Luis Cino, Volver a hablar con Nelson.


Luis Cino es periodista independiente, y vive en La Habana. Publica en CubaNet.

A Nelson Rodríguez

“Esto sucedió cuando sólo los muertos
reían alegres por haber
hallado al fin reposo.”
Ana Ajmatova

Nelson: Lo primero que supe de los cuentos de “El regalo” fue a través de Reinaldo Arenas. Lo leí en uno de sus libros, muchos años después que te fusilaron. No estaba seguro que el libro existiera realmente. Pensé que era otro de sus infundios. La Tétrica Mofeta, como todas las pájaras, era (tú que fuiste su socio lo sabes), bastante exagerado y chismoso.

Pensándolo bien, creo que me hablaste del libro alguna vez (¿el día en que nos conocimos?). Creo que fue en casa de Waldo, el pintor. Habían pasado 8 años desde que lo publicaron en Ediciones R. Eso era demasiado tiempo en aquella época, porque todo cambiaba muy rápido y siempre para peor.

Dicen que el que recuerda bien aquellos tiempos es porque no los vivió. Eso es cuento. Lo recuerdo todo.


El prodigioso rock que oíamos. Los 17 minutos de Get ready, los 21 de In a gada da vida, la segunda cara del Abbey Road… come on baby, light my fire…


A Pluto, Mezclilla, Mayito, Flower y al Plátano. Babi, Koyiro, Adys y las demás muchachas. Aparecían para salvarnos cuando ya nadie las esperaba.

También recuerdo las proezas que nos inventábamos, las tardes en la playa, las noches en El Vedado, el sabor del Coronilla…

Pero lo que más recuerdo es que todos teníamos, además de hambre, mucho miedo. Miedo a que nos delataran al G-2. Que nos encerraran en Villa Marista o Mazorra. Que nos dieran electro shocks y nos jodieran la mente. Que confiscaran nuestros escritos y nunca llegaran a ser libros.


Todos soñábamos escribir libros y que los publicaran, no sabíamos cuando, como ni donde.


Tal vez por eso no te hice mucho caso cuando me hablaste de que ya tenías un libro publicado. También decías que tenías en una libreta tus experiencias en las UMAP y que escribías poemas, sólo te faltaba reunirlos para tener un poemario.

Nuestros temores no eran infundados. Todo lo que habías escrito se lo llevó la Seguridad del Estado, no sé si antes o después del problema del avión.

Pero resulta, Nelson, que casi 43 años después de su publicación en Ediciones R y 36 después de la descarga del pelotón de fusilamiento –que se confundió con el cañonazo de las 9 y por eso no creímos que te mataron, seguimos sin creerlo- tengo tu libro de relatos en las manos.


¿Qué decirte, chen, que no parezca un cumplido o suene demasiado sentimental? ¿Busco influencias de Kafka o Karel Capeck? ¿De Piñera o de Cortázar?


Sí, decididamente, la influencia es de Piñera, Virgilio sin miedo a confesar que sentía miedo frente a los mandarines con boina y pistola en una biblioteca que abría la puerta a cualquiera de los círculos del infierno.


Virgilio Piñera, proscrito e irremediablemente maricón. “Y a mucha honra”, diría él. Con un paraguas negro en una mano y una jaba hecha de saco de yute en la otra (por si algo aparecía), bajándose de la 68 en La Lira y atravesando el portal, sombreado por las matas de mango, de la casa (que fue de Juan Gualberto Gómez) del Johnny Ibáñez. Con el cigarro encendido preguntando: ¿se puede fumar, verdad?


Sabes, hoy Virgilio está de moda y es de buen gusto citarlo. También a Lezama. A los dos les saquearon las tumbas y los reivindicaron. ¿Y tú te asombras de algo todavía?
¿Para qué buscar influencias en tu libro? Son tus cuentos, con eso basta. En ellos te diste el lujo de ser dios y de ser tú. Fuiste dos a un tiempo y estuviste completo en cada parte. Como San Agustín. Casi al borde de la esquizofrenia, el mejor de los estados para escribir cuentos.

Nosotros nos desgastábamos escribiendo de redadas en El Carmelo, historias de amigos convertidos en chivatos, novias que nunca llegábamos a templarnos y campamentos de hambre, frío y mosquitos.

Tú escribiste cuentos del hombre, universal, vulnerable y desnudo. Ajeno a qué era dentro o fuera de la revolución, ¿qué importaba? Ya lo sabíamos, ahora estamos convencidos -las ilusiones se fueron sin dejar dirección-: la revolución fue y es la gran mierda.

No valía la pena, Nelson, pero tú, desmesurado y delirante que eras, no sabías de límites. ¿Donde coño pensabas llegar con una granada? ¿Qué hacías en aquel puñetero avión? ¿Dónde pinga querías ir?

Era tarde para llegar a París o San Francisco. ¿Por qué apurarse? Ya no había tiempo. La fiesta empezó y terminó antes que llegáramos. Para nosotros, siempre fue tarde.

Si no lo comprendiste en el paredón, olvídate de eso. Ya no tiene importancia. No te viste viejo ( hasta Mick Jagger ya es viejo) y exilado, o lo que es peor aún, domado y aplaudiendo en una mesa de la UNEAC.


¿Te digo que algo me aprieta el pecho? Debe ser que estoy fumando mucho últimamente. Son tantos los amigos que faltan que no tengo que echarte de menos particularmente a ti. Que importa que estés muerto. Todos lo estamos un poco. Pero qué coño sabes tú, si hace años te libraste de tanta mierda.


Jesús me contó de tus últimos días en La Cabaña, antes y después que te trajeran de la enfermería, por lo de la hepatitis. Antes te curaron las quemaduras. ¡Mira que tomarse tanto trabajo para de todos modos fusilarte!

A Jesús lo conocí muchos años después. Estábamos trabajando en el campo como unos puñeteros aldeanos vietnamitas –tú sabes como es esto. Cuando vinimos a ver, una tarde, a la hora del almuerzo, estábamos hablando de la misma persona, que eras tú.

Jesús nunca creyó que te fusilarían. Pensó que tu padre te salvaría a última hora. Era un pincho grande del MIMINT. Parece que su influencia no dio para tanto. O (tú me perdonas) era tan singao como todos ellos.


De cualquier modo, estabas marcado para morir. Se te notaba. A veces te miré y tu cara se me emborronó. Te me ibas de foco, como si estuviera borracho. No le daba importancia. Tú sabes que soy medio cegato. Después supe, alguien me habló de eso, que era el ángel de la muerte que te pasaba por delante. No te rías, coño, que estoy hablando en serio.


Jesús guarda todavía el jarro plástico que dejaste sobre la colchoneta de la celda la noche que te vinieron a buscar. Pensó que te iban a soltar. Dice que algunas noches conversa contigo. No sé si te habrá dado mis recados.


Te cuento. A Waldo lo mató un borracho en una parada de guagua del Vedado. Le dio puñaladas hasta que se dio cuenta que ese no era el tipo. Bárbara estuvo presa en Manto Negro. Se fue y dicen que ahora es profesora en una universidad americana. Carlos también se fue, primero a Camaguey y luego a Miami. Al fin es escritor, un buen escritor.


Abelito, quien lo diría, es Ministro de Cultura. Le hizo una estatua a John –los Beatles se separaron, pero no se acabó la música- en un parque del Vedado. Sabe dios si eso lo ayuda a sentirse un poco mejor, ¿no crees?


El mundo cambió, Nelson, pero no como soñábamos. Cuba, a pesar del derrumbe soviético y de Internet, sigue en una galaxia verde oliva y cerrada con candado. Ahora la ronda un cortejo de buitres danzantes. Todo es la misma mierda, y nosotros aquí, minerales sin suerte, olvidados por Dios y los relojes, esperando, siempre esperando…


Tal vez por eso, Nelson, no importa tanto si leí tu libro ayer o hace 30 y tantos años, si me hablaste de él en casa de Waldo o me enteré por Reinaldo Arenas y pensé que era otro de sus infundios. Que más da. Al fin lo leí y vuelvo a sentir tu voz. La WQAM, con estática, de fondo… Oye, ¿esos son los Rascals o los Spoonfull?


Que bueno volver a hablarte, pero me estoy quedando dormido. Ya tú sabes. Tú a tu tumba, yo a la mía. ¿Que tal si nos vemos mañana a las once en el Cubanaleco?


Arroyo Naranjo, 2007-04-19