Jacobo Machover sobre Virgilio Piñera


VIRGILIO PIÑERA:
LA ESCRITURA DEL MIEDO Y DE LA PREMONICIÓN

publicado en cacharro(s) 5, marzo-mayo de 2004

Jacobo Machover



Un día de junio de 1961, en los salones de la Biblioteca Nacional de La Habana, mientras estaban ahí reunidos los principales representantes de la cultura y del arte frente a las más altas autoridades del Gobierno revolucionario, un hombre, un escritor, se levantó, cogió el micrófono y dijo : "Sólo quiero decir que tengo miedo". En seguida se volvió a sentar. Era Virgilio Piñera. En su discurso de clausura de la reunión, Fidel Castro iba a pronunciar sus famosas "Palabras a los intelectuales", que iban a servir de línea directriz a la política cultural oficial hasta el día de hoy: "Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada."

Unos años antes, en un cuento fechado en 1957, anterior a la revolución pues, Virgilio Piñera hablaba ya del "delito de grafomanía" . Frente a un "loro bien viejo" , personificación del poder (o representación verbal del poder), se yergue "el más destacado de entre ellos" (los escritores) y, tímidamente, pregunta : "¿Podremos seguir escribiendo?" .

¿Premonición de lo que iba a ocurrir en la Biblioteca Nacional, que es como decir "el desierto de Sahara" ? Posiblemente. En todo caso, el hombre Virgilio Piñera realiza lo que el escritor del mismo nombre había imaginado, como si su escritura fuera una puesta en escena del futuro. No es la primera ni la única vez que eso se va a reflejar en su obra. En la mayoría de los casos, la ficción se anticipará a la realidad. Y no será, como se dice, que la realidad supera a veces la ficción sino que la realidad, en este caso, es solamente un pálido reflejo de la ficción.

Otro cuento aborda el tema del miedo, de una paranoia que, digámoslo en seguida, se verá ampliamente justificada. Pocas veces, en efecto, un escritor habrá sido tan perseguido, tan condenado al ostracismo y al silencio, como lo fue Virgilio Piñera. "El enemigo" , fechado en 1955, aborda ese tema casi como algo metafísico: una mezcla del "absurdo" de un Ionesco y de un universo kafkiano. "Tendré que decirlo de una vez: mi torcedor es el miedo." Miedo a los demás, a lo futuro, a un cambio que, entonces, ni siquiera se podía vislumbrar como hipótesis histórica. Piñera imagina un mundo que no es para él. "Otro lado del problema es que todo miedoso tiene sus cosas en claro : la culpa es del tirano, del jefe, del ser querido, de la fortuna, en última instancia del juego del mundo." Lo curioso de este cuento es que no hay protagonistas ni personajes, si exceptuamos al lustrador de zapatos del principio y al basurero del final. Entonces, el miedo es una entidad propia, total, determinante, del relato, que se organiza en torno a un sentimiento interior perfectamente identificable, algo más que un personaje: un concepto. El miedo es el enemigo.

Pero el enemigo no es una abstracción: Marat y Napoleón son "productores del miedo en gran escala" . Es decir el revolucionario y el tirano, el segundo probablemente consecuencia del primero. Es que el mundo de Virgilio Piñera no se limita a Cuba. Los acontecimientos históricos a los que él se refiere, por lo menos hasta la revolución castrista de 1959, se producen en lugares indeterminados la mayor parte de las veces pero que, a menudo, quizás como influencia del largo contacto que mantuvo durante su estancia en Argentina con el escritor polaco Witold Gombrowicz, tienen como referente los países del Este, tal vez como personificación del absurdo o de un mundo donde el escritor no encuentra su lugar.

La literatura es su refugio, la manera de decir sin ser perseguido. En "El enemigo", Piñera se confiesa sin ambigüedades. "¿Cómo escudarme? En relación con esto último, el escudo sería la literatura. Además de escribir lo que vivimos, escribimos también lo que no vivimos. Que lo que no pudo ser en la acción lo sea en la creación. Es en ese sentido que me he servido de la literatura como de un escudo." El escritor siente como la añoranza del peligro. Su misión no es sólo protegerse, es advertir de lo que viene. Sólo que él no se podía imaginar que ese mundo que él temía y añoraba a la vez pudiera darse en Cuba. A la frase "Además de escribir lo que vivimos, escribimos también lo que no vivimos", le falta sólo el adverbio "aún".

Porque Virgilio Piñera va a vivir en sus adentros todas las fases que él mismo ha descrito. El que fuera, en los años 40, el fundador de la revista Poeta, luego, en los 50, colaborador de Orígenes (de José Lezama Lima y José Rodríguez Feo) para pasar a ser secretario de redacción de la disidencia de esta última, Ciclón, dirigida por el mismo Rodríguez Feo12 , se volcó cuerpo y alma en el proceso revolucionario, participando de lleno en la emanación cultural de ese proceso en sus primeros tiempos, el suplemento semanal del diario Revolución, Lunes, dirigido por Guillermo Cabrera Infante. Desde las páginas de Revolución y de Lunes, Piñera proclamó su fe en los principios revolucionarios, polemizando contra los escritores que no se mostraran tan entusiastas como él. Hay que precisar, sin embargo, que ése fue un caso bastante generalizado, ya que la revolución parecía abrir infinitas posibilidades de expresión y de publicación a escritores que, hasta entonces, parecían estar condenados a una eterna confidencialidad. En las ediciones R (de "Revolución", por supuesto), Piñera pudo publicar buena parte de su obra teatral y narrativa. Pero, en su caso como en muchos más, la revolución, como Saturno, acabó devorando a sus propios hijos.

En 1961, año de todas las definiciones en la Cuba castrista, Virgilio Piñera fue una de las primeras víctimas intelectuales de un sistema destinado a reprimir todas las perversiones. En efecto, cayó preso durante la "noche de las tres P"13 , una gigantesca redada de la policía para acabar con los "proxenetas, pederastas y prostitutas". El escritor fue detenido en su casa de Guanabo, en los alrededores de La Habana, en teoría no por sus "desviaciones" políticas sino solamente sexuales, lo que ya, de por sí, era una señal grave del rumbo que estaba tomando el proceso en su caracterización de lo que tenía que ser la "moral revolucionaria". Casi simultáneamente, Lunes de Revolución, considerado como demasiado heterodoxo y rebelde por las autoridades culturales, iba a ser definitivamente clausurado.

Sin embargo, Virgilio Piñera parecía de los menos predispuestos a dejarse impresionar por el nuevo régimen. En su obra, él ya había criticado de antemano la posibilidad de una sociedad inspirada por el modelo soviético, viéndola desde una perspectiva universal, por supuesto, no isleña, sin ahondar en el aspecto social, sino más bien en el símbolo negativo que podía representar para la libertad de creación del escritor. Una visión de pesadilla de un mundo represivo, como la que tuviera en su tiempo Kafka. Poco importaba entonces, en definitiva, el sistema político. Lo que había imaginado Kafka era la capacidad del hombre del siglo XX para coartar su propia libertad.

Piñera era más preciso. A pesar de la lejanía geográfica, la experiencia histórica había llegado hasta Cuba que, a pesar de ser una isla (o precisamente por ello), estaba recorrida por todas las corrientes, políticas e intelectuales, del mundo. En 1955, Virgilio Piñera da a conocer una obra teatral, Los siervos14 , que es la ilustración más acabada de sus temores políticos en aquel entonces.

Los siervos de la obra son, en una de esas paradojas que afecciona el dramaturgo, los potenciales rebeldes frente al sistema. Éste, sin ninguna ambigüedad, es el de la Unión Soviética en tiempos de Stalin. El decorado lo precisa claramente: "Un despacho. Óleo de Lenin al fondo. A la izquierda, óleo de Stalin."15 Los personajes se llaman Orloff (Primer Ministro), Fiodor (Secretario del Partido), Kirianín (General del ejército), Nikita (Filósofo del Partido y siervo), Stepachenko (Espía), Adamov (Señor cubierto), Kolia (Obrero) y un oficial. La obra, publicada en la revista Ciclón en 1955, es una respuesta a distancia a Les mains sales, de Jean-Paul Sartre, sólo que los conflictos de conciencia de los personajes de Sartre se vuelven humillaciones físicas, "patadas en el trasero". Por ejemplo, este diálogo :

Stepachenko: ... ¡Y no tener aquí mi Pravda para darte unos buenos vergajazos!

Nikita : Puedes darme una patada en el trasero. Es un magnífico aperitivo para tu pie y para mi trasero. Entre la patada y el vergajazo hay diferencia de grado, pero no de sustancia."16

Esa obra podía, naturalemente, acarrearle problemas a Piñera una vez implantado en Cuba un sistema parecido y totalmente inesperado. El dramaturgo optó por repudiarla públicamente en un "Diálogo imaginario" con Jean-Paul Sartre, publicado en 1960 en Lunes de Revolución, diálogo que no llegó a darse nunca, a pesar de la larga visita del filósofo existencialista y de Simone de Beauvoir a la isla:

Sartre: Usted emplaza a Jarry, pero olvida de emplazarse a usted mismo. ¿Cómo justificaría su pieza Los siervos?

Piñera: Comenzaré por desacreditarla, y con ella no haré sino seguir a aquellos que, con harta razón, la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el vano lujo de vivir en una nube... Por otra parte, el ejemplo de la Revolución rusa seguía siendo para mí un ejemplo teórico. Fue preciso que la Revolución se diera en Cuba para que yo la comprendiese. Por supuesto, esta falla no abona nada en favor mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de los intelectuales no nos comprometimos, tengo que bajar la cabeza; cuando los comunistas ponen a Los siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea... Todo escritor tiene en su haber un Roquentin más o menos."17

Con ese espeluznante mea culpa, pronunciado mucho antes del "caso Padilla" (1971), que iba a hacer reaccionar a los intelectuales del mundo entero, entre ellos a Sartre, frente a lo que aparecía con total evidencia como una autocrítica del más puro corte estalinista, Virgilio Piñera mostraba una vez más a la luz pública lo que era su motor existencial y literario: el miedo. El miedo por todos los poros. Un miedo que, a primera vista, podía parecer irracional pero que no lo era, como se pudo demostrar en carne propia y ajena.

Confesando su miedo en cualquier ocasión, Piñera, de alguna manera, lo exorciza. No habría nada más desacertado que creer que se trata de un miedo abstracto, casi metafísico, insertando al escritor en un género fantástico o absurdo puro. Los referentes de Virgilio Piñera, sus fuentes de inspiración, están ahí, al alcance de la mano. Él sabe que todo eso va a ocurrir. Lo provoca, incluso. Porque su actitud ante la escritura no es nada inocente. Piñera se sabe culpable de un crimen de lesa-majestad, el de la premonición, el de ver antes que los demás. La literatura, con él, avanza más rápido que la historia.

Se podrían multiplicar hasta el infinito los ejemplos de escritura visionaria, dictada por el miedo a un mundo futuro no dominado por la tecnología y la deshumanización material sino por la policía de la conciencia. En otros términos, el universo que describe Virgilio Piñera no es de ciencia-ficción, ni siquiera de política-ficción (lo político es sólo un pretexto, una manera para una mente humana de controlar las otras mentes humanas y, sobre todo, la libertad absoluta que es la literatura). Es un ambiente ordinario, en el que los protagonistas son hombres (pocas veces mujeres) de la calle. Así, ese barbero llamado Jesús, en una obra de teatro así titulada y fechada en 194818 , que se niega a ser el Mesías, a pesar de que todo el mundo se lo pida por la mera circunstancia de su nombre. Negarse a ser el salvador no es algo común por los tiempos que corren. Así también, claro está, en "La carne"19 , un cuento fechado en 1944, que prefigura con extraordinaria lucidez, a partir de un hecho real pero momentáneo, lo que iba a ser una obsesión en Cuba desde la instauración de la libreta de racionamiento en 1963 y que perdura hasta hoy : la falta de carne. Muchas veces me he preguntado si los escritos de Virgilio Piñera no eran intemporales, si la fecha que figura a menudo al pie de ellos no era una forma de sembrar la confusión, de mantener la duda sobre alusiones que podían ser interpretadas como demasiado transparentes.

Después de 1961, la obra de Virgilio Piñera se fue volviendo no ya premonitaria (sus predicciones se habían realizado) sino esencialmente sarcástica y casi desesperada. Lo que sí permaneció fue el miedo. Peor aún : el pánico. En 1968, Piñera sacó a la luz pública una obra de teatro terriblemente conmovedora y acusadora, Dos viejos pánicos20, extrañamente recompensada aquel año con el premio Casa de las Américas21 . El miedo, durante todo ese tiempo, no había dejado de crecer.

A partir de entonces, la vida pública de Virgilio Piñera se redujo progresivamente al silencio (no publicó más, exceptuando un breve poemario), desapareciendo del escenario cubano hasta su muerte, en 1979. El loro ya lo había advertido mucho antes : "Escribid cuanto queráis..., pero no por ello dejaréis de estar acusados del delito de grafomanía."22