MIERDA DE SUERTE
La calle ardía a unos 40 grados y el aire frío que se escapaba de los establecimientos comerciales era motivo para pequeñas concentraciones de mujeres y guiris llenos de bolsas.
Él, tenía ya un entrenamiento y sabía que lo inevitable es cuando menos: inevitable.
Subió por la calle Carretas y pensó en el pobre tipo de la escultura de la plaza de Jacinto Benavente. Era un barredor fundido en bronce. A su lado una yonki le hacía compañía y trataba de aligerarse el sofoco con un cartón de vino barato.
“De bronce y con éste sol”…pensó mientras dejaba atrás los cines Ideal y se adentraba en Lavapies.
Un taxista novato se quejaba tocando el claxon como un desaforado.
No se escuchó más el singao pito.
III
En realidad se entrenaban. Eran unos expertos en agarrar el bolso y sacarle 100 metros en menos de 9 segundos al poli más veloz. Eran expertos en “sobrevivir”.
Un pájaro le dejó caer una cagada en el hombro y pensó en lo de la mierda y la suerte.
Hay cosas que van unidas de por vida. Sólo si se cree en ellas, maquinó.
Pensó entonces en la mierda y en Fidel Castro. Prefirió dejar de pensar en eso y se quedó con su mierda de ave.
Calurosamente cagado y emporrado bebió sus cervezas.
Recogió las latas de cervezas vacías y las echó en el cesto de basura.
-Soy un tío cojonudo- Se dijo y atravesó Cabestreros hasta Amparo.
Se hundió en el Metro de la Plaza Lavapies.
La suerte lo había cagado de verdad. Era mierda de suerte lo que el puto pájaro le había dejado caer en el hombro.
Miré al cielo por la ventana de la cocina y pensé que era mejor no salir de casa.