Columnata de Lunes de post-revolución: Salve César, los que van a morir...o pulgares, por Orlando Luis Pardo Lazo,


Orlando Luis Pardo, t
odos los lunes desde La Habana, con su columnata, Lunes de post-revolucción.

A la entrada del Mercado Plaza de Carlos III, en el corazón infartado de Centro Habana, el slogan político no puede ser más sincero.


Después de la hipocresía funny de los murales UJotaCé en los años 90, emociona ahora tanta diafanidad posglasnot (y lo digo sin ironía).


Al pan, pan; y al vino, vino.


Ir al grano.


Los guionistas de Hollywood llamarían a este efecto un cut-to-the-chase: no divagar para hermosear el discurso con nuestro gran talento egodiegético sino, al contrario, pasar directo y sin tapujos a la secuencia de acción.


Que los que vayan a morir le den al César lo que es del César.


O, más dramático aún, que los que vayamos a morir le demos al César lo que es del César.


Gramática de la amenaza.


No importa.


Igual dan ganas de protagonizar enseguida semejante epopeya.


Dan ganas de no esperar hasta la muerte del César para morirnos o hacernos matar.


Dan ganas de, apenas puesto un pie en el Mercado Plaza de Carlos III, dar marcha atrás y convertirnos en uno de esos evangelistas apocalípticos que despiertan los genes suicidas de su generación.


Eso.


Golpe de Estado, no; pero tampoco Revolución; mucho menos Post-Revolucionada.


Oh, no.


Ahora se trata de la Apoptosis como consagración social: la muerte programada como concreción de la consanguinidad, como salvaje tabla de salvación, como maroma de telonero o telomérico holocausto de la identidad.


Salutación o Muerte: ¡veneraremos!


En cualquier variante, basta un slogan político para refundar toda una época épica y su demagógico estilo de sinceridad total.


Una ideología cerrada que se respete debe borrar diferencias entre hombre público y hombre privado.

Llegado el caso, borrarlos a ambos con una consigna contundente: "nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio" (Ernesto Guevara dix it en 1965).


Llegado el caso extralímite, borrarse a sí misma antes que traicionar la gloria que se ha vivido (y también el glamour, pues no hay devenir histórico sin una histriónica iconografía).


Vocación de vacío: antibarroco, socialipsismo en contra de las manecillas de ningún reloj.


El Mercado Plaza de Carlos III es un mall en divisa aparentemente convertible (antes dólares USA, ahora chavitos CUC).


Los precios son bastante altos para la calidad, el trato, y la atmósfera claustrofóbica del hangar, pero al menos la tienda representa su rol de establecimiento surtido.


Por suerte, la tristeza de las tiendas en moneda estrictamente nacional no se filtra del todo aquí, pero sí la inelegancia que le adjudica Milan Kundera al eurocomunismo (no confundir con el parónimo euroconsumismo).


Así que, apenas puesto un pie en la entrada, nadie parece dar marcha atrás para convertirse en predicador terminal.

Nada de eso.


Al contrario.


Todos entran, pasan sin leer por delante del cartel, compran y comen, protestan y pelean, van al baño, trafican, pierden el tiempo, se prueban ropas (las devuelven), prueban efectos electrodomésticos y muebles (los envuelven), trafican tiempo de descuento, viran del baño, pelean y protestan, comen y compran, y al final todos salen sanos y salvo, pasando en sentido contrario por delante del cartel: otra vez sin leer ni una sola de sus palabras rotundas como un paredón.


Sospecho que todos tienen más sentido común que yo.


Sospecho que yo sería un mesías muy mediocre si quisiera convocar a los lemmings suicidas de mi generación.


Sospecho haberme convertido en un pésimo lector con lupa: asociando lo que no es con lo que no puede ser, usando para esta cirugía un instrumental aberrante, donde aplico miopemente el protocolo menos recomendado para cada ocasión.


Dioptrías disfuncionales: imposible enfocar bien lo que los peritos políticos han querido comunicar con su último slogan de moda.


Gladiador desagradecido, desde cada signo me apunta el dedo de la derrota o por lo menos la duda.


Como en una Roma de filo romo, a lo mejor se trata de una daga envenenada puesta allí condescendientemente sólo para mí: para el lector apátrida que todavía soy, refundando mi apoteósica apoptosis patria detrás de cada oración.


"...Salve, César: el que va a morir te saluda..."


O, más dramático aún (las comillas como camillas donde paso tendido yo):


"...Salve, César: él, que va a morir, te saluda..."


La persistencia pertinaz de la paranoia paraliza mis piernas al punto de la paraplejía y el suspense de estos puntos suspensivos llega a serme cómicamente aterrador: es evidente que los guionistas del ICAIC son ya maestros en dilatar el cut-to-the-chase (más que en la secuencia de acción, son gurús que manipulan todo resto de reacción).


Mis lecturas lijadas por la lejía de lo veraz me dejan indefenso ante mensajes así: la sinceridad en Realpolitik me emociona y mata.


Al final de una novela genialmente mediocre, yo podría amar con lágrimas al Gran Hermano o aullar a voz en cuello un "...Salve, César: yo que voy a morir te saludo..."


Igual mi curiosidad de desahuciado me remite a los pulgares de la muchedumbre: el dedo gordo podría ser la clave para mi purga o espulgación.


Así en la guerra como en la guerra, tal vez sea ésa la irrespondible cuestión (ecuación insoluble): pulgares, pulgares, pulgares...


(Puntos en pulgarsivo...)


Pulgares arriba: Salutación.

Pulgares abajo: Muerte.

¡Envenenaremos!


Más allá de cualquier daga roma o romana, yo podría dormir a pierna suelta sin pudiera ver ahora los pulgares de la multitud: una multithumb que bien pudiera ser una multitumba (la mía, por supuesto).


Sin un conteo de pulgares erectos o invertidos, sospecho que esta noche tampoco podré disimular el insomnio.

En verdad, la dedocracia es una cosa muy persistente.