publicados en el expediente 2 de cacharro(s), septiembre-octubre de 2003, recordando a Luis Marimón, al cineasta Nicolás Guillén Landrián., y a todos los escritores y artistas que por expresar sus ideas han sufrido o sufren persecución o prisión en cualquier parte del mundo.
Textos enviados a cacharro(s) por Yanira Marimón
Selección de Orlando Luis Pardo Lazo
Luis Marimón (1951-1995). Poeta. En Cuba publicó El bibliotecario de infierno y La decisión de Ulises. El resto de su obra permanece inédita. Murió exiliado en Estados Unidos.
de: El lugar de la trama
Cacería
Atrapamos la jutía en la urdimbre del monte.
Cayó entre los colmillos espumosos del perro
que destrozó, entre chillidos vehementes,
sus tendones, sus ojos de niebla y yerba seca.
El pan es más eterno que el bocado
y aún más duradero que la desolada
y antigua cicatriz del hombre.
Diestros en el manejo del cuchillo,
le quitamos la piel.
Las mujeres cocinaron el arroz,
nosotros tocamos la guitarra.
Y a la luz de la fogata
parecía un niño recién nacido
que temblaba...
de: Herencia de la soledad
100 años
No seré uno de esos viejos que por las mañanas
buscan la leche y el pan
y después se duermen en los parques
esperando las moscas,
el pedazo de algodón que los haga
para siempre callar.
En realidad creo que no llegaré allá.
Por estos reinos penetro en los hospitales y cafeterías,
con mi garfio de vidrio excavo en las viejas tumbas,
calmo mi sed de abismo en la humedad
de los cántaros rotos.
Con un cuchillo en las venas
transcurro en el rumor del hombre.
La misma luna, entonces
hace crecer una raíz de muerte en mis ojos sin fin.
Habito en la rabiosa
trampa de algún dios contrahecho
y sé que en el mundo
ya casi nada
vale la pena.
No preciso ninguna fórmula, ningún ritual
para que el vino
siga transcurriendo por mi garganta cruda.
Mis ojos, mohosos por la tanta lluvia que han visto
se niegan a ser despertados por un sediento amanecer.
Me disfracé de olvido para transparentarme;
¡te esperé tantas veces!
He de continuar por la misma ruta que los cazadores
hasta que mi hocico tropiece con sus escopetas.
Pronto, ¿veré a Dios?
¿Qué me dirá?
¿Y yo a él?
La vida para mí
no ha sido fácil...
de: Los saturnales ecos del silencio
XV
Los gorriones dentro del basurero
picotean los hollejos de naranjas,
se llevan en sus picos pedazos de algodones neutros,
hacen sus nidos dentro de un perro muerto.
La miel inaccesible es siempre cruel.
Por eso los gorriones, con esa levedad
hecha tendones, buscan en la mañana
el cauce seco de los ríos de aquel soñado,
doliente paraíso...
de: Herencia de la soledad
En el inmóvil ojo del pescado hay
En el inmóvil ojo del pescado hay
un sueño de anzuelo.
Yo lo he visto, arrancado, en la orilla del río.
Un gran ojo que duele, que te observa a través de las moscas,
a través de los siglos carniceros del hombre.
Un gran ojo muy solo
y muy triste.
Como el ojo de dios.
de: Shalom Shabat
Cuerpo de guardia
Tal vez existan niños que aún no han comido
carne de hombre: ¡Salvad a los niños!
LU-SIN
Con el imán ausente de su ayuno, los perros
sarnosos o amarillos yacen dormidos bajo los bancos
entre escupitajos y algodones.
Nada es más triste y desolado que un hospital de madrugada
a no ser
esas tablas podridas que el reflejo deja en su cansancio
entre viejos caracoles y algas como pájaros
que por tan verdes y desmemoriados
pierden la ruta, chocan contra el cielo y mueren.
O esas terminales de trenes de provincia
donde las agónicas luces se incrustan en los ojos
hasta llegar al sitio justo
donde se oculta el llanto,
donde la gente espera y sabe
el tren no llegará nunca
y que ellos mismos no irán a parte alguna.
Una mujer muy gorda se recuesta al teléfono público,
le falta el aire y boquea como un pez que las olas
han tirado en los riscos.
Se abre una puerta y con el aire gélido de la necro
brota una enfermera tan blanca como la porcelana de China;
lleva una bandeja de plata que huele a corazón y cloroformo;
del color de su cara. Alguien se le acerca y pregunta:
¿Hay alguna esperanza?
Todo huele a noche tiznada, a frialdad selvática,
hay un silencio capaz de confundir el ruido.
El neurocirujano, dice alguien,
está tratando de extraerle el pedazo de cuchillo del cráneo:
a lo mejor Dios lo ayuda y no se salva.
Un anciano se incorpora de su camilla y grita:
me pudro, huelo mal, hace seis días que me he muerto
y el camillero no me acaba de llevar a la morgue.
Gentes extrañas que vienen a cambiar un litro de sangre
por una botella de aguardiente,
–el hombre crudo que se come el Diablo–,
otro viene de Santiago y no tiene en qué sitio quedarse;
un médico vocifera: hace falta otro estetóscopo,
este en vez de ir hacia adelante, camina hacia atrás...
Un cuerpo de guardia es conciso como una bofetada:
los ojos, vacíos de guardar tanto sueño revolotean como moscas,
mientras los perros, sarnosos o amarillos
se contraen, rascan y cuando terminan de sacarse alguna pulga,
vuelven a dormirse
como si nada esta madrugada ocurriendo estuviera en el mundo,
tranquilos,
como esperando la muerte
y el Juicio Final...
de: Shalom Shabat
Carne
El corazón del tiburón, después de ser sacado,
sigue latiendo.
La carne de la jicotea cocinándose en la olla, en sus espasmos
se mueve.
La jutía, decapitada y descuerada
salta encima de la mesa...
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Escucho el sonido de sus botas pero lo que se
pierde en la vida se gana en eternidad.
Es lo que hemos tenido
que pagar por vivir
y es que también despertar tiene un precio.
Estamos llenos de piojos,
esta tripulación está deshumanizada,
las únicas semillas que fructifican son las de la sal y el veneno;
tenemos que fabricar los ladrillos que rodearán nuestras celdas
y cubrirán las tumbas,
nuestro jornal es el de andar muy tristes
y solos.
En las calles nos entendemos con gestos,
nuestras miradas son oscuras como pozos ciegos,
las lágrimas traen en su peregrinaje
todo lo errante, amargo del mar...
Ah, nido espantado de su pájaro;
ah, niño absorto ante las hordas que lo aplastan...
¿Cuándo vendrán a buscarme?
Me pesa el sudor en la piedra,
la enorme cabeza en el cuerpo,
mi sombra arrastrándose a mis pies como un perro apaleado
y de quien tengo también que desconfiar.
¡Quién pudiera dormir sin pensar
alguien vendrá a buscarte
o incluso, puede estar debajo de la cama
vigilando tus sueños,
lo que dices en ellos,
interpretándolos;
quién pudiera soñar!
Un carro ha frenado frente a mi puerta.
Un estremecimiento como cuando
se nos pudre un ganglio en las axilas
o nos cae en la muela cariada un pedazo de hielo.
Con los agonizantes se hicieron los cimientos del cielo.
Por ello, siempre ha habido un sordo clamor
que se ha equivocado en lo alto.
¿Cuándo se hará realizable el hombre y cuándo
podrá vencer tanta falacia y cerradura?
Perplejo, oculto en la urna la enorme
cantidad del espíritu de mis abuelos,
los moradores taciturnos de la conciencia humana.
Me despojan de la madre y del hijo,
de los caminos y los barcos,
de mis papeles y mi tierra,
pero no del canto.
Ese no será ya de mí arrancado.
Es el supremo instante de concluir con este juego
de ratón encadenado vs. gato insatisfecho.
Marcho jubiloso hacia una muerte que sé,
no es definitiva.
Y sólo tengo miedo de no ver el Día.
Amanecerá mañana, estoy seguro,
¿pero vivo?
El universo gira como un péndulo ciego.
Mas, cuando hayan transcurrido los días
y sea el Tiempo de juzgar a los justos
y a quienes los mataron,
Él recordará el corazón del tiburón,
los huevos que dejó la jicotea en la arena,
los nervios de la jutía.
Pero ante todo,
la carne de los que luchan, sufren y mueren,
será la primera
en ser resucitada...
de: El demonio del arpa
El erudito
Ruinas... todo es ruina. El labio y la flor
y el alacrán.
Desde el despertar del mundo estoy muriendo:
llevando una escudilla, unos ojos ávidos,
el inagotable manantial de mi asco...
Los huesos de mis piernas son duros,
impenetrables mis ojos,
como los de los peces abisales...
He buscado la paz, no me avergüenzo de ello.
Busqué también las terribles cosas que nos nacieron.
He gastado el camino.
Me lo llevé en las piernas.
Deshice el mar con mi pesadilla de marino sin sueño;
descubrí una tierra digna para morir.
Soy hombre.
Amé,
parí,
tuve la vida.
de: Desde mi jergón lunático
Osario público
(I)
En los nichos de musgo y ópalo
los huesos se entremezclan:
vértebra de brujo, tibia de un sátrapa,
el fémur salobre de un marinero.
Sucesores ya de tanto olvido
se arremolinan en la serena
reliquia de la catacumba; la tierra,
el mar y el cielo.
Nada más santo que esa luz allá,
donde concluyen los pasos
y de los huecos
irrumpen las tibias ratas de ojos tristes.
Voy a ellos, todo primor los oscuros
rasgos de Dios, las palomas
con pétreos ramos de olivo,
la historia del diluvio y de la luna.
Alegorías de esas vasijas tenues que construye el viento
y resecan los viejos soles de la cristiandad
y de la morería.
Signos y escrituras que no alcanzo a comprender,
sonidos que repercuten
en los soñados ecos de algún cráneo vacío.
Al final del camino está el desastre;
al final del desastre empieza el vértigo,
árida música que llega desde lo alto
como una lluvia venenosa.
Finísima.
(II)
Cuando empiezan a germinar las piedras cíclicas
y el ojo insomne, seguro de estar muerto
es arroyo, nave, espejo
como serpiente va reptando hacia la altura.
–La altura es sólo humo. –
La distancia, como subterfugio de eternidad,
anda existiendo...
A veces,
–eso sí–
me permito cierta vacilación,
cierto suspiro
y el corazón, lleno de hiel, me late,
inclinado hacia el más oscuro
y olvidado y vacío
hueco de la noche.
Estancias de luz donde eternos son
los rostros que vimos por última vez;
los rostros amados...
(III)
Aquí las sombras habitan
como sepultureros que no saben qué tumba van a abrir.
Somos repetición mas una
misma palabra podrá tener el mismo acento
y cada muerte es diferente a la otra.
Triste es sólo aquel que solo habla
cuando camina por esta callecita;
cuando canta y no sabe
a quién preguntar
dónde queda su casa
y quiénes son
sus hijos.
Cuando empiezan a germinar las piedras cíclicas,
me voy doliendo, olvidándome,
hacia adentro...
de: Memorias del bufón
XXVI
Una luz hacia adentro crea mi oscuridad,
por eso, la ceguera del sol
es mi sombra
y el silencio del tiempo
mi voz.
En los subterráneos del castillo existe otra ciudad.
Una colmena podrida que en sus pluralidades revela
la dinastía escatológica del desastre.
Yo penetro en su urdimbre algunas veces, sobre todo
cuando en mi alma se extravía alguna masacre,
y veo cómo los cautivos alargan sus brazos
como escuálidos tentáculos y paso de largo
con mi traje multicolor, los cascabeles
que resuenan en lejanas galerías.
Ellos envidian mi libertad sin saber
estoy más preso
ya que llevo las cadenas adentro.
Al menos ellos pueden traducir en palabras sus pensamientos.
(Soy heroico en los míos.)
Debajo de mi jubón llevo siempre
mendrugos que lanzo a través de las rejas,
éstas tan antiguas que parecen haber sido forjadas
por el mismo dios.
No lo hago por piedad
sino con el fin de disfrutar de la fiesta,
donde los presidiarios
se arrancan a dentelladas, en pedazos, la carne.
El hambre tiene cara de perro: los he visto
extraerse los piojos y comerlos,
cazar las moscas que vienen atraídas por los cuerpos,
triturar y extraerle el tuétano
a los mágicos huesecillos de los murciélagos y ratas;
amputarse los dedos y beber ávidamente de su sangre.
Esas visiones llegan
a reconfortar mi espíritu, pues comprendo
dentro de mi infortunio soy bastante feliz...
Es una perenne crucifixión la de estos animales
(elogio fuera si los llamase humanos),
un aniquilamiento paulatino,
diría yo que planificado.
El ámbito en que habitan
puede ser el horror con el que amenaza el diablo
a los que entre convulsiones viven en el infierno.
Soy testigo de esa muchedumbre de cadáveres que predican
ser las cariátides, el fundamento de este reino.
Sólo del odio puede brotar la poesía.
No soy desnaturalizado; al contrario:
odiar es la cosa más natural del hombre.
Aquí hay aparentes sabios;
locos que quisieron transformarlo todo con sus
ideas peregrinas.
Uno dijo que la tierra era redonda y se movía.
El otro, que la sangre circulaba en los cuerpos
y no éramos el único de los mundos habitados.
Aquí ese guardián que un día equivocó las llaves
y quedó preso;
cazadores furtivos en los cotos reales,
acusados de profanar las momias,
de hacer abortar con la mirada;
un cocinero que quemó un asado,
un copero que vertió vino en la peluca de la Reina.
Gentes que no recuerdan
el motivo de sus grilletes,
la causa de su horror, que no recuerdan
la fecha en que los enterraron,
de su nombre o de si alguna vez
tuvieron hijos.
Recordar es retornar al pasado,
pero ya ninguna palabra
podrá salvar al hombre.
El Rey tiene en su conciencia
un cementerio.