Conversación con el hijo de Nabokov: Dolan Mor habla con José Manuel Prieto

Dolan Mor en Fogonero Emergente

José Manuel Prieto en Fogonero Emergente

Tomado de Letralia

19 de mayo de 2008


Dolan Mor: Cuando uno lee en la solapa o en la contraportada de tus obras que eres un escritor cubano, enseguida se imagina que, cuando abra el libro, leerá páginas llenas de sexo, de política exacerbada, de santería barata, de lenguaje coloquial, de frases manidas. Sin embargo, yo creo que si cualquier lector hiciera lo contrario, o sea, leyera primero tus obras, y, después, en segundo lugar, la solapa o la contraportada, lo primero que pensaría (si conoce a profundidad la literatura cubana actual, salvo raras excepciones), es que eres un escritor de otro país que se inventó un heterónimo para decir que nació en Cuba, o que eres, como Lezama, un narrador que vive para escribir “La Gran Obra”.

José Manuel Prieto: Bueno, soy un escritor cubano y mi obra pertenece a una tradición muy cubana, creo. Cuba es la patria de Carpentier, de Lezama Lima, dos de mis escritores favoritos y dos prosistas con una prosa exigente, muy trabajada. Aunque me siento más cerca de la intención carpenteriana de mayor transparencia quizá. Por esto, y por la intención de abordar problemas que considero importantes o cruciales dentro de la cultura. Carpentier es para mí una guía y un ejemplo, un escritor que admiro mucho. Todo eso dentro de la tradición cubana. Dentro de una tradición más universal, cualquiera que haya leído mis libros sabrá que Vladimir Nabokov es una referencia constante, como en el caso de Livadia, que es una novela concebida un poco en diálogo con él. Lo mismo puede decirse de Marcel Proust, a quien en Rex hago un homenaje. Entre los veinte y los treinta años leí con mucha atención a Thomas Mann, un autor de grandes frescos narrativos. Y más recientemente, desde la década de los ochenta, he leído con profunda admiración a Thomas Berhand, a quien considero un escritor fuera de serie, una suerte de fenómeno inexplicable. De los latinoamericanos, están lógicamente Jorge Luis Borges, quien me fascina por la vastedad de su mundo y su lengua tan cuidada, sin embargo, tengo reparos hacia su obra que están, de manera un tanto jocosa, expuestos en Rex. También me interesa mucho el Gabriel García Márquez de Cien años. De manera que esos son los escritores con quienes estoy en diálogo más o menos constante cuando escribo.

DM: Livadia, aparte de poseer una estructura muy original que mezcla, de manera sutil, las cartas de amor con historias de aventuras, libros de viajes, epístolas morales y parábolas, es una novela puramente simbólica, al igual que El viejo y el mar, o Moby Dick. No sólo el amor hacia una mujer, el anhelo hacia lo eterno, o una mariposa extraña mueven sus páginas, sino que lo oculto se manifiesta en lo externo, aunque sea efímero, y la influencia constante del Bien y del Mal fluye como un río sin cesar, o se evapora ante la mirada imperfecta del hombre.

JMP: Livadia es un libro muy querido. Me trae a la mente el comienzo de los años noventa, cuando comencé a escribirlo y luego, también, cuando viví muchas de las cosas que en ella se cuentan, sin que sea, estrictamente, autobiográfica. Aunque cabe aclarar que en su momento sí vendí esos equipos de visión nocturna que allí se mencionan y que llegué a ser todo un experto en ellos, para lo que me sirvió ser ingeniero electrónico. Como lo digo en algún pasaje de la novela, los vendía con éxito porque sabía explicarles en detalle a mis clientes el principio de funcionamiento, estaba al tanto de ello, y eso causaba, invariablemente, una excelente impresión en ellos.

En cuanto a su estructura surgió de la historia misma, de cómo reflexionar sobre un hecho pasado que te sigue acosando y cómo hacerlo en la misma medida en que regresan una y otra vez a ti, los vas repasando en la memoria, que es una forma, por fuerza, no lineal, entreverada por las cosas que vas viviendo. De modo que en Livadia tienes el plano que sucede en Crimea, y luego lo que se va contando, la historia en Estocolmo, Helsinki y Estambul de fondo, hasta que ambos se juntan, hacia el final. Ya había intentado una estructura más o menos similar, en cuanto a su carácter ácrono, su circularidad, en Enciclopedia, que como recordarás es una obra escrita en voces o artículos de enciclopedia ordenados alfabéticamente. De modo que el orden cronológico de lo que se cuenta aparece alterado. Esto tiene una profunda implicación, porque la historia es vista por el narrador como desde un punto equidistante, no desde el futuro o desde el pasado, sino que se aplica a voluntad a cualquier punto de la historia. Eso da como resultado una estructura compleja, que exige mucho del lector, pero que cuando termina de armarse en su mente, le permite elaborar un cuadro más rico y complejo que una narración lineal. Lord Jim, de Joseph Conrad, otro de los libros que estudié a profundidad cuando tenía unos veinte años, tiene también una estructura temporalmente compleja, es algo que considero muy estimulante y que imita, creo, el modo real que tenemos de pensar las cosas, de repensar la experiencia (según la etimología, de re cordar, es decir, hacerlas pasar otra vez por el corazón).

DM: Das una importancia capital a la forma en tus novelas, sin descuidar, incluso, las fuentes antiguas o la numerología que tanto elogiaba Pitágoras: setenta y siete son los fragmentos en Enciclopedia de una vida en Rusia, siete son las cartas en Livadia; doce, los tratados en Rex; tres, con Enciclopedia de una vida en Rusia, las novelas de tu círculo unitario...

JMP: Creo que en esto que dices influye, sin duda, haberme hecho ingeniero, y haber ejercido como tal varios años. Entonces intento no dejar nada al azar, todo está calculado al más mínimo detalle, todas las partes de la novela se complementan, las apariciones de los distintos motivos o líneas argumentales, que organizo como musicalmente, ritmadas. Lo cierto es que trabajo incansablemente, tardo años en escribirlas: me llevó diez terminar la trilogía. Dedico mucho tiempo y esfuerzo a la investigación, leo agotadoramente toda la literatura disponible sobre un tema. Trátese, por ejemplo, de la heráldica, que luego en Rex, aflora tan sólo en un párrafo o en dos. Pero lo que logro es que el nivel de detalle sea muy alto, la “resolución”, para decirlo según la terminología óptica. Fue algo sobre lo que me llamó la atención un lector durante una presentación en Francia, en la ciudad de Portier, alguien me preguntó por eso. Y tomé conciencia de ello, de que cualquier parte del texto, de su tejido, puede ser aumentado a voluntad, como en un zoom in, sin que pierda definición, nivel de detalle. Eso se logra con una prosa apretada, con un alto grado de sentido, por decirlo así.

DM: El tiempo y el espacio son “violados” constantemente en tus novelas. Es como si San Agustín fuese tu maestro y hubieses aprendido con él que existen tres tiempos y que estos tres son sólo uno: pasado-presente, futuro-presente, y presente-presente, o como si fuese un espejo roto y que sus fragmentos unieras a tu conveniencia, o como convenga a tu obra. Así el espacio se arma y se desarma, los límites no existen para el espíritu de un narrador que mueve lo visible.

JMP: Curioso que me preguntes eso, porque es cierto, tiene que ver mucho con San Agustín, que es uno de mis autores más queridos. Lo he leído mucho y lo encuentro un autor muy moderno, de ayer mismo, de hoy incluso. Comenzando, claro está, con sus Confesiones. Pero he leído mucho más de él, su obra, Contra mendacium, por ejemplo, que se cita veladamente en Rex. Y mi novela Enciclopedia de una vida en Rusia se llamó, durante un tiempo, cuando todavía estaba en manuscrito, Pan de la boca de mi alma, que es una frase tomada de las Confesiones. Y mucho de lo que dice San Agustín sobre el tiempo, que también cito en Rex: “Si no me lo preguntas lo sé, si me lo preguntas, no lo sé”. Entonces, hay en mis libros ese estado de tiempo suspendido al que te hacía referencia en la respuesta anterior, en que todos los acontecimientos parecen equidistantes a la mente del narrador, puede moverse a ellos a voluntad. Es algo en lo que he meditado mucho. El tiempo como un lienzo por detrás de cual el narrador puede desplazarse a “aflorar” en cualquier momento de la narración, aportar un elemento que le faltaba en el momento del “futuro”. Entonces, hay mucho de esta circularidad que mencionas en Rex y también en mis otros libros. La construcción misma de la Enciclopedia es circular, porque no tiene final, el lector pasa de una voz a otra por los “links” de las referencias cruzadas.

DM: No sólo la técnica y la ciencia inundan tus obras, sino un conocimiento útil de geometría pitagórica (la importancia del círculo en la estructura), e incluso te vales de la religión si es necesario, pero nada, sin embargo, es forzado. Tal es el caso de las epístolas de Pablo en Livadia, o de los doce tratados en Rex. La estructura de esta última me recuerda a Dios (Proust), a la Biblia (En busca del tiempo perdido), a Cristo (el personaje-narrador), y a los doce apóstoles (los tratados), pero claro, en un espacio y tiempo modernos, fiel a la historia que te tocó vivir.

JMP: Tuve una preparación técnica muy rigurosa en uno de los mejores centros científicos de Rusia. Y eso deja huella, la familiaridad con la ciencia. Leo libros de ciencia a montones. Y en mis novelas, en las tres de la trilogía, la ciencia es una presencia constante. Eso lo han notado todos los reseñistas, en Alemania, en Francia, etc. Lo difícil, sin embargo, es cómo lograr insertar todo ese conocimiento, colocar todos los datos científicos o las reflexiones científicas de manera que queden perfectamente imbricadas con el tono y la trama de la historia. Es algo en lo que reflexioné durante años. Y es algo sumamente difícil de lograr. Por ejemplo, es algo que está, como ya te decía, en un Thomas Mann, que es, quizá, quien mejor lo logró de los narradores del siglo XX, descontando a Proust, donde ese conocimiento científico aparece como más difuminado pero claramente discernible. Es algo que aumenta el disfrute de sus libros porque en ellos están presentes los principales debates científicos de la época. Por ejemplo, en Rex, hay partes, alusiones, metáforas que no se pueden aquilatar a fondo si el lector no está familiarizado con lo que dice la teoría de los agujeros negros e incluso, algo todavía más reciente, la teoría de las cuerdas.

DM: Es curioso, pero la crítica no se ha dado cuenta de que el personaje principal en tu última novela, Rex, es el idioma, el cual inviertes, destruyes, re-creas, y le das, al torcerlo como al cuello de un faisán, brillo y más brillo, y su destello, al igual que los diamantes falsos, a veces roza la luz fonética de otros idiomas.

JMP: Es curioso que me digas eso, que a veces roza la luz fonética de otros idiomas. Creo que tienes mucha razón porque es casi inevitable que suceda si uno habla y domina varias lenguas, éstas no dejan de estar presentes, de una manera u otra en lo que escribes. Como un eco o bien como un marco de referencia más amplio. Para Proust, por ejemplo, fue muy importante traducir Las siete lámparas de la arquitectura de Ruskin, sin esa traducción no hubiera dado con su propio estilo, es algo bien sabido. Para mí traducir a autores rusos tan importantes como Brodsky o Anna Ajmatova me sirvió mucho para replantearme el español, para saber colocarme como desde fuera, y comprender sus peculiaridades, toda su potencialidad. Siempre que oigo decir que, por ejemplo, el inglés es mejor que el español porque es más conciso, etc., no puedo evitar pensar que estoy escuchando una soberana tontería. Cada lengua es un sistema en sí mismo, con sus fuerzas y sus debilidades, pero de ello se toma conciencia cuando uno la logra ver desde los ojos de otra lengua. Es lo que me pasa con el ruso, que domino a la perfección, soy perfectamente bilingüe y es lo que me está pasando ahora con el inglés.

Y sí, la lengua es, sin duda, el personaje central de Rex, en particular la lengua de la exégesis, del comentario, por decirlo de algún modo. La novela está escrita en un registro poco usual del español. Sabrás que en Japón hay un japonés demótico, y un japonés de la corte, protocolar. Y bien, Rex está escrito no en un español demótico, coloquial, sino en un habla más protocolar, tersa, llena de giros exegéticos, propios de la exégesis: “no cabe imaginar error en el escritor cuando dice...” o bien “peculiares”. Según lo entiendo, en Cuba, el único que ha intentado algo así es Alejo Carpentier. El estilo de Carpentier, para ponerlo en términos de la técnica vocal que usa es una especie de bel canto: estudiado, totalmente artificial o artificioso. Mientras que Cabrera Infante, por ejemplo, recurre a una vocalización más “natural”, más íntima, como quien canta “jazz”. Cabrera escribía en un “cubano” literario, que es otra cosa y sobre la que se podría hablar en extenso, requiere un análisis muy particular, un habla cubana literariamente estilizada, y lo hacía excelentemente. Lezama, por su parte, escribía en un español onírico y también en un español personal, una construcción única, muy personal y por eso a veces oscura. En ese mismo sentido, la lengua de Rex es como más protocolar, se ubica hacia una región voluntariamente más alta de la lengua, “operística”.

Por otra parte, y para gran suerte nuestra, los cubanos también tenemos el español cincelado de Martí, que es de una profunda extrañeza. Nos parece natural, porque lo hemos escuchado desde niños, pero es todo lo contrario de un habla llana y comprensible, a decir verdad, aunque bellísimo, que exige un esfuerzo tremendo de lector, una lectura atenta: “subir lomas hermana hombres” y cosas así. Se trata, repito, de entender y escoger en qué registro vas a escribir un libro. Livadia, por ejemplo, y muy a tono con la historia que se cuenta, está escrito en un registro más natural de la lengua, más acorde con el tono intimista, femenino, de la epístola. La Enciclopedia la escribí más en un tono ensayístico, que remeda, justamente, el de los artículos o “voces” de un diccionario razonado. Rex, por su parte, está escrito, como te dije, con una suerte de habla oficial, abrillantada, panegírica, podría decir. Porque es el registro correcto para hablar del tema de que se ocupa. Como esos toros alados de Ishtar, al que hago mención en la novela. Porque, dicho sea de paso, hay muchas claves diseminadas o “plantadas” por todo el texto de RexRex. Como cuando se visita la sala asiria del Louvre, o la fabulosa reconstrucción de la Puerta de Isthar propiamente en el museo berlinés de Pérgamo. Y tomas conciencia del cálculo tan correcto (y hermoso) de aquel arte, grandioso, monumental, hierático. No hallé, debo confesarlo, un registro más adecuado para contar mi historia que no pretende ser otra cosa que tratado para la educación del Delfín, como el que escribió Jacques Bénigne Bossuet, a quien también menciono en Rex y que fue tutor de Luis XV, u otro de los libros que se citan en extenso en Rex, éste obra de Erasmo, Educación del Príncipe Cristiano. Libro raro hoy día y que fuera de cabecera del gran emperador español Carlos V, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca. que, visualizadas, puestas antes los ojos del lector, permiten entender mejor este registro del que te hablo: toros alados, diamantes, el título mismo de

DM: Escribes sobre política o sobre historia, pero siempre con visión objetiva, universal, como si lo hicieras para un futuro que ya pasó. La caída de “El Gran Imperio Ruso” ha sido muy bien reflejada en tu novela Enciclopedia de una vida en Rusia, pero siempre como un observador erudito, con elegancia en el discurso.

JMP: Mira, en cierta ocasión, releyendo las crónicas de la caída de Constantinopla en 1453 y antes las tropas de Mehmed II, caí en la cuenta que en aquel año de 1991 en que me encontraba en Rusia, en San Petersburgo, estaba yo mismo siendo testigo de excepción de un acontecimiento grande, como la Caída de Tenochtitlan o la toma de Roma por Alarico, en el 410 que llevó, dicho sea de paso a San Agustín a escribir su Ciudad de Dios. En aquellos días, salía a la calle con los ojos de un cronista, de alguien que tiene el raro privilegio del viaje en el tiempo, mejor dicho, de estar presenciando, sin necesidad de viajar en el tiempo, un acontecimiento histórico. Mis amigos rusos, las irascibles tenderas moscovitas, todo lo que me rodeaba me aparecía como cubierto por la pátina de la historia. No podía dejar de pensar y verlo en esos términos. Esa épica, ese sentimiento está en los libros de la trilogía, creo. Eso que me dices también llamó la atención a una crítica rusa que reseñó mi novela cuando salió en Alemania. Decía esta crítica que todo el libro, Livadia, hablaba de acontecimientos de los noventas, de la turbulencia de aquellos años, con una suerte de serenidad clásica, como si hubiera sido escrito desde un lejano futuro.

De modo que aunque son libros, yo diría, muy políticos, extremadamente políticos, no es algo que se vea a simple vista. Son libros que tratan de uno de los momentos más duros de la historia del siglo veinte, la salida de un régimen totalitario. Entonces aparece la gran pregunta, que fue formulada de una manera muy ilustrativa por el polaco Adam Michnik: “Todo el mundo sabría cómo hacer una sopa de pescado con el agua y los peces de una pecera, sin embargo, nadie sabe cómo reconvertir esa sopa en los peces y el agua limpia que fueron”. Esa es la tarea tremenda del postcomunismo. Y de eso tratan mis novelas, de personas que andan buscando su lugar en el mundo. Todo contado, sin embargo, sin apasionamiento, sin clamar por justicia, sin pretender enjuiciar a nadie.

DM: Los grandes temas para un escritor ahora serían el enfrentamiento de las religiones, el terrorismo, el desarrollo técnico-científico, y el choque inevitable de las culturas, emigrantes o no, en este mundo digitalizado y global. Te has propuesto, ya que has terminado la trilogía sobre Rusia, escribir o reflejar en Voz humana (novela que escribes en la actualidad) alguno de estos temas.

JMP: No, Voz humana trata de un sentimiento atemporal: la emoción que produce en quien la escucha una canción sentida. Eso es lo que me he propuesto, poner en palabras esa sensación.

Voz humana es una novela con muchos elementos autobiográficos: estudié música cuando niño, aprendí a tocar el piano durante años en una escuela de música en la parte colonial de la ciudad de Camagüey. Luego, canté en esa misma escuela en un coro de voces blancas, que es como sabes, como se llaman las voces de los niños, antes de que se les pueda aplicar las seis divisiones que establece el bel canto: alto, contralto, etc. Para mí la música es muy importante. Tengo una gran colección de música clásica. Entonces, todo ese mundo está ahí. Nueva Orleáns, por otra parte, es una ciudad muy caribeña, que por más señas, durante casi 40 años estuvo bajo la jurisdicción de La Habana. El famoso O’Reilly, cuyo apellido ostenta la famosa calle habanera, fue gobernador también de Nueva Orleáns. Y lo que es más, algo que no muchos conocen, su famoso French Quarter, fue en realidad construido por los españoles. Por lo que en realidad debería llamarse el Spanish Quarter. Es una ciudad, un ambiente, en que me siento totalmente cómodo, igual que en casa.

DM: En nuestros días existen proyectos de creación literaria muy interesantes. Tal es el caso, por ejemplo, de Gonçalo M. Tavares en Portugal. ¿Ves algo parecido en la literatura que se escribe hoy en España o en los países de América Latina?

JMP: Bueno, la idea en sí de un “proyecto de creación literaria”, parece no estar muy en boga. Hay escritores, tengo la impresión, que escriben al “tun tun”, a la buena de dios. Un libro aquí y otro allá, como a salto de mata. Pensar una obra como un todo, como una catedral, los cimientos aquí, allá las torres (como concibió Proust, dicho sea de paso, su En búsqueda del tiempo perdido) es algo que no se hace o no interesa, definitivamente.

Las tres novelas de mi trilogía constituyen una unidad indisoluble. No es necesario que sean leídas en orden, pero sí tienen en común la visión del mundo, la intención. Todo está construido con piedras extraídas de la misma cantera, igual coloración de la lengua, igual densidad estilística, igual presencia y convivencia del plano onírico y el plano real, etc.

DM: Ahora me viene a la memoria una frase de Roberto Bolaño: “Son muy pocos los escritores que se la juegan a todo o nada”. Tú jugaste a la ruleta rusa en tus anteriores novelas y saliste con vida. ¿Volverías a intentar, como J. con la mariposa, otra jugada suicida para rozar, aunque sea un instante, las alas de la Eternidad y de la Belleza?

JMP: Por supuesto, es algo que hago a diario. Todos son libros difíciles y a la vez muy disfrutables, constantemente tengo pruebas de ello. En Munich, por ejemplo, el actor que durante la gira que hice por Alemania para presentar la novela leyó fragmentos de ella, me habló luego largo rato de ella, con un conocimiento de causa que mostraba cuánto la novela lo había impresionado. Aquí mismo, en Nueva York, acabo de hablar ayer con un lector apasionado de Rex, que me confesó cuánto la había disfrutado y se ve que la ha entendido a la perfección, todo, el tono, la intención. Nada quedó oscuro para él. Así que tengo la prueba del recibimiento de los lectores en muchos países y lenguas distintas, fáciles de entender, que llegan al alma del lector. Cada cierto tiempo no dejo de recibir cartas de lectores que mandan a mis editoriales en Alemania, Francia. Es muy curioso