de su libro inédito Tiempo de buitres
picotazos: escape
Rompa la protección.
Accione el mecanismo.
Empuje la ventana.
exterior noche jardín
Veo un borracho que orina contra el muro, bajo la luna, entre los arbustos. Puede ser un muro cualquiera, un muro sin importancia, pero yo no sé de qué lado estoy. Veo pasar a los espías. Uno de ellos se detiene y me da una tarjeta y me invita a convertirme en un microalgo. «El trabajo florece», dice. «Estoy seguro de que florece», le digo, y después se va. Pienso en Epicuro. Las propuestas subversivas del viejo Epicuro. Nada más. Por ahora. El borracho se ha caído frente al muro y de algún lado del muro debo estar yo, bajo la luna, entre los arbustos, viendo pasar a los microespías, evitando narrar.
stríptico II
Muchos años después, soñé con ella. En el sueño había una tribuna y se hablaba de héroes y de cierta calurosa manera BS tenía que ver con todo aquello. Había un fondo de música patriótica y BS se quitaba la ropa hasta quedar desnuda. El público era una multitud acalorada. De pronto, BS se hundía la mano en el pecho, abriéndose una rajadura entre los senos, y de pronto la piel de BS abierta hasta la cintura, como si hubiera bajado un zíper, como si fuera un traje completo ajustado a la otra piel, desde el cuello hasta los tobillos, y ella volvía a quedar desnuda luego de sacar los brazos y las piernas y arrojar la piel al público, el público se disputaba el traje de la piel de BS mientras ella se abría otro hueco entre los senos para quitarse otro traje y arrojarlo al público y así sucesivamente. A mí (por algún caluroso motivo yo observaba desde una esquina de la tribuna) me pareció que aquello podía no terminar nunca, que BS seguiría desnudándose y regalando al infinito los trajes de su piel desnuda. Vi a hombres (y mujeres) salir de la multitud con la piel a cuestas, vi a hombres (y mujeres) entrar a la multitud para disputarse un traje. Había algo heroico en eso. Me pregunté qué harían ellos con… «¿Qué crees tú que hagan, dirty boy?», me sonrió BS después, los dos solos en un backstage. Ella, desnuda o vestida con su piel desnuda, se echaba aire con un abanico de muchos vuelos y me miraba fijamente. Decía: «Qué calor hace en este país». Decía: «Si me das un autógrafo te doy un beso». Me pareció un mal negocio, pero al final acepté. Al final del sueño, creo, todavía se escuchaba un fondo de música patriótica.
(nota marginal BS)stríptico II
Muchos años después, soñé con ella. En el sueño había una tribuna y se hablaba de héroes y de cierta calurosa manera BS tenía que ver con todo aquello. Había un fondo de música patriótica y BS se quitaba la ropa hasta quedar desnuda. El público era una multitud acalorada. De pronto, BS se hundía la mano en el pecho, abriéndose una rajadura entre los senos, y de pronto la piel de BS abierta hasta la cintura, como si hubiera bajado un zíper, como si fuera un traje completo ajustado a la otra piel, desde el cuello hasta los tobillos, y ella volvía a quedar desnuda luego de sacar los brazos y las piernas y arrojar la piel al público, el público se disputaba el traje de la piel de BS mientras ella se abría otro hueco entre los senos para quitarse otro traje y arrojarlo al público y así sucesivamente. A mí (por algún caluroso motivo yo observaba desde una esquina de la tribuna) me pareció que aquello podía no terminar nunca, que BS seguiría desnudándose y regalando al infinito los trajes de su piel desnuda. Vi a hombres (y mujeres) salir de la multitud con la piel a cuestas, vi a hombres (y mujeres) entrar a la multitud para disputarse un traje. Había algo heroico en eso. Me pregunté qué harían ellos con… «¿Qué crees tú que hagan, dirty boy?», me sonrió BS después, los dos solos en un backstage. Ella, desnuda o vestida con su piel desnuda, se echaba aire con un abanico de muchos vuelos y me miraba fijamente. Decía: «Qué calor hace en este país». Decía: «Si me das un autógrafo te doy un beso». Me pareció un mal negocio, pero al final acepté. Al final del sueño, creo, todavía se escuchaba un fondo de música patriótica.
extranjero
La hipótesis en boga era que los buitres venían de otro planeta. Hipótesis que, según Frank, carecía de falsabilidad. Por lo tanto era un dogma. Frank escribió mucho acerca de ese misterioso planeta, motivo para reflexionar sobre la patria y el exilio. ¿Cómo se llama?, le pregunté. El buitre me llevó al telescopio y me dijo: observa. Allá, en el lente, remota y azul, estaba la Tierra. ¿Cómo se llama?, me preguntó Frank. La Tierra, por supuesto, respondí. No, dijo el buitre, la Tierra es aquí y ahora, donde la gente dice tener los pies. Afuera, en el espacio, sólo puede ser un planeta hipotético. Un planeta falseable. Aunque sea el tuyo.
y así sucesivamente
Divisiones entre ellos: distintas bandadas. Unos decían: Somos los buitres que escriben. Otros: Somos los buitres que escriben que escriben. Otros: Somos los buitres que se escriben a sí mismos. Otros: Somos los buitres que desescriben. Y así sucesivamente.
juguemos scrabble
Cuando JE se vio frente al tablero vacío, pensó: Tengo siete fichas rectangulares y en cada ficha, un símbolo y un número, pero los buitres tienen las letras. Cuando empezaron a complicarse las jugadas, pensó: Puedo combinar de mil formas diferentes todas las letras del alfabeto, pero los buitres tienen las palabras. Cuando ya había perdido toda la inocencia, hacia la mitad de la partida, pensó: Alguna palabra he logrado colocar, algunas son verdaderamente mías, pero los buitres tienen el lenguaje. Cuando casi todas las casillas estaban ocupadas y la puntuación era un abismo, pensó: Puedo decir hasta aquí he llegado, levantarme e irme, pero el caso es que allá afuera los buitres tienen las grandes narraciones, el amor, la soledad, el miedo... De pronto, JE sintió que el tablero era infinito, que las fichas no se acabarían nunca y que la puntuación nunca más volvería a cero. A su alrededor, los buitres le miraban como diciendo: Es tu turno, ¿qué esperas?
octavo arte
Íbamos al desierto a ver las películas con los ojos de otros. Llegábamos en motocicletas viejas, arrastrando remolinos de arena más reales que nosotros mismos, y bajo aquella pantalla abandonada inmensa nos poníamos los ojos. Había que manipularlos con mucho cuidado, mantenerlos limpios, guardarlos en bolsitas de nylon para que no se estropearan. Pero nosotros éramos especialistas. Podíamos estrenar incluso los ojos recién extraídos. Ojos de crítico, ojos de anciana, ojos de adolescente romántica, ojos de actor, ojos de segunda y tercera filas, ojos B y Z, ojos freaks. Y no es que fuera divertido ver las películas cambiándonos continuamente los ojos. No. Era necesario. Esa pantalla abandonada inmensa era el único lugar y el único lugar era el desierto y allí estábamos, rodeados de cadáveres remolinos de arena.
tag heuer
Son las horas de entrenamiento solitario en piscinas anónimas lo que acaba con la mayoría de los nadadores, lee Frank, y entre otras cosas se pregunta si basta con transformar (en la cabeza) cada piscina en una aventura, si no se subestima la solidez de ciertas superficies. Cuando el agua de la piscina ha sido previamente congelada, hasta qué punto es efectivo romper el hielo (con la cabeza).
En ese momento sale la nadadora, el cuerpo mojado, la trusa del color del agua, movimientos líquidos. La nadadora tiembla. Tiene frío. El buitre quisiera saber qué tipo de pensamientos nadan ahora en su cabeza, y cómo lo hacen, y contra qué golpean. La nadadora se acerca a él y el buitre siente (placer solitario) una erección en el pico.
tercera persona
Él es: JE. Él es: Frank. Lo interesante es que él lo sabe, y por tanto, él puede pensar a fondo su doble personalidad. Pero él está equivocado. Hay otros síndromes, menos evidentes, que no se pueden pensar desde allí, y lo primero que uno piensa siempre está equivocado. Son las desventajas de vivir en primera persona.
del tiempo (con minúscula)
Frank cuenta en sus memorias que durante un enorme verano en La Habana vio pasar dos ciclones, uno detrás del otro. En el intermedio, a mitad de la noche era normal caerse en un agujero abierto en la calle y partirse la rodilla en cuatro pedazos. Angustiada, la gente miraba el mar, el cielo, la televisión. Frank advirtió que hasta en los partes meteorológicos se colaba un show politiquero con mayúscula. En la calle, a mitad de ráfaga 250 km/h un tipo le dijo: «Yo espero que este sea el último». Y otro: «Yo espero que el tiempo mejore, cambien las nubes, vengan otras lluvias, haya menos calor». Y otro, lacónico: «Yo todavía espero». Luego de evocar tantos pronósticos, Frank escribe: «En la pared de un monumento encontré un grafitti que tenía por lo menos cien años: Si sobrevivo a este verano –escribió alguien– sobrevivo a cualquier cosa.»