TRES POEMAS INÉDITOS. OCTAVIO ARMAND.

“De nombre vida y apellido muerte, como todos, tengo fecha de nacimiento y de lo otro. Pero tengo varias, como ha notado. No me ponga a optar –es muy difícil– entre 1945 y 1946. Prefiero señalar otras posibilidades. ¿Qué tal 1241, antes o después de Cristo, a escoger? ¿O este mismo 2005, pero sin precisar demasiado si se trata de fecha de nacimiento o de lo otro? A mí la historia no me absolvió: me disolvió, me trituró, me hizo añicos. No en balde prefiero medir el transcurso con cronómetros mucho más lentos, más humanos, a mi modo de ver: la arqueología, la geología... Ese que a veces soy nació en Guantánamo el 10 de mayo de 1946. Los otros que también he sido o seré nacen a cada rato. Nunca acaban de nacer. O morir. Soy más cavernícola que cibernético: yo no he podido abrir el material que anexa. Ojalá mi mujer, o mi hija, lo logren. Quiero conocer la revista Cacharro(s)...”

Diana

A las once de la madrugada
Le tiro un párpado al día
Luego otro

Las hojas son pájaros
Los pájaros viento
Y el viento mece relumbrones
De tanta cuna

Pero no ahora
Nada se mueve en la luz
Ni un color ni una línea

Solo mis ojos nacen
Solo ellos pintan

Caracas, 13 de mayo 2006


Calendario

Contaré sus días
hasta el fin de los tiempos.
No será otra nube
ni se lo llevará mi propio aliento
al nombrarlo innumerable.
Será pasado y futuro.
Habrá 31 y 300 y 3000 de abril
y todavía y siempre de abril.
A diario viviré un presente
inagotable, perfecto.

Caracas, 2 de mayo, 2006


Suma calcárea

La ciudad lame sus ruinas.
Manchas relumbrantes, estalagmitas
empinadas habitadas por nadies
y cualquieras, el ir y venir
de los transeúntes que jadean
en el cuadrivio, los automóviles clavados
por el sol al movimiento inútil
arrancan y frenan, arrancan
y frenan, reverberan, como el titileo
en el lomo de una yegua recién parida.

Me asomo a la punta de la lengua
y cuento mitades. Mujer y hombre,
pobre y rico, niño y viejo, tú y yo,
verbos deshabitados, conjugaciones
sin pasado ni futuro, subjuntivos
a punto de abrirse como nubes
para descargar rabia o tristeza,
cada palabra en el puño
un halcón afilado o una rana de jade
que salta en el quitaipón de la memoria.

Como caracol se asoma la lengua
para saborear tus palabras.
Tus palabras andan de puntillas
sobre la iridiscencia de un cuarzo
y la lengua remolcada llama yo
a quien solo le gusta llamarse tú.
¿Apuestas? ¿El lenguaje de los hombres?
¿O hablar en arrendajo, rana, grillo?
¿Croar en dos patas? ¿Croar en dios
o en su único hijo, plural y babélico?

Pesan como plomo los labios
cuando hablo contigo. Yuntas lo dicho
y lo que se quiere decir, la astucia giratoria
que se mide el traje y duda más que un filósofo,
el insulto y sus zarpazos,
el yo nuestro de cada verbo, sucedáneo
y abundante, que lanza los dados sobre una ola.
Me gusta llamarme tú, te digo,
pero vuelvo a la noria, yodado hasta el tuétano
y siempre en neblinoso subjuntivo.

La suma calcárea de tus pasos
excede a la ligereza del vuelo,
o al repente de sus cenizas
y escama de sardina azorada,
lengua de tu lengua deslenguada,
si las hay, deslenguada lengua
de tu lengua, si las hay, rumbo hostil
y destino incierto, solo el punto de partida,
prensil, se estira como un puente
para que nazca el río sobre unas lajas.

Manchas de cunaguaro al hipogloso
y un poco de tornillo vacío
para atravesar la hora,
para bailar dentro de un ópalo
las rimas de la luz.
Al repente de cenizas,
al azoro de sardina zambullida en cera inútil,
a la ciudad que lame ruinas,
a cada labio contigo y donde falte labio,
o noche, o titileo, un caracol.

Lo firma tú. La fecha es hoy.

Caracas, 23 de junio 2006