Ahora somos como aquel montón mate de arena
del jardín del Pabellón de Plata de Kyoto,
diseñado para revelarse sólo a la luz de la luna.
¿Quieres que esté de duelo?
¿Quieres que guarde luto?
¿O, como la luz de la luna en la arena blanquísima,
quieres que use tu luz para brillar, para relucir?
Brillo. Estoy de duelo.
****
la nieve de las ramas de los abetos. Ningún disfraz
dura demasiado. ¿Pensabas que no había vientos
debajo de tierra? Mi caballo tártaro prefiere
el viento del Norte. ¿Pensabas
que la muerte y un poco de tiempo me detendrían?
¿Acaso no me elegiste por mi condición
obstinada, por los ojos verdes que ahuyentaban
a los timadores y engañabobos de nuestra puerta?
He abierto un pequeño sendero, un círculo ovoide
alrededor de tu tumba, para mantener el calor
mientras te hablo. Soy la única
en el cementerio. Elegiste bien. Nadie
es tan obstinada como yo, y mi caballo tártaro
prefiere el viento del Norte.
de regreso a Shikibu y Komachi,
a hombres que ni siquiera entonces parecían capaces
de darles afecto. Aunque es una traición
no admirar el amor de las mujeres,
que ilumina los largos corredores del pasado
con tanta potencia como las linternas
bajo las que anduve junto a los santuarios de Kyoto.
Mujeres que esperaban en vano; o que una fugaz
Reaparición vivificase su tristeza.
Su esperanza de reencontrarse siquiera con un pálido amor
Daba a cada corazón un riguroso desvanecimiento.
Incluso una hermosa pérdida es una pérdida.
Alguien debería haber atravesado
las telarañas de sus miserables portales
con un nuevo mensaje: “No el trabajo del amor,
sino el amor en sí: nada menos”.
Quizá eso, al menos, las habría vaciado
lo suficiente
como para anular toda
falsa esperanza de satisfacción.
Lo que quiere decir que, al no llegar el amor adecuado,
no habrían estado preparadas.
Algo muy a mano
Habría concitado sus atenciones.
Así pues, salí a pasear una noche, bajo la luna llena,
y convine con mi amado muerto
que la luz fría que se reflejaba en el dorso de mis manos
me pertenecía principalmente a mí.
veo los caballos
moviéndose apenas, los flancos
y crines acariciados, la depresión
del lomo. El amor humano es una maravilla,
aunque sólo sea para decir: ¡este cuerpo! ¡esta niebla!
Tras los chinos
Versiones de Eduardo Moga
Al amanecer, un viento del Norte ha zarandeadola nieve de las ramas de los abetos. Ningún disfraz
dura demasiado. ¿Pensabas que no había vientos
debajo de tierra? Mi caballo tártaro prefiere
el viento del Norte. ¿Pensabas
que la muerte y un poco de tiempo me detendrían?
¿Acaso no me elegiste por mi condición
obstinada, por los ojos verdes que ahuyentaban
a los timadores y engañabobos de nuestra puerta?
He abierto un pequeño sendero, un círculo ovoide
alrededor de tu tumba, para mantener el calor
mientras te hablo. Soy la única
en el cementerio. Elegiste bien. Nadie
es tan obstinada como yo, y mi caballo tártaro
prefiere el viento del Norte.
Cada pájaro caminando
No mientras, sino mucho después de decírmelo él,
yo lo imaginaba bañando a su madre,
encorvándose sobre la cama y bajando
la manta. Había una palangana con agua
y él mojaba un paño
en ella una y otra vez. El paño
chorreaba un poco sobre la sábana
cuando él iba y venía desde la cabecera
a la mesa de noche
porque no había sitio
en el cuerpo de ella que él no debiera tocar pues
era necesario. Y ella le ayudaba moviéndose
lo poco que podía, levantándose para que él
lavara, debajo de los brazos, el hueco suavemente.
Luego progresaba
desde los pies, por los tobillos, sobre
las rodillas. Y por último, abría
sus muslos y pasaba el paño con firmeza
y con la idea de limpiar
arriba, donde la entrepierna, entre los labios,
sobre la V de pelos escasos,
como si él fuera una madre
que tuviera el pretexto de la limpieza para tocar
con amor e indiferencia
las partes secretas de su hija, para rozar
la asexualidad soñolienta en su espera,
para descubrir qué hacer por el amor
del cuerpo, por el amor de lo que
sólo el cuerpo puede hacer por sí mismo.
Así su mano, suavemente en el sitio
de su luz natal. Y ella, los ojos ahondados
y cerrados en la habitación oscura.
Y porque él me dijo que la muerte de ella era tan
importante como el estar con ella,
yo pude amarle de otro modo. No
por el cuerpo solo, o por su propia materia,
sino llevada por las blancas espirales del temblor
hasta que el espíritu, el aliento que éramos,
se nos quitó. Pequeña entonces,
la palabra sagrado.
La volvió boca abajo
y lavó las escápulas,
la parte estrecha de la espalda. "Ya está bien", dijo ella.
"Basta ya".
Sobre nuestros labios aquella mañana, el jugo ácido
de las madres, tan fuerte en la remembranza,
sin pedir, sin dar, y lo que dijiste,
va siendo el fin de nuestro amar, así para no dañar
al ser más querido, me hizo pensar
en lo que queda de nosotros
después de quitado nuestro sexo. "Cuéntame", dije,
"algo que no pueda olvidar". Luego vino la historia
de tu madre, y cuando terminaste,
dije: "Está bien. Basta ya
yo lo imaginaba bañando a su madre,
encorvándose sobre la cama y bajando
la manta. Había una palangana con agua
y él mojaba un paño
en ella una y otra vez. El paño
chorreaba un poco sobre la sábana
cuando él iba y venía desde la cabecera
a la mesa de noche
porque no había sitio
en el cuerpo de ella que él no debiera tocar pues
era necesario. Y ella le ayudaba moviéndose
lo poco que podía, levantándose para que él
lavara, debajo de los brazos, el hueco suavemente.
Luego progresaba
desde los pies, por los tobillos, sobre
las rodillas. Y por último, abría
sus muslos y pasaba el paño con firmeza
y con la idea de limpiar
arriba, donde la entrepierna, entre los labios,
sobre la V de pelos escasos,
como si él fuera una madre
que tuviera el pretexto de la limpieza para tocar
con amor e indiferencia
las partes secretas de su hija, para rozar
la asexualidad soñolienta en su espera,
para descubrir qué hacer por el amor
del cuerpo, por el amor de lo que
sólo el cuerpo puede hacer por sí mismo.
Así su mano, suavemente en el sitio
de su luz natal. Y ella, los ojos ahondados
y cerrados en la habitación oscura.
Y porque él me dijo que la muerte de ella era tan
importante como el estar con ella,
yo pude amarle de otro modo. No
por el cuerpo solo, o por su propia materia,
sino llevada por las blancas espirales del temblor
hasta que el espíritu, el aliento que éramos,
se nos quitó. Pequeña entonces,
la palabra sagrado.
La volvió boca abajo
y lavó las escápulas,
la parte estrecha de la espalda. "Ya está bien", dijo ella.
"Basta ya".
Sobre nuestros labios aquella mañana, el jugo ácido
de las madres, tan fuerte en la remembranza,
sin pedir, sin dar, y lo que dijiste,
va siendo el fin de nuestro amar, así para no dañar
al ser más querido, me hizo pensar
en lo que queda de nosotros
después de quitado nuestro sexo. "Cuéntame", dije,
"algo que no pueda olvidar". Luego vino la historia
de tu madre, y cuando terminaste,
dije: "Está bien. Basta ya
Brillo
Aquella japonesas esperaban; esperaban,de regreso a Shikibu y Komachi,
a hombres que ni siquiera entonces parecían capaces
de darles afecto. Aunque es una traición
no admirar el amor de las mujeres,
que ilumina los largos corredores del pasado
con tanta potencia como las linternas
bajo las que anduve junto a los santuarios de Kyoto.
Mujeres que esperaban en vano; o que una fugaz
Reaparición vivificase su tristeza.
Su esperanza de reencontrarse siquiera con un pálido amor
Daba a cada corazón un riguroso desvanecimiento.
Incluso una hermosa pérdida es una pérdida.
Alguien debería haber atravesado
las telarañas de sus miserables portales
con un nuevo mensaje: “No el trabajo del amor,
sino el amor en sí: nada menos”.
Quizá eso, al menos, las habría vaciado
lo suficiente
como para anular toda
falsa esperanza de satisfacción.
Lo que quiere decir que, al no llegar el amor adecuado,
no habrían estado preparadas.
Algo muy a mano
Habría concitado sus atenciones.
Así pues, salí a pasear una noche, bajo la luna llena,
y convine con mi amado muerto
que la luz fría que se reflejaba en el dorso de mis manos
me pertenecía principalmente a mí.
Ahora cerca de mí
Por entre la niebla del valleveo los caballos
moviéndose apenas, los flancos
y crines acariciados, la depresión
del lomo. El amor humano es una maravilla,
aunque sólo sea para decir: ¡este cuerpo! ¡esta niebla!
Uvas azules
Como uvas azules
junto a la ventana
y miro
al valle nevado.
Por un momento, la profundidad del mundo
me devuelve la mirada. Entonces un arrendajo azul
esparce nieve de una rama.
No hay mundo; no hay encuentro. Sólo
estremecimientos, dulzura
en la lengua.
estoy dispuesta a amar a quienes
no me ofrezcan futuro - la forma
que tiene el corazón de extraviarse
en el tiempo -. Él me lo dio todo, hasta
el último y jaspeado instante, pero no como un exceso,
sino como si un propósito oculto fuese
una fuente junto al camino
a la que pudiera acercar mis labios y saciarme
de recuerdos. Ahora el amor en una habitación
puede hacer que me pierda con suma facilidad,
como una niña que hubiese de volver deprisa a casa
ya de noche, y tuviera miedo de
encontrarla vacía. O sólo miedo.
Dime otra vez que esto sólo va a durar
lo que dure. Quiero ser
frágil y verdadera, como quien prolonga
el momento con su muerte intacta,
con su corazón, demasiado sabio,
limpio de los desechos que llamamos esperanza.
Sólo entonces podré volver a visitar al último superviviente
y saber, con la alborotada exactitud
de una ventana rota, lo que quería decir,
con todo el tiempo ido,
cuando decía: "Te quiero".
Y ahora ofréceme de nuevo
lo que pensabas que no era nada.
junto a la ventana
y miro
al valle nevado.
Por un momento, la profundidad del mundo
me devuelve la mirada. Entonces un arrendajo azul
esparce nieve de una rama.
No hay mundo; no hay encuentro. Sólo
estremecimientos, dulzura
en la lengua.
Habitación infinita
Habiendo perdido el futuro con él, estoy dispuesta a amar a quienes
no me ofrezcan futuro - la forma
que tiene el corazón de extraviarse
en el tiempo -. Él me lo dio todo, hasta
el último y jaspeado instante, pero no como un exceso,
sino como si un propósito oculto fuese
una fuente junto al camino
a la que pudiera acercar mis labios y saciarme
de recuerdos. Ahora el amor en una habitación
puede hacer que me pierda con suma facilidad,
como una niña que hubiese de volver deprisa a casa
ya de noche, y tuviera miedo de
encontrarla vacía. O sólo miedo.
Dime otra vez que esto sólo va a durar
lo que dure. Quiero ser
frágil y verdadera, como quien prolonga
el momento con su muerte intacta,
con su corazón, demasiado sabio,
limpio de los desechos que llamamos esperanza.
Sólo entonces podré volver a visitar al último superviviente
y saber, con la alborotada exactitud
de una ventana rota, lo que quería decir,
con todo el tiempo ido,
cuando decía: "Te quiero".
Y ahora ofréceme de nuevo
lo que pensabas que no era nada.