Cinco cervezas, Poliedro, Barcelona 2004, es el último libro del escritor cubano Juan Abreu. Y digo libro sin entrar en los meandros de las definiciones de género, no porque no quiera, sino porque lo primero que parece no admitir este texto es el encasillamiento tan caro a los académicos y otros especímenes. Más bien es algo cercano a la materia órganica, y como tal maleable y difícil de calificar. Este es un libro duro y devastador; pero necesario en el desalado panorama de la literatura y la política isleñas. Si alguna definición se pudiera aventurar acerca de la obra que nos ocupa es el de literatura panfletaria que entroncaría en nuestras letras americanas con ese monstruo decimonónico que fue José María Vargas Vila, azote de tiranos, y en las europeas y un poco más lejos en el tiempo, con ese monstruo del renacimiento que fue el poeta conocido como El Aretino, azote de príncipes.
Pero Juan Abreu ha tenido menos suerte. Esta es otra época. No digo que peor; esa demagogia. Pero sí otra. Una donde no hay príncipes, o los hay pero apenas se diferencian de los tenderos y ni siquiera soñar con que otorguen el mecenazgo a cambio de no airear sus perversiones, sus perversiones son aireadas a toda hora en esos infiernillos mediáticos nuestros de cada día por unos escribidores y comentadores que de toparse con el pobre Aretino lo devorarían vivo en un santiamén; es más, cada perversión develada es un valor al alza en las cuentas bancarias, no solo de los escribidores y comentadores y sus amos transnacionales, sino del propio príncipe que suele mandar a sus sicarios a que den aviso a los cronistas rentados con la fecha y hora en que podrán sorprenderlo, digamos, en travesuras eroticas con nativos en una de esas playas del Caribe. Una época donde sí hay tiranos, !vaya si los hay!, pero que no reciben el azote, sino el halago de unos escritores e intelectuales que se dicen progresistas y defensores de los derechos humanos; sino que le pregunten a Laura Restrepo, Premio Alfaguara de Novela, que hace unos meses declaró a la prensa que lo mejor que pudo pasarle a América Latina es Fidel Castro.
En otra época Cinco cervezas hubiera provocado un escándalo, debates en la prensa, duelos a tiro o espada, reconocimientos y hasta decretos de censura en las gacetas oficiales en nombre de la probidad y las buenas costumbres; pero en esta época sólo merece silencio. Y lo merece porque arrasa con una serie de mitos y lugares comunes acerca de la historia nacional cubana, porque pone al descubierto de una manera descarnada la complicidad de las élites y las masas isleñas en el advenimiento y sostenimiento de la más feroz tiranía que ha padecido país alguno en el hemisferio occidental; porque de su lectura se desprende que un tipo como Castro no llegó a la escena nacional por pura mala suerte (!aunque algo de eso hubo!) sino que es el resultado, entre otras cosas, de la incultura política, de la incultura en general, y del desprecio a la vida humana, manifiestos en el predominio de un pensamiento revolucionario, y en una escacez de pensamiento, que fue nuestra marca distintiva al menos durante todo el nefasto Siglo XX y que nos puso como hembras en celo a la espera y la búsqueda desesperada del mesías redentor que a punta de falo y pistola nos llevaría a la jauja martiana, que esa jauja resultó marxista y no martiana, era un problema menor, o quizá ni siquiera un problema; porque…¿ no era Martí un antecente de Marx en nuestras costas?, ¿no era Marx, endefinitiva, superior a Martí?, ¿no te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió?, ¿y el que cumple no es superior al que promete?. Lo peor, !y eso no se le perdona!, es que el protagonista Gabriel Torres ofrece en el “hilo conductor de la cerveza” una detallada lista de intelectuales, cubanos y extranjeros, cómplices que dan lo qué sea a cambio de una visa para pavonearse estrellas en “la isla pavorosa”; no se la pierdan.
Creo, sin embargo, que el libro apunta por derroteros mucho más profundos; que serían los del vacío y el sinsentido de toda vida y esfuerzo humano; y junto a ello, la paradoja del artista que creyéndose llamado a poner cierto orden en el caos descubre que nunca irá más allá de patalear en la impotencia, de la pose simiesca y acrobática en el aro de la realidad y que, entre más cerca esta de eso que llaman éxito, ente más artista es, más lúcido sera sobre el insoluble dilema en que se mueve. De ahí la frase “todo es lo mismo” que repite Gabriel en su patriabar de la calle Mallorca en Barcelona, donde ha pedido asilo politico; de ahí la iluminación que le sobreviene antes en la sección de arte de una librería en Miami, mientras hojeaba un grueso tomo sobre la vida y obra de Joseph Beuys “…sentía de súbito, de forma incontrovertible que todas aquellas obras por mi consideradas universalmente agresivas” (…) “eran pura decoración. Mucho peor: tuve la certeza de que solo es posible la decoración…”
Los Poemas puercos de Gabriel Torres que cierran la obra a manera de apéndice vienen a reafirmar la idea anterior y la del libro configurado como organismo vivo e indefinible; también la del autor como un incendiario, no por maldad (!aunque algo de eso haya!) sino porque en última instancia la pradera estaba seca y prender la chispa no fue más que un simple acto de balance ético, ecológico, dirían “los escritorzuelos biculturales de Miami”.