take 9 (ficción en la revista 33 y 1 tercio)


autores presentados en take 9, (lado ficción) de la revista

yordanka almaguer, stuart hughes, elena v. molina, tom waits, daniel díaz mantilla, betty sargent, demis menéndez, michael swanwick, raúl flores iriarte

la semana pasada dejamos la noticia sobre este último número y publicamos el sumario

el bien (yordanka almaguer
Mi boca tiene sabor a perro muerto. No puedo asegurar si es desde siempre o desde hace solo una semana. No sé si es solo cuando mastico el aire y la saliva me recuerda las piernas abiertas de un perro inerte. Los perros no ladran cuando no están vivos; por eso es inservible este mal sabor. No puedo ladrar, gruñir, morder. Solo levanto un pie, luego el otro (la rodilla cruje) para subir las escaleras.

El cuerpo me pide volver atrás, encerrarme en mi cuarto, clausurar las ventanas, la puerta, para no escuchar los sonidos de afuera, no salir. Patear el radio. Taponear mis oídos para siempre. Pero debo continuar subiendo las escaleras, tocando las puertas, entregando estos papelitos ridículos. Pido una firma para que mi jefa crea que hice el trabajo. Trato de no mirar la cara de asco de la muchacha cuando abro mi boca. Hueles a perro muerto, piensa, y apenas mira el papelito mal redactado en el que se le ruega que se presente en el Banco a pagar su deuda. (La casa, el televisor). El perro muerto que se oculta en mi boca quisiera estar vivo para morder a la muchacha, que no ose pensar que es mejor que yo porque no siente en ella mi olor. Ella y todas las demás huelen a carneros con vientres hinchados. Sus maridos huelen a corral de cerdos. Pero solo sienten el olor que llevo yo. El de mi boca. Y quisiera no tener que hablar.

El perro me espera a la entrada del edificio. Obediente. Lo encontré hace una semana y cuando le pregunté si tenía dueño caminó hacia atrás escondiendo la cola entre las patas. Le asustó mi olor a muerte.

La cabeza del perro me recuerda los martillos de los aborígenes.

Lo traigo conmigo para entrenarlo.

Cruzamos la calle.

Un niño de ojos azules pasa junto a nosotros. Va pedaleando en su bicicleta pequeña y con brillo. Es un niño hermoso y solo mira al cielo. No repara en el perro ni en mí. Quizá más tarde, cuando los niños más grandes salgan de la escuela, este niño hermoso tenga una turba detrás reclamando una vuelta en su bicicleta. Pero él, por ahora solo mira al cielo.

Creo que, con el tiempo, el perro se acostumbrará a mi olor. Estoy segura de que ya no podré hacer nada por sacar la muerte de mi boca, por sacar estos deseos de tapiar las ventanas. No escuchar. Cada día lo entreno. No le doy de comer. Solo agua.

Ahora lo obligo a subir las escaleras y a que se quede quieto mientras me abren la puerta. El hombre mira al perro cuando yo abro la boca para decir que vengo del Banco. Ese perro está a punto de morir, piensa, y chasquea la lengua para que se aleje de su puerta.

–¿Viste? Lo hemos engañado, le digo al perro mientras cruzamos la calle.

El niño de la bicicleta azul pedalea con su pensamiento en el cielo. De su bolsillo se escurre un caramelo. Mi perro ansía comerlo. No se lo permito, el niño podría usar al perro a su favor.

Esta vez el perro me mira con odio. Sé que odia mis ademanes, las órdenes que lo obligan a ejercitar su mandíbula. Odia mi voz. Mi aliento le recuerda su propia muerte. Quizá odie al niño que algún día conocerá lo que está debajo del cielo.

Yo no odio. Solo tengo este hedor insoportable y los deseos de no escuchar, no moverme. No hablar.

Llegamos a un rincón apartado, preludio de un basurero. Dejo libre el cuello de mi perro y me tiendo en el suelo. Es hora de que te alimentes.

Él obedece con rabia y júbilo.

No reconozco esos sentimientos, solo sus mordidas y el olor de su saliva y mi sangre.

Ya no tengo que hablar.

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a su manera (stuart hughes

Supongo que debe de quererme, a su manera, porque me cuida. Soy una inválida y él pacientemente me alimenta. Cuando babeo, él me limpia el mentón con una cuchara, sin chistar.

Supongo que debe de quererme, a su extraña manera, porque cuidadosamente me carga y me tiende sobre la cama. Entonces gentilmente entreabre mis muñones inferiores y tiernamente me penetra.

Supongo que debe de quererme, a su rara manera, de otra forma, me habría cortado la cabeza cuando me cortó los brazos y me quitó las piernas.

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abuela, yo te quiero (elena v. molina

La abuela dormitaba en un catre, ahí mismo a la entrada del cuartico. La sala, mesa para comer y cocina de luz brillante pegada a la pared. Del otro lado, una cortina plástica de flores rojas separaba el inodoro del lavamanos con cubo debajo para recoger el aguachurria. La vieja dormía cada día más esquelética, más diminuta, encogiéndose debajo de la piel cuarteada.

Cuando Marisol salió del baño, vio a Hortensia desnuda frente al espejo. Esta quiso otra vez ser su amiga. Es decir, deseó poseer su cuerpo lamido y gustoso. Mari sentía incómodo que Hortensia la empujara de sí cuando acababa. Tenía que sentarse en el piso frío a esperar que el mundo se enfocara de nuevo, y solo al percibir el moco verdoso en su mano iba al baño otra vez, a lavarse.

Mari miró a través del espejo a su abuela. Miró la piel escamosa de su abuela, la piel lisa de sus dieciocho años y recordó la carota de Fulgencio y la piel amarillenta y dura de los puercos, con su capa blanca de grasa sobre la carne jugosa. Se pellizcó, piel lisa pero poca carne. Luego miró las tetazas de Hortensia y recordó que cuando era niña no salían juntas.

En aquel entonces vivía la madre de Mari, la mulata más caliente de la calle Luz, decían los hombres. La madre siempre en la calle, siempre en el mercado de Ejido, siempre llevando arroz y frijoles y carne de puerco. Y al regresar besándose con Hortensia que la tocaba toda, arrancándole el bloomer sin quitarle el vestido, tirándola en la camita de Mari, que terminaba durmiendo en el catre apestoso de la abuela.

Pero ayer Hortensia miró a Mari, se apretó las tetazas y sacó la lengua: Niña, tendrás que besarme mientras Fulgencio nos toca como terneras y nos va degollando…

Y Mari se despertó sudando a las cuatro de la mañana, atormentada por sueños con camiones que llegan al mercado, negros de fango y atestados de frutas, vegetales y carne. Allí hombres sin camisa, velludos, malhablados y toscos, descargan mercancía, acomodándola en maltrechas carretillas. Mari miraba las cabezas de puercos colgadas de pinchos, las grandes orejas, hocicos como trompas, y los ojos saltones por el miedo. Entre ellas está Fulgencio el guajiro, con su carota cuarteada por surcos de boniato, con la encía rota y los dientes ennegrecidos, tiene una barriga enorme con tripas llenas de carne de puerco. Deshaciéndose en sudor, Mari mira la panza de los cerdos con las tripas llenas de sancocho. Después les mira más abajo, al bulto entre las patas. Un bulto es grande. Y cuando Fulgencio se da cuenta, coge entre sus manos llenas de sangre aquellos bultos, y le pregunta a ella si quiere comerlos.

Vieja, le había dicho Hortensia a la abuela, hay que ser realistas. Mari ya es una mujer, y hay que comer y comprar medicinas, y la vieja protestando porque no había ni luz brillante para encender la cocina, le dijo, un saco de arroz y malanga y un pernil de puerco, bien grande, para todo el mes. Por menos que eso, nada, ¿oíste? Mi nieta tiene que ser como mi hija. Baratas, las putas del puerto. La vieja mientras hablaba blandía un cuchillo.

La abuela termina de roncar, después de un berrido seco. Ambas oyen que algo gotea, como un grifo abierto de repente, pero saben que no es agua sino la vieja orinándose. Hortensia dice, vamos, y Mari besa la frente de su abuela antes de irse. Fulgencio ya debe estar esperando.

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los años locos de frank (tom waits

Bueno, te diré: Frank se asentó en el valle y allí colgó sus años locos en un clavó que puso a través de la frente de su esposa.

Frank vendía muebles usados de oficina allá por el camino de San Fernando y tomó un préstamo de treinta mil dólares al quince porciento de descuento y una hipoteca también en un sitio pequeño con un par de dormitorios.

Su esposa era un montón gastado de chatarra sin gasolina pero, no obstante, hacía buenos bloody marys y mantenía cerrada su boca casi todo el tiempo.

Tenían un pequeño chihuahua llamado Carlos con una de esas enfermedades raras en la piel. También estaba totalmente ciego.

Tenían una cocinita bastante moderna y un horno autolimpiable.

Frank conducía un pequeño Sedan y todos eran felices.

Una noche de esas cuando iba de regreso a casa desde el trabajo se detuvo en la licorería, compró un par de Johnny Walkers y se los bebió en el trayecto a una gasolinera; allí compró un galón de gasolina y se lo llevó en una lata, fue hasta su casa y la empapó de combustible por todas partes.

Después la incendió y se echó a reír desde el otro extremo de la calle mientras la veía arder, un brillante Halloween de naranja y rojo; puso la radio en los 40 Principales, condujo hasta la carretera de Hollywood y se fue al norte.

Frank nunca pudo soportar a ese maldito perro.

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una visita al zoológico (daniel díaz mantilla

Esta es la historia del leopardo que saltó la cerca y escapó del zoológico. Es una historia breve, como suponen. Pasaron las imágenes en la tele: inquieto felino acorralado en la avenida, rugido de terror, una detonación, un cuerpo que vacila y cae, close–up a los ojos poco antes de cerrarse. Otras noticias más dramáticas siguieron –guerras, escándalos, gente infeliz–, pero me quedé pensando en el leopardo. Esa noche soñé que visitaba el zoológico, me detenía ante su jaula y leía en la placa explicativa algo sobre las costumbres de la Panthera pardus. El animal me miraba sin mucho interés desde la distancia, como negando con su actitud lo que sobre él había leído. No sé que extraño impulso me llevó a buscar en el reverso de la placa, decía algo también sobre nuestras costumbres, algo absurdo en verdad, pero entonces me pareció coherente.

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cremar en sacramento (betty sargent

Él dijo que simplemente podía perder el control y comenzar a salir con Benjy mientras se lo está tirando.

Fred dijo que justo había dejado a su hija en la escuela y estaba en camino a casa cuando lo cogieron. Ella no quería enseñarle todo el culo, pero Howard quería verlo. Howard estuvo todo un minuto hablando sobre como un montón de los graffittis en los subterráneos de New York eran hechos por europeos que venían hasta acá solo para hacerlos. Howard dijo que había estado comprando estiletes para regalar este año y él cree de veras que serían buenos regalos. Fred dice que pensó de verdad en decirle que se jodiera y se fue caminando. Howard empezó entonces a hacerle cosquillas a Jamie.

Él dijo que temía salirse de eso en el último minuto si no podía perder peso.

Ella mandó a una amiga para firmar un contrato para quedarse más tiempo pero entonces le dieron un cheque del tipo que ponía su nombre “Ivy Sil Ver Stein” y le robaron y se llevaron su auto.

Él también le preguntó cuanto tiempo iba a estar esta semana.

Robin sugirió que Howard trajera algún video de Howard TV en que saliera promocionando SIRIUS. George Takei dijo que Ivy es extraordinaria. Howard tuvo que romper con ella después de aquello.

Han ofrecido incontables veces mandar chicas para la gira norteamericana destinadas a las tropas estacionadas en Iraq pero siempre les decían que no.

Howard dijo que él y Beth estaban conduciendo y a Beth le llegó un mensaje de Dana.

Gary dijo que a él le preocupaba Ivy. Ella comenzó a quejarse.

Artie le dijo “Jódete, perra” Ella empezó a divagar sobre como las drogas pueden volver gay a la gente y el George verdadero se le rió en la cara mientras los clips de audio de George también se reían.

Howard dijo que Artie podía ser el jodedor y Benjy podía ser la chica, o el fondo. Gary dijo que Ivy le había dicho que estaba en guerra con otras siete personas.

Fred dijo que no tenía ni idea de que show era y tampoco tenía idea de a quién le estaba hablando

Entonces vino Scott el Ingeniero y dijo que encontraba raro que Fred solo tuviera e–mails positivos sobre su persona en el show.

Dijo que había pasado por la mansión después de volar con L.

Y era Sal llamándola para que detuviera sus divagaciones. Fred dijo que pensaba que a Benjy le gustaba que la cogieran por atrás y por eso él estaba haciéndolo. Howard lo interrumpió y le dijo que Patricia estaba en el teléfono hablando de suicidarse mientras George hablaba de su carrera. Robin dijo que estaba metido en la versión inglesa de “Soy una Celebridad, sáquenme de aquí” y parecía ser un hombre muy masculino. Artie dijo que su amigo había regresado y le había contado esa historia. Gary le preguntó a Ivy que estaba haciendo para mantenerse en esos días. Le pidieron que hiciera algo como jugar Assketball y quizás saltar desnudo un poco.

Ella mandó a una amiga para firmar un contrato para quedarse más tiempo pero entonces le dieron un cheque del tipo que ponía su nombre “Ivy Sil Ver Stein” y le robaron y se llevaron su auto. Artie dijo que solo estaba bromeando porque nunca creyó que el ajedrez fuera un juego para gays.

Eso es lo que lo mató, según un montón de gente. Dijo que unos cuantos tipos fueron hasta la parte de atrás para ver que estaba pasando en la cueva.

A George eso no parece importarle.

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minorías (demis menéndez

Aquella soleada mañana del mes de febrero, el Mandatario había muerto de una larga y penosa enfermedad a la temprana edad de ochenta años. Y a pesar del luto nacional convocado por la angustia y el ímpetu, muchos no participaron en sus honras fúnebres.

Las fuerzas militares se habían replegado a sus cuarteles por causa de la sombra del no-líder. Como quien no quiere las cosas, la policía había tomado posesión de las calles con la tranquila naturalidad de los días gloriosos del vasto mandato.

La gente, mejor dicho, el pueblo estaba quieto. Adormecido. Aletargado en ese transcurrir de amaneceres unos tras otros. Comían en mesas de a cuatro. Y a veces, invitaban amigos para hacer de la cena, un discreto festín de recuerdos. Un café y algo de música bien bajito a causa del luto nacional.

Al mes exacto, casi todos habían olvidado el muerto. Y el luto nacional.

Dos bandos bien definidos se habían lanzado a los medios en busca de adeptos y fanáticos. En mejor caso, se decía sin escrúpulos, de los segundos.

Los Rojos, personas muy cercanas al olvidado Mandatario, se habían dado a la relectura, análisis y memorización del Manifiesto. Imprimieron millones de copias e hicieron repartirlas a cada ciudadano. Incluso a aquellos que no había participado de las honras fúnebres.

Los Verdes, jóvenes de clase alta y baja clase, se decidieron a desenterrar las raíces aborígenes. Estudiaron el sánscrito. Se arriesgaron al peligro de las espirales. Bautizaron sus mítines con la Biblia, el Corán y el Kamasutra. Sedujeron a los suyos con auténticas orgías en plazas públicas y estadios.

Nada, sin embargo, me resultó atractivo.

Me retiré a casa y puse la mente en blanco. La página y las paredes me ayudaron. No tuve recuerdos, ni ansías. No presencié el hambre, ni participé del sueño. Hice silencio.

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Jane Carter de Marte (michael swanwick

¡Imagina tener a Dejah Thoris, princesa de Helio, de tatarabuela! Su semblanza, tallada en mármol, senos como globos y todo, por todas partes en aquella ciudad de fábula. No es de extrañarse que Jane Carter se convirtiera en una punk.


Despertó de un sueño etílico una mañana para hallar a un ogro verde de cuatro brazos golpeándose la frente contra el suelo frente a ella. Sus arreos harapientos lo identificaban como miembro de la Guardia Imperial.


"¡Los Hombres Bestia han invadido la capital!" gimió. "Debes liberar a nuestra gente, oh princesa."


"¿Por qué yo?" preguntó ella turbiamente. "¿Por qué no alguien a quien realmente le importe?"


Pero la sangre dirá. Lo próximo que supo, los fieles restos del Viejo régimen la habían investido con la tanga y los cubresenos de su tatarabuela, y estaba peleando en los parapetos, espada en una mano y pistola de rayos en la otra.


Tenía tanta resaca que nunca pensó en su seguridad personal.


"¿Que coño te pasa, es que nunca has visto piercings faciales antes?" le dijo a un guerrero sorprendido mientras lo volaba en pedazos. "¡Se llama Mohawk!" le gritó a otro, y lo atravesó.


Los ciudadanos, demasiado alejados como para oler su aliento, fueron inspirados y tomaron las armas.


Los Hombre Bestia no tuvieron oportunidad.


Así fue como Jane Carter terminó, contra su voluntad, en el trono Imperial, con hombres casi desnudos a uno y otro lado de ella, haciendo pucheros y acariciando sus muslos. Unos mil sirvientes se apresuraban para hacer realidad sus deseos. Era respetada, reverenciada, adorada. Se erigieron estatuas en su honor.

A ella no se le escapó la ironía de esto.

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balas (raúl flores iriarte

A todos nos ha golpeado alguna vez bala de salva. Muchos no parecen advertirlo, pero así es. Apostados escuadrones enteros en cimas de edificios poco altos, casa de vivienda, comercio y vaquería, armados con fusiles de repetición y mirilla telescópica. Disparan al tuntún, a ver que pasa. Por suerte, bala de salva.


No en balde anda el pueblo a paso rápido, cabeza gacha. No vaya a ser que disparen por error sobre uno, a ojo de buen cubero, o por diversión.


Las viejas van con revólver y pistola automática a la bodega. Le disparan al bodeguero en la cabeza si son mal atendidas. Solo pólvora seca, pero a tres pies de distancia pica como bofetada. A nadie le gusta ser abofeteado, creo yo.


Las cobradoras de multas ya no multan. Te disparan. Por una falta grave, pueden llevarte hasta el pelotón de fusilamiento instaurado para tales fines.


Tanta explosión de pólvora puede cegar. Esta es una secuela a ser tomada en cuenta. Se han disparado astronómicamente las ventas de espejuelos oscuros. Las chicas van por ahí como estrellas de cine. A nadie le gusta quedarse ciego, creo yo.


(Vigilar y castigar de Foucault constituye un discreto best-seller en los marcos de esta ciudad. No obstante, a pocos aquí les gusta leer. No parecen advertirlo, pero así es.)


Si te llevan al pelotón de fusilamiento puedes pasarlo mal. Todo el proceso es filmado y después televisado. Para edificación de futuros infractores, para cosmovisión de los no-ajusticiados. Puedes quedar ciego frente a cámara de televisión, frente a todo el país. A la gente parece gustarle el asunto. Las chicas de espejuelos oscuros, como estrellita de cine. Los fusiles pum pum pum y flores de fuego salen del extremo de los cañones. Los fusilamientos se hacen en la noche, por eso se ven de esa manera. De día no se vería flor de fuego.


(Las viejas les disparan a los bodegueros a cualquier hora; pólvora como bofetada en el rostro.)


A los presos comunes les disparan con balas trazadoras. Brilla más y da lustre, dice la Academia. Estos fusilamientos también son televisados y no es flor de fuego saliendo de los cañones de las armas, sino pequeño sendero de luz.


No se ve caer a los presos. Los amarrarán a postes, creo yo.


Por eso Foucault en el bolsillo y espejuelos oscuros para lo que pueda suceder. Paso rápido, cabeza gacha. Las balas de salva están llegando a su fin, corre el rumor por ahí. No se sabe que vendrá después. Nadie quiere ser golpeado por bala trazadora, creo yo.