DEMIS MENÉNDEZ
Para el verdadero Alain, simplemente así.
Hora 6 aeme:
Suena el despertador. Abro los ojos con mi «buenos días dolor de cabeza», un agarre me viene desde la nuca, me aprieta incluso las orejas y las sienes. Tomo dos tylenol que están sobre la mesita. Nada que hacer contra eso. Solo dormir un rato más.
Hora 7 aeme:
No falla. Mi vecina le grita a Elenita que mire antes de cruzar, que se apure y llegue temprano. Me pregunto porque no la acompaña hasta la escuela y así no me despierta.
Me levanto. El dolor de cabeza es solo cuestión de la hora anterior. Justificación para las sábanas de flores amarillas. En la radio hablan de más muertos en el Medio Oriente. Nuevas resoluciones para el control de los narcóticos. Subió medio grado la temperatura en nuestro Golfo mexicano. La extinción de una mariposa nocturna.
Reviso mi cosa entre las piernas. Calculo la erección matutina. No hay marcas de decadencia. Más bien añoranzas de mujeres que hace rato no la visitan: Rosa, la jefa, Carla.
Preparo café. El primer cigarro apagado. La misma estrategia de hace dos meses para dejarlo. Me dijeron: «si no paras con el café, no podrás con la nicotina». Yo digo que sí. El café no pienso abandonarlo. Un vaso de café solo para mí y dejo un poco para antes de irme.
Me doy un baño siempre que no me haya bañado la noche anterior (ver Hora 10 y media peeme). Una ducha incluye afeitarme, cagar, enjabonarme y usar champú. Después de eso soy otra persona. Puedo ser Brad Pitt, Axl Rose o Christopher Reeves teñido de rubio antes del accidente o simplemente un nuevo Alain. Un nuevo YO.
Hora 8 aeme:
Me visto frente al espejo. Eso evita equivocarse con los botones del pantalón. Evita ponerse el mismo pulóver de ayer. Me lanzo un guiño. Un beso y un abrazo. Y algo de colonia, desodorante, pintalabios, delineador y sombra. Nada, eso es jodiendo.
Salgo hacia el trabajo sin desayunar. Caminando son treinta y cinco minutos. En transporte público casi más de una hora. Los lunes, martes y jueves voy caminando. Miércoles y viernes en guagua. A veces, simplemente voy toda la semana a pie.
Caminando, es inevitable mirar a las muchachitas de secundaria que vienen despuntando, a las madres de las niñas que todavía no debo mirar, a las tembas y a las viejas. Les detallo sus movimientos de insinuación. Las sayas cortas, las contracciones del cuello y el agarre de las manos. Las várices en los muslos. Los pellejos de los antebrazos y la cara. Las vacilo completicas sin que se den cuentan. Ellas no me miran, nunca lo hacen. Pero eso no me importa.
Hora 9 aeme o marcar la tarjeta:
Los miércoles y viernes la tarjeta amanece con una línea roja. Hay semanas que no. A veces pienso que eso tiene alguna relación con el transporte público. Pero son solo paranoias.
Saludo a los míos. A la jefa con su jeans apretado. A Rosa. A Carla, ¡mi madre! cada día más buena. Les brindo a los míos un cigarro, que es parte también de la estrategia para dejarlo. Me pongo el overall. El walkman sobre la cintura. Me despido de todos con la mano antes de dejar de escucharlos. De la jefa, de Rosa, de Carla. Me despido como si me fuese a un viaje al extranjero. A Sao Paulo tal vez, a Liverpool o mejor, a El Cairo.
Hora 9 aeme y media o música eterna:
Aprieto el ►. El ruido del torno frente a mí, desaparece. Suenan ritmos diferentes. Tanta vida. Virtuosismo. Majestuosidad. Tanto Emerson, Lake & Palmer, Pink Floyd, Led Zeppelin. Suspiro porque me pregunto cómo se pudo lograr esa música. Eso sin tecnología digital. Sin tantas mierdas. Pura bomba, puros cojones.
Recuerdo mi adolescencia. Y puede que suene Nirvana, Pearl Jam o Stone Temple Pilots. Y esa locura tan deliciosa, tan mía. Aquel lugar en el centro de los conciertos. Las madrugadas en los parques o junto al mar. Y las anfetas. Las pastillas. La marihuana. Los amaneceres con cualquier mujer. Solo pidiendo que el sol no atacara nuestra intimidad de cuerpos tendidos bajo cualquier árbol podado de la Avenida de Los Presidentes. Ni la mano oculta de Allende apareciera para aprovecharse. Ni que Juárez batiera su bandera para avisar a las huestes al acecho de sexo.
Me tocan a la Hora 11 aeme para merendar. Me niego.
Las noches de invierno sin importarme el granizo. Solo el sexo. Solo lamer y humectar los sexos. Violentar y reconstruir sexos. Marcar y desmarcar. Desarma y sangra. Fito y Charly susurrando desamores. Y tanta poesía, tanta pasión por esta mierda que es la vida. Y pienso en mi madre que se fue hace tiempo. Agarro la pistola. Sin pedirle permiso a esta mierda que es la vida. Sin pedirme perdón. Apunto a un punto en el vacío. Un agujero que me adelanto a adivinar en esa pared rasgada. Bang… bang... bang y retiro el índice del aquel hierro.
Me llaman para descansar los diez minutos que me tocan a la Hora 12 meridiano. No y no. Me pierdo igual que aquellos días cuando conocí la muerte. Y a Dios. La mente ya no es capaz de soportar estas guitarras. Vuela y regresa. Lejos.
Hora 1 peeme:
Apago el walk-torno-man. Vamos a almorzar. Los míos empiezan con el relajo que si estoy loco. Eso me ayuda: Rosa vino y me preguntó si era verdad lo que decían los míos. Le respondí que sí. Estuve varios meses con ella hasta que vino la jefa con su jeans apretado. Me preguntó si era verdad lo que decía Rosa de mí. Asentí. Entonces me llevaba a casa en su carro. Estuve con ella año y medio hasta que Carla empezó a trabajar. Me preguntó si era verdad lo que decía su mamá. Por supuesto, sí, claro. Estuve cuatro meses con la muchachita hasta que la jefa, que es su madre, la del carro y el jeans apretado, se enteró.
Por casualidad Carla siempre se sienta junto a mí. Su cuerpo es muy caliente. Demasiado como para convivir en paz. Dios mío, Carla.
La jefa no me quita los ojos de encima. Rosa tampoco. Hay noches (ver Hora 2 aeme o las pesadillas y los sueños) que sueño con las tres en una cama. Y es realmente fantástico. Pero demasiado para esta mierda.
Acaricio a Carla por debajo de la mesa. Ella me limpia la grasa de los labios con sus dedos. Tengo una erección. Se lo comento y ella sonríe. Me pone la mano donde el overall está levantado. Mira a ambos lados y presiona. «Eso me excita», dice. «¿A quién no?», le pregunto. Demasiado como para comer en paz. Y se levanta sin terminar el almuerzo. Y sin dejarme disfrutar más.
Hora 2 peeme o la poesía:
Después de reposar me entra un sueño insoportable. Pensar en Carla es lo que me saca de esa vagancia. Saco una libretica. El bolígrafo que me dio ella con el logotipo, la dirección y el sitio web de nuestra empresa. Me abstraigo.
Oh Dios
no existe el norte para los desdichados,
estos mismos hambrientos que aún no conocen la Amazonía
tampoco han visto esas piernas,
los inconformes,
los de la vuelta entera, aquellos que regresaron
sin preguntar si esto había cambiado,
los arrepentidos (o en un futuro inmediato) ni existe ella para los del sur,
ni yo para Carla, ni ella misma.
A veces quedan peor. Los agrupo en una carpeta dentro del escaparate. Los mejorcitos se los han ido comiendo las cucarachas. Necesito comprar veneno o mandar los poemas a un concurso.
Me levanto rumbo al torno. A esta hora es mejor no hacer mucho porque empiezan a salir mal las cosas. Como el día que me corté el anular de la mano izquierda. Para ser más exacto, el dedo del anillo de bodas que Carla nunca me regalará. Nada más y nada menos que ese.
Hora 3 peeme:
Miro aburrido a mí alrededor. El taller sigue sucio y monótono. Los míos trabajan mientras conversan. Yo aprieto el ►. Los veo gesticular con la voz de Kurt Cobain, de Roger Waters, de Chris Cornell. Y se ven cómicos, se ven inmensos. ¡Vivan los míos, cojones!
Aparece Rosa con unos papeles en la mano. Seguro son las actas de las reuniones del sindicato. O los encubrimientos de la rendición de cuentas. O reservaciones de campismos del Litoral Norte. Me mira. A veces me muestra la lengua y otras me vira la cara. Es la edad, la comprendo. Recuerdo cuando me hacía café. El mejor que he probado.
Después pasa la jefa. “La calidad es esencial para el desarrollo de la exportación”, leo en aquella pared a sus espaldas. Siempre encuentra algo mal hecho en mis piezas. Me grita que pase por su oficina. Urgentemente.
Los míos se burlan como Robert Plant o como el flaco Lennon. Me aplauden como los fanáticos del Royal Albert Hall o de la Plaza de la Revolución. Y yo les agradezco que existan o bostecen mientras me alejo. Que se sientan un poco orgullosos de conocerme y de permitirme pertenecer a sus mundos. Inundarlos con mi egocentrismo. Dejarles usar mis frases. Mi manera de ver las cosas. De criticarlas si eso les sirve de algo. Y que se diviertan porque la vida solo da para eso y para mucho menos.
Apago el aparato. El concierto se termina con una foto fija de Carla detrás de un cristal. Filtro en sepia congelando su rostro y su adrenalina. Luego se diluye con la distancia. Carla me ve pasar frente a ella. Sabe lo que pasa y mucho más. Le levanto los hombros por las causas y los azares. Por sus ojos sé que está molesta. ¿Y qué le voy a hacer?
Hora 4 peeme o el sexo es lo mejor:
La jefa abre las piernas como el Aleph se le abrió a Borges. Aleph vs. Vagina. Borges vs. Yo. Pelea ampliamente ganada.
Veo el populoso mar, veo el alba y la tarde. El mar que da miedo. El mar de los vómitos, el asesino, ese que ha derribado todas las cortinas. Veo las Canarias inundada de turistas asiáticos. Al Real Madrid perdiendo el campeonato 2 a 3 frente al Manchester United y los hooligans de fiesta asesinan a dos comunistas búlgaros. La torre Eiffel y a miles de franceses bebiendo té con galletas mientras sincronizan sus relojes a la hora exacta. La hora que murió Cristo. El minuto real de las hormigas. El segundo mortal de las palabras. El final de esta, mi historia. Aquel muro de Berlín. Y de este, el nuestro. Y los Alpes, el Danubio, el Mar haciéndose el Muerto. Jerusalén y los judíos sin ponerse de acuerdo que territorio ocupar. El Tah Majal, la Muralla China y los elefantes de la India. El renacer de Nagasaki e Hiroshima y tantas personas repitiéndose en los rostros. Mujeres y hombres con el mismo rostro. El mismo pensamiento. Yo igual a todos. Todos igual a mí. De nuevo el inmenso mar donde nace el Rey Sol. El puente invencible de San Francisco, el gran Cañón del Colorado, el Popocatépetl, Chichén Itzá y sus piernas cerrándose.
Me suplica que la haga venirse con la babita colgando de la comisura de sus labios. La siento contraerse, le pregunto si es verdad lo que me dice su hija y apretar mi cabeza, entre sus últimos gemidos responde que sí, aguanta los gritos y sin estar seguro de que ese hijo sea mío, me sonrío de la posibilidad y del orgullo. Y me muerde el pecho y araña mis nalgas y escupir mi cara y arrancarme cabellos y golpearme el abdomen y presionar mi yugular. Y la escucho maldecirme y llorar. Y volver a llorar. Llorar.
Solo me besa antes de dejarme ir.
Hora 5 peeme:
Salgo del taller convencido de ser muchas veces muy feliz. Feliz de verdad porque pido poco. Si papá me viera. Si mamá estuviese. Wish they were here. Ahora solo pienso en tomar café.
Compro una caja de cigarros en la bodega del Rafa. Algunos vegetales para equilibrar la dieta. También café en el solar de Mariela. Recojo el Granma en casa del Maraca y de paso, vacilo un poco a su mujer cuando viene a saludarme con el tin de café con demasiada azúcar. Y debatimos los tres un poco de los precios. De la inflación. Y de otras cosas que tampoco se hablan. Les pregunto por su amigo el Poeta, ese que le censuraron aquella novela sobre la isla que estaba rodeada de arena, como en un desierto. Ella interrumpe con lo de presentarme a su hermana mayor. De salir juntos a algún lugar. ¿Un cabaret o una disco temba? Maraca se pone celoso. Él me conoce bien y por eso le pide cualquier bobería de la cocina. Cualquier cosa para evitar que sea ella quien me despida en la puerta y el beso con la mejilla sudada y sabe Dios que otra cosa.
Llego a casa. Casa amelcochada casa. Me quito los zapatos en la sala. El pulóver en el comedor. Las medias en la cocina. El pantalón en el cuarto. Las evidentes ventajas de vivir solo. Preparo café. La vecina le grita a Elenita que suba. Si yo fuera el padrastro de ella quizás su madre no se alterara tanto. No tendría tiempo.
Me pongo un cigarro apagado en los labios (ver hora 7 aeme). Me tomo un vaso de café. Siempre dejo un poco para más tarde.
Enciendo el televisor. Abro el periódico. Compruebo que no haya errores en las deportivas. Industriales perdió (ver Hora 10 y media peeme).
Hora 6 peeme o la soledad:
Tocan la puerta. Cuando vives solo no te joden tanto. Miro por el ojo mágico. Me da lo mismo si viene a repartir efectos electrodomésticos o si vienen a aniquilar mosquitos o los testigos de Jehová o si viene el mismísimo Jesús. Quienquiera que sea, me reservo el derecho de admisión. No contesto.
Me quito el calzoncillo. ¿Adam como vino a la tierra o la tierra se jodió con Adam? Me pongo frente al espejo. Y este soy yo. Sin bañarme soy otra persona (comparar con posibilidades después de un baño, Hora 7 aeme). Puedo ser Mick Jagger, Steven Tyler, Eric Cartman o simplemente otro Alain. Un otro YO.
Escucho nuevamente los gritos de mi vecina. Si yo fuese su marido no estaría tan molesta.
Recuerdo a Rosa. Aquel café se me cuela en la memoria y tengo una erección. Dios mío Carla, qué buenas nalgas tienes, esa manera de moverte y tú madre, tan buena como tú. Y las imagino desnudas. Las veo moverse a las tres. Rosa con sus piernas llena de moretones y su tatuaje arrugado. Las tetas inmensas y galopantes de mi jefa sin jeans. Carla, ¡ay Carla! con sus muslos de yegua, sus teticas pequeñitas de gelatina de fresa y casquitos de guayaba, flan y turrón de maní. Si papá me viera. Carla muerde a Rosa en la espalda y en el tatuaje gastado mientras yo me entretengo entre los pechos de la jefa. Me bailan las tres. Luego se disputan mi cosa. Cada lengua con su propuesta y sus labios, la saliva, los dientes.
El semen lo recojo con la página de las internacionales. Me limpio con las nacionales. Las envuelvo en las culturales. Luego leo la página de las deportivas nuevamente. Mi equipo perdió coño.
Hora 7 peeme o la monotonía:
Saco comida del refrigerador. Si fuese miércoles o domingo tendría que cocinar. Preparo ensalada y le añado limón, aceite y una pizca de pimienta negra molida. El ritual incluye recordar la sopa y los postres de mi madre.
Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Comer solo es lo más solitario del mundo. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Yo diría que incluso lo más aberrado. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Y que además, uno está a un paso del suicidio. Mastico. Trago. Mastico. ¡Qué mierda vivir solo! Mastico. Trago. Agua. Agua. Agua.
Me levanto. Friego todo para no acumular los trastos.
Escucho a la vecina gritarle a Elenita: báñate bien, vístete con esta ropa, cómete todo, mira la televisión, no me grites. Si yo fuese el hombre de esa casa no se gritara tanto. No habría tiempo.
Hora 8 peeme:
Enciendo el televisor. El noticiero promete nuevas novedades. Me tiro en el piso. Así repleto, estas losas se sienten más frías.
Mientras escucho me limpio las uñas. Excepto la de mi anular de la mano izquierda (ver Hora 2 peeme o la poesía) e inevitablemente pienso en Carla.
Y de tanto lo mismo y de Carla, me quedo dormido.
Hora 8 y cuarto peeme o el cansancio:
Shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhh, shhh, shhh, shhhh, shhh, shhhh, shhhh …
Hora 10 y media peeme:
Me despierto. Lo peor es que nunca recuerdo si soñé con algo.
Recojo los zapatos. El pulóver en el comedor. Las medias en la cocina. El pantalón en el cuarto. Saco el último poema de un bolsillo (leer 2 peeme o la poesía) y lo guardo en la carpeta dentro del escaparate. Ahora soy un neoecologista por lo de alimentar a las cucarachas con poesía.
Hago algunas planchas y abdominales. A ver si los míos siguen diciendo que estoy loco. Eso a veces no me conviene: la vecina vino y preguntó si lo que dicen en mi trabajo es verdad. Quizás, sí. Me gritó asqueroso, aberrado, sádico. Me golpeó la cara. Me prohibió hablar con Elenita. Y no quiere que le arregle la antena. Ni le destupa el inodoro. Ni piropos.
Cuando termino los ejercicios, me preparo para una ducha. Si mi equipo perdió, no me baño hasta mañana. Si hubiese ganado, me doy una ducha al instante (ver lo que incluye una ducha hora 7 aeme). Un baño evita ensuciar las sábanas, la almohada. Si me bañara y me parara desnudo frente al espejo sería un nuevo Alain. Un nuevo YO.
Hora 11 peeme o mi propia ciudad:
Me pongo la walk-man. Aprieto el ►.
Voy a la ventana del cuarto. Desde aquí, esta Habana parece del primer mundo. Tiene sus edificios altos. Sus sirenas atravesando las avenidas. Tiene sus víctimas en los conciertos de rock, sus prostitutas baratas, sus doctores regresando a casa, sus policías corruptos, los semáforos sin funcionar, algunos vegetarianos, los anuncios lumínicos, sus periodistas buscando información falsa, los asesinatos encubiertos, sus propias artistas pornográficas, los supuestos disidentes, las playas contaminadas, una mortalidad infantil más baja, los mejores estadistas. Yo la descubro in fraganti. Así, sin secretos.
Saco otro cigarro apagado (ver hora 7 aeme).
Me acuesto sobre la cama. Mi techo es otra ciudad maldita. Mi propia ciudad del primer mundo. Otro lugar con cielo nocturno, luna y smog. Tiene Carlas, Rosas, jefas con jeans apretados, vecinas gritonas con hijas Elenitas. Tiene imbéciles que la observan sin participar desde una cama con sábanas de flores amarillas. Fanáticos a la oscuridad. Los que creen aún en el amor. Los ególatras. Los solitarios sin futuro. Los traumatizados.
Pienso en la altura de mi ventana. El desastre de sangre y órganos. Demasiado para esta mierda. Miro las pastillas. El lote vencido desde hace más de año y medio. Las cuchillas oxidadas. Lo de siempre.
Me aburro y me quedo dormido. Nuevamente.
Hora 2 aeme o las pesadillas y los sueños:
Despierto sobresaltado. No importa si es bueno o malo. Es mejor no recordarlo.
Voy a la cocina. Tomo un vaso de agua. Regreso al cuarto y me asomo a la ventana. La ciudad no pierde su encanto. Ni siquiera después de tanto tiempo. Después de tanta vida que es la misma mierda. Pongo la alarma para las 6 aeme. Coloco dos tylenol sobre la mesita, por si pasa lo de todos los días.
Hora 7 aeme:
No falla. Mi vecina le grita a Elenita que mire antes de cruzar, que se apure y llegue temprano. Me pregunto porque no la acompaña hasta la escuela y así no me despierta.
Me levanto. El dolor de cabeza es solo cuestión de la hora anterior. Justificación para las sábanas de flores amarillas. En la radio hablan de más muertos en el Medio Oriente. Nuevas resoluciones para el control de los narcóticos. Subió medio grado la temperatura en nuestro Golfo mexicano. La extinción de una mariposa nocturna.
Reviso mi cosa entre las piernas. Calculo la erección matutina. No hay marcas de decadencia. Más bien añoranzas de mujeres que hace rato no la visitan: Rosa, la jefa, Carla.
Preparo café. El primer cigarro apagado. La misma estrategia de hace dos meses para dejarlo. Me dijeron: «si no paras con el café, no podrás con la nicotina». Yo digo que sí. El café no pienso abandonarlo. Un vaso de café solo para mí y dejo un poco para antes de irme.
Me doy un baño siempre que no me haya bañado la noche anterior (ver Hora 10 y media peeme). Una ducha incluye afeitarme, cagar, enjabonarme y usar champú. Después de eso soy otra persona. Puedo ser Brad Pitt, Axl Rose o Christopher Reeves teñido de rubio antes del accidente o simplemente un nuevo Alain. Un nuevo YO.
Hora 8 aeme:
Me visto frente al espejo. Eso evita equivocarse con los botones del pantalón. Evita ponerse el mismo pulóver de ayer. Me lanzo un guiño. Un beso y un abrazo. Y algo de colonia, desodorante, pintalabios, delineador y sombra. Nada, eso es jodiendo.
Salgo hacia el trabajo sin desayunar. Caminando son treinta y cinco minutos. En transporte público casi más de una hora. Los lunes, martes y jueves voy caminando. Miércoles y viernes en guagua. A veces, simplemente voy toda la semana a pie.
Caminando, es inevitable mirar a las muchachitas de secundaria que vienen despuntando, a las madres de las niñas que todavía no debo mirar, a las tembas y a las viejas. Les detallo sus movimientos de insinuación. Las sayas cortas, las contracciones del cuello y el agarre de las manos. Las várices en los muslos. Los pellejos de los antebrazos y la cara. Las vacilo completicas sin que se den cuentan. Ellas no me miran, nunca lo hacen. Pero eso no me importa.
Hora 9 aeme o marcar la tarjeta:
Los miércoles y viernes la tarjeta amanece con una línea roja. Hay semanas que no. A veces pienso que eso tiene alguna relación con el transporte público. Pero son solo paranoias.
Saludo a los míos. A la jefa con su jeans apretado. A Rosa. A Carla, ¡mi madre! cada día más buena. Les brindo a los míos un cigarro, que es parte también de la estrategia para dejarlo. Me pongo el overall. El walkman sobre la cintura. Me despido de todos con la mano antes de dejar de escucharlos. De la jefa, de Rosa, de Carla. Me despido como si me fuese a un viaje al extranjero. A Sao Paulo tal vez, a Liverpool o mejor, a El Cairo.
Hora 9 aeme y media o música eterna:
Aprieto el ►. El ruido del torno frente a mí, desaparece. Suenan ritmos diferentes. Tanta vida. Virtuosismo. Majestuosidad. Tanto Emerson, Lake & Palmer, Pink Floyd, Led Zeppelin. Suspiro porque me pregunto cómo se pudo lograr esa música. Eso sin tecnología digital. Sin tantas mierdas. Pura bomba, puros cojones.
Recuerdo mi adolescencia. Y puede que suene Nirvana, Pearl Jam o Stone Temple Pilots. Y esa locura tan deliciosa, tan mía. Aquel lugar en el centro de los conciertos. Las madrugadas en los parques o junto al mar. Y las anfetas. Las pastillas. La marihuana. Los amaneceres con cualquier mujer. Solo pidiendo que el sol no atacara nuestra intimidad de cuerpos tendidos bajo cualquier árbol podado de la Avenida de Los Presidentes. Ni la mano oculta de Allende apareciera para aprovecharse. Ni que Juárez batiera su bandera para avisar a las huestes al acecho de sexo.
Me tocan a la Hora 11 aeme para merendar. Me niego.
Las noches de invierno sin importarme el granizo. Solo el sexo. Solo lamer y humectar los sexos. Violentar y reconstruir sexos. Marcar y desmarcar. Desarma y sangra. Fito y Charly susurrando desamores. Y tanta poesía, tanta pasión por esta mierda que es la vida. Y pienso en mi madre que se fue hace tiempo. Agarro la pistola. Sin pedirle permiso a esta mierda que es la vida. Sin pedirme perdón. Apunto a un punto en el vacío. Un agujero que me adelanto a adivinar en esa pared rasgada. Bang… bang... bang y retiro el índice del aquel hierro.
Me llaman para descansar los diez minutos que me tocan a la Hora 12 meridiano. No y no. Me pierdo igual que aquellos días cuando conocí la muerte. Y a Dios. La mente ya no es capaz de soportar estas guitarras. Vuela y regresa. Lejos.
Hora 1 peeme:
Apago el walk-torno-man. Vamos a almorzar. Los míos empiezan con el relajo que si estoy loco. Eso me ayuda: Rosa vino y me preguntó si era verdad lo que decían los míos. Le respondí que sí. Estuve varios meses con ella hasta que vino la jefa con su jeans apretado. Me preguntó si era verdad lo que decía Rosa de mí. Asentí. Entonces me llevaba a casa en su carro. Estuve con ella año y medio hasta que Carla empezó a trabajar. Me preguntó si era verdad lo que decía su mamá. Por supuesto, sí, claro. Estuve cuatro meses con la muchachita hasta que la jefa, que es su madre, la del carro y el jeans apretado, se enteró.
Por casualidad Carla siempre se sienta junto a mí. Su cuerpo es muy caliente. Demasiado como para convivir en paz. Dios mío, Carla.
La jefa no me quita los ojos de encima. Rosa tampoco. Hay noches (ver Hora 2 aeme o las pesadillas y los sueños) que sueño con las tres en una cama. Y es realmente fantástico. Pero demasiado para esta mierda.
Acaricio a Carla por debajo de la mesa. Ella me limpia la grasa de los labios con sus dedos. Tengo una erección. Se lo comento y ella sonríe. Me pone la mano donde el overall está levantado. Mira a ambos lados y presiona. «Eso me excita», dice. «¿A quién no?», le pregunto. Demasiado como para comer en paz. Y se levanta sin terminar el almuerzo. Y sin dejarme disfrutar más.
Hora 2 peeme o la poesía:
Después de reposar me entra un sueño insoportable. Pensar en Carla es lo que me saca de esa vagancia. Saco una libretica. El bolígrafo que me dio ella con el logotipo, la dirección y el sitio web de nuestra empresa. Me abstraigo.
Oh Dios
no existe el norte para los desdichados,
estos mismos hambrientos que aún no conocen la Amazonía
tampoco han visto esas piernas,
los inconformes,
los de la vuelta entera, aquellos que regresaron
sin preguntar si esto había cambiado,
los arrepentidos (o en un futuro inmediato) ni existe ella para los del sur,
ni yo para Carla, ni ella misma.
A veces quedan peor. Los agrupo en una carpeta dentro del escaparate. Los mejorcitos se los han ido comiendo las cucarachas. Necesito comprar veneno o mandar los poemas a un concurso.
Me levanto rumbo al torno. A esta hora es mejor no hacer mucho porque empiezan a salir mal las cosas. Como el día que me corté el anular de la mano izquierda. Para ser más exacto, el dedo del anillo de bodas que Carla nunca me regalará. Nada más y nada menos que ese.
Hora 3 peeme:
Miro aburrido a mí alrededor. El taller sigue sucio y monótono. Los míos trabajan mientras conversan. Yo aprieto el ►. Los veo gesticular con la voz de Kurt Cobain, de Roger Waters, de Chris Cornell. Y se ven cómicos, se ven inmensos. ¡Vivan los míos, cojones!
Aparece Rosa con unos papeles en la mano. Seguro son las actas de las reuniones del sindicato. O los encubrimientos de la rendición de cuentas. O reservaciones de campismos del Litoral Norte. Me mira. A veces me muestra la lengua y otras me vira la cara. Es la edad, la comprendo. Recuerdo cuando me hacía café. El mejor que he probado.
Después pasa la jefa. “La calidad es esencial para el desarrollo de la exportación”, leo en aquella pared a sus espaldas. Siempre encuentra algo mal hecho en mis piezas. Me grita que pase por su oficina. Urgentemente.
Los míos se burlan como Robert Plant o como el flaco Lennon. Me aplauden como los fanáticos del Royal Albert Hall o de la Plaza de la Revolución. Y yo les agradezco que existan o bostecen mientras me alejo. Que se sientan un poco orgullosos de conocerme y de permitirme pertenecer a sus mundos. Inundarlos con mi egocentrismo. Dejarles usar mis frases. Mi manera de ver las cosas. De criticarlas si eso les sirve de algo. Y que se diviertan porque la vida solo da para eso y para mucho menos.
Apago el aparato. El concierto se termina con una foto fija de Carla detrás de un cristal. Filtro en sepia congelando su rostro y su adrenalina. Luego se diluye con la distancia. Carla me ve pasar frente a ella. Sabe lo que pasa y mucho más. Le levanto los hombros por las causas y los azares. Por sus ojos sé que está molesta. ¿Y qué le voy a hacer?
Hora 4 peeme o el sexo es lo mejor:
La jefa abre las piernas como el Aleph se le abrió a Borges. Aleph vs. Vagina. Borges vs. Yo. Pelea ampliamente ganada.
Veo el populoso mar, veo el alba y la tarde. El mar que da miedo. El mar de los vómitos, el asesino, ese que ha derribado todas las cortinas. Veo las Canarias inundada de turistas asiáticos. Al Real Madrid perdiendo el campeonato 2 a 3 frente al Manchester United y los hooligans de fiesta asesinan a dos comunistas búlgaros. La torre Eiffel y a miles de franceses bebiendo té con galletas mientras sincronizan sus relojes a la hora exacta. La hora que murió Cristo. El minuto real de las hormigas. El segundo mortal de las palabras. El final de esta, mi historia. Aquel muro de Berlín. Y de este, el nuestro. Y los Alpes, el Danubio, el Mar haciéndose el Muerto. Jerusalén y los judíos sin ponerse de acuerdo que territorio ocupar. El Tah Majal, la Muralla China y los elefantes de la India. El renacer de Nagasaki e Hiroshima y tantas personas repitiéndose en los rostros. Mujeres y hombres con el mismo rostro. El mismo pensamiento. Yo igual a todos. Todos igual a mí. De nuevo el inmenso mar donde nace el Rey Sol. El puente invencible de San Francisco, el gran Cañón del Colorado, el Popocatépetl, Chichén Itzá y sus piernas cerrándose.
Me suplica que la haga venirse con la babita colgando de la comisura de sus labios. La siento contraerse, le pregunto si es verdad lo que me dice su hija y apretar mi cabeza, entre sus últimos gemidos responde que sí, aguanta los gritos y sin estar seguro de que ese hijo sea mío, me sonrío de la posibilidad y del orgullo. Y me muerde el pecho y araña mis nalgas y escupir mi cara y arrancarme cabellos y golpearme el abdomen y presionar mi yugular. Y la escucho maldecirme y llorar. Y volver a llorar. Llorar.
Solo me besa antes de dejarme ir.
Hora 5 peeme:
Salgo del taller convencido de ser muchas veces muy feliz. Feliz de verdad porque pido poco. Si papá me viera. Si mamá estuviese. Wish they were here. Ahora solo pienso en tomar café.
Compro una caja de cigarros en la bodega del Rafa. Algunos vegetales para equilibrar la dieta. También café en el solar de Mariela. Recojo el Granma en casa del Maraca y de paso, vacilo un poco a su mujer cuando viene a saludarme con el tin de café con demasiada azúcar. Y debatimos los tres un poco de los precios. De la inflación. Y de otras cosas que tampoco se hablan. Les pregunto por su amigo el Poeta, ese que le censuraron aquella novela sobre la isla que estaba rodeada de arena, como en un desierto. Ella interrumpe con lo de presentarme a su hermana mayor. De salir juntos a algún lugar. ¿Un cabaret o una disco temba? Maraca se pone celoso. Él me conoce bien y por eso le pide cualquier bobería de la cocina. Cualquier cosa para evitar que sea ella quien me despida en la puerta y el beso con la mejilla sudada y sabe Dios que otra cosa.
Llego a casa. Casa amelcochada casa. Me quito los zapatos en la sala. El pulóver en el comedor. Las medias en la cocina. El pantalón en el cuarto. Las evidentes ventajas de vivir solo. Preparo café. La vecina le grita a Elenita que suba. Si yo fuera el padrastro de ella quizás su madre no se alterara tanto. No tendría tiempo.
Me pongo un cigarro apagado en los labios (ver hora 7 aeme). Me tomo un vaso de café. Siempre dejo un poco para más tarde.
Enciendo el televisor. Abro el periódico. Compruebo que no haya errores en las deportivas. Industriales perdió (ver Hora 10 y media peeme).
Hora 6 peeme o la soledad:
Tocan la puerta. Cuando vives solo no te joden tanto. Miro por el ojo mágico. Me da lo mismo si viene a repartir efectos electrodomésticos o si vienen a aniquilar mosquitos o los testigos de Jehová o si viene el mismísimo Jesús. Quienquiera que sea, me reservo el derecho de admisión. No contesto.
Me quito el calzoncillo. ¿Adam como vino a la tierra o la tierra se jodió con Adam? Me pongo frente al espejo. Y este soy yo. Sin bañarme soy otra persona (comparar con posibilidades después de un baño, Hora 7 aeme). Puedo ser Mick Jagger, Steven Tyler, Eric Cartman o simplemente otro Alain. Un otro YO.
Escucho nuevamente los gritos de mi vecina. Si yo fuese su marido no estaría tan molesta.
Recuerdo a Rosa. Aquel café se me cuela en la memoria y tengo una erección. Dios mío Carla, qué buenas nalgas tienes, esa manera de moverte y tú madre, tan buena como tú. Y las imagino desnudas. Las veo moverse a las tres. Rosa con sus piernas llena de moretones y su tatuaje arrugado. Las tetas inmensas y galopantes de mi jefa sin jeans. Carla, ¡ay Carla! con sus muslos de yegua, sus teticas pequeñitas de gelatina de fresa y casquitos de guayaba, flan y turrón de maní. Si papá me viera. Carla muerde a Rosa en la espalda y en el tatuaje gastado mientras yo me entretengo entre los pechos de la jefa. Me bailan las tres. Luego se disputan mi cosa. Cada lengua con su propuesta y sus labios, la saliva, los dientes.
El semen lo recojo con la página de las internacionales. Me limpio con las nacionales. Las envuelvo en las culturales. Luego leo la página de las deportivas nuevamente. Mi equipo perdió coño.
Hora 7 peeme o la monotonía:
Saco comida del refrigerador. Si fuese miércoles o domingo tendría que cocinar. Preparo ensalada y le añado limón, aceite y una pizca de pimienta negra molida. El ritual incluye recordar la sopa y los postres de mi madre.
Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Comer solo es lo más solitario del mundo. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Yo diría que incluso lo más aberrado. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Mastico. Trago. Mastico. Mastico. Trago. Agua. Mastico. Y que además, uno está a un paso del suicidio. Mastico. Trago. Mastico. ¡Qué mierda vivir solo! Mastico. Trago. Agua. Agua. Agua.
Me levanto. Friego todo para no acumular los trastos.
Escucho a la vecina gritarle a Elenita: báñate bien, vístete con esta ropa, cómete todo, mira la televisión, no me grites. Si yo fuese el hombre de esa casa no se gritara tanto. No habría tiempo.
Hora 8 peeme:
Enciendo el televisor. El noticiero promete nuevas novedades. Me tiro en el piso. Así repleto, estas losas se sienten más frías.
Mientras escucho me limpio las uñas. Excepto la de mi anular de la mano izquierda (ver Hora 2 peeme o la poesía) e inevitablemente pienso en Carla.
Y de tanto lo mismo y de Carla, me quedo dormido.
Hora 8 y cuarto peeme o el cansancio:
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Hora 10 y media peeme:
Me despierto. Lo peor es que nunca recuerdo si soñé con algo.
Recojo los zapatos. El pulóver en el comedor. Las medias en la cocina. El pantalón en el cuarto. Saco el último poema de un bolsillo (leer 2 peeme o la poesía) y lo guardo en la carpeta dentro del escaparate. Ahora soy un neoecologista por lo de alimentar a las cucarachas con poesía.
Hago algunas planchas y abdominales. A ver si los míos siguen diciendo que estoy loco. Eso a veces no me conviene: la vecina vino y preguntó si lo que dicen en mi trabajo es verdad. Quizás, sí. Me gritó asqueroso, aberrado, sádico. Me golpeó la cara. Me prohibió hablar con Elenita. Y no quiere que le arregle la antena. Ni le destupa el inodoro. Ni piropos.
Cuando termino los ejercicios, me preparo para una ducha. Si mi equipo perdió, no me baño hasta mañana. Si hubiese ganado, me doy una ducha al instante (ver lo que incluye una ducha hora 7 aeme). Un baño evita ensuciar las sábanas, la almohada. Si me bañara y me parara desnudo frente al espejo sería un nuevo Alain. Un nuevo YO.
Hora 11 peeme o mi propia ciudad:
Me pongo la walk-man. Aprieto el ►.
Voy a la ventana del cuarto. Desde aquí, esta Habana parece del primer mundo. Tiene sus edificios altos. Sus sirenas atravesando las avenidas. Tiene sus víctimas en los conciertos de rock, sus prostitutas baratas, sus doctores regresando a casa, sus policías corruptos, los semáforos sin funcionar, algunos vegetarianos, los anuncios lumínicos, sus periodistas buscando información falsa, los asesinatos encubiertos, sus propias artistas pornográficas, los supuestos disidentes, las playas contaminadas, una mortalidad infantil más baja, los mejores estadistas. Yo la descubro in fraganti. Así, sin secretos.
Saco otro cigarro apagado (ver hora 7 aeme).
Me acuesto sobre la cama. Mi techo es otra ciudad maldita. Mi propia ciudad del primer mundo. Otro lugar con cielo nocturno, luna y smog. Tiene Carlas, Rosas, jefas con jeans apretados, vecinas gritonas con hijas Elenitas. Tiene imbéciles que la observan sin participar desde una cama con sábanas de flores amarillas. Fanáticos a la oscuridad. Los que creen aún en el amor. Los ególatras. Los solitarios sin futuro. Los traumatizados.
Pienso en la altura de mi ventana. El desastre de sangre y órganos. Demasiado para esta mierda. Miro las pastillas. El lote vencido desde hace más de año y medio. Las cuchillas oxidadas. Lo de siempre.
Me aburro y me quedo dormido. Nuevamente.
Hora 2 aeme o las pesadillas y los sueños:
Despierto sobresaltado. No importa si es bueno o malo. Es mejor no recordarlo.
Voy a la cocina. Tomo un vaso de agua. Regreso al cuarto y me asomo a la ventana. La ciudad no pierde su encanto. Ni siquiera después de tanto tiempo. Después de tanta vida que es la misma mierda. Pongo la alarma para las 6 aeme. Coloco dos tylenol sobre la mesita, por si pasa lo de todos los días.