Daniil Jarms

Todos los textos pertenecen al libro "Incidentes". Moscú, 1993

Traducido del ruso por José Manuel Prieto.

Aparecido en el suplemento dominical de La Jornada, México.


UN INCIDENTE

Cierta vez Orlov se dio un atracón de guisantes en puré y se murió. Krilov se enteró de aquello y también murió. Y Spiridonov se murió por su cuenta. Y la mujer de Spiridonov se cayó del aparador. Y los hijos de Spiridonov se ahogaron en un estanque. Y la abuela de Spiridonov se dio a la bebida y salió a rodar por los caminos. Y Mijailov dejó de peinarse y cogió sarna. Y Kruglov dibujó una dama que empuñaba un látigo y se volvió loco. Y Perejrestov recibió un giro postal de cuatrocientos rublos y empezó a darse tanta importancia que lo echaron del trabajo.

Son buenas personas, pero incapaces de tener los pies sobre la tierra.


VIEJAS QUE CAEN

Por un exceso de curiosidad una vieja se cayó de la ventana y se estrelló contra la acera.

A la ventana se asomó otra vieja y se puso a mirar a la que se había estrellado, pero por un exceso de curiosidad también se cayó de la ventana y se estrelló contra la acera.

Después se cayó de la ventana una tercera vieja, seguida de una cuarta y de una quinta.

Cuando se cayó la sexta vieja, me cansé de mirar y me fui al mercado Maltsevsky, donde, según dicen, a un ciego le regalaron un chal tejido.

1937.


PÉRDIDAS

Andrei Andreievich Myasov se compró un pabilo en el mercado y se lo llevó a casa.

Por el camino Andrei Andreieivh perdió el pabilo y entró a una tienda para comprarse ciento cincuenta gramos de embutido de Poltava. Después, Andrei Andreievich entró a la lechería y compró una botella de kéfir; a continuación bebió una jarrita de kvas en un quiosco y se formó en la cola para comprar el diario. La cola era bastante larga y Andrei Andreievich estuvo en ella no menos de veinte minutos, pero cuando ya se acercaba su turno, los diarios se acabaron ante sus propias narices.

Andrei Andreievich dio varias vueltas en el lugar y se fue a casa; pero por el camino perdió el kéfir y torció hacia una panadería donde se compró un panecillo, pero perdió el embutido de Poltava.

Entonces Andrei Andreivich se fue directo a casa, pero se cayó por el camino, perdió el panecillo y rompió sus quevedos.

Andrei Andreievich llegó a su casa de muy mal humor y se acostó enseguida, pero tardó mucho en dormirse; cuando por fin lo logró tuvo el siguiente sueño: soñó que había perdido el cepillo de dientes y se limpiaba los dientes con un candelabro.


MAKAROV Y PETERSEN
Nº3

Makarov: En este libro se habla sobre nuestros deseos y sobre cómo éstos pueden ser cumplidos. Léelo y comprenderás cuán vanos son nuestros deseos; comprenderás cuán fácil es cumplir un deseo ajeno y cuán difícil es satisfacer el suyo propio.

Petersen: Me parece que hablas con demasiada pompa. Así hablan los jefes indios.

Makarov: Este libro exige ese tono. Hasta me quito el sombrero cuando pienso en él.

Petersen: ¿Y también te lavas las manos antes de tocarlo?

Makarov: Sí, uno debe lavarse las manos.

Petersen: Lávate también los pies, por si acaso.

Makarov: No me parece chistoso; es una grosería.

Petersen: Pero, ¿qué clase de libro es?

Makarov: El nombre de este libro es un misterio.

Petersen ¡Ja, ja, ja!

Makarov: Su nombre es MALGUIL

(Petersen desaparece)

Makarov: ¡Dios mío! ¿Qué sucede? ¡Petersen!

Voz de Petersen: ¿Qué ha pasado? ¡Makarov! ¿Dónde estoy?

Makarov: ¿Dónde estas? ¡No te veo!

Voz de Petersen: ¿Y tú, dónde estás? ¡Yo tampoco te veo!.. ¿Qué son esos globos?

Makarov: ¿Qué debo hacer? ¿Me oyes, Petersen?

Voz de Petersen: ¡Te oigo perfectamente! Pero, ¿qué ha pasado? ¿De dónde han salido esos globos?

Makarov: ¿Puedes moverte?

Voz de Petersen: ¡Makarov! ¿No ves tú los globos?

Makarov: ¿Qué globos?

Voz de Petersen ¡Suéltenme!.. ¡Suéltenme!.. ¡Makarov!..

(Silencio. Makarov está aterrorizado, toma el libro y lo abre.)

Makarov (lee): "...Poco a poco la persona pierde su forma y se convierte en un globo. A partir de ese momento pierde también sus deseos".

Cae el telón


El BAÚL

Un hombre de fino cuello se metió en un baúl, cerró la tapa y comenzó a asfixiarse.

-Bien, -dice el hombre de fino cuello sintiendo que se asfixia, -me estoy asfixiando en este baúl por tener un cuello tan fino. La tapa del baúl está cerrada e impide el paso del aire. Me asfixiaré, pero no abriré la tapa. Moriré poco a poco. Presenciaré la lucha de la vida y la muerte. Esta lucha no será natural, en igualdad de condiciones, porque, lógicamente, vencerá la muerte, y la vida, destinada a morir, luchará en vano con su enemigo hasta el último minuto y sin perder las esperanzas. Por medio de esta lucha la vida conocerá el método de su victoria: para que esto ocurra la vida debe forzar a mis manos a abrir la tapa del baúl. Entonces veremos quién ganará. Sólo que huele horriblemente a naftalina. Si la vida vence, pondré tabaco barato en el baúl en lugar de naftalina... Ya empieza: no puedo respirar más. ¡Moriré, está claro! ¡Nada me salvará! Y nada sublime pasa por mi mente. ¡Me asfixió!

¡Ay! ¿Qué es esto? Algo acaba de ocurrir pero no puedo comprender que ha sido. He visto algo u oído algo...

¡Ay! ¡Acaba de pasar algo otra vez! ¡Dios mío! No puedo respirar. Creo que me muero...
¿Y esto qué es? ¿Por qué estoy cantando? Creo que me duele el cuello... ¿Pero dónde está el baúl? ¿Cómo es que puedo ver todo lo que hay en mi cuarto? ¡Pero si estoy acostado sobre el piso! ¿Y dónde está el baúl?

El hombre de fino cuello se levantó y miró a su alrededor. El baúl ya no estaba allí. Sobre las sillas y la mesa vio las ropas que guardaba en el baúl, pero aquél ya no estaba allí.

El hombre de fino cuello dijo:

-Esto quiere decir que la vida venció a la muerte de una manera desconocida para mí.

30 de enero de 1937.


¡TOK!

Estamos en verano. Vemos un escritorio y, a la derecha, una puerta. Un cuadro cuelga en la pared. El cuadro representa a un caballo que sostiene entre sus dientes a un gitano. Olga Petrovna parte leña. A cada golpe del hacha caen los quevedos de Olga Petrovna. Evdokim Osipovich fuma sentado en una butaca.

Olga Petrovna (golpea con el hacha, pero el leño no llega a partirse).

Evdokim Osipovich: !Tok¡

Olga Petrovna (se pone los quevedos y golpea el leño).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna (se pone los quevedos y golpea el leño).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna (se pone los quevedos y golpea el leño).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna: (se pone los quevedos): Evdokim Osipovich Le ruego que no repita esa palabra: "tok"

Evdokim Osipovich : Está bien, está bien.

Olga Petrovna (golpea el leño con el hacha).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna (poniéndose los quevedos): ¡Evdokim Osipovich! !Usted me prometió que no volvería a decir esa palabra: "tok"!

Evdokim Osipovich: ¡De acuerdo, de acuerdo, Olga Petrovna! ¡No lo haré más!

Olga Petrovna (golpea el leño con el hacha).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna (poniéndose los quevedos): ¡Esto no tiene nombre! Me asombra que una persona adulta, mayor, sea incapaz de entender el más sencillo ruego!

Evdokim Osipovich :¡Olga Petrovna! Continúe en paz su trabajo. No la molestaré más.

Olga Petrovna: ¡Se lo ruego encarecidamente! ¡Permítame, al menos, terminar de partir este leño!

Evdokim Osipovich: !No faltaba más; continúe usted!

Olga Petrovna (golpea el leño con el hacha).

Evdokim Osipovich: ¡Tok!

Olga Petrovna deja caer el leño, abre la boca, pero no puede decir nada. Evdokim Osipovich se levanta de la butaca, mira a Olga Petrovna de pies a cabeza y se marcha lentamente. Paralizada y con la boca abierta, Olga Petrovna observa alejarse a Evdokim Osipovich.

Cae lentamente el telón.