Lunes de post-revolución: De buzos, leones, tanqueros y otras multirreincidencias, por Orlando Luis Pardo.


Con Raúl Castro, Cuba por fin comienza a hacerse eficaz. Y el primer renglón rentable de esta vocación primer-mundista no podía ser otro que la Disciplina (con mayúscula), esa mayeútica militaroide que emana como el síntoma más certero de un Estado total.

Empieza este proceso desde la base, como corresponde al ideal histórico-materialista nacional. O incluso más abajo. Desde la subterra: falla fósil donde la carroñita lumpen-proletaria corroe los intestinos de nuestro paraíso social. Se empieza, pues, por los revolcadores de mierda útil en la basura cubana: los ubicuos "leones", "buzos" y "tanqueros" del patio ("siboneyistas" todos, a juzgar por su afán eminentemente recolector).

El escándalo rompió incluso el mutismo del periódico Granma, subtitulado el "órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba" (último organismo que formalmente aún preside el hermano de Raúl Castro), donde el pasado martes 10 de junio de 2008 apareció el titular "Sancionan a recolectores ilegales de desechos sólidos".

Según el texto, esta vez fueron 355 los implicados, sólo en Ciudad de La Habana. La cifra suena a algo más que un complot, secta, grupúsculo o microfacción. No tengo los datos exactos (lo más exacto sería que no existieran los datos), pero en medio siglo de gobierno revolucionario, muy pocas asociaciones de la oposición (pacífica o armada) deben haber reunido membresía tal: ¡355!

El operativo higiénico-policiaco, camuflado tras el llamado Centro Provincial de Clasificación, desarticuló con éxito una especie de mafia económica de resistencia pasiva, una nueva clase zoocial al margen de todo impuesto fiscal y toda imposición ideológica, una suerte de concilio subcubano o recogida analfabeta de firmas para escatologizar nuestra Carta Magna, casi una cabeza de playa en la Bahía (literalmente) de Cochinos (donde el apoyo del exterior, como ya es tradición, será apenas el mediático pataleo del bla-bla-blá.

Según Granma, ya han sido tomadas "acciones profilácticas y de enfrentamiento", al estilo de 290 multas de monto no declarado, 20 escarmientos en público ante los vecinos (hipócrita metodología escolar), 45 deportaciones hacia las "respectivas provincias de origen", 11 "reincidentes" con condenas a "trabajo correccional sin internamiento", y 59 "multirreincidentes" todavía en curso penal (¿de recogedores a enrejados?). La suma elemental (425) sobrepasa la cifra que el periódico ratifica en el propio párrafo (355), pero esa errata estadística no es tan significante como el anonimato de la noticia.

Al no ser (a)firmado por nadie, el rumor cobra entonces rango de Editorial, de Nota Informativa, de Resolución Ministerial, de Parte de Guerra, casi de Secreto de Estado desclasificado un cuarto de siglo después. De hecho, además de anónimo el texto es atemporal, y bien podría tratarse de la última escaramuza de la Ofensiva Revolucionaria del ´68 (¿1868 o 1968? A los efectos del Granma es igual: la guerra ha sido siempre una sola).

A otra escala de la pingámide social, ciertos escritores cubanos comparten la suerte de esta legioncita de "individuos" y "ciudadanos" que "contribuyen", al igual que dichos autores, a "ensuciar las calles y avenidas de la ciudad" (la literatura rural se salva de esta tara por sus ínfulas justicieras de denuncia, siempre en el contexto correcto de la Colonia y la República: dentro de la Revolución, nada).

"Portadores de epidemias", además de constituir una "fuente de delitos o ilegalidades", en el momento de máximo idilio tales escritores pasaron sin transición del campo de concentración UMAP (sólo recuerdo las siglas: se nota enseguida que nací muy tarde) a un gris parametraje multiquinquenal. Otros fueron a suicidarse tan cerca como pudieron pero más allá de las costas cubanas, rumiando el retrovirus del exilio o regurgitando un tedio pornopolítico de boarding-home. Y aún otros subsisten en la isla que se repite, solidarios o cómplices de los 355 (425) conjurados que "habían convertido en un modo de vida la búsqueda en vertederos, contenedores de basura y en la vía pública", todo con tal de traficar "alimentos, botellas, plásticos, metales y otros objetos con ánimo de lucro o comercialización".

Excritores o excretores, igual los imagino como un Ejército de Hombres Felices en el Bosque de Shitwood o como una saga de los Buscadores del Asco Perdido. Unos y otros siempre a la caza del peor material para contrabandear sus ficciones en un primer-mundista mercado editorial. Así (se justifican desde ambos frentes) están a tono con el rentabilismo y la eficaciafilia que, como canto de cisne manu militari, está pariendo o abortando esta nueva era.

En su libro "Trilogía sucia de La Habana", Pedro Juan Gutiérrez abunda maliciosamente en los vericuetos de estos vertederos de debris. Toda vez autotitulado como un "revolcador de mierda" que, "como los niños", "cagan y después juegan con su propia mierda, la huelen, se la comen, y se divierten hasta que llega mamá, los saca de la mierda, los baña, los perfuma, y les advierte que eso no se puede hacer", el autor confiesa, desde la autorreferencialidad de su relato Locos y Mendigos, que él mismo se prestó para la tarea de choque nocturna de recoger a cientos de deambulantes (así los denominan los medios oficiales de prensa), secuestrándolos pacíficamente en un camión hermético de cierta firma comercial, donde el cargamento de homúnculos pasaba a manos de un personal uniformado de blanco y con presunta formación medicinal.

Algo así podría ser la tan cacareada "guerra de todo el pueblo": unos recogen a otros, y entre todos nos recogemos del mundo. Pero el lema de lucha de los "buzos", "leones", "tanqueros", y demás basureros "por cuenta propia", parece ser: "Así en la guerra como en el período especial en tiempos de paz, mantendremos las recolecciones". Y también este slogan: "Aquí no se rinde nadie: no hay tregua". Como una hidra que hiede, por cada recogido surgen dos sin recoger. Algo de esta hostilidad queda explícita entre los entrevistados del documental "De buzos, leones y tanqueros" (dirigido por Daniel Vera), donde se definen los estratos de este sistema de castas escatológicas.

Uno de los protagonistas del audiovisual se llama a sí mismo, no sin sorna, un "guerrillero preparado para la guerrilla, si viene" (guerrillas semióticas y libertad residual: son los ecos de Umberto Eco que los escritores cubanos debieran repetir cien veces como castigo). Otros protagonistas han estado en el negocio del realismo sucio durante más de una década (desde los 9 años de edad, por ejemplo, o todavía a los 85), con una disciplina y una fe en el oficio que ningún escritor cubano profesará. Para colmo, algunos de los entrevistados declaran ganar cientos y miles de pesos al mes, y no parecen nada enfermos en cámara, a pesar de las predicciones apocalípticas de los peritos: coliasis, giardiasis, amebiasis, micosis, diarreas, hepatitis, parásitos, y otros patógenos ejemplarizantes. De hecho, algunos aseguran conservar sus empleos estatales por puro instinto de conservación (hay desde extras de cine hasta custodios, tal como han sido muchos escritores de mi generación). Lo sensacional es que todos, sin excepción, dialogaron ante el micrófono desde un absoluto estado de liberación terminal, para despedirse luego con una sonrisa de a-mí-la-pinga-pase-lo-que-pase y sin mirar atrás (al respecto, habría que compilar un Índex de las Imbecilidades con que los escritores cubanos posan para pasar el buche amargo de las entrevistas envenenadas).

No me atrevería a listar aquí los hallazgos literáridos de la bitteratura cubana actual. Pero los "buzos", "leones" y "tanqueros" sí son más concretos que mi retórica, y sacan del saco lo que EliseoDieganamente ellos mismos llaman sus "tesoros": gafas sin lentes, calculadoras sin pilas, linternas fundidas, pomos plásticos y botellas de vidrio, botines faltos de betún, laticas de la cerveza y el soft-drink local (se explica cómo hay que escacharlas con un ladrillo: martillazos nietzscheanos de niche), ejemplares del Correo de la UNESCO ("literatura valiosa que la gente ignora el valor que tiene"), y hasta algo así como una revista de mujeres encueras. Todo sirve, todo se recicla, ni una gota ni un gramo de basura al mar : "todo lo que botan es necesario".

Pero en especial los carroñeros capitalinos han descubierto EliseoDieganamente el tiempo, todo el tiempo del mundo. En efecto, los relojes abundan abrumadoramente entre sus tesoros emergidos del fondo de un latón. Sean despertadores o de pulsera, igual el tiempo nacional parece varado allí, entre los decadentes detritus de una incivilización que lo institucionalizó todo a favor del Estado, excepto la ilusión del glamour. (Como a nuestra escritura no tan rural como rupestre, acaso aquí faltó una etimología menos provinciana que se supiera radical-izar: vanitydeología, marchicsmo-lennonismo, voguerra de voguerrillas, fashionternacional consumista, revlonución & reeboklución.)

Por lo demás, es cierto que el documental "De buzos, leones y tanqueros", de Daniel Vera, dio quince minutos de fama a estos extras del zoocialismo insular ("la voz de los sin voz" y toda esa vozbería testimonial), pero también es muy probable que este mismo filme haya servido para delatar a unos cuantos de los 355 (425) implicados en el reporte de Granma: ironías perversas de la historia que funcionaría bien como un story-board tropical transplantado de la ex-Europa del Este.

En "La sonrisa de Karenin", última parte de su novela "La insoportable levedad del ser", Milan Kundera comenta que, después de la ocupación rusa a Checoslovaquia en el ´68 (fecha recurrente), antes que cualquier traza de terror político, primero se desató una campaña histérica contra los animales libres en la ciudad (al parecer, al comunismo estilo Stalin nunca le gustó el modus vivendi bohemio).

A través de sus medios masivos de difusión, el Estado acusó especialmente a los perros (¿leones en miniatura?), que "ensucian las aceras y los parques" (cualquier coincidencia es culpa de Fernando de Valenzuela, traductor de Nesnesitelná lehkost byti), "ponen en peligro la salud de los niños" (ojo por ojo y diente por diente: el que a hierro mata, a hierro muere), "no tienen utilidad alguna" (hacer más con menos: la eficiencia como criterio de la verdad), y "sin embargo se los alimenta" (es sabido que el despilfarro en un régimen de racionamiento se paga como sabotaje y/o alta traición).

Según Milan Kundera, la "maldad acumulada" de "quienes deseaban vengarse de la vida por algún motivo" se entrenó en los animales libres antes de estrenarse con los checoslovacos liberales. La campañita de psicosis colectiva había sido sólo un anuncio de Zoonosis: la punta del iceberg con que luego hundirían a aquel Titanic anti-totalitario que fue la Primavera de Praga.

Se trata, por supuesto, de un pasajito insoportablemente leve de la última parte de la novela. No son más que unos pocos párrafos: casi una nota al margen, apenas otra noticia en la trama sin trauma de alguna plana interior. Supongo que en el ´68, perdido en una Praga policial, ni el propio Milan Kundera reparó del todo en lo sintomático de aquella acción profiláctica contra la fauna canina. En el ´08, abatido en mi Pragabana natal, por más que lea guerrilleramente entrelíneas desde mi represión residual, supongo que yo tampoco detectaré a tiempo el Eco clínico de nuestra leonina sintomatología epocal.