Guillermo Rosales, la soledad y la cólera
José Abreu Felippe
publicado en Cacharro(s), expedientes 8-9, enero-junio de 2005.
No sé, pero me temo que el cambio de título a la novela de Guillermo Rosales, de Boarding Home a "La casa de los náufragos" responda, más que a intereses estrictamente comerciales, al aburrido e hipócrita antinorteamericanismo español, herencia no reconocida del franquismo. Pero no le hagamos demasiado caso al nuevo título ―tampoco a la aséptica y descafeinada portada―, y demos todas las gracias posibles; porque sale a la luz una obra maestra ―quizás la primera obra maestra indiscutible escrita por un cubano en su exilio miamense―, que es objeto de culto para un pequeño grupo, pero a su vez, desconocida por la inmensa mayoría de los lectores.
Boarding Home se publicó por primera vez hace 16 años, en 1987. Fue la novela premiada en el concurso Letras de Oro, que en esa ocasión presidió Octavio Paz. En la foto de prensa de la época, en la entrega del premio, a Rosales se le nota feliz, con la mirada brillante y una extraña expresión, como de niño cogido en falta. Quizás ése fue uno de los pocos instantes, ya no de reconocimiento a su labor, sino de felicidad que vivió el autor en su exilio miamense. Había llegado en 1980, unos meses antes del éxodo de Mariel, después de una breve estancia en Madrid, pero ya venía herido: en su cabeza se alojaba, florecía y echaba raíces, la piedra de la locura que nunca nadie pudo extraer. Las voces y las visiones lo atormentaban, imposibilitándolo para trabajar y encaminar su vida ―la enfermedad se lo impedía―, y así fue rodando de desamparo en desamparo, cada vez más hondo, hasta que, obsesionado por sus fantasmas, el 6 de julio de 1993, solo y atormentado, se mató de un disparo. Tenía 47 años y él también ya era un despojo humano como sus compañeros del boarding home.
Un ser marginal, alucinado y violento, permanentemente perseguido por las furias. Sus pocos pero fieles amigos, entre los que se encontraban Carlos Victoria, Esteban Luis Cárdenas ―El Negro de Boarding Home― y el escritor colombiano Luis Zalamea, nada más podían hacer. Había perdido todos los dientes y era apenas una armazón de huesos cubierta de pellejos y trapos malolientes que proseguía inventando maravillosas historias, que nunca llegaría a escribir, mientras amenazaba con suicidarse; hasta que cumplió su promesa. Había nacido en La Habana en 1946.
Boarding Home es una mirada al horror desde los ojos de la víctima. Una de las representaciones del Marqués de Sade en el asilo de Charenton proyectada sobre la pared más desvalida de la Ciudad Mágica. Un concierto de locos y pobres desarraigados, condenados por un exilio interminable, a bailar al ritmo de Aquí lo que importa es el cash, mientras exhiben sus miserias y se pudren, literalmente, en vida. William Figueras, el protagonista, se empeña en escapar a través de Francis, que le entrega su cuerpo, mientras él le aprieta el cuello hasta casi estrangularla. Romeo y Julieta en versión de Apocalipsis. Una historia cruel y despiadada que no deja espacios donde sentarse a respirar.
No sé me ocurre ninguna novela escrita por un cubano que pueda compararse con Boarding Home. La sordidez y la claustrofobia que rezuma, tal vez ―por momentos―nos remita al Montenegro de Hombres sin mujer; pero aquí los hombres y mujeres están presos sin rejas. Más bien, cuando cierro los ojos, recién terminada la lectura, lo que veo es el cuartucho desolado de Van Gogh en Auvers-sur-Oise; y sus telas, los colores violentos y furiosos que van en remolinos de la noche hacia el alma y que también acabaron con la vida del pintor.
Rosales fue un extranjero, un viajero sobre la tierra, un exiliado total, como dijo en una ocasión de sí mismo. Un ser consumido por la impotencia y la rabia, que odiaba todas las dictaduras y todas las ideologías. Que luchó, mientras pudo, contra todo y contra todos, y al que tenemos que agradecer que lograra imponerse a su destino y nos dejara parte de su furia impresa en el papel. El pertenece a esa insólita raza de creadores solitarios con un talento extraordinario y de alguna u otra manera tocados por la locura que, cuando creemos definitivamente extintos, afloran aquí o allá. Seres malditos y marginales, casi por definición, pero que nunca mueren. Alegrémonos entonces por la salida de La casa de los náufragos o Boarding Home (Siruela, 2003) de Guillermo Rosales.
Esta edición incluye, a manera de epílogo, el muy documentado trabajo investigativo de Ivette Leyva Martínez, Guillermo Rosales o la cólera intelectual, con muchos datos y juicios de interés sobre la vida y la obra de este autor maldito. Una lectura ineludible.