GEORGES BATAILLE, diccionario crítico...

DICCIONARIO CRÍTICO
Georges Bataille
DICCIONARIO CRÍTICO
Georges Bataille
DICCIONARIO CRÍTICO

DICCIONARIO CRÍTICO


Georges Bataille

publicado en Documents N° 2, segundo año, 1930

BOCA


La boca es el comienzo o, si queremos, la proa de los animales; en los casos más característicos es la parte más viva, es decir, más terrible, para los animales vecinos. Pero el hombre no posee una arquitectura simple como las bestias, incluso es imposible decir dónde comienza. En un sentido estricto, comienza en la parte superior del cráneo. Pero esa parte es insignificante, incapaz de llamar la atención, y entonces los ojos o la boca se desempeñan con el mismo significado que la mandíbula de los animales.
Entre los hombres civilizados la boca ha perdido incluso el carácter relativamente prominente que tiene todavía entre los hombres salvajes. Sin embargo, la significación violenta de la boca se conserva en estado latente, retoma de pronto su poderío, en una expresión literalmente caníbal, como boca de fuego, aplicada a los cañones con cuya ayuda se matan los hombres entre sí. En las grandes ocasiones la vida humana todavía se concentra bestialmente en la boca, el furor hace rechinar los dientes, el terror y el sufrimiento atroz hacen de la boca el órgano de gritos desgarradores. A ese respecto, es fácil observar que el individuo trastornado adelanta la cabeza estirando frenéticamente el cuello, de modo que su boca se coloca, tanto como es posible, en la prolongación de la columna vertebral, es decir en la posición que ocupa normalmente en la constitución animal, como si los impulsos explosivos debieran surgir directamente del cuerpo por la boca en forma de vociferaciones. Este hecho pone en relieve a la vez la importancia de la boca en la fisiología y hasta en la psicología animal y la importancia general de la extremidad superior o anterior del cuerpo, orificio de impulsos físicos profundos; al mismo tiempo vemos que un hombre puede liberar sus impulsos por lo menos en dos formas diferentes, en el cerebro o en la boca, pero tan pronto esos impulsos se tornan violentos se ve obligado a recurrir a la forma bestial de liberarlos. De allí el carácter de constipación estrecha de una actitud estrictamente humana, el aspecto magistral del rostro con la boca cerrada, bello como una caja fuerte.

ESTETA

Teniendo en cuenta que actualmente nadie adopta semejante denominación, hay que reconocer, sin embargo, que esta palabra se ha desvalorizado en la misma medida y en la misma forma que artista o poeta. ("Este hombre es un Artista" o, también, "Estimo a los Poetas" y, sobre todo, "e! dulce rigor que los Estetas aportan con su voluntad..."). Al fin y al cabo las palabras tienen todo el derecho de trastornar las cosas y asquear; pasados quince años encontramos el zapato de una muerta en el fondo de un armario, lo llevamos al tacho de la basura. Hay un placer cínico en el hecho de ocuparse de palabras que arrastran algo nuestro con ellas hasta la basura. Por otra parte, la protesta automática contra una forma mental descastada ya lleva en sí sus hilos casi invisibles. El desdichado que dice que el arte no funciona ya, porque con ello uno se aleja de los "peligros de la acción", acaba de decir algo que será necesario considerar también como el zapato de la muerta. En efecto, a pesar de que resulte bastante desagradable a la vista, el envejecimiento es igual para un lugar común y para un sistema de carburación. Todo lo que en el orden de las emociones responde a una necesidad confesable está condenado a un perfeccionamiento que, desde la otra orilla, estamos obligados a observar con la misma curiosidad inquieta (o cínica) que un suplicio chino cualquiera.

MATADERO

El matadero deriva de la religión en el sentido de que los templos de las épocas antiguas (sin mencionar actualmente los de los hindúes) estaban destinados a un doble uso, sirviendo al mismo tiempo para las imploraciones y las matanzas. Sin duda, el resultado era una coincidencia inquietante (podemos juzgar de acuerdo con el aspecto caótico de los mataderos actuales) entre los misterios mitológicos y la grandeza lúgubre característica de los lugares donde corre la sangre. Resulta curioso ver como en Estados Unidos se expresa un pesar agudo: W. B. Seabrook, al constatar que la vida orgiástica ha subsistido, pero sin mezclar la sangre de los sacrificios con los cocktails, encuentra insípidas las costumbres actuales. Sin embargo, actualmente el matadero es algo maldito y está en cuarentena como un barco portador del cólera. Claro que las víctimas de esta maldición no son los carniceros ni los animales sino las buenas gentes en persona que han llegado a no poder soportar otra cosa que su propia fealdad, fealdad que responde, en efecto, a una necesidad malsana de limpieza, de pequeñez biliosa y aburrimiento; la maldición (que sólo aterroriza a quienes la profieren) las lleva a vegetar tan lejos como es posible de los mataderos, a exilarse por corrección en un mundo amorfo, donde ya no queda nada horrible y donde, padeciendo la obsesión indeleble de la ignominia, se ven reducidas a comer queso.

METAMORFOSIS

Los sentimientos equívocos de los seres humanos respecto a los animales salvajes son tal vez más irrisorios que en cualquier otro caso. Está la dignidad humana (por encima de toda sospecha, en apariencia), pero no habría que ir al jardín zoológico, por ejemplo, cuando los animales ven aparecer la multitud de niñitos seguidos por los papás hombres y las mamás mujeres.

El hábito no puede impedir, sea cual fuere la apariencia, que un hombre sepa que miente como un perro cuando habla de dignidad humana entre los animales. Pues en presencia de seres ilegales y genuinamente libres (únicos outlaws verdaderos) la envidia más turbia prevalece todavía sobre un estúpido sentimiento de superioridad práctica (envidia confesada entre los salvajes bajo la forma del totem, que se disimula cómicamente bajo los sombreros emplumados de nuestras abuelas). Tantos animales en el mundo y todo lo que hemos perdido: la crueldad inocente, la opaca monstruosidad de los ojos, apenas diferentes a las burbujitas que se forman en la superficie del barro, el horror ligado a la vida como un árbol a la luz. Quedan las oficinas, los documentos de identidad, una existencia de domésticos amargados y, sin embargo, una especie de locura estridente que en el curso de ciertos desvíos roza la metamorfosis.
Podemos definir la obsesión de la metamorfosis como una necesidad violenta, que en realidad se confunde con cada una de nuestras necesidades animales, impulsando a un hombre a apartarse de pronto de los gestos y actitudes exigidos por la naturaleza humana. Por ejemplo, en un departamento, un hombre en medio de otros se echa de bruces al suelo y busca la comida del perro. De esta forma hay en cada hombre un animal encerrado en una prisión, como un esclavo; hay una puerta: si la abrimos el animal se escapa como el esclavo que encuentra una salida; entonces el hombre muere provisoriamente y la bestia se conduce como una bestia, sin preocuparse por incitar la admiración poética del muerto. Por esta razón consideramos al hombre como una prisión de aspecto burocrático.

MUSEO

(...) El desarrollo de los museos, evidentemente, ha superado las esperanzas más optimistas de los fundadores. No sólo el conjunto de museos del mundo representa hoy un amontonamiento colosal de riquezas, sino que, en especial, el conjunto de visitantes de los museos del mundo representa, sin ninguna duda, el espectáculo grandioso de una
humanidad liberada de problemas materiales y dedicada a la contemplación. Hay que tener en cuenta el hecho de que las salas y objetos artísticos no son más que un recipiente cuyo contenido está formado por los visitantes: es el contenido lo que diferencia a un museo de una colección privada. Un museo es como el pulmón de una gran ciudad: la multitud fluye todos los domingos hacia el museo como la sangre y sale purificada y fresca. Los cuadros sólo son superficies muertas y los juegos, los resplandores, las emanaciones de luz descritas técnicamente por los críticos autorizados se producen en la multitud. Los domingos, a las cinco, a la salida del Louvre, resulta interesante admirar la ola de visitantes visiblemente animados por el deseo de parecerse en todo a las apariciones celestes que todavía encantan a sus ojos. (...)

POLVO

Los narradores no imaginaron que la Bella Durmiente del Bosque se habría despertado cubierta de una espesa capa de polvo; tampoco pensaron en las siniestras telas de araña desgarradas por el primer movimiento de su cabellera rojiza. Sin embargo, tristes napas de polvo invaden sin fin las habitaciones terrestres y las ensucian en forma pareja: como si se tratara de disponer los graneros y viejas habitaciones para el cercano ingreso de obsesiones, fantasmas y larvas que el olor carcomido del polvo viejo mantiene y embriaga.
Cuando las robustas muchachas "mucamas para todo servicio" se arman cada mañana con un gran plumero y hasta con una aspiradora eléctrica, tal vez no ignoran en forma absoluta que contribuyen, al igual que los sabios más positivos, a alejar los fantasmas malechores a los cuales repugnan la limpieza y la lógica. Uno de estos días, es cierto, el polvo, debido a que persiste, comenzará a triunfar sobre las sirvientas, invadiendo con inmensos escombros las construcciones abandonadas, los docks desiertos: en esa lejana época no subsistirá nada que salve de los terrores nocturnos, por cuya falta nos hemos transformado en tan buenos contadores...