde (Casa Editora Abril, 2005)
El color de la sangre diluida está en proceso de edición por Letras Cubanas.


Ha publicado en fogonero emergente otros Buitrextos

BUITREXTOS

del libro "tiempo de buitres"


fugas
Había, al este de La Habana, una pequeña ciudad costera llamada Alamar.
La ciudad, parecida a un laberinto, estaba dividida en zonas. Unas eran zonas militares y otras eran zonas no militares.
Los habitantes de la ciudad no sabían precisar con exactitud el límite entre una zona y otra. Pero los forasteros salían de ella detectando zonas por todas partes.
Había, en La Habana, personas que necesitaban Alamar mucho después de que los habitantes abandonaran la ciudad para desaparecer como moluscos entre los arrecifes y el agua.

del trabajo (des-con-zentrado)
Frank cuenta en sus memorias la visita que hizo a un campo de concentración asiático. El guía, un monje budista, le mostró los prisioneros trabajando en las excavaciones. El buitre se interesó por los huesos que desenterraban. Son restos humanos –explicó el guía–, pero humanos de otras especies.
Frank escribe:
«Bajo un sol excesivo, el panorama era todo movimiento y dedicación. Cerca de un centenar de homo sapiens desenterrando, clasificando parientes: homo dvdx, homo floresiensis, homo 71999Z, homo erectus, homo katie holmes, homo neanderthalensis, homo norteamericanus, homo sexualis, homo antecessor, homo auschwitz, etc. Parecían enfermos de un pensamiento des-antropológico.»
El monje le informó a Frank que los prisioneros, después del trabajo, practicaban el pensamiento zen.
(Empiezan por lo más básico –explicó–, como aprender a escuchar el sonido de la palmada de una sola mano y a observar la alambrada de puás cuando solamente están las púas, sin el alambre.)
Frank incluye, para cerrar este fragmento de sus memorias, un croquis donde señaliza algunas distancias y algunos lugares: el centro comercial, dos rascacielos, la zona nocturna con su hospital y su hotel, un estadio en las afueras (deporte desconocido), 150 km de líneas de flechas pasando por el bosque hasta el aeropuerto.

distintos modos de cavar

Avenida del Puerto. Una bahía me separa de la colina, y sobre la colina la fortaleza, y sobre la fortaleza los colores del movimiento de la gente.
Vista desde aquí, la feria del libro parece una feria del libro.
Voy por el túnel. Allá abajo encuentro (cascos, agujas, maquinillas de triturar) extrañas especies con mirada humana y pezuñas-post. Subo a la fortaleza. Contemplo la bahía.
Vista desde aquí, La Habana parece una ciudad.

del tiempo (con minúscula)


Frank cuenta en sus memorias que durante un enorme verano en La Habana vio pasar dos ciclones, uno detrás del otro.
(En el intermedio, a mitad de la noche era normal caerse en un agujero abierto en la calle y partirse la rodilla en cuatro pedazos.)
Angustiada, la gente miraba el mar, el cielo, la televisión. Frank advirtió que hasta en los partes meteorológicos se colaba un show politiquero con mayúscula.
En la calle, a mitad de ráfaga 250 km/h un tipo le dijo: «Yo espero que este sea el último». Y otro: «Yo espero que el tiempo mejore, cambien las nubes, vengan otras lluvias, haya menos calor». Y otro, lacónico: «Yo todavía espero».
Luego de evocar tantos pronósticos, Frank escribe:
«En la pared de un monumento encontré un grafitti que no habían podido borrar: Si sobrevivo a este verano –escribió alguien– sobrevivo a cualquier cosa.»

vultureffect
En otra ciudad vimos variaciones, perversiones, declinaciones de lo habitual: habíamos aprendido a leer movimientos. La policía estaba en la calle. En la calle se respiraba malestar por la policía. Frank nos dijo: «Aquí va a pasar algo».
territorios
Aura, también gallinazo (Cathartes aura). Cabeza roja, desnuda. El plumaje no es negro, sino casi negro. Ocupa el mismo nicho ecológico que los buitres de Europa. Su distribución abarca toda América excepto Alaska y Canadá. (¿Por qué?) Vive en praderas, semidesiertos y terrenos pantanosos. Construye el nido en grietas de paredes rocosas o en los árboles. La hembra pone huevos de color marfil. El macho también pone huevos. Tienen el pico en forma de gancho, pero un gancho que puede adoptar muchas formas. Se alimentan de carroña, basuras, frutas, reptiles pequeños y televisión. Buscan su alimento con el olfato, y no con la vista, como hacen los buitres del resto del mundo, puesto que sus epitelios y sus bulbos olfativos están muy especializados.

tres
Soñé que estábamos ella, Roberto Bolaño y yo, en una taberna de Mérida. Bolaño y yo comíamos carne (hígado, creo) y bebíamos un trago difícil llamado Eje del Mal. Ella hojeaba una revista (Playboy mexicana, creo) con interés de detective. Bolaño me decía: «No escribas sueños, concéntrate en el insomnio». «Pero el insomnio no existe, Roberto», le decía yo. «¿Sabes lo que son los sueños enemigos?», preguntaba él, mirando a todas partes y masticando su hígado.

utópica
Estos son los niños que juegan sobre las líneas del ferrocarril. Les dicen los niños suicidas. Cada cierto tiempo pasa un tren rápido y silencioso. Aún se mantiene la prohibición de pitar, porque este tren es de los que emiten un sonido obsceno y cacofónico, nada que ver con la sensibilidad de los momentos actuales. De modo que el tren sorprende a unos cuantos niños y los despedaza. Entonces los niños que sobreviven se ponen a fabricar juguetes. Muñecas de piel cosidas con nervios. Soldaditos de plastilina de sesos. (Dicen que una pelota de sangre seca rebota de lo más bien.)

En la pesadilla
JE se levanta temprano. No puede librarse del sueño. Enciende las luces. Da vueltas por la casa. Del cuarto al baño y del baño a la cocina. Desayuna. De la cocina al patio y del patio a la sala. Enciende el televisor. Lee un poco. Vuelve a caminar por la casa. Pero no logra despertarse. Decide salir a la calle. Se encuentra con un amigo y le confía que no logra despertar. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un poco de ejercicio a fin de desperezarse. Que en seguida tome una taza de café bien fuerte y que escuche música bien alta. JE hace todo esto pero no logra despertar. Sale de nuevo. Esta vez acude al médico. Como suele suceder, el médico habla mucho pero JE no se despierta. A las seis de la tarde carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. JE da un brinco en la cama y abre los ojos, pero aún no logra despertarse.
El sueño es una cosa muy persistente.