Siete preguntas a Ror Wolf

hemos publicado también hoy Relatos de Ror Wolf
La inquietud de las palabras. Siete preguntas a Ror Wolf

José Aníbal Campos / Carlos A. Aguilera

Con relatos irónicos, pequeños, contracanónicos, Ror Wolf (Saalfeld/Thüringen, 1932) ha ido abriendo un horizonte propio en la literatura alemana. Su obra, que se compone de títulos como Fortsetzung des Berichts (1964), Das nächste Spiel ist immer das schwerste (1982), Mehrere Männer (1987), Nachrichten aus der bewohnten Welt (1991), entre otros, ha obtenido más de diez premios en los últimos cuarenta años; siendo el Kasseler de humor grotesco 2004 que concede la Fundación Brückner-Kühner, en Kassel, el último de ellos. Zapatos que bajan una escalera, bocas que hablan, parodias de la enciclopedia, collages, microtextos, son algunos de los obsesiones más visibles en su obra. Obsesiones que para muchos, incluso en la misma Alemania, continúan siendo si no incomprensibles, por lo menos,el síntoma de una verdadera rareza. Obsesiones que devienen, a la vez que “gran ruido”, una especie de placer...


P.: ¿Cuándo y cómo comenzó su relación con la literatura?

R. W.: Esa relación comenzó antes de que supiera leer. Tuve la suerte de crecer en una casa en la que había una biblioteca bastante nutrida. Me gustaba mucho pasar tiempo en esa habitación, con las paredes forradas de libros, donde al principio me deleitaba contemplando los lomos de ellos. Era una sensación de bienestar. Luego comencé a hojear y a mirar las ilustraciones. Y cuando aprendí a leer, leí. Leí mucho, y cada vez disfrutaba más con la lectura. Hasta que a los nueve años decidí que sería poeta.

P.: Algunas de sus historias son como collages en los que tiene lugar una maravillosa y fructífera cópula entre lo cómico y lo fantástico. Leyéndolas, se piensa en algunos grabados de Max Ernst. Además de su labor como escritor, usted también es artista gráfico. ¿Cómo se comportan en su obra estas dos manifestaciones artísticas? ¿Ve usted esta relación como un contrapunto o más bien como un complemento?

R. W.: Como escritor, estoy constantemente en relación con las palabras, con esa inquietud que se genera de ellas. De vez en cuando intento eludir esa suerte de coacción. La realización de collages es un intento en este sentido, de distenderme. La elaboración del material, recortar, pegar, presupone cierta tranquilidad, y a la vez, la genera. Se tratan de jugueteos, pequeños paseos a través de un territorio distinto, algo que me proporciona placer. La verdad es que no me veo como un artista gráfico. No obstante, cuando publico libros en los que aparecen conjuntamente mis textos y mis collages, las imágenes son a la vez contrapunto y complemento.

P.: Usted también ha escrito poemas y collages sobre fútbol. ¿Cómo surge esta necesidad de vincular literatura y fútbol? ¿Podríamos considerar esos “textos futbolísticos” también como “pequeños paseos” por otros territorios de la escritura?

R. W.: Cuando comencé a trabajar con ese tema, en 1966, el fútbol era todavía un material fresco, no usado desde el punto de vista literario. Nunca ha sido un secreto para nadie que me interesa el deporte. Pero lo que me interesaba mostrar, es que uno puede hacer literatura a partir de cualquier tema. La literatura, sobre todo, es para mí (y no sólo para mí) tratamiento del lenguaje. En este caso se trata del lenguaje de los medios de comunicación, de los jugadores, de los espectadores. En distintas épocas probé posibilidades formales distintas: surgieron así baladas, sonetos, estampas y otros poemas, textos en prosa muy disímiles desde el punto de vista formal, diálogos, montajes de citas, collages para radio, hasta llegué a producir una película. En 1982 el caso quedó cerrado. Ya había hecho todo lo que deseaba hacer con ese tema.

P.: Junto a figuras como Paul Celan, Günter Grass y muchos otros escritores, usted formó parte del célebre Grupo 47, eso que Hans Magnus Enzensberger ha calificado en alguna ocasión como el “café central de una literatura sin ciudad sede”. ¿Cómo ve usted en retrospectiva su relación con el grupo? ¿En qué medida se ha alejado entretanto Ror Wolf de los principios iniciales de este intento histórico de fundar una “república de las letras” en el periodo de la posguerra alemana?

R. W.: Me invitaron por primera vez en 1962. Una época en que había dado inicio la penúltima etapa del grupo. Había fuertes confrontaciones, amistades, enemistades, rivalidades, conflictos generacionales: la verdad es que me encontré con circunstancias completamente normales. Jamás me sentí un “miembro en regla”. Y, además, en la época en que comparecí, esos “principios iniciales” de los que ustedes hablan ya eran bastante cuestionables. Los grupos de escritores tienen que estar en condiciones de soportar opiniones distintas, pero a veces se van a pique precisamente por eso.

P.: ¿Cómo se ve Ror Wolf, el autor de una prosa a veces minimalista, dentro de una tradición literaria –como la alemana- donde predominan los grandes “constructos novelísticos”?

R. W.: La escritura, tal como yo la concibo y practico, es una empresa arriesgada, pero también entraña muchos privilegios. Me convertí en escritor para escribir AQUELLO que deseo escribir, no para satisfacer determinadas expectativas o condicionamientos de carácter general. Comencé mi carrera con dos libros bastante abarcadores muy similares a novelas, y actualmente estoy trabajando de nuevo en una. He escrito y producido más de veinte piezas radiales. Los textos breves, sin embargo, no son en ningún modo un subproducto: han ido surgiendo paralelamente desde la década de 1950. Existen distintas posibilidades expresivas, y eso es algo que me satisface. Pero no creo que la tradición literaria de habla alemana sea exclusivamente la de los grandes constructos novelísticos. Existe la prosa de formato pequeño en su mayor grado de perfección. Piensen ustedes en Johann Peter Hebel, Kleist, Kafka, Robert Walser. Yo me siento muy a gusto dentro de esa tradición.

P.: La mayoría de los escritores mantienen una relación conflictiva con la crítica literaria. ¿Acepta usted la crítica como un “mal necesario”, por decirlo de algún modo; como un texto que, cuando es inteligente, gira en torno a la obra principal de un escritor y puede llegar a enriquecerla, cuya interpretación puede arrojar nueva luz sobre la misma; o simplemente ignora a los críticos?

R. W.: En las cuatro décadas que vengo publicando mis libros, ha habido, como es natural, algunos ataques duros y malintencionados que habrían podido terminar sin mayores preámbulos en un duelo, al menos en una pelea pública a puñetazos. Es preciso saber soportar tales derrotas. Ahora bien, lo de ignorar a los críticos es una labor poco menos que imposible. Al fin y al cabo, tampoco ignoro las reacciones positivas, el aplauso, el afecto. Y que conste, no sólo por el hecho de que hace mucho tiempo yo mismo escribía críticas; ahora afirmo: la crítica literaria es necesaria, útil, yo diría incluso que vital para sobrevivir. Sin algunas críticas favorables me habría costado mucho trabajo encontrar a mi público.

P.: En muchas de sus miniaturas en prosa (pensamos concretamente en la serie Hombres varios), encontramos figuras que se mueven allí sin rastro alguno de elementos psicologizantes. Se trata a veces de un par de zapatos que suben una escalera, o de un ojo que observa o de una boca que bosteza. ¿Cómo llegó a esta forma de “deconstrucción” de la realidad? ¿Cuáles fueron los modelos literarios a vencer, si es que hubo alguno?

R. W.: He insinuado algo de esto en mis respuestas anteriores. Mi forma personal de escribir se ha ido desarrollando de forma natural a partir de un largo proceso. No podría decir nada más al respecto. Las estaciones de esa obra pueden verse. Todo está ahí, a mano. Claro que existen muchos modelos literarios. Pero sólo mencionar la lista de mis escritores preferidos llenaría varias páginas. Abrigo la gran esperanza de haber hallado una forma de expresión propia a lo largo del tiempo.