Comentario de Juan Abreu

tomado de penúltimos dias



Leo en un artículo de El Nuevo Herald que se subastan los libros, los discos, las pertenencias más cercanas e íntimas del escritor Carlos Victoria. Paso un par de días atento a las reacciones ante tamaña infamia, pero nada. Hemos caído tan bajo que ni acontecimientos tan repugnantes sacuden nuestra molicie gorda, nuestra inconmovible desvergüenza.

Muere en el exilio uno de sus mayores escritores, pobrísimo (después de veinte años de trabajo en el principal periódico de la ciudad, lo que dice mucho del periódico) y no hay una institución, un museo, un archivo, un garaje con aire acondicionado, una choza en los Everglades pagada por el rico y próspero exilio que ampare de la dispersión los objetos que poblaron el mundo espiritual del escritor Victoria.

Es una prueba más de nuestra inopia cultural, nuestra vagancia intelectual, nuestro clamoroso fracaso. Después de cincuenta años nuestros brutos próceres todavía no han aprendido que lo único firme y duradero que ha construido el exilio cubano es la obra de gente como Carlos Victoria.

El artículo nos informa de que la viuda del escritor tiene que cubrir deudas. Bueno, Carlos dejó pagada su cremación y era un personaje muy formal así que dudo que debiera dinero a nadie. Por otro lado la dama en cuestión no vivía con él y considerarla su viuda me parece francamente excesivo. ¿Hasta cuándo la homosexualidad seguirá considerándose un estigma entre nosotros? ¿Hasta cuándo improvisaremos pantomimas ante el cuerpo del homosexual muerto como si se tratara de un enfermo, de un monstruo?

¿Con qué derecho dispersa la señora esos íntimos trozos del escritor fallecido? ¿Qué ha hecho con sus papeles? Que Carlos firmara un documento matrimonial por motivos piadosos no la autoriza a patear sus cenizas.

Pero lo terrible de todo esto no es el acto de la subasta en sí, sin duda vergonzoso, sino constatar que el desamparo de los creadores cubanos exiliados sigue siendo tan pavoroso como siempre. El poeta Campa que muere en las calles y desaparece arrojado en una fosa común, los papeles de René Ariza perdidos en algún armario californiano, las partituras de Bobby Collazo arrojadas a la calle en Manhattan, la obra de Juan Boza podrida en un almacén. Por citar unos pocos casos.

La duración del exilio es proporcional a nuestra irresponsabilidad, nuestra frivolidad y nuestra estupidez.

Dan ganas de llorar.

Juan Abreu