CHARLES BUKOWSKI, poemas...


una y treintiséis a.m.

me río a veces cuando pienso en
digamos
Céline en una máquina de escribir
o Dostoievski...
o Hamsun...
hombres ordinarios con pies, ojos, orejas,
hombres ordinarios con pelo en sus cabezas
sentados allí tecleando palabras
mientras tienen dificultades con la vida
mientras se devanan casi hasta la locura.

Dostoievski se levanta
deja la máquina para mear,
regresa
bebe un vaso de leche y piensa en
el casino y
la rueda de la ruleta.

Céline para, se levanta, camina hasta la
ventana, mira afuera, piensa, mi último paciente
ha muerto hoy, no tendré que hacer más
visitas allí.
la última vez que lo vi
pagó su factura médica;
son ésos que no la pagan
los que siguen viviendo y viviendo.
Céline camina de vuelta, se sienta ante la
máquina
está quieto su buen par de minutos
entonces comienza a teclear.

Hamsun se detiene junto a su máquina pensando
me pregunto si se creerán
todas estas cosas que escribo.
se sienta, comienza a teclear.
no sabe qué es un bloqueo de
escritor:
es un prolífico hijo de puta
casi tan condenadamente magnífico como
el sol.
él sólo teclea.

y yo río
no alto
pero sí arriba y abajo de estas paredes, estas
sucias paredes de amarillo y azul
mi gato blanco dormido sobre la
mesa
escondiendo sus ojos de la
luz.

él no está solo esta noche
ni tampoco
yo.

joven en Nueva Orleáns


pasando hambre por ahí, merodeando por los bares,
y de noche caminando las calles durante
horas,
la luz de la luna siempre me parecía
falsa, quizás lo fuera,
y en el Barrio Francés yo miraba
los caballos y las calesas pasar,
todos sentados en lo alto de los carruajes
abiertos, el chofer negro, y
detrás el hombre y la mujer,
usualmente jóvenes y siempre blancos.
y yo siempre era blanco.
y atraído apenas por el
mundo.

Nueva Orleans era un lugar para
esconderse.
podía mearme la vida,
sin ser molestado.
excepto por las ratas.
las ratas en mi oscuro y pequeño cuarto
tan resentidas de compartirlo
conmigo.
eran grandes e intrépidas
y me miraban con ojos
que hablaban sobre
la muerte
sin pestañear.

las mujeres estaban más allá de mí.
veían algo
depravado.
había una camarera
un poco más vieja que
yo, ella casi me sonreía,
demorándose cuando
me traía el
café.

con eso era de sobra para
mí, con eso
bastaba.

tenía algo
esa ciudad, aunque
no me dejase sentir culpable
de no sentir nada por las
cosas que otros tanto
necesitaban.
me dejaba solo.

sentado en mi cama
las luces apagadas,
escuchando los sonidos del
exterior,
alzando mi botella barata
de vino,
dejando que lo cálido de
la uva
me
entrase
mientras oía a las ratas
moverse por el
cuarto,
yo las prefería
antes que a los
humanos.

estar perdido,
estar loco quizás
no es tan malo
si puedes estar
de esta manera
sin que te molesten.

Nueva Orleans me dio
eso.
nadie nunca me llamó
por mi nombre.

sin teléfono,
sin carro,
sin trabajo,
sin
nada.

yo y las
ratas
y mi juventud,
una vez,
esa vez
en que supe
incluso a través de la
nada,
que se trataba de la
celebración
de algo no para
hacer
sino sólo para
saber.

mi padre

era un hombre ciertamente asombroso
creía ser
rico
aunque vivíamos de frijoles y gachas y naderías
cuando nos sentábamos a comer, él decía,
"no todo el mundo puede comer así".

y porque deseaba ser rico o porque él realmente
pensaba que lo era
siempre votó por los Republicanos
y votó por Hoover contra Roosevelt
y perdió
y entonces votó por Alf Landon contra Roosevelt
y de nuevo perdió
diciendo, "no sé a dónde va el mundo,
ahora tenemos a ese maldito Rojo de nuevo allí dentro
y los rusos estarán en nuestro patio después!"

pienso que fue mi padre quien me decidió a
volverme un vago.
decidí que si un hombre así deseaba ser rico
entonces yo quería ser pobre.

y me volví un vago.
vivía de calderilla y en cuartos baratos y
en los bancos de los parques.
pensaba que tal vez los vagos supieran algo.

pero hallé que muchos vagos querían ser
ricos también.
simplemente habían fracasado en eso.

así que atrapado entre mi padre y los vagos
no tuve sitio al cual ir
y allá fui entre rápido y lento.
nunca voté por los Republicanos
nunca voté.

lo enterramos
como una rareza de la tierra
como cien mil rarezas
como millones de otras rarezas,
malogradas.

el Gran Haragán

siempre fui un haragán natural
me gustaba echarme sobre la cama
en ropa interior (manchada, por
supuesto) (y con quemaduras de
cigarrillos)
descalzo
botella de cerveza a mano
tratando de sacudirme alguna
noche difícil, digamos con una
mujer aún por ahí
caminando el piso
quejándose de esto y de lo
otro,
y yo trabajando en un
eructo y decir, "QUÉ, NO TE
GUSTA? ENTONCES SACA TU CULO
DE AQUÍ!"

yo realmente me amo, yo
realmente amo mi ser-
haragán, y
ellas al parecer también:
siempre se van
pero
casi
siempre
regresan.

nuestra curiosa posición

Saroyan dijo en su lecho de muerte,
"creí que nunca moriría..."

sé lo que quiso decir:
yo me veo para siempre
rodando un carrito en el
supermercado
buscando cebollas, papas
y pan
mientras observo a las casuales
y ocurrentes damas que pasan
empujando.
yo me veo para siempre
manejando en la carretera
mirando por un sucio
parabrisas con la radio sintonizada a
algo que no quisiera
escuchar.
yo me veo para siempre
echado hacia atrás en la
silla del dentista
la boca
abierta a lo cocodrilo
meditando en que
yo estoy en el
Quién es Quién en América.
me veo para siempre
en un cuarto con una mujer
infeliz y deprimida.
me veo para siempre
en la bañadera
peando bajo el agua
mirando las burbujas
y sintiendo orgullo.

pero muerto, no...
la sangre salpicando de
mis fosas nasales,
mi cabeza rota contra
el escritorio
mis dedos aferrados a un
espacio oscuro...
imposible...

yo me veo para siempre
sentado en la punta
de la cama
en short con
un cortauñas
para recortar
los grandes y feos trozos
de uña
mientras sonrío
y mi gato blanco
se sienta en la ventana
a contemplar el pueblo
afuera
mientras el teléfono
suena...

entre las
agonías
puntuales
la vida resulta
un amable hábito:
entiendo lo que
Saroyan
quiso decir:

yo me veo para siempre
bajando las
escaleras
abriendo la puerta
caminando hasta el
buzón
para hallar toda esa
publicidad
que
tampoco
me creo.

resultado

el cuarto era pequeño pero pulcro y cuando lo visité
él estaba sobre aquella cama como una foca varada
y era embarazoso, diría yo,
conectarse con la conversación;
realmente no lo conocía tan bien
excepto por su escritura,
y lo mantenían drogado–
continuaban operando, trozando partes
de él
pero al ser un verdadero escritor
Fante hablaba de su siguiente novela.

ciego, y recortado, una y otra vez,
ya había dictado una novela
desde aquella cama
una buena obra, había sido publicada
y ahora me hablaba sobre la otra
pero yo supe que él no lo conseguiría
y las enfermeras sabían
todo el mundo sabía
pero él seguía contándome
de su siguiente novela.
tenía una rara idea para la trama
y le dije que sonaba
genial,
y tras otra visita o dos
su esposa telefoneó una tarde
y me dijo que
todo había acabado...

está bien, John, nadie ha podido nunca
escribir la última.

sin embargo, fuiste realmente duro con las enfermeras,
y eso me agradó, con la forma en que las ponías
a correr dentro de sus blancos arrugados,
demostraste que yo estaba más que en lo cierto:
mi afirmación
de que tu poder de mando
tan sólo con el lenguaje era
una de las cosas magníficas de
nuestro siglo.