JUAN CARLOS CASTILLÓN: Guillermo Rosales

Donde no se admite el fracaso

la casa de los náufragos/ boarding home
guillermo rosales
ediciones siruela 2003



Guillermo Rosales (La Habana, 1946-Miami, 1993) fue un autor de talento y un hombre desafortunado. Sólo una de sus novelas ha llegado a ser publicada en España e incluso esta lo ha sido con un título distinto al que él le dio.

Rosales llamó a su libro Boarding Home y ese es un título que no necesita explicación en Miami. En cualquier otra parte de Norteamérica un Boarding Home puede ser, muchas veces es, una casa de huéspedes. Sin embargo, en el inglés de Miami, para muchos jubilados sin familia directa ni medios, para mucha gente que estando enferma mentalmente no esta en un Asilo, un Boarding Home es ese lugar al que va a parar la gente no querida, los presidiarios que quedan en libertad a los setenta años, los locos pobres a los que ya no se puede internar por falta de presupuesto, los parientes incómodos. Todos los perdedores juntos en confusa mezcla.

Hay dos cosas que ayudan a comprender mejor el Home concreto de esta novela: la práctica desaparición de los Hospitales y Asilos públicos en los Estados Unidos, que no puede explicarse un artículo de literatura, y la visión que los cubanos han logrado crear, y creer, de si mismos como grupo aparte de los demás grupos hispanos en Norteamérica.

La llegada de los marielitos en 1980 fue traumática para muchos cubanos de Miami. Habían trabajado durante veinte años para lograr redefinir a su exilio como un grupo urbano, de clase media, católico, conservador y –¿me atreveré a decirlo?– blanco, y entonces llegaron cientos de miles de compatriotas distintos. Los recién llegados recordaron a los cubanos instalados en Norteamérica la existencia de una Cuba que no compartía sus valores: rural, pobre, santera y negra. No todos los recién llegados entraban en esa clasificación, pero muchos eran campesinos, bastantes eran negros, y entre ellos había mucha gente formada “allá” que siendo anticastrista no compartía la República recordada, o imaginada, de la primera generación de exilados.

Lo anterior no tiene que ver con la literatura pero ayuda a comprender que la casa descrita por el autor, sus personajes, la situación de partida, en los que es demasiado fácil ver símbolos en vez de personas, lugares o situaciones reales, están descritos tal y como probablemente han podido ser. Muchos han visto en Boarding Home una crítica del sueño americano, otros un panfleto anticastrista. Ambas lecturas son posibles y complementarias, pero a veces una casa en ruinas y mal cuidada, incluso descrita en una novela, puede ser sólo una casa no la representación de Cuba o el sistema capitalista.

Boarding Home es un libro cruel del que agradezco la brevedad. En el hay verdugos y víctimas: un director corrupto, Curbelo, que se enriquece a costa de sus pensionistas, pero al que no le pasará nada debido a sus conexiones políticas; un administrador / carcelero, Arsenio, que golpea, roba y viola a los internos; Reyes, un tuerto de ojo purulento; Ida, una dama de la burguesía caída a menos; un viejo con incontinencia que se mea en las esquinas y desde luego William Figueras, escritor y alter ego del autor, perdido en medio del caos y la mierda que le rodean. Vemos también personajes, muy pocos, que brillan: un amigo fiel que lleva libros a ese infierno para que Figueras no enloquezca del todo, y una mujer – Francis¬¬ – de la que el protagonista se enamora.

Figueras es escritor. Francis quiere ser pintora. Entre ellos hay una historia de amor que podría redimir todo lo que les rodea pero es truncada por la avaricia y la estupidez. El autor no desea un final feliz. Con el fracaso por tema central, la historia de amor tiene que fracasar para que la novela triunfe. Al final del texto Figueras cae y nos damos cuenta que nunca volverá a levantarse.

En el libro hay sobre todo talento. La mugre, la humillación, el olor a perdedor que se desprende de esas casas en las que se abandona a la gente que sobra, nunca han tenido un mejor cronista. Hay también un pasado de desilusiones y fracasos que es el de toda una generación y no sólo el de los protagonistas, porque cuando eran jóvenes los personajes, y el mismo autor, soñaron.

Figueras llega a Miami poco antes del Mariel. Francis fue alfabetizadora en la sierra: "Yo enseñe a leer a cinco campesinos". Pertenecen a una generación que creyó en la revolución. Rosales en su juventud escribió sus primeros cuentos en Mella, la revista de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. No faltan antiguos castristas entre los exilados, combatientes de la Sierra Maestra, viejos comunistas del PSP, alfabetizadores, milicianos, revolucionarios. Gente que sacrificó su juventud, su futuro y el de su país, tratando de forzar la historia antes que esta les aplastara. Si en su juventud fueron sinceros ahora tienen que ser los seres más infelices del exilio.

Con el pelo largo, sin saberse vestir como una persona de bien, incapaz de aceptar como propio el mito del cubano vencedor, Rosales, como su personaje, fue apartado por su familia de la vista del público y aparcado en un boarding home. Perseguido en Cuba, maltratado allí en hospitales psiquiátricos en los que no siempre se entraba, pero siempre se salía, loco, fue un también perdedor en Estados Unidos. Desterrado, hombre sin tierra, también sin tierras ni propiedades, su libro y su vida son el retrato de un Miami incómodo que no tiene cabida en el autorretrato de familia cubanoamericano.

No conocí a fondo a Guillermo Rosales. Lo traté como librero y tengo el recuerdo de un hombre callado y desconfiado, siempre en guardia. El negativo exacto del cubano dicharachero que te encuentras diariamente en Miami. Un hombre de trato difícil pero, por la fidelidad que le guardaron hasta el final sus amigos, se que en algún momento de su vida anterior tuvo que ser un buen amigo aparte de un escritor de talento. Lo conocí después de que ganara el Premio Letras de Oro con Boarding Home. Aquel fue un libro desgraciado hasta en la victoria.

Periódicamente Miami trata de demostrar al resto del mundo que es un centro cultural importante. A veces lo logra. Es una ciudad, por dos años seguidos la más pobre de los Estados Unidos, que ha mantenido un festival de cine internacional y una Feria del Libro a la que han acudido los mejores autores latinoamericanos de Donoso a Vargas Llosa. Fue incluso sede de un premio literario a nivel nacional, el mejor en español de los Estados Unidos. Boarding Home fue el primer ganador en la categoría de novela de un premio que tenía todo para triunfar: participación del mundo académico, respaldo de American Express, un jurado serio –Octavio Paz presidió el primer año– y atención del público. Todo, menos una editora.

Era el primer año y era una fiesta de American Express, el autor se vistió de dinner jacket – smoking en el inglés de España – y cenó en compañía de quien se preveía futuro Premio Nobel, oyó discursos sobre lo magníficos que eran los ganadores y, al acabar la cena, volvió al boarding home en que vivía. Las obras premiadas fueron publicadas con un año de retraso, cuando nadie las recordaba. Al año siguiente casi nadie leyó su libro. La experiencia que debería de haber cambiado su vida quedó reducida a un cheque y una cena con un Nobel.

Estoy simplificando una historia mucho más complicada que conozco por referencias. Estoy simplificando una historia que acaba en suicidio y al hacerlo soy injusto. Se suicidó cerca del 4 de julio, el aniversario americano, una fiesta de barbacoas y reuniones familiares que puede llegar a ser excesiva para alguien sin familia. Su fracaso nos recuerda que no todas las historias americanas tienen un final feliz.

Supongo que los parientes que le mandaron al boarding home cobraran ahora los derechos de autor de la nueva edición. Derecho no les falta: el libro hubiera sido imposible sin su ayuda. Al final el primo raro resulto ser un hombre de provecho. El final de la historia no fue infeliz para todo el mundo.