El poeta turco Nazim Hikmet visitó La Habana en abril de 1962. En aquellos tiempos podía adquirirse en las librerías cubanas, en una modesta edición argentina, su famoso libro El duro oficio del exilio, que mi generación leyó y releyó devotamente. Era natural que la poesía directa, esperanzada y emotiva de Hikmet, un luchador comunista que había sufrido cárcel en su país y estaba exiliado en la Unión Soviética, sintonizase pronto y bien con poetas que convivían en luna de miel con una revolución joven y triunfadora, a la cual deseaban servir hasta con los versos. Hikmet era un huésped oficial. Se alojaba en un hotel que había sido expropiado por la revolución al millonario Alfredo Hornedo. En el comedor de ese hotel, una noche, mientras pellizcaba un aburrido menú para cardiacos -pescado y papas hervidos sin sal-, me concedió una larga entrevista, que ocuparía dos páginas completas de Hoy Domingo, suplemento cultural, que yo dirigía, del periódico Noticias de Hoy.
Un día después de publicada la entrevista, Blas Roca, que sucedió a Carlos Rafael Rodríguez en la dirección del periódico, me llamó a su despacho para enterarme de que Nicolás Guillén me acusaba de haber desterrado su nombre de las páginas de Hoy Domingo. Alegaba el Poeta Nacional que yo no lo citaba en un extenso artículo sobre Miguel Hernández aparecido en el suplemento. Además, le resultaba muy extraño que su amigo Nazim Hikmet no lo hubiese mencionado en la entrevista que le hice. Hikmet sí lo había mencionado, lo cual constaba en el texto impreso; pero Nicolás ya había cogido impulso -en esa época su inmensa vanidad estaba herida por el tibio interés que ante su obra mostrábamos los poetas jóvenes- y arremetió contra mí en un artículo que tituló “Pequeñeces” y que insertó en la columna fija que, bajo el rubro de Crónica, mantenía en el periódico. El artículo fue publicado el 10 de abril de 1962 y aquí va: