LA (DÉCIMO)QUINTA COLUMNA: –ENTREVISTA EXLUSIVA VIA E-MAIL CON PIA MC HABANA.

"Pia McHabana" fue una imprescindible colaboradora de la revista Cacharro(s). Años después aún no desea revelar su identidad, y accedió a la siguiente entrevista (en verdana-diez-negrita, como quiso) conservando su raro seudónimo. Aprovechamos la oportunidad para reiterar que hace unos días dijimos quién fue "Rebeca Duarte", la otra columna de la revista.

Fueron dos años intensos, alegres, y donde no dejamos de sentir miedo. Nada del otro mundo, como decía mi abuela, pero hicimos lo nuestro a tiempo y sonrientes (sí, ya citamos a Silvio [y hasta podemos escucharle], sin complejos de ningún tipo).

jaad.


Lunes de post-revolución, por Orlando Luis Pardo. Entrevista a Pia Mc Habana.

"Ni lo intentes con ella", me dijo un viejo revistero cubano a quien respeto a pesar de su fijación con el realismo nacional, hoy ya retirado de la censura y la edición: "esa tipa es un rencor digital" (frase rulfiana, por lo demás).

Primero me le acerqué por e-mail. Le escribí a su vieja dirección de cacharro_s@yahoo.com y enseguida obtuve un reply. Aunque nunca ha cargado el blog, la tentó enseguida la idea de publicar en algo llamado Fogonero Emergente ("E-mergente", prefiere escribirlo ella). Como condición, dejó claro a priori tres puntos: 1) Pia Mc Habana no se escribe con "y" ni no forma parte de ninguna generación homónima ni yorónima; 2) Pia Mc Habana cree que estos son los anteprimeros y no los "penúltimos días" del premier y del país; 3) serían sólo 10 in(ter)venciones.

Debo reconocer que manipulé sin escrúpulos el nombre de Jorge Alberto Aguiar Díaz (JAAD), ex-coordinador del proyecto Cacharro(s), para lograr que ella aceptara esta entrevista a ciegas, sin mirarnos nunca la cara (no têt-à-têt, sino texte-à-texte), pues viajar en pleno verano de Lawton (yo) a Santa María del Rosario (ella) no es trivial ("es-tival", concordó conmigo).

En cualquier caso, desde un inicio el ju(e)go de la comunicación fluyó bien. Muy bien. Así que, ante todo: agradecido como un perro, Pia Mc Habana (1959-2004). Ritmo hesicaústico, podemos empezar.

1. OLPL: Tu muerte en el expediente 4 de la no-publicación Cacharros(s) sacó de paso hasta al poeta José Kozer. Al tercer año (2007), resucitas entonces con el panfleto "Olvidar Cacharro(s)", en la revista digital 33-y-1/3, dirigida por Raúl Flores desde el barrido Barrio Obrero de San Miguel del Padrón.

1. Pia Mc Habana: El grisquenio 2003-2008 ha sido una enfermedad terminal. Se demostró que una parte del mejor periodismo independiente cubano fue escrito por agentes undercover de la Seguridad del Estado. Hubo fusilamientos express: ready-made & prêt-à-porter. Los ex-presidentes Carter y Castro conferencian en el box del stadium Latinoamericano. La hija narradora del poeta Fernández Retamar gana el premio de cuento Alejo Carpentier sin transgredir una sola norma. Cuba se tambalea al borde mismo de la binacionalidad bolivariana. Los últimos miembros de Diáspora(s) se diasporizan y no se imprime ni un número más. Cacharro(s) surge y muere con la efectividad efímera de una estrella pulsar: dicen las malas lenguas que hay un décimo ex-pediente apócrifo, circulando sin permiso de Jorge Alberto Aguiar Díaz (JAAD). La alta jerarquía de la Iglesia Católica interviene la revista Vitral, a cambio de aún no se sabe qué trapicheo con la Oficina de Asuntos Religiosos del Consejo de Estado (las Pastorales del Cardenal Cubano comparten sus sigilosas siglas con el Partido Comunista de Cuba). Se avistan con descaro OVNIs en la noche cubana. Descubren petróleo y restos de una Atlántida yucateca en la plataforma insular (hay quien la emprende con los celtas precolombinos, otros con las pirámides energizantes, y aún otros con el veneno de alacrán o la baba del noni). Un periodista (Pedro Juan Gutiérrez) escribe el mejor libro de cuentos de la revolución ("Trilogía sucia de La Habana") y un pintor (Raúl Martínez) troca a su autobiografía trunca con la mejor novela histórica ("Yo Publio"). Hubo hasta Reyes Magos españoles de embajadores en Centro Habana. También rótulas y rotores rotos, además de un mosquito entrenado por la CIA. Bastó el dedo índice de Fidel para desviar al huracán Iván (categoría 5) de su trayectoria anti-Cuba: esto ocurrió en vivo ante las cámaras de Cubavisión. Para colmo, se publican en Cuba las novelas morales de José Saramago (como preludio y colofón de su visita de desagravio a la Isla). Armado con unos pocos dólares, un coleccionista de Manhattan arrasa en Matanzas con los libros atesorados durante años de Ediciones Vigía (el hermano vendió al hermano, y el hijo vendió al padre y viceversa). El dengue se hace silenciosamente endémico de nuestro eterno verano, y el HIV se centuplica mientras más tests, cirugías transex, y condones se regalan a nombre de Mariela Castro Espín. Lina de Feria cruza el desierto de Sonora como un personaje de Bolaño, pide asilo político para su poesía perseguida, y resucita en El Vedado al séptimo día (entrevistada por el ángel web de La Jiribilla). ¿Te parece poco, Trompoloco? Parte el alma, primo, y "desfigura el rostro" (como acaso quería Foucault). Mira: no hay nada bizarro en mi muerte de tramoya para compensar tanta desolación de guiñol: tanto disangelio de cartoon-tabla. Desde "El juego de la viola" de Guillermo Rosales, ya sabemos que "a este pueblo le gustan los muñequitos". Además, "¿acaso no matan a los caballos?" ¿Y al Hijo del Hombre, hace 2008 años? ¿Por qué no podría morir y resucitar al tercer año yo? Digamos que fue sólo una inspiración. AOM.

2. OLPL: Una parte de los escritores cubanos afirma que Pia Mc Habana es tu nom de guerre; otros juran que es sólo un nombre tan fortuito y foráneo como los de (salvando las diferencias) Calvert Casey o Souleen dell´Amico.

2. Pia Mc Habana: No. Sí.

3. OLPL: Durante la elaboración de esta entrevista, pude leer fragmentos de tu "novensayo" titulada, un poco a lo Enrique Vila-Matas: Historia portátil de la literatura cubana.

3. Pia Mc Habana: Es la hora de gritar realvolución (realismo al buzón, y despachado por DHL hacia un panteoncito en la luna). Los adalides del realismo cubano, como los héroes del Trópico de Henry Miller, ya están muertos o en trámites de defunción: infuncionales. No es una cuestión de estilos o -ismos que se niegan entre sí a cada generación. Esta vez se trata, por suerte, de un descoyuntamiento constitucional. Una toma de conciencia radical ante el gesto escriturinforme. Hay rashes de escritores e-mergentes que ya van siendo como una bomba de vacío en los años cero. Ni siquiera pueden negar la tradición canónica literaria y sus manipulaciones por el discursograma oficial, porque esta gente ya no sabe leer ad usum. Son caníbanalfabetos. Termitas terminales. Creadores sin credo, un público en diagonal. Por suerte, es casi un milagrio. Ni el menos talentoso de ellos se merece un mamotreto más de literatura literaria. Historia portátil de la literatura cubana abre brechas por ahí. Recuperación de líneas políticas de deseo, con las que dinamitar alegremente nuestros cuerpos sin órganos o corpus texti. Ante esta nueva ola de newrrativa imparable e irreparable, ojalá Historia portátil de la literatura cubana sirva de trampolín y no de trampa. Ah, y no fueron "fragmentos" los que te envié, sino "totalidades intextinas": lo que pasa es que en mi "novensayo" cada todo nombra sólo a una parte (retronimia).

4. OLPL: Nombre nombres, por favor.

4. Pia Mc Habana: "Al delirar, no lo reveles todo", anotó Peter Handke en una página entre 1976 y 1980. (Por entonces yo era una adolescente virgen de entre 17 y 21 años, y hacía piruetas en la coreografía de la "pizarra humana" del stadium Latinoamericano, durante el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.)


5. OLPL: Me interesa en específico el caso de Orlando Luis Pardo Lazo.

5. Pia Mc Habana: Si esta hetero-entrevista está teniendo lugar ahora, no es tanto por tu pensar-escritura narrativo (no he leído tus libros, sólo cuentos sueltos en revistas), como por tu labor de zapa con el e-zine de escritura irregular The Revolution E-vening Post. Cuando se vengan a dar cuenta, ya va a ser muy tarde para reaccionar contigo. Y justo ése es el modus scribendi que yo practico, en el pugilato entre ficción de autor versus ficción oficial. Garrapatear textos anómalos y camaleónicos, en un gesto solemne y silencioso, con una altanería sobrecogedora y una humildad de monja. No pactar paz. Minar terroristamente los territorios a okupar (con k minúscula de kafka). Entrar y salir y ya tener otro rostro, sin rastros de la previa experiencia. O sea: no recargar la nostalgia patológica que ha sido la batería sulfatada de esa carroñita patria conocida como "literatura nacional". Llegado el caso, no ejercer la ficción ni la no-ficción, sino la fricción que genere una fracción. Pedalear y paladear en contra, sin payasadas performáticas de enfant-terrible, sino a través de un destilado proceso de ilegibilidad terminal. Prú de ortiga y gas, más que premios Ortega y Gasset. Una pasta que sirva de postre pútreo a nuestra nueva sigloveintiúmnidad. Ser diáfanos únicamente en la traición a toda tradición: morder cualquier mano que quiera curarte el hábito de la hambruna. Ser un espía que ya no expía nada: un estrambótico Piard lleno de santas intenciones cinematográficas, a la par que una Pía impía, cuyo magisterio sería no involucrarse en misterios de ministerio. Ser la Quinta Columna local y serlo sin culpa, bebé adánica que juega infernalmente con los dientes cariados del Tyranosaurius Rex (que, según el canal Discovery, era sólo un feo animal de carroñas, incapaz de matar). Me interesará el caso específico de Orlando Luis Pardo Lazo, exclusivamente en la medida que seas tú parte de esa Quinta Columna. Reconozco que, al menos en esto, coincido 100% con el Grupo de Análisis del Instituto Cubano del Libro, así como con las Brigadas de Respuesta Cibernética de la Universidad de Ciencias Informáticas (cuna del porno cubano, por lo demás).

6. OLPL: Me dicen que los peritos literarios que analizan la www han tildado a Pia Mc Habana, entre otros peyorativos, de "apocalíptica sin causa", "Pia Machacabana", "obrera sin obra", "Ferminia Gabor sin garbo", "Galimatías Pérez sin coraje para pronunciar su nombre de verdad". Pia Mc Habana parece encabezar algunas "listas negras" cubanas.

6. Pia Mc Habana: Son ases introduciendo carencias edípicas, los muy per(r)itos. Deleuzeanos de lujo, se defienden lo mejor que pueden con sus concepticos de guata robados a Guattari. Por el momento, vale mi velo o mi veleidad. Más que pronunciar mi nombre "de verdad", me interesa pronunciarlo "en verdana" (que es la tipografía de todas mis transfiguraciones digitales, incluida esta entrevista en off). La Verdana es una letrona de caballos. Chea y franca, de gabinete oftalmológico. Fáctica y cacharrosa, donde ciertos signos de puntuación se confunden con las propias letras. Son tipos caotrópicos, fonts feos y eficaces que parecen recortados de un cuaderno de caligrafía disciplinaria escolar. Al respecto, te adelanto que ya está a punto de aparecer mi blog personal llamado justo así: Fonts Verdana (El Anti-Yoaning). Y, para actualización de tu argot, ahora lo que existen son las "listas blancas" cubanas: se negocia con todos y para el mal de todos, y después en la distribución se te aplica la mordaza del best-seller súbito (tus libros vuelan en una semana de las librerías). La única lista negra que conozco la integrarían Alberto Guerra, Rito Ramón Aroche, Tony Armenteros, Domingo Alfonso, Ismael González Castañer, Víctor Fowler, Alberto Abreu, Roberto Zurbano, y demás "afrocubanos".

7. OLPL: Del racismo, la homofobia, y otros demonios argumentales.

7. Pia Mc Habana: Cuidado, cuadrado: te falta sentido del humor. Si cultivas ese detector de horrores, como asesor de cine o televisión podrías llegar muy lejos. Por otra parte, lo gay en literacuba fue demodé antes de nacer. Se lo perdieron todo y ahora ya es muy tarde para intentar un update. Tampoco es mi campo de acción, sino el de los especialistas en paleoestética. Ay, y no viene al caso pero debo desplantarlo ahora aquí: la no-vela "En el cielo con diamantes" de Senel Paz, una especie de prediégesis al cuento que devino guión del film "Fresa y chocolate", debiera usarse en kindergarten en los cursos de familiarización con las letras y pre-lectura.

8. 0LPL: Cine o sardina.

8. Pia Mc Habana: Todo el tiempo sordina. El cine cubano también tuvo su oportunidad de ser mejor relato que la escrituronada nacional. Pero se quedó trabado en las conquistas más bien coquetas de Gutiérrez Alea a finales de los sesenta. Después no hizo más que repetir esos gags gastados y ciertos tics nerviosos de lo permisible visual. Hasta el tono de voz de las escenas se fue repitiendo, como un sonsonete o una seguidilla mortal, para no hablar de los encuadres fofos, la edición complaciente, y las caras que obsolescieron en formato celuloide o DVD. Demasiado cine y demasiado poco cinismo. De ahí la intensidad del silencio amateur en algunas excepciones ("Suite Habana" sería sólo la punta del iceberg). De ahí la falta de verosimilitud que expulsó al público lúcido de las salas de cine, y atrajo a un hatillo de masturbaidiotas que ni siquiera eyaculan entre tanda y tanda (te sugiero que releas tu propia columna "Tristes hombres del Chaplin que mil y una vez tumbaron a la revolución cubana y después fueron tan gentilmente tristes que mil y una vez la hicieron sobrevivir", en The Revolution E-vening Post episodio 3 (TREP-3). Y de ahí, también, que nunca coagule una industria fílmica, y que la plagua de las coproducciones casi convierte a Cuba en un plateau de las artes marciales de clase Z: sin contar las comedias (f)iniseculares y la sonrisa chichí de Jorge Perugorría. En todo caso sardina. Y fuera de Cuba es bochornosamente peor. En ninguna variante cine.

9. OLPL: El cambio, el cambio: ra-ra-rá, eeeh...!

9. Pia Mc Habana: Tópico típico antes que utópico. Si te precias de intelectual cubana, más temprano que tarde tendrás que responder a ciertos lugares comunes: como la cuestión del cambio. Allá voy, pues. Sensu strictu, ya no podrá haber cambio ninguno (entendido como un nuevo discurso predominante capaz de maquinar el futuro): no hay consenso creativo ni entre en los políticos ni en las grandes masas. Es decir, técnicamente ya no hay políticos ni grandes masas. Cuba, paradójicamente, tras décadas de monolitismo totalitario, ha caído en una burbuja de excepción lingüo-individualista. Mírame a mí. Los eventos, como las personas, se acumulan desconectados y amnésicos: es lo que los cubanólogos aún no se atreven a llamar como "pérdida del significante nacional" (signo ciguato). En principio, esto no tiene nada que ver con falta de patriotismo, que bien puede seguir potencialmente por los cielos (de hecho, una guerra sería parte de la solución para recuperar la verticalidad social de la lengua). El exilio pos-1959 podría interpretarse entonces como un entrenamiento avant la lettre: la diáspora como fase inicial de la diálisis. Más allá de los años cero, independientemente del destino del ALBA cha(u)vista, Cuba será un estado absoluto de no-narración. Cualquier expresión colectiva será ridícula y falaz. De ahí la importancia de irse fugando ya de todo conato estructural de poesía y ficción. Columpiarse acaso en las columnas. De alguna manera, estamos llamados a un vanguardismo forzoso: dar testimonio de la gran implosión estática que sobrevendrá (cataclismo sin cambio), una suerte de caída de las torres hermanas pero no gemelas.

10. 0LPL: Gracias otra vez, Pia Mc Habana, a nombre mío y de los lectores de "Fogonero Emergente".

10. Pia Mc Habana: De nada por ti y por ellos: literalmente "de nada" les va a servir ni a ti ni a ellos, si cada cual no echa ahora su propia leña al fogón.


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Abilio Estévez: ''En Cuba se restaurará la democracia''

Cierra con 'El navegante dormido' (Tusquets) una trilogía que repasa 50 años de castrismo en la isla donde nació.

Con su nueva novela, el escritor cubano, que reside en Barcelona, cierra el ciclo que empezó con Tuyo es el reino, su mayor éxito, y Los palacios distantes. Ahora, el autor reúne a una familia que espera, en 1977, la llegada de un terrible ciclón en un caserón de una aislada playa cubana.

--¿Significa el ciclón un cambio?
--No me gusta responder a esta pregunta. Es inducir al lector.

--¿Qué es un ciclón para usted?
--(Risas). Un ciclón es una gran destrucción. Era un niño la primera vez que vi un ciclón y entonces estaba loco por ver uno. Fue terrible. Nunca más quise ver otro.

--¿Es este un libro de expiación?
--De alguna manera, sí. Quise sacar cosas que había en mí; sentimientos encontrados y todo el rencor que pudiera haber.

--¿Lo ha contado todo o se ha guardado algo?
--No, no lo saqué todo; no por autocensura ya que ese no es el problema. Hay que dejar estímulos para otros libros.

--Con este libro cierra usted una trilogía en la que repasa casi medio siglo de castrismo. ¿Aprecia cambios en la isla?
--Uno importante: la figura de Fidel Castro ha pasado a un segundo plano. Que eso no ha desembocado en los cambios con la rapidez que la gente esperaba también es cierto. Quizá yo no lo vea, pero en Cuba se restaurará la democracia, habrá un proceso inevitable de restauración.

--¿Y habrá una cuarta novela?
--No, esta trilogía ya cierra un periodo sobre La Habana, sobre determinado encierro, sobre determinado miedo. Creo que, más o menos, yo ya he dicho lo que pienso sobre eso.

--Firma el libro entre Barcelona y Mallorca.
--Mi hermano vive en Mallorca y estoy pensando en irme a vivir allí. Ahí está mi madre y mi familia y aquí me siento un poco solo.

--Se va a otra isla...
--Mallorca es muy diferente: te montas en un avión y en media hora estás en el mundo. La primera vez que salí de Cuba tenía 33 años y para mí conocer mundo era una energía obsesiva.

--La familia del libro desea ver.
--Sí, ese deseo de huir, de ver cómo es el mundo es la obsesión que tienen todos estos personajes.

--¿Ver y regresar?
--A estas alturas, ya no sé si me gustaría vivir en La Habana. Me agoté.

--Escribe usted sobre una familia que intenta mantenerse unida, pero que no puede. ¿Es un libro autobiográfico?
--Mi familia trató de mantenerse unida y lo consiguió durante bastante tiempo; prácticamente hasta la salida de mi hermano. Después empezaron a salir primos hacia Estados Unidos y se produjo la misma ruptura que en otras familias cubanas.

--Ya tiene pensado el próximo libro.
--Ya está en marcha.

--¡Es incansable! Siga, siga.
--Ocurre en Barcelona. Risas. Ya el cambio es notable. Es de un cubano que está en Barcelona.

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Concierto de Porno Para Ricardo

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La desconfianza en la posteridad, Elías Canetti



Selección y traducción de José María Pérez Gay

1956

La mayor parte de los hombres —dijo él— no son sino esclavos de una antigua desdicha que desconocen.

* * *

Mi biblioteca —miles de volúmenes que me propongo leer— crece diez veces más rápido de lo que puedo leer. He intentado hacerla crecer para que sea como un universo en el cual encuentre todo. Pero este universo crece de manera caótica y vertiginosa. Se encuentra en una expansión constante, siento su crecimiento en mi propio cuerpo. Todo libro nuevo que coloco en sus estantes provoca una pequeña catástrofe universal. Sólo cuando los libros nuevos parecen ordenarse entre los otros, y por un momento desaparecen, vuelve la quietud.

* * *

Hoy leí bien a Maquiavelo. Por primera vez me atrapó realmente. Leo sus libros con frialdad y sin amargura. Me llama la atención que Maquiavelo estudie el poder del mismo modo como yo estudio a las multitudes: consideramos el objeto de nuestro estudio sin prejuicios. Las ideas de Maquiavelo nacen de su trato personal con los poderosos y de sus lecturas. Lo mismo puede decirse, mutatis mutandis, de mi proyecto. Como todo individuo de nuestro tiempo, conozco toda la variedad de las multitudes. En una lectura sin fin, intento obtener una idea de las multitudes lejanas y cercanas. Debo leer mucho más que Maquiavelo: su pasado es la antigüedad, Roma sobre todo. Mi pasado abarca todo lo que implica un conocimiento. Pero creo que lo leemos de la misma manera: dispersos y concentrados al mismo tiempo. Las manifestaciones semejantes las descubrimos por todas partes. Por lo que se refiere a las multitudes, no tengo los prejuicios de antes: no son buenas ni malas, sencillamente están ahí, eso es todo. Me resulta insoportable la ceguera conque hemos vivido frente a ellas. Si no estuviese interesado en el estudio del poder, tendría una relación más limpia con Maquiavelo. Aquí se cruzan nuestros caminos de una manera más íntima y complicada. Para mí, el poder es todavía el mal absoluto. Y sólo desde esa perspectiva puedo estudiarlo. Si leo a Maquiavelo, mi enemistad con el poder se adormece. Pero se trata de un sueño ligero, del cual siempre despierto a gusto.

* * *

Yo no he descubierto a mis poderosos en la ancha avenida de los ejércitos. Cuanto más se menciona a un hombre poderoso, tanto más difícil me resulta acercarme a él. Desconfío de la posteridad que se funda en acciones pretéritas, pero sobre todo desconfío del éxito. Las obras de los grandes personajes —sus textos— las puedo examinar como las obras de cualquier persona. ¿Pero cómo examinar acciones pasadas? Sólo existe la prueba de las opiniones en torno a los hechos. No les rehuyo. Pero no les creo, ni los admiro.

* * *

A los vivos que conocemos bien siempre tenemos algo que reprocharles; a los muertos siempre les agradecemos que no nos prohíban el recuerdo.

* * *

Julio César me inquieta: lo increíble de sus acciones. Presuponen siempre que no tenemos nada contra el hecho de asesinar.


* * *

Ahora, ¿vivo menos ese pasado porque sólo lo contemplo a distancia? ¿Vivo todo esto de un modo diferente? Nunca me he cuidado de los otros hombres ni los he evitado. Me dejo llevar muy lejos por los otros, pero siempre bajo una condición: que no deba matarlos. Puede parecer una actitud religiosa, yo la encuentro humana. Pero es un autoengaño si esperamos encontrar esa actitud en los otros. Uno debe tener la fuerza de verlos tal como son. Mi cobardía comienza cuando aparto la vista. Por eso me acabo los ojos leyendo, por eso me acabo los oídos escuchando.


* * *

¿La persona que no asesina puede conseguir algo? Hay sólo un poder más poderoso que matar: resucitar a los muertos. Me consumo por ese poder. Por él daría todo, hasta mi propia vida. Pero no lo tengo, por eso no tengo nada.


Julio César, que indultó a muchos, sabía también de ese poder. Así se explica su furia cuando le informan del suicidio de Catón.


* * *


Por la tarde, leyendo el Julio César de Plutarco, sentí un verdadero placer por el asesinato. Cuando los conjurados se le van encima, cuando uno tras otro hunden los puñales en su cuerpo, cuando él intenta escapar a sus cuchillos como un "animal salvaje", sentí una suerte de excitación jubilosa. No le tuve la menor lástima. La ignorancia de este animal monstruoso e inteligente no me ablandó. Por su ceguera irremediable, Julio César pagó un poco de su culpa a todos aquellos que atrapó deslumbrándolos.


* * *

Los sistemas conceptuales me interesan tan poco que a los cincuenta y cuatro años no he leído seriamente ni a Aristóteles ni a Hegel. No sólo me son indiferentes: desconfío de ellos. No puedo aceptar que, antes de haberlo conocido, el mundo les haya parecido descifrable. Cuanto más riguroso y consecuente su pensamiento, tanto más grande la deformación del mundo que construyeron. En realidad, quiero ver y pensar de nuevo. No hay en esta actitud tanta soberbia como pudiera creerse, sino una pasión indestructible por el hombre, una fe creciente en su riqueza.


¿Qué pienso del libro que he terminado? Se lee bien, quizá cada vez mejor. No estoy insatisfecho. Me espanta y me conmueve el tiempo que invertí en él. Si fuese un libro entre cinco o seis más, ¡qué orgulloso me sentiría! Para la mitad de una vida es muy poco.

Pienso en la extraordinaria Cartuja de Parma. Dentro de cien años, ¿seré capaz de hacer feliz a un solo individuo?

Creo que a nadie admiro tanto como a Stendhal, es el único a quien envidio. Si yo no fuese yo, sería idéntico a él. Por primera vez he imaginado otro nacimiento y, si lo veo bien, todo por amor a Stendhal.

¿Qué quiere decir esto realmente? Quiere decir que deseo salir de la piel de mi obra, que he llevado mis ideas demasiado tiempo conmigo y que ahora se han convertido en mis huesos. Soy un chamán o una roca en el paisaje australiano. Sin embargo, estoy vivo y mi deseo más ardiente es transformarme.

Cesare Pavese es mi estricto contemporáneo. Pero él comenzó a trabajar antes y, hace diez años, se suicidó. Su diario es una suerte de hermano gemelo del mío. Pavese se dedicó a la literatura. Yo, en cambio, le di poco tiempo. Pero llegué antes que él a los mitos y a la etnología. El 3 de diciembre de 1949, ocho meses antes de su muerte, Pavese anota en su diario:

Tengo que encontrar:

W. H. I. Bleek y L. C. Lloyd

Specimens of Bushman Folklore

Londres, 1911.

Contiene las historias de las madres y de la luna —el mundo mágico de los cazadores, cosas y animales verdaderos— de época auriñaciense.

Desde 1944, hace dieciséis años, este libro se encuentra en mi poder. A veces he pensado que se trata del libro más importante que conozco. Aunque si se tratara de encontrar el libro que reúna las cosas más desconocidas, sería sin duda el libro más importante. Sigo aprendiendo en él, todavía no lo acabo. Este libro, que Pavese buscaba poco antes de su muerte, es nuestro territorio común y me gustaría dárselo.

El 14 de marzo de 1947, Pavese escribe: "Hemingway es el Stendhal de nuestro tiempo".

La frase me aterró y me indignó. Acaso haya algo de cierto en ella, pero estoy bastante irritado para juzgarla. Me indigna que alguien sea capaz de formularla, como si el misterio de Stendhal, la fuente de su grandeza, se diluyera en un manifiesto americanismo. Pavese quedó a merced de los Estados Unidos de América, yo no. Pavese se define como un escritor moderno, yo no. Yo soy un español, un antiguo español contemporáneo.

Es extraño: me siento muy semejante a Pavese. No conozco nada más que sus diarios. Me siento tan semejante a él que una afirmación inesperada como ésta puede molestarme profundamente.

Tengo la impresión de que Pavese sucumbió por una mujer estadunidense:

26 de abril. Miércoles.

Es verdad que en ella no está sólo ella, sino también toda mi vida pasada, inadvertida preparación —América, la contención ascética, la intolerancia de las pequeñeces, mi oficio. Ella es la poesía, en el más literal de los sentidos. ¿Es posible que no se haya dado cuenta?

Si veo bien las cosas, hasta ahora me escondí de los Estados Unidos de América. La única influencia americana real ha sido Edgar Allan Poe, a quien leí desde temprano, acaso cuando tenía veinte años. En esto no soy diferente a muchos escritores del siglo xix —Hemingway se me resbaló como agua.

Los diarios de Pavese corren, de 1942 a 1950, paralelos a los míos. Ningún paralelismo ha despertado tanto mi asombro. Ahora debo reunir mis apuntes antiguos y escasos y darles un cierto orden. Antes de 1942, yo tampoco estaba: mudo, sólo menos decidido.

Debes leer también a tus contemporáneos. Uno no puede alimentarse sólo de raíces.

A todos les hablaste mucho y largo tiempo de lo mismo. Por ese entonces nadie podía ver nada, porque nada existía. Por ese entonces todos te creyeron. Ahora todos tienen en la mano un libro. ¿Deben ahora creer en algo?

¿Cómo olvidarse de una obra así? ¿Cómo borrar sus huellas? Es como si fuera un acto terrible. No se lo quita uno de la cabeza. Tú puedes ocultar largo tiempo todo lo que tiene que ver con esa obra, pero es como si estuvieras cubierto de insectos por todas partes. Dentro, afuera, es una y la misma plaga.

Quizá deberías inventar una nueva historia de tu vida. Tú mismo, pero todo diferente de lo que fue. Otros lugares, otro origen. Inventa la más increíble historia de tu vida, busca todo lo que no existió. De este modo puedes eludir los cien caminos que te han llevado y te llevan a esa obra. ¿Acaso has nacido también en otro tiempo? ¿Acaso es suficiente con otro lugar?

Necesito chamanes nuevos. Antepasados nuevos. Destinos nuevos. Recuerdos nuevos.

Me encuentro satisfecho con mi nuevo hermano, con Pavese. Aunque esta satisfacción no debería presentarse muy a menudo. Uno aprende sólo de esas personas que son diferentes a nosotros mismos. En cambio, nos calmamos con nuestros semejantes.

Necesitas un ejército de termitas que carcoman por dentro todos tus compromisos y tus obligaciones.

Los diarios de Pavese: todas las cosas que me ocupan cristalizan en esas páginas de otro modo. ¡Qué dicha! ¡Qué liberación!

La preparación de su muerte: nunca abusó de ella, nunca la magnificó. Su muerte parece como un acto natural, pero ninguna muerte es natural. Pavese mantiene su muerte como un acto privado, nunca es ejemplar. Nadie quiere matarse, porque Pavese se mató.

Y sin embargo ayer por la noche, cuando quise morir en mi más profunda humillación, volví a las páginas de sus diarios y él murió por mí. Es difícil creerlo: por su muerte yo nací hoy de nuevo. Podría seguir la pista de este acontecimiento misterioso. Pero no quiero hacerlo. No quiero tocarlo. Quiero ocultarlo.

Pascua, 1960.

Un día cálido como de verano. Un día de sur. Un domingo lleno de individuos indolentes en el calor. Leo aquí y allá, en éste y en aquel idioma: anteayer Demócrito, ayer Juvenal, hoy Montaigne, hace unos días poemas de Tasso. No tengo ni rabia ni ansiedad. Hablo con personas que encuentro por accidente. Desde que el libro se publicó, reina el silencio total. Primero estaba sorprendido, acaso un poco intranquilo, ahora me habita el silencio y soy feliz. No voy a ninguna parte, no sé dónde comenzar. Aguardo el rayo y la voz poderosa. No me he liberado de todo lo que escribí hasta ahora. Ningún recuerdo me seduce, ninguna meta me llama. A veces lamento que mi alma no se haya vestido con el idioma inglés. Aquí he vivido veintidós años. Escuché a muchas personas que me hablaban en el idioma del país, pero nunca los escuché como si fueran escritores, sólo las entendí. Mi propia desesperación, mi asombro y mi delirio nunca se sirvieron de palabras inglesas. Lo que sentí, lo que pensé y dije, lo escribí en palabras alemanas. Cuando me preguntaron por qué era así, siempre tuve razones convincentes. El orgullo fue la más importante, el orgullo en el que creía.

Hoy me seduce la idea de comenzar una vida en un nuevo idioma. Amo el lugar donde vivo más que cualquier otro. Me resulta tan familiar como si hubiese nacido aquí. A fuerza de ser un eterno extranjero, soy el más auténtico de sus habitantes. El divorcio entre esta patria y mi soliloquio es perfecto.

Stendhal ha llegado a ser tan importante, que cada cinco o seis meses regreso a sus páginas. No me refiero a una obra en especial, sino a frases que conservan su respiración. A veces leo veinte o treinta páginas y creo que viviré eternamente. Tengo frente a mí todas sus obras y, con un terror increíble, me digo que Stendhal murió a los cincuenta y nueve años.

Stendhal tenía la cabeza llena con cosas de la "cultura": pinturas, libros, música. Muchas han llegado a ser tan importantes para mí como lo eran para él. Más todavía: me resultan indiferentes o repugnantes y dulces, pero lo importante es sólo la manera en que Stendhal se llenaba de esos temas. De cualquier cosa obtiene algo que se parece a él. Quizá sólo así puedo consolarme de estar habitado por bárbaros y religiones, pues sólo así sería posible que ellos llegaran a ser una parte de mí mismo. Canova o Fritz Wotruba —el azar del nacimiento juega un papel secundario. La pasión con la que nos adueñamos de las cosas, y la pasión con la que nos distanciamos de ellas, es todo lo que importa.

La desventaja de las religiones: siempre hablan de las mismas cosas. Acaso ésta sea una de las razones por las que espíritus tan vivos como Stendhal nunca quisieron escuchar nada de religión.


1962

¡Cuántas personas has visto en esta semana! Los cinco historiadores de Berlín. La actriz italiana de Australia. El joven judío de Nueva York, que adoraba a Isaak Babel. El editor con la voz más potente de Inglaterra. La madre del fallecido Otter. El peluquero secreto de Abruzen. El caballero de Veza, que lloraba. El pianista chino y su esposa, hija del gran violinista. Kafka, que pudo detenerse en Frankfurt para encontrar a una prima. Fueron muchas personas, muchísimas. Y sin embargo, cuando estás solo contigo mismo, sientes que te ahogas.

Los nombres son las palabras más enigmáticas. Una intuición que desde hace mucho tiempo me persigue, y que todos los años me provoca un enorme desasosiego, me dice que descifrar la esencia de los nombres equivaldría a descubrir la clave de los acontecimientos históricos.

Así como la traducción de los antiguos escritos de culturas desaparecidas significó traerlas de nuevo a la vida, la explicación de los nombres equivaldría a encontrar la auténtica ley de lo que los hombres hicieron y padecieron.

El doloroso agotamiento de los números, que comenzó con el mismo Pitágoras, no sería nada si lo comparamos con la explicación de los nombres. El agotamiento de los números sería pobre y limitado en sus efectos.

Está claro que todos los mitos dependen de sus nombres. El nombre está todavía fresco en el mito. El nombre se agota por su constante multiplicación en las religiones. Las religiones universales no son sino el más grande agotamiento de los nombres; pero aun en su depuración más radical, los nombres siguen dependiendo de ellas. El pensamiento matemático, que se transformó poco a poco en el poder científico de los hombres, consiste en la renuncia de los nombres; se les elimina del pensamiento, se piensa sin ellos.

El nombre, que logra en los mitos un aumento de su fuerza, sirve más tarde de catalizador de uniones.

El nombre como raíz, el nombre como recipiente.

Los nombres que tienen poco peso específico; globos que ascienden rápidamente en las alturas. Los nombres pesados que retienen en el suelo a su falso dueño.

Los nombres pares que forman sus masas dobles.

Los nombres de las criaturas son tan increíbles como importantes. La idea de que, al principio de la creación, las cosas fueron nombradas es el primer deslinde, un camino que lleva a la verdadera naturaleza de los nombres. El nombre de una persona que murió temprano, que sólo llevó el nombre por un momento, es en esencia diferente al nombre de un viejo que se llamó así por muchos años. Nombres hambrientos y satisfechos. La fama repentina de nombres hambrientos. La fama de nombres satisfechos decae muy pronto.

Aprender otra vez a hablar. A los cincuenta y siete años aprender no un idioma nuevo, sino aprender de nuevo a hablar. Tirar por la borda los prejuicios, aunque al final no nos quede nada. Leer otra vez los grandes libros, no importa si los leímos o nunca los leímos. Escuchar a la gente sin dar consejos, sobre todo a la que nada tiene que enseñarnos. No reconocer jamás a la angustia como un medio para la realización. Combatir a la muerte sin proclamar el combate. En una palabra: valor y justicia.

Sin darse cuenta, la persona que estudia el poder se contagia. A no ser que pueda olvidarse a sí mismo, nadie puede olvidar el poder.

Anteayer, por la noche: Sonia. Su historia como una historia de Grimmelshausen. El padre, un terrateniente húngaro de Eslovaquia. La madre, una mujer judía, tuvo tres hijas (de las cuales sólo conozco a Enid y a Sonia). El padre estaba siempre en su biblioteca. Las conversaciones con Sonia —la hija más fuerte— durante la última parte de la guerra. Su certidumbre de la catástrofe. El padre envió a dos hijas a la ciudad de Budapest. Sonia estudió economía agrícola en la Universidad de Altenburg. La última visita a la casa de sus padres. Poco después le prohibieron regresar. La última tarjeta postal de sus padres: "Viajaremos en camión rumbo a Komorn". Sonia supo entonces que estaba en peligro. Se lo dijo un estudiante judío y con pasaporte falso. Ella reclamó entonces a las autoridades su documentación y la obtuvo. En los documentos se mencionaba a sus abuelos judíos. El estudiante judío, atento y cordial, la acompañó. Primero llegaron a Komorn, donde buscó a sus padres. El fotógrafo del lugar era —le dijeron— el único que sabía su destino. Sonia buscó al fotógrafo en su negocio y lo encontró vestido con el uniforme militar. Le preguntó por su padre:

—¿El barón Weiss? —respondió el fotógrafo—. Sí, me acuerdo muy bien de él, partió hace cuatro días.

Mucho tiempo después, Sonia llegaría a saber lo que sucedió. El fotógrafo era el responsable de la selección de las personas durante las deportaciones. Antes de partir, separaron a los "intelectuales" de los trabajadores manuales. Sus padres pertenecían al grupo de los "intelectuales". En realidad, a ellos se les quería regresar a casa, pero no contaban con un camión ni, mucho menos, un vagón de ferrocarril. Dentro del grupo de los "intelectuales" separaron después a los judíos. Su madre era judía. El padre le dijo a su esposa:

—No tengas miedo, viajaremos juntos.

—Si quiere usted viajar con su esposa, ¡adelante! —dijo el fotógrafo.

El fotógrafo recordaba al barón Weiss porque no era judío y, a pesar de todo, estaba dispuesto a viajar con los judíos. Unos días más tarde, separaron a los hombres de las mujeres —el padre llegó a Flossenburg, donde trabajó día y noche. En diciembre de 1944, los guardias lo mataron a golpes. La madre, demasiado débil para trabajar, llegó al campo de Ravensbruck. El 12 de enero de 1945, la señora murió en una barraca.

Sonia y el estudiante abandonaron al fotógrafo y viajaron rumbo a Budapest. Al llegar al pueblo más cercano, ella escuchó gritos y lamentos en la calle. Sin saber por qué, se sintió muy mal, sufrió vómitos y mareos. Le dijeron que los gritos eran de los judíos que estaban deportando. Quiso buscar entre ellos a sus padres. El estudiante la apartó del grupo:

—No tiene sentido. Tus padres partieron hace cuatro días —le dijo.

Ella lo sabía. Pero no podía soportar la idea de que sus padres pasaran frente a ella rumbo a la deportación. El estudiante la acompañó hasta Budapest, la dejó en casa de su hermana.

Unos meses más tarde, alguien le dijo que necesitaban una camarera en el castillo de la archiduquesa Stephanie, la viuda de Rudolf, el príncipe heredero. La archiduquesa, una dama de ochenta años de edad, se había casado con un miembro de la familia Lonyai. Desde hacía unos años, la anciana habitaba en el castillo de Orosvar. Su "Alteza real" quería emigrar a Suiza: necesitaba una camarera que hablara idiomas y que, además, pudiera establecerse en el extranjero. Sonia se presentó ante Stephanie. La anciana no entendió por qué deseaba el trabajo. Sonia le confió su historia y la archiduquesa la protegió.

—No soy antisemita —le dijo.

Una semana después Sonia comenzó a trabajar, se convirtió en la recamarera de la anciana. Pero los ejércitos alemanes habían ocupado la mayor parte del castillo de Orosvar. Sonia debía pasar por la guardia todos los días.

—¡Esa mujer no es una recamarera! —gritó el oficial de guardia.

Sonia, simulando no entender el idioma alemán, pasó las revisiones diarias. Con entrega y paciencia, la archiduquesa le enseñó a comportarse como una camarera, pero sólo a los cinco días, cuando Sonia se despojó de la peluca que traía, se volvió imprescindible en su trabajo. Las dos mujeres prepararon el viaje a Suiza con todo detalle. Una mañana, la anciana sufrió un ataque cardiaco y el proyecto de emigrar se hizo polvo. Un médico militar alemán atendió a su alteza durante la convalecencia. El médico le preguntó a Sonia:

—Usted no es una recamarera. ¿Quién es usted? ¡Quiero ayudarle!

Sonia le contó su historia. El médico afirmó que los oficiales alemanes del castillo hablaban de ella y decían que era una judía prófuga.

—Sólo puedo ayudarte si aparentas ser mi amante —le dijo.

Sonia aceptó. El se portó como un caballero. Unas semanas más tarde, le confesó su amor. El médico, de cincuenta años de edad, estaba casado y tenía hijos, pero no se entendía con su esposa. Cuando las tropas rusas se acercaron, los alemanes abandonaron el castillo. El médico le dijo a Sonia que si aceptaba casarse con él más tarde, permanecería a su lado. Los dos hablaron mucho, amorosamente, sobre este punto y llegaron a una conclusión: él no debía permanecer en Hungría. Sonia, en medio de una gran confusión, se quedó sola en el castillo.

Cuando los ejércitos rusos llegaron, un sacerdote católico, un benedictino que vivía en el castillo, llamó a todas las mujeres para encerrarlas entre las cuatro paredes de su capilla y, de ese modo, protegerlas de los soldados rusos. Pero Sonia debía quedarse al lado de su Alteza. Los rusos escucharon que en el castillo vivía una archiduquesa y quisieron verla. Aguardaban su llegada en cualquier momento, y al sacerdote se le ocurrió que Sonia podía esconderse entre los edredones. Sonia se metió en la cama y apretó su cuerpo contra la pared. Los oficiales rusos desfilaron ante su alteza, uno tras otro saludaron respetuosos a la anciana, la miraban con pasmo y curiosidad. Mientras los rusos saqueaban el castillo de Orosvar, no tocaron nada en la recámara de la archiduquesa. El sacerdote los recibió y les hizo los honores. Los rusos no vieron en él a un enemigo. No perseguían ni a los aristócratas ni a los sacerdotes húngaros, buscaban sólo soldados alemanes y, si se embriagaban, mujeres.

Cuando los soldados abandonaron la recámara de la enferma, Sonia creyó que había salvado la vida. Sin embargo, al caer la noche un soldado ruso, borracho, gritó desde el patio del castillo:

—¡La recamarera está escondida en la cama de la archiduquesa!

El soldado subió a la alcoba. Sonia se hundió en la cama y se apretó más contra la pared, escuchó que el soldado se acercaba y, de pronto, sintió que le quitaban los edredones de la cama. Una ametralladora le apuntó en la cara. Bajo los efectos de la conmoción, Sonia olvidó todo lo que había sucedido, olvidó también el nombre del médico militar alemán y, en los diecisiete años que han transcurrido desde entonces —se ha roto la cabeza intentando recordar ese nombre, pero no lo ha logrado.

Sonia se incorporó y siguió al soldado ruso que le apuntaba con la ametralladora. Tenía sólo una alternativa: entregarse o morir. Sonia comenzó a luchar con el soldado. De pronto se oyó el toque de llamada desde el patio del castillo. El soldado la dejó y salió corriendo por el corredor. Los rusos podían saquear y maltratar a las mujeres, pero cuando oían el toque de llamada obedecían al instante, porque de lo contrario los fusilaban. Así, Sonia salvó su vida. "Un milagro" —dijo el sacerdote. Y era cierto.

Sonia permaneció todavía unas semanas en el castillo. La salud de la archiduquesa Stephanie se deterioraba rápidamente. El sacerdote le compró entonces un caballo. Sonia se puso en camino y cabalgó cuatro días hasta Budapest. Durante esos cuatro días, el precio del caballo se multiplicó. Al llegar a la ciudad vendió el caballo. Tuvo mucha suerte, porque dos horas después no lo hubiera vendido. La venta les permitió vivir seis meses a sus dos hermanas y a ella.

Hasta aquí escuché su historia. Me hubiera gustado saber más, pero ya era muy tarde. Yo tenía que retirarme y Sonia irse a dormir. Aunque los colores desaparecieron de la historia, aquí resumí lo más importante. Si encuentro a Sonia en París, espero escuchar más.

Las historias verdaderas que nos cuentan son falsas. Por el contrario, las historias falsas tienen por lo menos la oportunidad de llegar a ser verdaderas.

1964

A un hombre se le muere su esposa. Ahora no tiene a nadie. Conoce a una mujer joven que vive lejos, a casi un continente de distancia. Todas las noches le llama por teléfono. Hablan, conversan largamente. No quiere hablar con nadie más, no le interesa hablar con los que están a su lado. Cada vez que en la distancia habla con la joven, renace la esperanza en la muerta. No puede hacer nada de día y sólo espera la noche. Cuando un error dificulta el enlace telefónico, o cuando llama y ella no ha llegado a casa, él se hunde en la desesperación más profunda. Sólo ella puede calmarlo, pero desde la distancia. Cuando la ve, no sabe quién es. Le dice todo y habla horas con ella. Tiene las cenizas, las fotografías y las cartas de la muerta, y sabe que la mujer joven no es su esposa. La voz en el teléfono es más joven, de otro país. Nunca las confunde. La conoce tanto como ella se conoce a sí misma. Sus estados de ánimo le son tan familiares como los propios. La escucha, le contesta, la espía, le cuenta. Cuando ella duda o no tiene nada que decir, se enoja y la amenaza. No es fácil decir cómo la amenaza. Porque cuando le dice que no le hablará en los próximos días, ambos imaginan la amenaza.

No quiero caer en el descrédito de los adjetivos. Los adjetivos son el lado oriental de Proust, el placer por las piedras preciosas. No me interesan, pues admiro todas las piedras. Las piedras más hermosas representan "la nobleza" de Proust, sus personajes. Mi "nobleza" la constituyen los desconocidos del origen, los hombres de la jungla, Aranda, las tierras del fuego, Ainu. Mi "nobleza" la constituyen todos aquellos que viven en y por los mitos, sin los cuales estarían perdidos (ahora casi todos están perdidos). La sociedad en la que Proust encontró su camino, su snobismo, era la manera de vivir y conocer el mundo. A mí no me interesa. Ese mundo sólo me interesa por él o Saint-Simon.

Ayer, el relato de la joven alemana que buscaba los restos de su padre. Su madre, su hermano y un amigo se trasladaron del norte de Alemania hacia Roussillon, rumbo a Collioure, en la frontera española. En febrero de 1945, su padre combatió en esas tierras, cayó en manos del enemigo y, al final del año, murió. El padre no tuvo noticias de su familia, ni su familia de él. A finales de 1946, la madre recibió una tarjeta con una sola palabra: "fallecido". Unos cuatro años después, desde París les enviaron su cartera con unas tarjetas —donde algunas veces escribió algo— y un pedazo de metal. El padre había mandado grabar el nombre y la fecha de nacimiento de su hija en ese pedazo de metal. Ella tenía entonces nueve años. A principios de 1957, los cuatro se trasladaron a Collioure y encontraron a uno de los guardianes de la prisión. Más adelante, al norte de Perpignan, encontraron el cementerio donde están sepultados quinientos prisioneros de guerra alemanes. Ahí estaban su tumba y su nombre. El padre no había salido jamás de Alemania. Lo que más lejos llegó fue a Baviera. Un día caminó con su esposa hasta la montaña Zugspitze. Su cautiverio fue el único viaje que hizo al extranjero, al sur.

La joven alemana tiene ahora un niño de once meses. Ha escondido en su casa el pedazo de metal donde el padre grabó su nombre. Apenas se atreve a ver la pieza, la esconde tan bien que, de pronto, olvida el lugar donde la puso y esa incertidumbre la hunde en una angustia mortal. Luego busca la pieza por toda su casa, la encuentra y la vuelve a esconder.

1965

La inspiración platónica en Cervantes es interesante sólo cuando, sin proponérselo, se transforma en una fuerza negativa. Si las ideas se transforman en un delirio, entonces se despojan de la costra, del tufo rancio y de su falsedad —que una larga tradición literaria les imprimió. La grandeza de Don Quijote no es sino su naturalidad: la idea y el ideal como un delirio que se siente y se palpa con todas sus consecuencias. Si bajo esas circunstancias parece una obra ridícula o no, poco importa: eso no es lo decisivo. A mí me parece profundamente serio.

La moral en Cervantes no es sino su desesperado intento de entenderse con las circunstancias mortificantes de su vida —adaptarse a las convenciones oficiales de los poderosos de su tiempo. Cervantes procura siempre el triunfo de la virtud, su conducta es la conducta de un cristiano. Por fortuna, la sustancia, la angustia de su vida verdadera es tan grande que ninguna actitud conformista pudo ahogarla.

Siento una gran ternura por Cervantes: él sabe más que la opinión común y corriente de su época cuya hipocresía quizá no entiende, pero nos la deja entender sin dificultad. Le admiro su extensión en el espacio: el destino que en tantas ocasiones le mostró su rostro adverso, le dio espacios en lugar de disminuírselos. Me gusta que se le haya reconocido tarde y que, a pesar de este retraso o por él mismo, él no haya perdido la esperanza. A pesar de todas las falsificaciones de la vida que Cervantes se permite en sus historias "ejemplares", ama la vida tal como es.

Aquí radica, creo yo, el único criterio de la creación épica: conocer el aspecto más aterrador de la vida y, a pesar de todos los pesares, amarla apasionadamente; amarla sin desesperarse, porque ese amor es inviolable en la desesperación. No está encadenado a una fe, pues nace de la pluralidad de la vida, de sus cambios insospechados, sorpresivos, milagrosos e imprevisibles. Para quien acosa a la vida y no puede dejarla, la vida se le convierte más tarde en cientos de criaturas nuevas, extrañas y asombrosas. Y para quien sigue acosando incansable a esas cien criaturas, la vida se las convierte en otras mil nuevas e irrepetibles.

La gente importante y superior en las novelas de Cervantes no es menos importante que la gente de Shakespeare. Sin embargo, es delicioso disfrutar en Cervantes a los jóvenes de las "altas esferas" cuando se escapan, por lo menos un par de años, a los "bajos fondos". El joven noble que por amor se transforma en un gitano (sólo que su amada no es, por desgracia, gitana); o el joven que elige la libertad y, después de tres años, regresa sin que sus padres sospechen siquiera dónde estuvo realmente. Si ellos lo llegaran a saber, ¡qué mentiras no les contaría para irse otra vez! El amor de Cervantes por la vida de la gente "baja": conoce a esa gente tan bien sólo porque desea ser reconocido. A la gente "alta" la describe tan insoportablemente alta, sólo porque debe adular a quienes pueden ser sus mecenas. Pero hay algo más que adulación: a Cervantes le gustaría ser uno más de esa gente. ¿Debe uno considerar como una fortuna que le haya ido tan mal en la vida?

En realidad, nadie puede saberlo. La influencia de la calamidad en la imaginación es diferente en cada persona. Sin conocer bien a una persona, nadie puede saber si existieron muchas o pocas calamidades en su vida, si aumentaron o disminuyeron su imaginación.

La riqueza de Stendhal en sus libros de viajes. Sus afirmaciones apodícticas y sus juicios. Su pasión por características nacionales ficticias y por la gente famosa. Su gran pasión por las víctimas y las mujeres. Su ingenuidad: nunca se avergüenza de sus sentimientos. Su placer por los disfraces, por lo menos el del nombre. A uno le gusta porque lo dice todo. Nunca logra conciliar las cosas con su vanidad. Está lleno de recuerdos, pero no sucumbe frente a ellos. Sus recuerdos tienen la extraña capacidad de no cerrarse. Admira tantas cosas que siempre encuentra algo nuevo. Muchas veces se encuentra dichoso. Sin importar su naturaleza, no se siente culpable de la felicidad. No se gasta en las conversaciones, pues odia los conceptos. Su pensamiento está alerta, pero se mantiene dentro de sus sentimientos. No vive sin dioses, éstos provienen de las esferas más distintas, pero no se le ocurre reunirlos o emparentarlos. Las ciudades sólo le interesan si hay personas en ellas. Una buena historia no puede evadirse. Escribe mucho, pero nunca es superior a lo que escribe. La falta de religión le confiere su levedad.

Stendhal nunca fue mi Biblia, pero fue mi redentor entre los escritores. Nunca leí sus obras completas, ni se me transformó en una obsesión. Pero no leí nada de él sin sentirme claro y ligero. Nunca fue mi ley, pero fue mi libertad. Cuando estaba a punto de ahogarme, encontré en él mi libertad. Le debo más que a todos los que me influyeron. Sin Cervantes, sin Gogol, sin Dostoievsky, sin Büchner yo no sería nada: un espíritu sin fuego ni contornos. Pero he podido vivir porque existe Stendhal. El es mi justificación y mi amor a la vida
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Al habla con Paquito D' Rivera


Entrevista de Alexis Romay a Paquito D' Rivera
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Kitchen Budapest: redes sociales, espacio urbano, comunicación móvil...


Animata Jazz Pub



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jazz animal pub

Animata is a cross-platform open source real-time animation
software for live performance developed in Kitchen Budapest
in 2007.
The software makes it really easy to create scenes with
virtual puppets, which can be moved according to live input
signals received from various physical sensors, microphones
or cameras.
This video demonstrates Animata reacting to live audio
input.

Credits:

Bence Samu - video, animation, programming
Peter Nemeth, Gabor Papp - programming
Janos Gardos - graphics
Gabor Csordas - sound


Reverse Shadow Theatre



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Reverse Shadow Theatre

Reverse Shadow Theatre is an installation created with the Animata real-time animation editor.
Wayang Kulit is the indonesian shadow puppet theater, in which finely carved and painted leather puppets move behind a screen making the audiance see their shadows only. In our installation the situation is reversed. The role of the elaborate puppets is emphasized, while the visitor is a mere shadow trying to control the puppets by her movements.

Credits:

Bence Samu - animation, video documentation, programming
Peter Nemeth, Gabor Papp - programming
Agoston Nagy - sounds

Reverse Shadow Theatre and Animata are developed in Kitchen Budapest in 2007-2008



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Paul Veyne, el último Foucault y su moral

Foucault acabó por demostrar una fascinación tan viva por la tradición grecolatina como la de su maestro Nietzsche. La admiración conlleva un candor y una asimetría que suele repugnar a los intelectuales, raza del resentimiento. Me hallé un día, pues, sorprendido de ver a Foucault abandonar su mesa de trabajo para decirme ingenuamente: "¿No encuentras que algunos autores tienen una abrumadora superioridad sobre los demás? Para mí, la .aparición de Edipo ciego, al final de la obra de Sófocles... “Nunca habíamos hablado de Edipo Rey, tampoco de literatura y esa falsa pregunta demostraba una brusca emoción que no requería respuesta. De igual manera, nuestros elogios a la gloria de René Char se limitaban, decentemente, a dos frases. Sin embargo, cuando tuvo que sumergirse en la literatura antigua para escribir sus dos últimos libros, experimentó un sensible placer, que hizo lo posible por conservar, y yo lo oigo aún comentar, con el laco-nismo de rigor, que las cartas de Séneca eran magníficas. Y, en .efecto, hay una cierta afinidad entre la elegancia del individuo Foucault y la que distingue a la civilización grecoromana. En suma, la elegancia antigua ha sido secretamente para Foucault, la imagen de un arte de vivir, de una moral posible; durante sus últimos años, en los que trabajó sobre los estoicos, reflexionó mucho sobre el suicidio: " ... pero, no diré más: si me matara, la gente lo vería bien". Su muerte, como veremos, fue más o menos el equivalente de ello.

Sólo que Foucault tenía de la moral una concepción tan particular, que se plantea el problema: ¿al interior de su filosofía, es posible una moral foucaultiana?

Evidentemente, su proyecto no se presta a renovar la moral estoica de los griegos. En la última entrevista que la vida le permitió, se expresó muy claramente: no se encontrará jamás la solución a un problema actual en un problema que, surgido en otra época, no es el mismo, más que por una semejanza falaz. Él nunca soñó ver, en la ética sexual de los griegos, una alternativa a la ética cristiana, todo lo contrario. No hay problemas análogos a través de los siglos, ni de naturaleza ni de razón; el eterno retorno es también una eterna partida (él amaba esta expresión de René Char) y no existen más que sucesivas valorizaciones. En un sempiterno new deal, el tiempo redistribuye sin cesar las cartas. La afinidad entre Foucault y la moral antigua se reduce a la reaparición moderna de una sola carta al interior de lo dado totalmente diferente; es la carta del trabajo de uno sobre uno mismo, de una estetización del sujeto a través de dos morales y dos sociedades muy diferentes entre sí.

Moral sin pretensión de universalidad. Foucault fue un guerrero, me dijo Jean Claude Passeron, un hombre de la segunda función; un guerrero es un hombre que puede prescindir de la verdad, que no conoce otra cosa que la toma de posición, la suya y la de su adversario, y que tiene la energía suficiente para batirse sin tener que ofrecer razones para tranquilizarse. "Toda respiración propone un reino", escribió también Char. El curso de la historia no implica problemas eternos, ni de esencia ni de dialéctica; no se encuentra, allí, más que valorizaciones que difieren de una cultura a otra tanto como de un individuo a otro; valorizaciones que no son, como él gustaba repetir, ni verdaderas ni falsas: ellas son, ésto es todo, y cada uno es el patriota de sus valores. Lo que es, poco más o menos, lo contrario del fatalismo colectivo tipo Spengler. El porvenir borrará nuestros valores, el pasado de su genealogía sin dinastía los ha rechazado ya, pero eso no im-porta: ellos son nuestra carne y nuestra sangre, así como son nuestra actualidad.

En su primer curso en el año 1983 en el Colegio de Francia, Foucault opuso a una "filosofía analítica de la verdad en general", su propia preferencia "por un pensamiento crítico que tomara la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad". Él llegó ese día a suscribir "esa forma de reflexión, de Hegel a la Escuela de Franckfurt, pasando por Nietzsche y Max Weber". Nos cuidaremos de llevar demasiado lejos esta analogía, más de circunstancia, sin embargo, retendremos dos cosas. Los libros de Foucault son, a la letra, libros de historiador, excepto a los ojos de quienes sostienen que no hay más historia que la interpretativa; pero Foucault no escribió todos los libros como historiador. Porque la historia, en cuanto interpretación, tiene como segundo programa ser un inventario completo. Ahora bien, Foucault no se hizo historiador más que en relación a los puntos donde el pasado encubría la genealogía de nuestra actualidad. En esta última palabra reside su fuerza. No hay relativismo tan pronto como dejamos de oponer la verdad al tiempo o de identificar el Ser con el tiempo: lo que se opone tanto al tiempo como a la eternidad, es nuestra actualidad valorizante. ¿Qué importancia tiene que el tiempo pase y que su frontera borre nuestras valorizaciones? Ningún guerrero se estremece en su patriotismo, por la idea de que, si hubiera nacido del otro lado de la frontera, su corazón latiría por el bando contrario.

La filosofía de Nietzsche, gustaba repetir Foucault, no es una filosofía de la verdad, sino de decir-verdad. Para un guerrero, las verdades son inútiles, más aún, son inaccesibles. Si ellas fuesen dictadas por la semejanza o la analogía de las cosas, podríamos desesperar de conseguirlas, como le sucedió a heidegger en su momento. No obstante, creyendo buscar la verdad de las cosas, los hombres no consiguen sino fijar las reglas según las cuales se tendrá por verdad o falsedad lo que se dice. En este sentido, el saber no está solamente asociado a los poderes, o armado de poder, o poder él mismo a la vez que saber: no es más que poder, radicalmente, porque no se puede decir verdad más que por la fuerza de las reglas impuestas, un día u otro, por una historia donde los individuos son a la vez actores y víctimas. Entendemos por verdades, por lo tanto, no las proposiciones verdaderas a descubrir o aceptar, sino el conjunto de reglas que permiten decir y reconocer las proposiciones tenidas por verdaderas.

Se convendrá que la filosofía del guerrero es más cercana a una filosofía del actor histórico que a una suerte de fatalismo. En 1977, Foucault, en una circunstancia que prefiero olvidar, escribió en Le Monde algo menos olvidable: que las libertades y los derechos del hombre se fundan ciertamente más en las acciones de los hombres y las mujeres decididos a usar el poder y a defenderlo, que en la afirmación doctrinal de la razón o del imperativo kantiano. Hay allí, bien entendido, una denuncia de la sobreestimación de la filosofía: Foucault apenas creía que la práctica discursiva de una época tuviese su lugar de elección en sus formas redobladas, en sus textos canónicos, o que la institución del terror atómico hubiese podido surgir de una proposición poco afortunada de Descartes. Más aún: estaba persuadido con razón de la futileza de las racionalizaciones y de los raciocinios, apenas confiaba en el supuesto, por todas partes autorizado, de la omnipotencia de la racionalidad y del raciocinio. Hace tres o cuatro años, en el departamento de Foucault, veíamos por televisión un reportaje sobré el conflicto palestino-israelí; en un momento, la palabra fue dada a un combatiente de uno de los dos bandos (es totalmente indiferente cuál de ellos). Pues bien, este hombre detentaba un discurso diferente de aquéllos que se oyen habitualmente en las discusiones políticas: "yo sólo sé una cosa" decía el guerrillero, "que debo reconquistar la tierra de mis ancestros. Lo deseo desde mi adolescencia; ignoro de dónde me viene esta pasión, pero el hecho está ahí" "Eso es", me dijo Foucault, "todo está dicho y no hay más qué decir".

Cada valorización de la voluntad de poder, o cada práctica discursiva (los más enterados habrán de precisar la relación entre Nietzsche y Foucault sobre este punto), es prisionera de sí misma y la historia universal no está tejida más que con esos hilos. La valorización griega del placer antes que del sexo hizo que los griegos no encontraran otro objeto que ese placer, el sexo de la pareja les resultaba indiferente. Se adivina cómo debió ser impopular esta filosofía, que privó a los hombres, como se dice, de su razón de luchar porque ella misma lucha representándose como razón. Ella no fue favorecida a causa de dos malentendidos: el desconocimiento del nivel trascendental de la crítica de Foucault, y la interpolación de una negatividad que permitiría hacer creer lo que se deseara y colocarse en el bando de los buenos.

Eso que llamamos una cultura no tiene ciertamente ninguna unidad de estilo; es un batiburillo de prácticas discursivas rigurosamente interpretables, es un caos de la precisión. Pero todas esas prácticas tienen en común ser a la vez empíricas y trascendentales: empíricas, y por ende superables; trascendentales, y por ende, constitutivas durante todo el tiempo que no se hayan podido borrar (y el diablo sabe con qué poder se imponen esos "discursos"', porque son las condiciones de posibilidad de toda acción). Foucault no rehusaría decir que lo trascendental es histórico. Esas condiciones de posibilidad, inscriben toda realidad dentro de un polígono irregular, cuyos límites bizarros no poseen jamás el amplio drapeado de una realidad redonda; esos límites desconocidos pasan por ser la razón misma y parecen inscritos en la plenitud de cada razón, esencia o función. Falsamente, ya que constituir es siempre excluir; siempre hay un vacío alrededor, pero ¿qué vacío? Nada, una nada, una simple manera de evocar la posibilidad de polígonos recortados de otro modo en otros momentos históricos, una simple metáfora.

Así pues, cuando Foucault hablaba de ese gesto de recortar, o, como él decía. de rarefacción, o también del Gran Encierro bajo Luis XVI, las prisiones, etc., parecía hablar de la misma cosa, y de una cosa apasionante, que en efecto, apasionaba al individuo Foucault. Pero el nivel trascendental fue olvidado por muchos lectores; ahora bien, el objetivo del filósofo Foucault no era pretender que, por ejemplo, el Estado moderno se caracteriza por un gran gesto de separación, de exclusión antes que de integración lo que sería evidentemente palpitante para la discusión: su propósito fue mostrar que todo gesto sin excepción, estatal o no, no llena jamás el universalismo de una razón y deja siempre un vacío fuera, aun cuando ese gesto sea de inclusión y de integración. De igual manera, cuando Kant hablaba de la constitución trascendental del espacio y del tiempo, él no nos invitaba a proceder a ello, lo difícil era, sobre todo que, sin nosotros saberlo, no lo hiciéramos.

El otro falso sentido generoso se refiere al famoso vacío: nos imaginamos que la finitud de toda práctica discursiva no es más que empírica, el vacío metafórico se ha trocado para algunos en un espacio real, poblado de todos los excluidos, rechazados y leprosos y lleno de todas las palabras prohibidas o eliminadas. La tarea histórica sería entonces devolverles la palabra: una racionalidad de la negatividad de los contradictorios restablecería finalmente una filosofía alentadora que fundaría nuestros buenos sentimientos sobre la razón. Y sin embargo, si hay una cosa que ,distingue el pensamiento de Foucault de cualquier otro, es el firme propósito de no hacer doble juego, de no duplicar nuestras ilusiones, de no garantizar como verdadero, lo que cada uno desea creer, de no probar que lo que es o debería ser tiene toda la razón de ser. Cosa rarísima, he aquí una filosofía sin happy end; no por acabar mal: nada puede "acabar" porque no existe término ni origen. La originalidad de Foucault entre los grandes pensadores de este siglo ha sido la de no convertir nuestra finitud en fundamento de nuevas certidumbres.

Auténtica pintura de la historia universal, constante evidencia del tiempo que todo lo borra; no obstante, seguiremos sin ver y releyendo a Kant... La filosofía de Foucault es al mismo tiempo casi trivial y paradójica. Foucault se confiesa incapaz de justificar sus propias preferencias; no puede aceptar las ideas de una naturaleza humana, ni de una razón, ni un funcionalismo, ni de su esencia, ni de una adecuación a objeto. Podemos estar de acuerdo, sin duda, en ello, pero si ya no se pueden discutir los gustos y valorizaciones, ¿para qué escribir libros de historia, tal vez de moral y ciertamente de filosofía? Porque un saber es un poder: el saber se impone y se nos impone, se deriva de la naturaleza de las cosas; tiene, sin embargo, su límite: la actualidad.

Es el destino de la filosofía lo que se pone aquí en juego: ¿para qué sirve? ¿Para qué duplicar aquello de lo que los hombres están demasiado persuadidos? Sin embargo, a pesar de lo que afirman las filosofías justificadoras o aseguradoras, el espectáculo del pasado no deja ver otra razón en la historia que los combates de los hombres por aquello que no siendo ciertamente verdadero ni falso, se impone como verdad al pronunciarlo; si ello es así, una filosofía no tiene más que un uso posible: hacer la guerra. No la de ayer o anteayer: la guerra actual. Y, para ello, debe comenzar por probar genealógicamente que no existe otra verdad de la historia que ese combate. Sí a la guerra, no al lavado patriótico de cerebros.

Aquí aparece un carácter poco señalado de la obra de Foucault, una elegancia filosóficamente fundada, que era sensible en su conversación privada, de la cual la cólera no se hallaba ausente ni tampoco la indignación. Foucault jamás escribió: "Mis preferencias políticas o sociales son verdaderas y las buenas" (es la misma cosa, lo sabemos gracias a Heidegger); ni ha escrito tampoco: "Las preferencias de mis adversarios son falsas"; todos sus libros, por el contrario implican: "Las razones por las cuales mis adversarios pretenden que sus preferencias son verdaderas no reposan genealógicamente en nada"; Foucault no atacó las elecciones ajenas, sino las racionalizaciones que los otros asociaban a la elección de él. Una crítica genealógica no dice: "Yo tengo razón y los demás se equivocan", sino solamente: "Los otros yerran al pretender que tienen razón". Un verdadero guerrero conoce, si no la indignación, sí la cólera, el thumos; Foucault no se preocupaba por fundamentar sus convicciones, le bastaba con quererlas, pues racionalizarlas habría sido rebajarse, sin beneficio para la causa.

Los hombres no pueden dejar de valorizar como de respirar y se baten por sus valores. Foucault intenta, pues, imponer una de sus preferencias, renovada de los griegos porque le pareció ser de actualidad; sin pretender tener o no razón, pero tratando de ganar y esperando ser actual. Ahora bien, la actualidad limita las preferencias posibles. Max Weber, otro nietzscheano, escribió bien: "Puesto que no hay verdad en los valores y el cielo se ha venido abajo, que cada quien combata por sus dioses y, cual nuevo Lutero, peque con convicción": las posiciones enemigas no son tan reversibles como quisiera Weber; la actualidad no es nunca cualquiera. Ser filósofo es hacer el diagnóstico de las posibilidades actuales y levantar la carta estratégica, con secreta esperanza de influir en la elección de los combatientes. Encerrado en su finitud, en su tiempo, el hombre no puede pensar no importa qué, no importa cuándo: ya sea exigir de los Romanos la abolición de la esclavitud o pensar en un equilibrio internacional. Un recuerdo que data de 1979 me viene a la mente: en ese año, Foucault comienza un curso aproximadamente en estos términos: "Voy a describir ciertos aspectos del mundo contemporáneo y de su gobierno; esté curso no les dirá lo que deberán hacer o contra qué combatir, pero les proporcionará un diagrama. Les indicará: si quieren atacar en tal o cual dirección, ahí hay un nudo de resistencia, y allá, un paso posible". Foucault agregó algo más, aunque ignoro el sentido exacto: "En lo que a mí concierne, yo no veo, al menos por el momento, qué criterios permitirán decidir contra qué se debe combatir, excepto tal vez, criterios estéticos". No debe abusarse de estas últimas palabras que pueden no ser más que ignorancia confesada o distancia tomada respecto a las convicciones de la mayoría del auditorio. A lo más, hay aquí, tal vez, un vago presentimiento del que será su tema preferido el año de su muerte: no los criterios estéticos, sino la idea de un estilo de existencia.

En el uso de los placeres y en la Preocupación por sí mismo, el diagnóstico de la actualidad es aproximadamente el siguiente- en el mundo moderno, parece imposible fundar una moral. No existe ya naturaleza ni razón sobre las cuales edificarla, ni origen con el cual establecer una relación auténtica (el caso de la poesía, yo diría, es aparte); la tradición o la coerción no son más que estados de hecho. No llamemos la atención sobre la crisis o la decadencia; las aporías de la duplicación filosófica no han conmovido jamás al común de los mortales. En definitiva, el común de los mortales está compuesto de sujetos, de seres desdoblados que tiene una relación de conciencia o de conocimiento de sí con ellos mismos. Foucault jugará con esas ideas.

La idea de estilo de existencia ha jugado un gran papel en las conversaciones y, sin duda en la vida interior de Foucault, durante los últimos meses de una vida que sólo él sabía amenazada. "Estilo" no quiere decir distinción; la palabra está tomada en el sentido de los griegos para quienes un artista era, ante todo, un artesano y una obra de arte, una obra simplemente. La moral griega está bien muerta actualmente y Foucault estimaba tan poco deseable como imposible resucitarla. Pero, un detalle de esa moral, a saber la idea de un trabajo de sí sobre sí, le pareció susceptible de retomar un sentido actual, a la manera de una de esas columnas de los templos paganos que se ven a veces por ahí reutilizadas en edificios recientes. Se cree adivinar ciertos rasgos de este diagnóstico: el yo, al tomarse a sí mismo como obra a realizar, podrá fincar una moral que ni la tradición ni la razón respaldarán ya como artista de sí mismo, el yo gozará de esta autonomía de la que no puede ya prescindir la modernidad. "Todo ha desaparecido", decía Medea, "pero algo me queda: yo". En fin, si el yo nos libera de la idea de que entre la moral y la sociedad (o entre lo que así llamamos) hay un vínculo analítico o necesario, ya no tendremos que esperar la Revolución para comenzar a actualizarnos: el yo es la nueva posibilidad estratégica.

Foucault, que tenía una amplia visión de las cosas, no intentó construir una moral armada de pies a cabeza; esas proezas académicas le parecían muertas junto con la filosofía antigua. Pero él sugería una salida. El resto de su estrategia se lo llevó consigo.

En cualquier caso, nunca pretendió dar una solución verdadera ni definitiva; como la humanidad se mueve sin cesar, toda solución actual revelará bien pronto sus peligros, mostrará sus fallas y siempre será así. Un filósofo es aquel que, a cada nueva actualidad, diagnostica el nuevo peligro y muestra una nueva salida. Con esta concepción tan novedosa de la filosofía, la verdad clásica desaparece, aun cuando de la confusión historicista moderna, se derive la idea de la actualidad.

Foucault no tenía miedo a la muerte; así lo decía a sus ami-gos cuando la conversación recaía en el suicidio, y los hechos han confirmado, de una u otra manera, que no era jactancia. La sabiduría antigua se le volvió personal también en otro sentido; durante los ocho últimos meses de su vida, la redacción de sus dos libros jugó para él el papel que el escrito filosófico y el diario íntimo jugaban en la filosofía antigua: el de un trabajo de sí sobre sí mismo, de una auto-estilización (él mismo publicó en ese momento, en el número 5 de Corps écrit, un penetrante estudio sobre esta cuestión).

Durante esos ocho meses, lo vimos trabajar tenazmente escri-biendo y reescribiendo sus dos libros, liquidando esa enorme deuda consigo mismo; me hablaba sin cesar de sus libros o me hacía verificar las traducciones. Al mismo tiempo se quejaba de una fiebre ligera pero incesante y de una tos tenaz que lo hacían ir lento; cortésmente me hacía pedir consejo a mí mujer, que es médico y que no podía curarlo... Pero él sabía.

"Debieras darte un respiro", le decía yo, "tus estudios de griego y latín te han agotado". "Sí, después", respondía él, "tengo que acabar de una buena vez con estos dos tomos".

Retrospectivamente, su actitud quita el aliento. ¿Acaso no era otra tradición entre los filósofos de la antigüedad ser ejemplos vivientes? Todo aquello acabó por aclarárseme en una alucinación visual, el mismo día de la muerte de Foucault, justo unos minutos antes del telefonazo de Maurice Pinguet que me informaba de lo acaecido en Tokio, donde también la radio japonesa acababa de anunciar la noticia.

El hombre es un ser que da sentido y que estetiza también algunas veces. Un año antes de su muerte, Foucault tuvo un día oportunidad de hablar del ritual de la muerte solemne, tal como se practicaba en la Edad Media y aún en el siglo XVII; el moribundo, rodeado de sus deudos, los aleccionaba desde su lecho de muerte. El historiador Philippe Aries lamentaba que en nuestra época ese gran ritual de integración social hubiera caído en desuso: Foucault, que no lamentaba nada, escribió lo siguiente: "Prefiero la dulce tristeza de la desaparición a ese tipo de ceremonial. Tendría algo de quimérico el querer actualizar, en un impulso nostálgico, prácticas que ya no tienen el menor sentido. Tratemos, más bien, de dar sentido y belleza a la muerte desaparición"
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