Dos relatos de Pedro Merino



Pedro Merino, La Habana, (1967). Reside en Estados Unidos. Ganó El Premio de Novela Breve Juan March Cencillo 2003

Autor del blog Quinta de La Caridad.


El SOBRE AMARILLO

Camino derecho. La vista recta guía mi intuición. Me gusta mi trabajo, pero a veces las personas no comprenden que tengo que cumplir con mi deber.

Paso una cuadra. Cruzo la calle. La dirección es Desamparado 5678 00. Los ceros deben sobrar, aunque los de la izquierda son los que no valen, porque he visto una enumeración... Doblo a la derecha. Llegué.

Empujo el portón y a ambos lados, hileras de puertas de madera cerradas y ventanas arriba, casi abiertas, me incitan a pasar por en medio de tendederas, unas al alcance de mi estatura, otras levantadas con una vara.

—¡Roberto Menéndez! –grito–. ¿Es Roberto... sí?

Una mano sale de entre las hojas de una puerta y me indica hacia el fondo.

Mis zapatos son los primeros en humedecerse por un salidero albañal. Aprovecho para revisar en la mochila demás nombres y apellidos, a ver cuál de ellos se encuentran en casa. Paso una puerta que tiene un ojo gigante. Otra puerta pintada esboza una lengua con un puñal en el centro que la inmoviliza. Avanzo. Entreveo en el piso un plato con dulces y frutas, para un santo, y pienso que si fuera un guayabito me diera un gran banquete. El orine y la mierda hacen que me tape la nariz con el pañuelo.

Los vecinos de enfrente casi se vuelven locos. Me ven y no me preguntan lo que no entienden.

¡Le llegó, le llegó la salida!, gritan extasiados por la vecindad.

Unos brazos abren la empotrada puerta de hierro y cristal:

—A quién busca.

—A Roberto...

Me interrumpen los conciudadanos.

¡Ya tú ves que todo llega en la vida!, irrumpe una vozarrona. ¡Te llegó el bombo, Robectico, el sorteo de emigración!, ¿no te lo dije?

—Espérense, señores.

Calmo al gentío.

—Esto es...

Ocvídate, broe, ¿qué bolá con mi aché?, me dice otro con cara de yo-no-sé. ¿A mí me llegó también?

—Mi hermano, esto es...

Me interrumpen otra vez.

Todavía no he sacado los sobres amarillos y me van a regalar un vaso con algo líquido. Sin inspeccionarlo me lo trago como medicina. Para mí es mejor que el café. Me manda a pasar sin señalarme un asiento. Sin embargo, Roberto... Robertico no está seguro y me pregunta:

—¿Qué traes ahí, muchachón?

—Ah, usté es ... Robeeerto Menéndeeez.

Le respondo con eco y humorismo.

—¡Ño! –cierra los ojos.

Me ha cambiado la cara al ver la notificación.

—Compadre –dice Roberto–, pero si es... el agua.

¡¿El cobrador del agua?! , se sorprende un vecino.

—No, yo soy...

¡El gas! ¿Usté viene a “cortarlo”?, me pregunta la mujer de Robertico.

—¡Nooo! –grita Roberto–. ¡No es el gas ni el agua... es la luz, coño!

—Sí.

Ya me descubrieron.

—Yo soy el inspector.

Observo que el billete verde que me iba a regalar de propina lo ha retirado.

—Mire, cálmese, es que a usté se le advirtió respecto al fraude eléctrico, o sea, el tomar corriente que no es suya, y este sobre amarillo, esteee, aquí dentro está la citación para el Tribunal de Justicia. Bueno, familia, chao... y gracias por el “veneno”.

—¡Suéltale el perro, coño... suéltalo!

Me despetronco a correr. Resbalo por un patiñero cerca del portón. No tengo con qué limpiarme y escucho: ¡Pero si estaba vestido como un cartero!, cuando el jau-jau sin bozal viene hacia mí. Cierro de un portazo y quedo en la calle como hace un rato y pienso que hoy no cumpliré con mi deber... qué alivio. Al fin. Get out!


LA PROPUESTA.

Son más de las diez de la noche. Ya se han ido el Administrador y el Jefe de Turno, cuando Zaldívar pregunta a Vásquez si quiere adelantar la salida. Le responde que hay que cuadrar primero con los custodios y que hoy vio salir a un socio del barrio y no hay invento. Zaldívar insiste en la idea de aprovechar la madrugada y regresar por la mañana. Van a violar la hoja de ruta.

Vásquez medita un rato. Dice que por el tráfico de reses echan lo mismo que por un sabotaje. Peor que un problema político, le insinúa.

Ambos se preparan para irse en el camión. Zaldívar hace señas a Vásquez que amasa el timón. Da marcha atrás, mientras el ruido del motor y las luces alertan al custodio en el Punto de Control.

El matadero está protegido por una muralla de bloques. Las paredes son difíciles de escalar porque el fino es liso y no se puede afincar un pie. Los contornos están custodiados por garitas. Cada custodio vigila y gana confianza de que el otro verá lo que tal vez él no vea desde su sector ocular.

El ex teniente Osorio habla por teléfono desde su oficina con el custodio del Punto de Control. Le preocupa que un camión vaya a salir cuando no tiene orientaciones de ello.

―No abras la puerta –dice Osorio.

―Ah, usté lo dijo.

―Si lo intentan –añade Osorio–, será por encima de mi cadáver.

Osorio se despide del compañero y lo bonchea porque Santiago de Cuba le ganó a Industriales el sexto juego del play off y trata de comunicarse con otra garita a través del “boquitoqui”. Voy un momento al baño, le dice al custodio, y de paso caeré por allá.

El vehículo se detiene cerca de los cuartos fríos. Zaldívar mira el reloj de la cabina y a Vásquez que se sienta al lado, cuando un trabajador de Mantenimiento trata de llamarlos. Vásquez toca a Zaldívar y ambos lo miran de reojo hasta que el trabajador logra interceptarlos.

¡Oigan, eh!,...cuidado, el Jefe de los custodios es nuevo... Osorio, tremendo H.P. y no quiere cuadres todavía. No me digas, responde Zaldívar, hemos hablado poco y según veo, parece que quiere seguir comiendo picadillo de soya y pasta de oca, bah, comemierda...

Se bajan. En el pavimento los tres conversan. Vásquez comprueba los neumáticos. Le da toquecitos con un tubo a ver si necesitan más aire. Abre la puerta de atrás y observa las bandas de reses colgadas. Los perniles y paletas en cajas plásticas. Piensa que pueden aguantar la travesía y más de madrugada que casi no hay tráfico.

Osorio se dirige al Punto de Control a prisa y el custodio le hace señas en dirección a las luces del vehículo. Observa la maniobra de marchatrás y a un trabajador de Mantenimiento que aún no se ha ido. Tres siluetas comentan al lado de un camión. Distingue al chofer que abre y cierra la puerta trasera. Cree conocerlo de algún lugar, pero desiste.

Imagina que dentro del camión cuelgan bandas de reses y abajo cajas plásticas con costillas y lomos. Hace un gesto de alerta al custodio con la mano y se encamina hacia el automóvil.

Mientras anda, escucha reses lastimadas y por momentos desea retroceder porque le preocupan los bramidos; pero sigue rumbo al camión.

―Qué dice el Oso.

―Dímelo, Zaldívar.

Osorio le estrecha la mano y a Vásquez lo saluda con la vista. Se queda pensando en dónde lo conoció. El trabajador de Mantenimiento sale de un cuarto frío y disimula a unos metros sentado. Al ver su presencia hace un gesto de verlo por primera vez y Osorio le hace una mueca de desconfianza.

― ¿Cómo sigue tu mujer? –le pregunta a Zaldívar.

―Le dieron el alta.

―Pero... ¿qué le dijeron en el hospital?

―Neuritis periférica.

Vásquez vacila al ex teniente, mejor dicho, a Osorio. Recuerda los años de servicio militar y de las órdenes que le cumplió y las que no.

Escuchan bramidos de reses. Osorio trata de dar media vuelta. Los mira. Quiere hablarles, pero Vásquez le da la espalda en pos del timón. Zaldívar atraviesa los ojos de Osorio, quien se da cuenta de lo que traman.

―La lucha, Oso, la lucha.

―Yo estoy en la mía también, Zaldi.

―Pero no te da la cuenta, ¿o sí?

Osorio se aparta. Trata de orientarse a ver si vuelve a escuchar bramidos de reses para localizarlas. Algunas pastorean por el cuartón y puede ser que una haya salido. Tal vez las sacrifiquen por la mañana, razona Osorio.

Al alejarse distingue unas palabras: ¿qué vas a hacer,Vásquez?, pregunta Zaldívar. Probar los frenos.

Empieza a parpadear la iluminación del camión. El haz de luz recorre parte del matadero y enfoca, a lo lejos, a Osorio y lo obliga a virarse. No comprende la situación y se interroga si nació para éso. Desenfunda el “boquitoqui” a ver si funciona y logra la comunicación con el custodio de la garita del cuartón. Respira feliz por la respuesta y retrocede hacia el Punto de Control.

Vásquez acelera. Frena ante el Punto de Control. El custodio dice que Osorio es el Jefe y no puede abrirle la reja. ¿Y pa dónde fue?, pregunta Zaldívar. Está por el cuartón... caballero, conmigo no hay líos, pero ustedes saben, no sé.

Zaldívar toma un respiro de paciencia, cierra los ojos y al abrirlos la silueta de Osorio aparece. Poco a poco se acerca. Cuando los ve junto al camión camina más lento como si lo hiciera a propósito.

Al tenerlos de frente les dice:

―Y ahora qué.

―Oso, coño, tú sabes cómo está la vida de cara.

―Llevo poco tiempo en este giro, Zaldívar.

Vásquez está decido y sube a la cabina.

―Oso, nos conocemos desde el Pre, pero es la primera vez que navegamos juntos...

―Zaldi, Zaldi ...

―Tírame un cabo, asere, vamos a ganar.

Vásquez saca la cabeza y le dice a Zaldívar que no discuta.

―Mira, Zaldívar, yo no sé cuánto tienes que pagarme.

―El quince por ciento. Al cash ahora mismitico, en fula.

―Tengo que empaparme bien de los porcentajes.

―Oye, yo tengo que darle al Administrador y al Jefe de Turno.

Vásquez abre la puerta y grita que éso te pasa por ser diplomático.

―Na‛, na‛, por un quince por ciento no me voy a arriesgar.

―Asere, te voy a dar una información que no la dan por los noticieros: estas reses no están registradas, ¿o.k?

―Cayeron del cielo, ¿sí, Zaldívar?

―Soy viejo en este giro, anda.

Vásquez cambia de luz corta a larga y da toquecitos al acelerador, mientras el motor ruge con ganas por la carretera.

Zaldívar y Osorio comienzan un careo y se manotean. El custodio interviene y Vásquez se tira desde la cabina con un tubo. Dejan que Zaldívar y Osorio se entiendan a puñetazos. El custodio le dice a Vásquez que esto es fula, mira la hora que es, suspéndanlo que vamos a explotar.

Zaldívar tira un swing a la cara de Osorio y este le riposta con un gancho al estómago y lo tumba. En el pavimento saca una navaja y se levanta con malas intenciones.

El trabajador de Mantenimiento se aproxima. Ustedes están locos, dice, yo me voy echando porque esto no está pa mí... No ha terminado de hablar cuando Osorio apunta con la pistola a Zaldívar que avanza sin miedo: las putas hacen éso, le grita Zaldívar, y lo amaga con swines a diestra y siniestra que le rompen el uniforme. Le tira una navaja y con un swinazo alcanza a la barbilla de Osorio, quien la emprende con furia. Sabe que ya está pareja la pelea y le apunta con la pistola. Zaldívar no se detiene y trata de tumbarlo con una llave de judo. Osorio siente un ardor por la cintura y una mancha se le agranda por el uniforme. No piensa, no tiene dominio de sí y aprieta el gatillo con flojedad, pero los frenazos de un patrullero, las puertas abiertas, la luz azulosa que remolinea, hacen que accione el gatillo por el susto, cuando uno de los policías da la orden de “¡quietos, no se muevan!”

Después de la detonación el proyectil se encaja en el pecho de Zaldívar, quien experimenta un temblequeo en las piernas y cae otra vez con convulsiones que le trancan la respiración.

Vásquez lo observa y hace una mueca de fatalidad. ¡Fue en defensa propia –grita Osorio–, diga que sí, oficial, me amagó con una navaja, mire su mano!, y pisotea la otra navaja. En un círculo de testigos está el custodio del Punto de Control, el trabajador de Mantenimiento, Vásquez y los policías. Los vecinos de enfrente se asoman por los balcones y portales y comentan que la policía agarró a los ladrones, ¡oyé! como estamos. El oficial conduce a Osorio por el brazo. Pero desde los inmuebles se nota un resplandor que opaca a la luz azul y remolinosa del patrullero. Vásquez manipula una hoja de acero parecida a las que se encajan entre las paletas de las reses.

Osorio se desprende del oficial y tira un gancho al mentón de Vásquez, quien lo esquiva y riposta con un directo de derecha que empuña el pérfilo y que le revuelve el corazón. Escupe sangre y dilata los ojos. La memoria de Osorio se retroalimenta, mientras Vásquez le grita: ¡de la Unidad Militar! ¡¡hijoputa!!...