Todos los lunes desde La Habana, el escritor Orlando Luis Pardo.
pródromo a la columnata
primera entrega (lunes pasado): vacío de poder
Yo nado. Yo, nada. Nudos y nidos de una realidad rala, ralentizada, irreal. Nichitos patrios para jugar a ser ingrávido medio metro sobre el nivel de la arena, entre muchachas que gozan la payasada de su amigo escritor, y marzo que muere con sus ventiscas de invierno bajo un sol cenital.
Yo, nada. Yo nado. Páramo de paz. Paisaje sin peso. País post. La murumaca del nadador que flota como antítesis del escritor más denso que el medio. La brazada en el aire como mueca hueca de una escritura que toca fondo y se asfixia y, por concepto, ya no puede avanzar. El artista como autista: bonzo avant-gard con la trusa rota, excritor que hace scuba-diving para no aburrirse tanto con su irrealidad lela, literárida, sin links y al mismo tiempo híperreal.
Yo, nada. En Cuba irrumpe la primavera con todas sus esquinas restauradas, no importa que se trate de un Estado sin estaciones (ni estadísticas ni estadistas). En un hospital de La Habana, Benedetti podría agonizar coloquialmente con su inmortalidad intestinal. Al fondo, unas palmeras domesticadas se debaten en el escenario. La brisa marina las bate hacia el sur. Faulkner en cubano se pronunciaría Fuckner. Por eso religiosamente fornico con la cabeza hacia el sur: los orgasmos antimagnéticos son una forma de resistir, de no ser un sujeto contemporáneo. Pero, ¿es posible fugar de nuestra cubanescente cubicuidad?
Yo nado. Los movimientos geotectónicos están virando el archipiélago hacia el sur, lo expulsan como a una falla de la plataforma continental. Son tiempos al sur bajo el cielo azul de esta foto amateur: tiempos sur-reales políticamente hablando y paleolíticamente tecleando. Soy un copista del período pre-fax, un contador de granos de arena para anunciar la hora, un archivero excelente antes del descubrimiento del Excel. Hoy me siento, más que nunca, como un dextrosaurio analógico en plena Era Levógira digital. No me quejo ni reacciono a ningún estímulo, me aburren las simbologías siniestras de Ariel y Calibán. Mejor me entreno para averiguar si nosotros, los sobremurientes, le debemos a alguien nuestra sobremuerte.
El estilo libre indirecto es otra manera de nadar de espaldas, sin emplear ni exponer el pecho. Braceo a medio metro sobre el nivel de la espuma, pataleo como el ahorcado que, medio segundo después, caerá de panza contra la patria. Para entonces mi sombra y yo nos habremos reconciliado en un único fantasma. Para entonces estaré a ras de tierra, en tabula rasa. Mientras tanto me bato tozudamente contra la corriente de aire y la fuerza de gravedad. Mientras tanto me debato tácitamente en contra de.
Parece un montaje digital, por supuesto: son las consecuencias de una revolución pasada por Photoshop. Ya ninguna instantánea es suficientemente creíble. No hay una sola acción que pueda ser narrada como tal. Se llama Síndrome de la SigloVeintiumnidad. Sobrevivir es mero acto de subsistencia, un storyboard sin esprit. Es sólo cuestión de ser el testigo de esta historieta sin histología, o de protagonizarla hasta el fin sin mayor histeria, desde un frío terminal de la imago. Deslocalizando al logos. Talando cualquier telos literario (tedium cubensis) y epatando todo epos nacional remanente. Sin transparencia ni superposición, sin parodia ni paradoja, sin consenso ni contradicción: ¿cómo narrar en el mar semejante alef maléfico?
Yo nado. Yo, nada. Es un placer y un privilegio sumarme a una población flotante que es la pura resta de su indefinición mejor. El vértigo de la suspensión aérea es el mejor signo clínico de que, en tanto paciente, recupero vitalidad. Como un flotante de fontanero, soy parte del engranaje móvil de un sistema hidrostático ya a punto de coagulación: utopía tupida expulsada por su propio autor como si fuera un esputo. Tenso músculos y contraigo los esfínteres para no perder mis reflujos de aire interior. Soy un animal inflable, sin órganos: de mí cualquier disparate neumático se puede esperar, incluso ser el primer héroe eólico de la humanidad.
Yo, nada. Yo nado. Splash, plaff, flash. Los monosílabos son la última esperanza de la multiplicidad: onomatopoética del gag. Tart-t-tamudear al aire libre de una playa presa al norte de Cuba es un juego muy grave, ingrávido: mortífero y salvo. Pero ese peligro no se capta materialmente en ninguna fotografía, es sólo un equívoco de lectura: una sutil violencia que cometo y comento ahora en ti.