Viaje a China, CARLOS ALBERTO AGUILERA


publicó en fogonero emergente el texto El arte del desvío (apuntes sobre literatura y nación)


En China las carreteras son de fango. El fango es rojo y cuando se solidifica parece una escultura de barro plana. En la periferia de Beijing hay una zona donde el fango es gris. A ese lugar lo nombran “vasija redonda de esmalte”.

Las carreteras son largas. Aunque también podría decirse empinadas, estrechas.

Hay dos vías: a la izquierda peatones, con una separación invisible que todos intuyen. A la derecha, camiones largos fabricados en la república. Si alguna persona con un auto (por ejemplo, un oldmosbile 1975) desea viajar por esas carreteras, está obligado a sacar permiso federal una semana antes. De lo contrario será detenido, multado y conducido a la police office de distrito. Allí, se le congelará el permiso de conducción por varios meses.

Las carreteras chinas son muy complejas. Hay carreteras de meseta y carreteras de montaña. Los primeros tres días después de salir de Beijing estuvimos en carreteras de montaña. Estas carreteras hacen difíciles la existencia. No sólo por su constancia vertical sino por la llovizna, la bruma y lo interminable que resultan.

Claro, para un chino todo es más fácil. En occidente hay un proverbio, según Michaux, que dice: sólo un chino puede dibujar una línea en el horizonte. Después de subir durante tres días la carretera Beijing-Afueras de Beijing no me cansaba de repetir este proverbio.

Por carreteras de montaña el viaje es más corto. Si para salir de Beijing necesitamos tres días en montaña, por carreteras de meseta, a veces más empinadas y curvas, necesitaríamos cinco. La única diferencia es que las carreteras de meseta están asfaltadas.

Una carretera de montaña conduce a dos o tres carreteras de meseta. Una que por lo general corre hacia delante, en busca de algún pueblo o museo; otra que corre hacia atrás, hacia una planicie o pedazo de muralla; otra que bifurca la primera y se pierde en x dirección.

Según Gran Mongol, chofer concedido por el ministerio de cultura de la república, esas carreteras que se cortan después de pasar por alguna ciudadela se vuelven a integrar a la arteria principal de meseta, formando una serpiente con anillos grandes y pequeños a través de todo el territorio.

El gran problema de las carreteras de montaña es el fango. Cuando llueve convierten el camino en algo imposible. Cuando no, debido a que la tierra es más fina que cualquier reserva que conozcamos en occidente, se hace resbaladiza y tanto a personas como a autos les resulta imposible avanzar.

Un día de mucho sol vimos una hilera de diez camiones chocados que patinaban constantemente sin poder hacer otra cosa que intentar apoyarse en algo.

En carreteras de montañas hay piedras. No piedras pequeñas o de descanso. Grandes piedras. Piedras del tamaño de una casa que sólo escalándolas podría un occidentalis subirlas.

En esos lugares para deleite de viajeros existe el chino-mono. Un hombre que sólo con sus manos y sin apoyar los pies trepa las piedras de montaña. Cuando llega arriba salta como si la “hazaña” no fuera a repetirse nunca más.

Estas piedras dan más belleza al paisaje. Lo hacen ríspido, y cuando se observan de cerca huelen a plomo, mierda de vaca y plomo. A distancia, estas piedras parecen cartón.

Si en occidente el paisaje implica verde: extensiones de hierba con ríos, lagunas, montañas, etc., en China no. En China el paisaje es mental. Las piedras se convierten en cerebritos que observan y los ojos no pueden descansar un minuto, vigilan.

Cierta vez, andando de Shexuon a Huangcheihuan vimos como varias personas se abofeteaban entre ellas, intentaban estrangularse, y uno corría hacia el borde de montaña (precipicio) abría los brazos y se tiraba. Por lo que se sabe este tipo de suicidio es muy frecuente en la república, lo llaman movimiento descoyuntado hacia el sueño.


En carreteras de montañas hay puestos de frituritas. Estos puestos están atendidos por personas que visten trajes típicos de región y cantan en voz baja mientras los comensales meten los dedos en salsa agridulce y lo llevan a la boca.

Los puestos son pequeños. Ofrecen espacio sólo para dos personas y una plancha de metal mediana con trocitos rectangulares de carbón. Cuando el vendedor atiende, la mujer se agacha junto a una banqueta de madera y contempla. Más tarde, corre a ofrecer xixém y palillos color nácar. Estos palillos, dijeron antes de retirarse, significan good look y lo regalan a todos los que los visitan.

De ahí que estos puestos sean reconocidos y se repitan uno a uno en toda la república.

Por la noche, se iluminan con bombillas de diferentes colores.


GRAN MONGOL

Gran Mongol es pequeño: 1.62 aproximadamente, de ojos rasgados, amarillo, con grasa. Su chaqueta beige y su manera de caminar lo hacen parecer un hombrecito de Ozu. Tiene más o menos cincuenta y dos años.

En carreteras de montaña evita muy bien la presencia de camiones y adelanta a precaución. Cuando se refiere a ellos dice: el enemigo —cerrando fuertemente la mano. En carreteras de meseta maneja a gran velocidad, impulsándose o atrasándose según se necesite para “tirar” fotos.

Algunas noches cuando nos detenemos en algún hotel Gran Mongol canta. Va hasta el karaoke, en cantonés caja de repetición, e interpreta canciones empalagosas: New York, New York a la manera de Frank Sinatra o baladas pop chinas. (Como ni Maki ni yo entendemos preferimos mirar el decorado o salir a “conversar” por el pueblo).

Cada entrada de Gran Mongol en una Caja de repetición puede durar dos o tres horas. Se sientan todos alrededor de una mesa y hablan en voz baja. Si alguien hace un chiste sonríen con una carcajada única, que explota de pronto y se detiene. Todo lo contrario a occidente: risa dilatada.

Cuando alguien se decide a cantar callan. Observan con los ojos muy abiertos hacia el set y aplauden. Después, invitan al singer a la mesa, lo hacen tomar “cola de dragón” y masticar “oruguitas del cielo”. Le preguntan por la familia y lo presentan al resto de los comensales con una reverencia de cabeza. Más tarde todos se despiden.

Como Gran Mongol sabe canciones en inglés los aplausos se redoblan y lo “obligan” continuamente a volver a cantar.

Si los aplausos no han sido suficientes Gran Mongol maneja como si las carreteras de fango fueran pista dura. Acelera hasta el delirio y frena de pronto, da golpes contra el timón, patea ...

Si los aplausos han sido suficientes maneja de buen humor, se acopla a la velocidad necesaria para manipular la cámara polaroid y pide permiso para encender el radio.

En esos días es de gran ayuda. Habla poco y escoge lugares que según dice son pura fotografía. Cuando replico, contesta: los occidentales no conocen la pincelada única...
Sus modales son lentos.


CAJAS DE REPETICION

En China, al contrario de occidente, las Cajas de repetición (huanxhipó) son pequeñas. Sólo cuatro o cincos mesas y un televisor grande. El que canta se coloca en medio y es aplaudido cuando finaliza. Nadie que no sea occidental ríe.

Las personas que atienden en las Cajas de repetición son jóvenes: muchachas de quince a veinte y cinco años vestidas con sayas cortas de cuadros rojos y blusas blancas. Ninguna lleva cadenas ni pulsos, sólo un tatuaje en el extremo superior del brazo derecho. Para llamarlas hay que decirles miss y chasquear los dedos. Todas piensan por alguna razón que uno habla inglés y enseguida corren a practicarlo. Cuando se dan cuenta que el cliente no es norteamericano sonríen.

En las Cajas de repetición no se venden bebidas alcohólicas. Se vende xixém como en los puestos de frituritas, y té de las diferentes regiones del país.

Hay un té llamado “cola de dragón”, otro “aguas del yangtsé”, otro “paseo de primavera”.

El “cola de dragón” se toma con aceite. Se prepara con buanxhi (azúcar de remolacha) a gusto y según las instrucciones es recomendable para dolores de reuma. Se hace con flores de la región de Huangcheihuan.

El “aguas del yangtsé” se toma frío. Es color granate y lo sirven en pozuelos de porcelana con ojetes transparentes. Si alguien levanta esos pozuelos verá como los ojetes cambian y toman el color de la luz que los ilumina. Este té es oriundo de Jiayúm, China central.

El “paseo de primavera” es blanco. Se hace moliendo tallos de guin, arbusto que crece en Xonjhia, y se fermenta con canela, jenjibre y pétalos de flores. Se consume en toda la república y en algunos lugares le agregan polvo de maní, cosa que le matiza el sabor. Por su espesor, y la lentitud con que hay que tomarlo, le llaman té de diálogo.

En las Cajas de repetición no hay adornos.

Sus paredes están forradas con tafetán oscuro, parecido al que usan los plomeros para envolver sus herramientas, y las luces penden dentro de bombillas artesanales que se reemplazan a propósito de la estación: rojas para el invierno, verde para el otoño, blanco para la primavera, azul para el verano.

A fin de año, estas Cajas son convertidas en Salitas de arroz. Las mujeres se adornan con trajes tradicionales que varían según las etnias y sirven de mesa en mesa pequeños platos con ingredientes a-medio-hacer. Después se colocan en fila y hacen un ritual de bienvenida por año nuevo.

Ese día está “prohibido” acostarse temprano.


BOMBILLAS

En la república las bombillas son de papel.

Si en occidente las luces son disimuladas bajo objetos mutantes, en China no hay variaciones. Los artesanos fabrican bombillas de papel: de arroz, cebolla o hilaza de árbol, y lo único que cambia es el ideograma o el dibujo.

Para un chino la perfección no consiste en inventar cosas nuevas constantemente, sino en llegar al grado último de sutileza en la repetición de lo mismo. De ahí que desde hace milenios vengan practicando este arte.

Las bombillas pueden ser cuadradas, redondas, rectangulares. Con pliegues cuando están destinadas al recibidor de una casa o lisas cuando van a colgar en el salón de un hotel.

Algunas poseen paisajes: un pájaro sobre una rama, una piedra, un puente, una escena de cacería... Otras, ideogramas con mensajes de aliento.

El interior de estas bombillas es muy sencillo: una armazón de madera con palillos cuadrados y pegamento especial para unir cada palillo a la ranura más próxima del otro. Después de dos días al aire libre, esta armazón es empapelada y vendida.

Ahora, este arte con el éxito se ha banalizado. Por ejemplo, en un go-go de Jiayúm vimos bombillas de papel grandes, cerca de un metro, con representaciones masoeróticas: un chino con un látigo golpea a otro mientras una mujer le pasa la lengua por las heridas y otra con un falo manipulable lo encula.

Pero, por lo general, las bombillas son pequeñas y se fabrican con mensajes de tradición: “suerte en la vida futura” o “una persona que no confía en su familia no podrá confiar jamás en sí misma”.

Desde principios de los años sesenta estas bombillas se exportan.


CARRETERAS DE MESETA

Las carreteras de meseta son amplias. Atraviesan de una provincia a otra el país y facilitan viajes y transporte de mercancías. No hay pueblo o ciudad que no dependa de las carreteras. Si hay que hacer alguna compra, se sale y se va a uno de los locales construidos en ellas. Si hay que distraerse, igual. Las carreteras son tuberías de impulso. Por ellas se conduce a alta velocidad y sólo se frena si hambre o aburrimiento aparecen.

Único problema, alargan los viajes.

Si una carretera de montaña reduce la distancia de un lugar a otro, una carretera de asfalto da vueltas alrededor del obstáculo hasta engancharse a otra salida y ofrecer continuación.

No hay en la república carretera de meseta que se sostenga en línea recta durante ochenta kilómetros. Siempre una elevación o un precipicio, un desvío o un descenso.

Esto ha convertido a China en un caos, donde el constante flujo de autos y personas semejan gusanos que corren por el ojo podrido de un animal.


En carreteras de meseta el tiempo no pasa. Son tan largos los viajes que al lado de hoteles, cafeterías, garajes, roadmovies, templos budistas, han proliferado cabinitas verdes para disminuir la tensión.

El viajante entra en esas cabinas: aproximadamente cinco, una al lado de otra, y rompe con una pelota maciza objetos que se fragmentan y producen un ruido semejante al cristal: vasijas, tazas, espejos, retratos, etc.

Se dice que ese sonido relaja mucho más que una o dos horas de sueño, y parece que sí. Después de haber andado cinco días por carreteras de meseta y tres por carreteras de montaña, reímos nuevamente y hablamos de las posibilidades que ofrece una sociedad de contraste para un fotógrafo interesado en “el ritual político de los objetos” y “zonas de devastación por cercanía de ciudad”.


Las carreteras de meseta tienen curvas muy peligrosas.

En una de ellas (Zhuixin-Luanpong) observamos unos de los choques mas comentados de la república: dos camiones Fiat uno frente al otro, ocho muertos, cancelación de vía por seis horas.

Según las autoridades los cuerpos de los tripulantes quedaron guillotinados repetidas veces y de los dos niños que iban en los Fiat sólo encontraron una pierna y pedazos del cuerpo.

En esta región (Curva sur de Luanpong) el paisaje es muy árido. Grandes extensiones de tierra hacia un lugar y otro, árboles quemados, peste.

En otros lugares no. En otros lugares se ve un pueblo a lo lejos o campesinos entre cuartones de arroz o montañas o restos de la gran muralla Chu. Pero en esta zona: manchas de sangre y choques continuos, huesos.

El paisaje más hermoso que observamos en carreteras de meseta es el de una cafetería: mitad modelo americano, mitad restaurante tradicional, rodeada de vacas y un pasto extenso con canoas alrededor para echar agua.

Según dijeron, el dueño de la cafetería es el dueño de las vacas, y todas las mañanas las pone a pastar detrás de su negocio hasta la noche, hora en que las recoge e introduce en una caseta.

Y es que en la república los animales están muy controlados.

Los dueños de vacas, por lo general dueños de negocios, contratan la fuerza-pública-de-región (huanzó) para evitar el tráfico ilegal y la matanza indiscriminada de animales. Esto ha convertido a los huanzzó en una maquinaria eficiente de orden, con permiso a desplazarse libremente por la zona e inspeccionar sin exclusión todos los pueblos. Sólo en el tramo Huangcheihuan-Juyongtai nos registraron diez veces.

Cuando un extranjero llega a un pueblo lo más natural es que le intenten vender pequeñas tallas de Buddha o representaciones en imitación marfil de la diosa Zhao Tá con los brazos levantados regando lluvia de campo.

Para realizar esta venta colocan mesas en las puertas de sus casas y toldos ocres con inscripciones en inglés, prenden sándalo, se mueven de un lugar a otro e invitan al cliente a fijarse en “la armonía que posee el rostro de Buddha, Zhao Tá o Mo Lao Zhu”. Si el cliente se decide sólo tendrá que estirar el brazo y decir: é, con la boca semicerrada, enseguida guardarán en una cajita la representación e inclinando la cabeza la entregarán.

Una talla de buddha lo más que puede costar son setenta centavos dólar.


FUMADEROS DE OPIO

Los Fumaderos de opio están prohibidos en la república.

Un decreto emitido a finales de los años sesenta clausuró legalmente todos los fumaderos y redujo a “perversión” el opio y todo lo que había generado como cultura, encarcelando durante veinte años a los emperadores este-oeste y prohibiendo cualquier referencia o mención pública sobre los mismos.

Si un occidentalis quisiese visitar ahora los fumaderos tendría que hacer un descenso a los infiernos. Primero, por la escasez y el miedo que genera la represión estatal. Segundo, por el control de los actuales wangxhi y la lejanía de los lugares donde están insertados.

No hay en toda China más de doce fumaderos, disimulados en antiguas casas de campo o en ciudadelas abandonadas de la periferia. Sin embargo, se llenan tiempo completo y sólo se vacían cuando el opio termina o el tiempo por una razón u otra impide el viaje hasta esos lugares.

Lo primero que sirven en los fumaderos son las pipas: largas y con una chapilla de bronce que reproduce nombre y año de confección: El sol sobre Jiayúm, 1912.

Lo segundo, el opio.

A diferencia de lo que cree occidente hay varias clases de opio, aunque los fumaderos del oeste se especializan en tres:

Opio gris (o la sonrisa del pájaro)

Opio verde vejiga (o aliento de dragón)

Opio rojo cieno (o estrellas detrás de las montañas)

El opio gris es el que despierta las sensaciones y calma dolores físicos. Produce sueño, bienestar, alivio... En estado de no refinamiento es soluble en agua.

El verde vejiga produce alucinaciones, excitación. Se consume para un mejor desempeño sexual y aparte de fumarse se mastica.

El rojo cieno es el opio de la intensidad. Hace entrar al individuo en lucidez y es el que con más frecuencia consumen los estudiantes, en forma de cigarrillos o mezclado con tabaco antes de las pruebas.

Según Wei, dependiente de El sol sobre Jiayúm, se entra en la corriente del opio cuando se fuman las tres pipas y uno puede detenerse a observar “las ondas que produce el toro en el gran lago”.
Los rostros de las personas que frecuentemente acuden a los fumaderos son impresionantes: chupados como hollejos y sin dientes, encía ennegrecida, mentón caído, pálidos; con una pipa todo el tiempo en la boca y hablando-caminando solos, como si hubieran abierto un engrama complejo y difícil de destapar.

A estas personas las llaman gután, y significa “el que da vueltas alrededor de su cabeza”.

A los fumaderos también asisten mujeres, aunque con ellas sucede algo curioso: se les suministra gratis el opio con la obligación de subir tiempo después a un estrado y narrar lo que “observan”. Así, cuando nosotros estábamos ya consumiendo el opio de la excitación, una mujer aseguró “ver” un caballo que daba vueltas alrededor de un árbol que en vez de frutos paría ratones. La imagen de un ratón (o una rata) colgada de una rama me dejó pensando y empecé a olisquear ratones por todas partes: ratones grúas y ratones martillos, ratones hachas y ratones bocas, que mordían y se abalanzaban sobre mí enseñando los dientes. Uno de ellos dijo: Yo estoy por encima del concepto ratón, e intentó cortarme el brazo.

Una de las particularidades de los fumaderos son sus pantallas, rectangulares y blancas. Cuando las mujeres terminan de hablar, transmiten cintas pornos o cintas amateurs de niñas contando experiencias sexuales. Según parece este tipo de “documento” es lo que más gusta. No aparecen escenas de violencia, ni personajes en determinada posición, sólo una niña, close up o plano general, refiriendo cómo hizo sexo con más cual o tal persona. Eso sí, estos relatos están llenos de pequeños detalles.

Cuando no se proyecta película la atmósfera en los fumaderos es apacible, con una musiquita ligera que ayuda a metabolizar el opio y una neblina donde las cosas —cabezas y pipas incluídas— parecen flotar.

Meses después, cuando ya nos habíamos instalado de nuevo en occidente, recibimos una carta de Gran Mongol explicando el desmantelamiento de algunos fumaderos, y fotos con imágenes de arrestos y lugares detectados. En una de estas imágenes se ve a una persona mientras un policía le agarra las manos y otro lo apalea con un pie sobre la cabeza.

A esta operación los periódicos la llamaron “mover los muebles de lugar sin quitar el polvo de encima”.




CONTORSIONISMO

En China el contorsionismo es tradición. Se aprende de familia en familia y se practica en circos improvisados o a orillas de carreteras. A veces una mujer, a veces una mujer y un hombre, a veces dos hombres.

La que más nos impresionó fue la que después apodamos la mujer de Zhinku. Se descoyuntaba muy despacio y había en sus movimientos algo más que el placer técnico de mover hacia un lado u otro los pies. Lo hacía con tanta calma que apenas te dabas cuenta, como un muelle que es doblado sobre sí mismo a presión.

Uno de sus números ocurría encima de una vaca. Cuando adquiría la posición más extraña, la vaca giraba alrededor del público y dejaba ver diferentes ángulos a exposiciones diferentes de luz. Cuando no, la vaca se mantenía inmóvil y sólo azotaba su rabo produciendo un chasquido sordo. La rigidez de la mujer y el vaivén sonoro del rabo constituían en su pequeño set otro espectáculo.

Lo increíble de esta contorsionista es que cuando realizaba sus actos no movía los ojos. La concentración era tal que podía estar horas en ese estado sin observar hacia ninguna parte. Al terminar, deshacía su nudo y se incorporaba lentamente moviendo sus brazos, con flexiones de hombros-codos e inclinando desmesuradamente las piernas hasta quedar de pie.

Cierta vez que la recogimos (tramo Zhinku-Befendong) dijo: El contorsionismo es el arte de hablar sin que los demás nos oigan.


GARRAPATAS DE ALGODÓN

La garrapata de algodón es pequeña, ocre. Sus colonias están organizadas en estados y es una de las poblaciones más temidas del oeste-sur-centro de China.

Según se sabe, una plaga de garrapatas puede devorar en pocas horas cantones enteros de algodón.

Lo interesante de este insecto es que no sólo destruye la planta, sino que ahueca y empobrece la tierra, cosa que no pasa con la langosta o el trips. Cuando una colonia se asienta en un campo, debido a la serie de venenos e insecticidas que se utilizan para su desaparición, la tierra se cuartea (funxawhi) y se arenifica convirtiendo campos intensamente productivos en predesiertos.

Como la garrapata de algodón es un animal tan pequeño (dos centímetros a lo sumo) sus poblaciones son numerosas y su tiempo de acción rápido. Los machos por el día se dedican a devorar algodón, mordisquear hojas y triturar tallos; las hembras, a construir garrapateras.

Cuando exterminan un campo completo de garrapatas, los campesinos las recogen con palas y reúnen en cuatro o cinco montañas tamaño suizhé (caseta de herramientas). Después, riegan terreno y montañas con petróleo y lo prenden. No hay movimiento más hermoso que el de las hembras corriendo por el suelo para no quemarse y el del fuego sobre la tierra achicharrándolas.

De esta quema sólo algunas se salvan. Los niños las atrapan, cortan a la mitad y en una plancha de metal las fríen; más tarde las mastican como aperitivos.

La garrapata de algodón en condiciones favorables alcanza hasta cuatro meses de vida.


MUSEOS DE GUERRA

Los museos de guerra son teatricos de marionetas. Han sido ensamblados con fotografías blanco-negro de grandes dimensiones y con un pie de foto donde se identifica héroe, ciudad natal, fechas. Estos paneles con imágenes de hombres muertos, sin ojos, o torturados son conocidos en la región como hijos del pueblo.

Detrás de los museos hay pequeños cementerios. Una bóveda de piedra con ventanas de cristal y cajitas con polvo dentro. Delante de la bóveda, bancos de piedra para que familia y amigos se sienten.

Como los museos son lugares tensos, los músicos de la república “incitados” por el estado componen piezas solemnes para ayudar a crear clima y ofrecerle a estos lugares el pathos que de otro modo no poseerían.

Así, cuando recorríamos el Fonxhuá con un grupo de lituanos, vimos varias mujeres espantadas ante la “fuerza” de aquellas fotos y la música que como martillo les rajaba la cabeza.

La nota cómica la puso Lola, una grulla blanca , símbolo del museo y mascota del camarada Chung —secretario de finanzas de la república—: se dedicó a perseguir a las lituanas y picotear los paneles donde los hijos del pueblo son reverenciados día a día por los visitantes. Cuando nos alejamos, vimos como aquellos rostros con huecos en los ojos y manchas de sangre en la boca más que héroes parecían muñecos agujereados por el horror.

Como la lógica de los museos es imponer naturalidad, una de sus estrategias son los muestrarios de objetos: botas con fango/saliva, pedazos de reloj con restos de cráneo, chapillas con marcas de balas, orinales manchados, etc.

Esto ha convertido al Fonxhuá en uno de los más concurridos. Allí se encuentran en vitrina las manos del general Wong, genio militar de las guerrillas. Según el folleto: Treasures of Fonxhuá Museum, este general fue apresado por un comando de infantería y una de sus torturas consistió en cortarle poco a poco las manos hasta que se desangrara. Posteriormente fueron entregadas al frente maoísta y exhibidas como fetiche ideológico para el advenimiento de las nuevas generaciones.

Cuando se las ve de cerca, cada mano posee número de inventario e ideograma de identificación.
Sin embargo, a pesar de su relación con la muerte los museos son excelentes lugares de descanso. Sirven para escapar del tedio que engendran los días en carreteras, y poseen pequeños locales donde venden banderitas con lemas de la república y sombrillas con pliegues para el sol. Única cosa desagradable: prohibido “tirar” fotos.


AUTOPISTAS

Las autopistas del oeste son célebres. Se alargan como lombrices por la periferia y conectan pueblos entre sí formando pasillos de movimiento en todas direcciones.

Lo mejor de estas autopistas es que no agotan. Han sido diseñadas con grandes rampas en los laterales y miradores sombreados para observar las ciudades más cercanas.

Así, Huangcheihuan puede ser vista en relación al lago Yantzú, o a los puentes que cruzan los diferentes codos de ríos y subdividen la ciudad en dos islas. Una al sur: ciudad vieja, con tiendecitas de anticuario y vida bohemia sin parangón en la república; otra al nordeste: ciudad nueva, con los emporios económicos de mayor peso y las cárceles más tecnocráticas de toda China.

Lo curioso de estas autopistas es que atraviesan la ciudad con gran armonía, por encima de los edificios más altos o las casas estilo trailer visibles en casi toda la república. Y esto lo hacen sin romper la arquitectura, agrietar el paisaje, o convertir la ciudad en una mole de hierro y quincallería volante.

Una mañana, caminando por Huangcheihuan tuvimos la impresión de que encarnábamos personajes de algún documental del medioeste norteamericano.

Otra de las atracciones de las autopistas son sus templos. Pintados de verde con una recámara estrecha y un buddha de cartón de medio metro de altura. Como los viajes de una provincia a otra se alargan durante días, los monjes de la república llevan estos templos prefabricados por todas las carreteras, enganchados a un camión que ellos mismos conducen, y en ciertos tramos los “abren”. No resulta difícil ver entonces una pequeña cola delante del templo, una-dos personas orando, o una familia en silencio.

A esta modalidad de camiones con templos detrás y un buddha enano pintado de blanco, lo llaman: budismo de carretera.

La diferencia entre este budismo y el que se practica en templos tradicionales radica en la manera en que se toca el tamborcillo de ritual (ko´on). Mucho más ligero y sin intermitencias, con varios golpes que se repiten invariablemente mientras las personas se encuentran en “reposo”. Esta musiquita permanece hasta que el usuario “despierta” o levanta, y no para de golpe, sino que se lentifica y desaparece a los segundos.

El precio de entrada a estos lugares es veinte yuans.


Si un camión se rompe o revientan algunas de sus gomas, los monjes sin ayuda alguna lo arreglan. Según Gran Mongol son malos conductores y buenos mecánicos, han sido los causantes de cientos de choques y provocan situaciones de extremo peligro en carretera. Aún es recordado el día en que uno de estos monjes se quedó dormido, mató a catorce niños al arrasar con una escuela en la región de Shi, y huyó mientras la estatua de buddha —sonriente— caía del camión y se mantenía de pie en medio de sangre y quejidos. Desde entonces, a ese lugar asisten en peregrinaje miles de creyentes; lo apodan “estancia de buddha en Shi”.

Lo cierto es que cada vez que vemos a un monje arreglando un camión o raspándose la grasa de los dedos nos preguntamos cómo es esto posible y sonreímos. Más que monjes parecen diablillos de una película de Buñuel.

La semana antes de marcharnos paramos en uno de los entronques autopista-carretera de meseta e intentamos fotografiar a los monjes. No lo permitieron. Se comportaron de manera huraña y después de taparse la cara, caminar hacia varios lados, gritarse entre ellos..., se acercaron con los puños cerrados y lanzaron piedras. Cuando estábamos relativamente lejos paramos e hicimos muecas. Uno de ellos rió, se sacó el pene, orinó. Esa actitud puso en crisis todo lo que hasta ese momento pensábamos del budismo.

El Huangcheihuan Sun ha revelado que en toda la república hay más de mil camiones consagrados a buddha.


B.

Beijing es un imperio. Es la ciudad política por excelencia, y según nos confesaron nada se mueve sin que el estado no lo sepa. Para esto la república aplica medidas extremas, hace que cada ciudadano vigile al otro y denuncie ante juridicciones que se encargan de procesar al individuo y construir una cadena culpa/salvación.

Es famoso aún el caso de los dos carpinteros que ante la acusación de venta-ilegal-de-madera-pulida denunciaron poco a poco a cincuenta y dos personas, incluyendo administradores y maestros operarios que se encargaban de controlar el mercado y regular precios. Esto hizo que la madera se volviera inaccesible y personas dedicadas a la escultura, ebanistería, etc., tuvieran que dedicarse a otro oficio hasta que las autoridades olvidaran el caso y el negocio de madera adquiriera nuevamente fuerza.

Ahora, esto no hay que leerlo con horror. Los beijineses son personas muy flemáticas y les gusta percepcionar su vida como si fueran comedias de enredos. Estos juicios más que angustia despiertan “deseo de continuidad”.

Si hubiera que buscar una palabra para definir B., sería esta: maqueta. La ciudad se levanta sobre avenidas rectas, con calles anchas, y su arquitectura es ¾ tradición , ¾ estilo moderno. Desde un edificio alto se pueden ver casi todos los edificios, y visto así ofrece la impresión de algunas ciudades del norte de Europa.

Visión equívoca...

Beijing es caricaturesca y más que ciudad parece máquina de burla. Los edificios han sido rematados con lumínicos y ventanas ciegas, mientras las casas, estilo neoclásico, terminan con techo de pagoda u otro elemento donde se hace visible la mezcolanza de estilos.

Lo mismo sucede con las iglesias: treinta porciento de población católica. Las construyen con un material derivado del plástico reforzado con caucho-gravilla, y pintan rojo o magenta con cristales alrededor, cruz encima. Gran Mongol con una sonrisita dice que esas son las cafeterías de dios.

Otra de las atracciones de B. son sus máquinas de multiplicar dinero (gonsuwhoxig). Los jóvenes se apilan alrededor y por unos cuantos centavos ganan el equivalente de cinco dólares. Lo terrible es cuando estas cajas de metal se traban. Toda la parsimonia china se descompone y dan patadas a la máquina hasta que funciona o devuelve el dinero. Entonces salen sonriendo y van hacia otra máquina.

Una tarde caminando hacia casa de Lu Zhimou (escritor), vimos cómo varios adolescentes descascaraban una de estas máquinas, golpeaban al celador, vigilante de distrito, y después corrían.

Sin embargo, Beijing es una ciudad tranquila. Apenas hay ladrones y la mayoría de los muertos más que a asaltos o robos responden a la prohibición-de-salida-después-de-las-diez-de-la-noche, hora en que es imposible acceder a transporte y personas con enfermedad o heridas tienen que esperar las seis de la mañana para llegar a hospitales.

Así, en casa de Zhimou, algunos escritores pidieron disculpas por marcharse “tan rápido” y explicaron que las personas sorprendidas en la calle después de hora de toque son encarceladas por contravenir disposiciones oficiales de la república. Zhimou relató cómo los escritores se vigilan entre ellos, y para reunirse con occidentales deben pedir “consejo” a la institución central. Si alguno desafiara esta regla, lo más posible es que desaparezca en un pueblecito de provincia.

Cuando intenté tirarles una foto taparon la lente y dijeron no. Los escritores de la nación no deben dejar que occidente los mire. Así que se levantaron, estiraron sus camisas y se fueron. A los minutos, la esposa de Zhimou —traje tradicional, pulsos— apareció con pipas largas, cajitas de opio y té.

(No tuvo que rogarnos mucho. Aceptamos).


AEROPUERTO

El aeropuerto de Beijing es como una pecera. Fue construido con cristales gruesos que amplifican la visibilidad y escaleras rodantes que entrecruzan los edificios hacia diferentes salones. Cuando un avión aterriza o se marcha, estas escaleras de baranda plástica transparente y alfombra carmelita convierten al aeropuerto en un hormiguero.

En lo alto de sus paredes hay vitrales. No pequeños o medianos, grandes. De más o menos cuatro metros de longitud. Representan el vía crucis chino a través de la historia y, en uno de ellos aparece un Mao gigante cortándole la cabeza a un dragón que suelta sangre por la boca. Este vitral, frente por frente a la pista, obliga a los pasajeros que regresan a quedarse observándolo.

Cuando nos acercamos, leímos: Sólo un gran líder junto a su pueblo es capaz de cortarle la cabeza al dragón.

En otros, Mao siega espigas con una hoz y enseña lectura a diferentes niños en una escuela.

Estos vitrales, de colores llamativos y junturas delgadas son los más fotografiados de los tres edificios.


Para llegar al aeropuerto hay que cambiar varias veces de autopista. Primero la que conduce a Shuking; después la que bordea la termonuclear-2; más tarde la definitiva.

Como se sabe, las autopistas poseen rampas destensionadoras y cuando paramos en una de ellas, el desmontaje de cajas de pescado en los muelles y los campesinos arando tierra a decenas de kilómetros, parecían más que hechos aislados, el acople natural de un soloúnico espacio.

Lo mismo sucedió con el cementerio. De lejos: diagrama rectangular con señales y flechas; de cerca, lugar de meditación y “encuentro”.

Lo interesante de las costumbres chinas es que en vez de llevar flores o comidas a los cementerios: usual en diversas culturas, llevan piedras rotuladas con alguna frase o imagen. Por ejemplo: “tu hijo que aún te ama” o figura-de-familia-sentada-a-la-mesa. Así, había tumbas con montañas de piedras encima y otras con dos, tres piedras a los lados.

Estos cementerios son muy sobrios. Sólo una cruz de madera-cemento clavada a tierra y una tarja pequeña de bronce con nombre del fallecido y fechas.

Alrededor, árboles.

Gran Mongol después de estar arrodillado varios minutos, nos contó como su padre enterró un gancho de carnicería en el cuello de su madre y la arrastró por Shuking “para que aprendiera de una vez por todas a no alzarle la voz a su marido”. Después la colgó en la tiendecita del pueblo y huyó.

Este hombre, más tarde se supo, fue baleado intentando cruzar la frontera con Siberia.


El aeropuerto de Beijing es silencioso. Las personas no hablan entre sí o se lanzan frases cortas en voz baja inclinando la cabeza y acercando desmesuradamente la boca al otro. El movimiento de torso los hace parecer tentempiés que caen-levantan.

Cuando presentamos nuestros pasaportes en la cabina de verificación, los oficiales comenzaron a mirarse entre ellos y observarnos detenidamente intentando superponer nuestro rostro al del pasaporte. En esto demoraron varios minutos, tiempo que aprovechamos para despedirnos de Gran Mongol y abrazarnos.

Una vez dentro, un policía de aduana se acercó y mediante señas dio a entender que había problemas con nuestro equipaje. En la oficina, las fotos polaroid, 750 en total, estaban desparramadas sobre la mesa y dos oficiales las examinaban cuidadosamente. Al advertir nuestra presencia, el oficial-hombre: traje con chamarretas rojas, ojos saltones, se acercó y golpeándome el pecho con el índice dijo: “Tú no saber nada de China”. A lo que no respondí intentando captar los detalles de la situación: mesa de hierro, tres fotos tamaño mediano de dirigentes de la república, paredes grises, oficial-hombre, oficial-mujer, papeles...

Después de ubicar las fotos en montones desiguales el oficial-hombre, que salía constantemente y consultaba con alguien de voz parecida a la de Gran Mongol, señaló: “Estas son las que ustedes llevar”, empujando hacia delante un bultico de aproximadamente doscientas fotos.

Las recogí e introduje en un sobre amarillo. Cuando pregunté por las otras, nos miró, y casi sin abrir la boca dijo: “Distorsionan imagen de república” —haciendo un gesto de fin de todo diálogo.
Así que salimos a la pista y nos incorporamos a la cola de escalerilla del avión. Observé nuevamente el Mao. Las venas del rostro se le inflamaban y el dragón ya no soltaba sangre por la boca, sino que giraba frenéticamente sobre sí mismo y reía...

Apreté nuevamente el paquetico con las fotos.

Subimos.