2+2=5
Y justo eso puede ser lo peor.
La imposibilidad de permanecer callados.
Ahora la mordaza inversa se aplica como sutil represión mil veces más efectiva: el altavoz como portavoz del nuevo estilo de la censura.
Parte el alma, primo –recuerdo la imagen de Fotuto succionando su pirulí–: ahora prima la "voluntaria obligatoriedad" de decir (valga el oxímoron y sus comillas), porque lo que va a ser dicho ya está dicho de antemano por ti, porque es imposible romper el marco del rompecabezas (literalmente, rompe-cabezas), y porque Miguel de Marcos sigue siendo el fantasma de un excritor que recorre y corroe Cuba (en sus novelas ya es obvio que nuestra libertad de sobrevivencia, en tanto pueblo, se reduce a decir en cada momento lo que en cada momento no es).
Y porque en el silencio al menos quedan trazas de tu decoro o de tu delirio, pero la mentira siempre te suma al carrito fúnebre de lo que es correcto y corresponde decir: bien en el Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, bien en una parada de los metrobuses Yutong (Made In China), bien en un blog bloqueado por los peritos de la policía política, o bien ya a punto de eyacular dentro del cuerpo de un/una compatriota (jinetear extranjeros sería, entonces, una estrategia muy ninguneada de fuga y resistencia contra el mandato oficial del buen decir; una manera de recuperar el espacio interior del hombre nuevo, tan copado o capado por un ancestral Ministerio del Interior).
De ahí, tal vez, la insolidaridad incivil que vacía de significado cualquier palabra o parrafada parida en Cuba: desde las ubicuas Reflexiones de nuestro Ex-Premier (reimpresas en todas las primeras planas de los periódicos), pasando por mis propias calumnias de estos lunes de post-revolución, hasta la perretica edípica que nos regaló Eliecer Ávila en formato digital (cuando, en plena Universidad de Ciencias Informáticas, cuna del vídeo porno local, él hizo su Mea-Cuba para un Alarcón sonriente como un halcón de cartoon-network).
La historieta se repite –¿será un cita de Miguel de Marxcos?–: una vez como tragedia y la otra como historieta o cómics comestible.
De ahí, tal vez, la incredulidad indolente que gravita sobre todo discurso doméstico, en una suerte de maquinita diurna de desintegración patriotétrica. Un fenómeno que, paródica o paradójicamente, cada noche nos coagula de miedo (fraudulenta fusión en frío), resucitando nuestro necio instinto de conservación nacional: al respecto somos Penélopes inversas, remendando en secreto lo que públicamente ya se ripió.
Y de ahí, también, la sensación de habitar en una caricatura futurista de Elpidio Valdés, donde el idilio se regodea en la idolatría, donde destino y desatino son parónimos que perforan las parótidas pútridas de la patria, y donde nunca nada nos puede afectar puesto que nada nunca podremos efectuar: de la paranoia a la paraplejia no hay más que un paso.
Y eso no es lo peor.
Hay efectos clínicos secundarios: la inercial apatía de no ser uno mismo en público se conecta con la humillante patología de no ser uno mismo en privado. En tanto animales de tiempo presente, y dada nuestra continua anivervolución del tiempo pasado, el tiempo futuro ya nos sabe a fraude (porque nacer aquí es un fiasco innombrable: ese hubiera sido un epitafio menos políticamente correcto para un poeta tan incorrecto como Lezama Lima).
Hay un ética etílica de las etimologías: futuro, fútil, fatum, fósil, fusil, fosa, fatuo, flato, fraude, fraggle, fantoche, fotuto, finisterra, fe, fetidez, fecal, fiesta, fiasco, foul, fouché, fúnebre, funny, fundamentalismo, flirt, film, fidelidad, falaz, feliz, fin (poética de la superposición de palabras).
Hay una estética de la etiología: allí donde hablar ya ha dejado de ser derecho para constituirse en deber, el silencio será tomado por síntoma de suicidio, y todo tartamudeo en voz baja será entendido como alta t-t-traición (el código penal vigente es muy flexible al respecto).
Hay una rifa de referencias: En noviembre de 2003, la revista digital Cacharro(s) dice que, en noviembre de 2000, Ricardo Piglia dice que "el Estado dice que quien no dice lo que todos dicen es incomprensible y está fuera de su época" (es decir: seas lector o autor, igual naufragaremos juntos en el archipiélago de archivos de este almacén de ociosos).
Hay curry extracurricular para la cocina cubana que vendrá aunque nunca exista: En "1984", el consenso en George Orwell es la estadística de la locura: por eso cuando un protagonista logra escribir clandestinamente que "2+2=5" ya ha pasado de facto a la oposición. En "La balsa perpetua" que fueron los años noventa y los años cero en Cuba, su autor Iván (el Terrible) de la Nuez toca teclas ignoradas opíparamente ahora por su caricaturista papá: ¿se la comió René de la Nuez o nos está tirando fotutamente una trompetilla naif?
Y hay hasta una cita apócrifa de "La Isla (de Los Siervos) en Peso": ¡Pueblo mío, tan joven, no sabes releer!
Y justo esto puede ser lo mejor.