Una nota para cierto viejo amigo
Traducción de Raúl Flores Iriarte
Probablemente nadie que intente el suicidio, como muestra Regnier en una de sus historias, está totalmente consciente de todos sus motivos, los cuales son usualmente muy complejos. Al menos en mi caso, está provocado por un sentido difuso de ansiedad, un sentido difuso de ansiedad acerca de mi propio futuro.
Durante los dos últimos años o algo así, he estado pensando solo en la muerte, y he leído con especial interés un notable relato sobre el proceso de la muerte. Mientras que el autor lo hizo en términos abstractos, yo seré tan concreto como pueda, incluso hasta el punto de sonar inhumano. En este punto el deber me pide que sea honesto. Con respecto a mi sentido difuso de ansiedad acerca de mi propio futuro, creo que lo analicé del todo en La vida de un tonto, excepto por un factor social, a saber: la sombra del feudalismo proyectada sobre mi vida. Esto lo omití a propósito, no del todo seguro de que pudiera realmente aclarar el contexto social en el que vivía.
Una vez decidiéndome sobre el suicidio (no lo veo como un pecado, como lo hacen los occidentales), di con los medios menos dolorosos para llevarlo a cabo. Así excluí colgarse, dispararse, saltar, y otras formas de suicidio por razones prácticas y estéticas. El uso de una droga parecía ser quizás el modo más satisfactorio. Respecto al sitio, tenía que ser mi propia casa, a pesar de la inconveniencia a mi familia sobreviviente. A suerte de trampolín, como habían hecho Kleist y Racine, pensé en alguna compañía, por ejemplo, amante o amigo, pero, habiendo desarrollado de pronto confianza en mi mismo, decidí continuar solo. Y lo último que tenía que sopesar era el aseguramiento de la ejecución perfecta sin conocimiento de mi familia. Después de la preparación de varios meses he tenido al fin la certeza de esta posibilidad.
Nosotros los humanos, siendo animales humanos, tenemos un miedo animal hacia la muerte. La tan llamada vitalidad es solo otro nombre para la fortaleza animal. Yo mismo soy uno de estos animales humanos. Y esta fortaleza animal, según parece, se ha retirado gradualmente de mi sistema, juzgando por el hecho de que me queda poco apetito para la comida y las mujeres. El mundo en el que estoy ahora está lleno de nervios enfermos, lúcidos como el hielo. Esta muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, hallo la naturaleza más hermosa que nunca, tan paradójico como pueda sonar. He visto, amado, y comprendido más que los demás. En esto al menos tengo una medida de satisfacción, a pesar de todo el dolor que he tenido que soportar.
P.S. Leyendo la vida de Empedocles, sentí cuán antiguo es este deseo de hacer un dios de uno mismo. Esta carta, hasta donde soy consciente, nunca intenta eso. Al contrario, me considero uno de los humanos más comunes. Puedes recordar aquellos días de hace veinte años atrás cuando discutíamos "Empedocles en Etna" bajo los árboles de linden. En aquellos días yo era el que deseaba hacer un dios de mí.