Dos relatos de Pedro Antonio Arazo Yero




Nació en Cuba. Reside en Barcelona. Enlace a Barato se liquida




Apuntes para elaborar una teoría acerca de la concatenación universal y el desarrollo.

tony espera la confronta y reprime sus deseos de fumar. Es tarde, hace frío, en la calle hay poca gente. tony mira el Capitolio, piensa en la suerte y en como se conjugan los acontecimientos para hilvanar un destino. Aquel día lo primero que vio al despertar fue un número de página, el 666 impreso en la esquina inferior izquierda de ‘El Gran Libro de lo Oculto (secretos y misterios)’, editorial Salomo, Cartagena, 1927, que había estado revisando la noche anterior.

Una mujer vestida de rojo atraviesa Monte. tony se pregunta qué puede estar haciendo una mujer sola con un vestido tan rojo en un sitio tan oscuro. No tiene cigarros, el último se lo fumó un par de horas antes. Ahora se conforma jugueteando con la caja de fósforos mientras ensaya cortos paseítos por la acera. Nunca ha sido supersticioso pero no puede dejar de repasar entre preocupado y curioso los acontecimientos del día. Es casi risible. No faltó nada. El salero, el gato, el espejo de casa de Irma, lechuzas, números 13, mariposas negras.

En la tienda de la esquina el custodio habla con una mujer que vende maní. La guagua demora, tony impaciente, con ganas de fumar. Las calles están oscuras y sucias. Tostado y salado el maní, dice la mujer de cuando en cuando. El custodio uniforme gris, bastón, planta y pistola. La manisera demasiado joven, pintada, bien vestida, fuera de lugar. Es tarde, hace frío, no hay nadie en la calle.

Un flaco con gafas naranjas pide el último. tony piensa qué tipo de gente usa gafas a las dos de la mañana. «Tostado y salado el maní» Lleva varias semanas trabajando en el guión de un video. Corto. Quince minutos. Será una especie de homenaje al cine de terror. Tienen dos cámaras, luces, audio, actores y donde editar. Empiezan a rodar el 17 de junio. La historia ya está lista pero tony ha seguido revisando un par de libros.

Observa a la de los manís. Tiene las piernas bonitas y buen culo, tostado y salado. Ha aprendido este mes cientos de cosas que no sabe si alguna vez le servirán de algo. Que las brujas luego de salvajes ceremonias se entregan al diablo a cambio de poderes; que satán viene del hebreo, el perseguidor; que demonio del griego, daemon, el que sabe; íncubos, súcubos; que el hombre primitivo vive en un mundo de significados sobrenaturales y busca por todos sitios relaciones entre asuntos dispares; que Dioclediano prohibió la astrología, Constantino los sacrificios fuera de los templos, Claudio a magos y adivinos, y Teocrito toda practica mántica; que ver a un tuerto antes del desayuno presagia daños espantosos; que prender tres fumadores los cigarros con un mismo fósforo significa terribles males para el tercero; que el progreso incesante de las ciencias ha dado al hombre moderno una poderosa arma contra las supersticiosas; que Cagliostro y Alhotas; que Saint Germain y Lothardo; que Schrades y Jamblico.

Piensa que de no haberse sumergido en aquel mundo nunca hubiera advertido los signos de este día. Piensa que quizás fueron coincidencias. Piensa que quizás no.

- El viejo Antonio

- Qué vuelta -responde

Son martín y el negro, andan de descarga, le brindan ron. tony toma un trago corto y siente el calor agradable avanzando en su cuerpo. Se le erizan los brazos, hace una mueca leve. Los otros ríen.

Hablan un par de minutos. tony toma otro trago más largo. Pregunta si llevan cigarros. El negro tiene, reparte a los tres. tony enciende un fósforo. Tapándolo del aire con las manos da fuego a martín, luego al negro, por último prende su cigarro. Tiene entonces la certeza de que algo malo deberá sucederle y sonríe ya nervioso.

- Bueno, seguimos -dice martín a modo de despedida

- No se metan en líos -dice tony

Cuídate, cierra el negro y caminan Monte arriba.

martín siempre ha sido bueno para los números. Hace cuentas en el aire, recuerda raíces, constantes, cumpleaños, números de teléfonos. Cuando tres cuadras más allá pasa el M5, el negro dice se la ganó y vuelve la cabeza pensando en tony, martín mira la chapa HV 5432.

Entran por Indio. En la esquina de Misión una manisera demasiado joven, demasiadas piernas, demasiado bien vestida. «Tostado y salado» El negro le dice algo que martín no oye. Recuerda un problema aritmético, calcular las edades de dos tipos en medio de un trabalenguas de variables. Siguen avanzando. Al doblar Fardales están los policías. martín mira las chapas 53025 y 01943, el negro se fija en que llevan gafas naranjas. Los guardias piden documentos. martín no tiene.

- Contra la pared.

- ¿Qué?

- Las manos en la pared, vamos.

01943 vira a martín, le pone las manos en la pared, y comienza a cachearlo.

- Oye, que no hemos hecho nada.

53025 ojea con indiferencia el carnet del negro antes de guardarlo en un bolsillo de su uniforme, después se pone a hablar por el walkie talkie. El negro lo mira todo intranquilo. 43 esposa a martín, las manos en la espalda.

- Qué pasa guardia -dice moviendo los brazos. Las esposas se hunden en sus muñecas.

- No me llames guardia.

- Coño compadre qué pasa, cómo quieres que te diga.

- No me digas compadre.

- No digas nada -dice el otro.

- martín estos no son policías.

- ¿Cómo?

«Que no son policías coño, que no son policías» El negro parece histérico. 43 trata de aguantarlo pero el negro lo empuja y sale corriendo. «Corre martín, corre» No lo persiguen. Mejor, dice 25, no tenemos tiempo.

- ¿Quiénes son ustedes?

- La ley

- Coño caballero ustedes son policías ¿verdá? yo no he hecho nada, por mi madre que no coño, de verdá mira...

- Cállate

- Voy a gritar, suéltenme coño, voy a gritar

43 saca la makarov, la monta y la enfoca en la cara de martín

- Mejor gritas callado -dice con voz neutra

martín comienza a temblar. Siente frío. Siente que su corazón es un mecanismo loco que ha perdido el freno, lo escucha latiendo en los oídos. Tiene mareos. Su boca está seca. Respira con dificultad pero no habla. Cree que en verdad esto no puede estarle sucediendo, que él es martín mateo, estudiante, chico bueno, que su novia se llama Irma y que de ningún modo cosas como estas pasan en realidad.

Después de un rato llega la patrulla, número de serie 384, Peugeot. 25 abre la puerta de atrás. Entra, dice y empuja a martín al suelo del carro «no te muevas» martín trata de protestar «asere por tu vida...» Otra vez la pistola «no te repito más que te calles» Comienza a llorar «calladito» dice 43 y se sienta poniendo las botas sobre la cara y el estómago de martín.

La patrulla arranca, da varias vueltas y acelera a fondo. martín percibe las curvas, los frenazos leves. Tiene mucho miedo, solloza bajito, esto es una locura, piensa temblando. Revisa qué ha hecho mal, qué puede estar provocando algo así. Una rara venganza, un delito involuntario, yo no he hecho nada coño. La presión de las esposas en las muñecas es insoportable pero no protesta. Siente los baches amortiguados por el mecanismo del carro. Cuando por fin se detienen llega hasta él un olor a mar y el sonido de olas rompiendo.

Los guardias bajan. martín se incorpora y los ve sacar del maletero unas varillas y armar la base piramidal donde acoplan una especie de silla con brazos y sin patas. 25 abre la puerta del carro «vamos» martín se pega a la otra puerta «qué van a hacer, oye esto es una locura, ustedes me están confundiendo con otro, no fui yo coño, no fui yo» Lo sacan halándolo por las piernas «suéltame» patalea «suéltame cojone puta suéltenme» Se resiste. El chofer lo golpea tres veces en el estómago. Lo atan por los tobillos y la cintura en la extraña silla, las manos amarradas a los brazos de hierro.

Las luces del Peugeot no dejan ver a martín lo que los guardias ponen sobre el capó. Miedo. Uno se acerca. La primera patada es en la cara. La cabeza le da un brinco «ay cojone» y siente la sangre en su boca y dolor y un aire frío entrándole por la nariz. Piñazos en el rostro. Patadas en el pecho y las piernas. Náuseas, todo da vueltas. Cierra los ojos. Sin saber bien por qué comienza a contar. Uno, dos, tres, cuatro. Es un refugio, algo en que concentrarse para no pensar que le destrozan la cara, el pecho, las costillas. Grita. Grita de dolor, de terror. 549. Todo nervios. Siente el absurdo de su situación y grita. Alguien tiene que escucharlo, alguien TIENE que estar cerca. Quizás todo esto es un sueño o una película y pronto dirán corten y él, protagonista, bromeará con el director. No parece. 973. Dios, tiene que haber un dios y no puede permitir algo así. 1640. Tiene que haber un dios y tiene que ser bueno y tiene que ayudarlo. Padre nuestro que estás «ya coño ya, ya cojone pinga suéltenme» Vomita. Piensa en su madre y en su hermana, en lo que llorarán cuando se enteren. Siente miedo de morir. Es estúpido morir así. Porqué yo, porqué yo. 3540, 3541. En medio de sollozos se desmaya.

Sueña una voz. Una voz que cuenta sobre fondo negro. 3655, 3656. Sueña un tren. Él y Marta retozando. Un perro lo persigue. Cuenta abejas. 3680, 3681, 3682. Sonríe bucólico. Música de fondo, flauta quizás. martín recostado contra un árbol cuenta los vagones del tren, 3826, 3827. Luego negro, todo negro. Y es la voz sola otra vez contando en off.

Despierta sorprendido con el alivio de quien emerge de una pesadilla, el agua salada que le corre por la cara ardiendo en las heridas lo vuelve a la realidad. Abre los ojos. Las luces lo ciegan otra vez. Un guardia tiene un cubo en la mano, otro un martillo.

«Qué quieren coño, qué quieren que les diga, por qué yo, por qué a mí, me van a matar coño, me van a matar» El martillo le aplasta los dedos. Uno por uno. martín da alaridos. Los guardias son meticulosos. No hablan. Se aplican a su labor con lenta eficiencia mientras los dedos de un martín que grita y solloza revientan sanguinolentos. 6812.

Es el dolor. Sin dejar de contar grita y piensa en el dolor. En dolor. Eso no puede ser lo que siente. Esa no es la palabra. Dolor es suave. 7183. Pain. Esto es pain, tiene que serlo. Pain es punzante, agudo, pesado. Pain, pain. Pain no es dolor. Pain es puño, pain es bota contra la cara. Pain rajando el mundo a navajazos. Pain martillo.

43 coge una pinza y se acerca. Los otros, por detrás de martín, a la fuerza, le sujetan la cabeza y le abren la boca «no por tu madre eso no» martín se resiste, trata de moverse, de apretar las mandíbulas. Con violentos tirones comienzan a sacarle los dientes. Traga la sangre que sale. Siente que se asfixia. Tose. Vomita. Trata de resistirse pero sabe que es inútil y ya sabe que no es un sueño. Piensa que prefiere morir a seguir soportando esto. Pain. Solloza. Grita un poco, sin fuerzas. Todo negro.

Cuando vuelve ya el soplete está encendido. Huele a gasolina. martín intuye que este es el fin y a pesar de estar ronco empieza a gritar con fuerza otra vez «auxilio, auxilio cojone que me matan, me matan» Recuerda una película francesa, Alain Delon quizás, policía bueno contra el tipo de la antorcha. Policía malo se acerca lentamente y ya martín siente el calor y grita Pain. Pain. Pain. Pain punzante, pain dolor en todas las heridas. Pain quemado el cuerpo, la cara, la vida. Trata de esquivar la llama pero el fuego ya se ha metido por su piel. Siente el olor de la carne que se quema. Por qué yo, porqué yo porqué yo. 14322


Abre los ojos sobresaltado preguntándose si está muerto. El sol va saliendo. Se encuentra solo, tirado sobre la arena y la hierba. Sorprendido advierte que no tiene quemaduras. Camisa rota, llena de sangre. Dolor intenso en todo el cuerpo. Nada más. Puede mover los dedos, cada articulación. No faltan dientes. Tiembla aterrorizado mirando a todas partes. No sabe bien qué ha pasado. Ni siquiera tiene idea de dónde está. Necesita volver. De pronto recuerda. Aun tienen el carnet del negro.


En las aguas del mar de Catay.

Amar en la ventana. Doce pisos arriba. Ella de pie, de espaldas a mí, mira quién sabe dónde. Despeinada. La beso. Muerdo su cuello. Estrujo con fruición sus senos, sus caderas. La ciudad allá abajo es reunión de lucecitas. Por suerte es de noche. Durante el día la Habana desde aquí parece un cementerio gigantesco de lápidas grises. Imagino ahora mismo gente que duerme, gente lidiando con el pedazo de vida diario, la mujer que friega su cocina, algún tipo en trance de morir, el policía de guardia. Yo aquí, amando a la flaca. Olvidando que hace un rato discutimos en serio y pensé que todo iría a la mierda. Se frota el clítoris con sus dedos, acaricia mis piernas. Ahora apoya los brazos en la ventana, vira la cara hacia mí, guiña un ojo, sonríe. En cada movimiento empuja mis nalgas contra la litera, ahí reboto y la embisto de nuevo. «¿Te gusta?» No digo nada, me parecen tontas esas preguntas. ¿Te gusta? insiste. Digo que sí. Sí, digo, mucho. De pronto necesito una confirmación «¿Y a ti?» Me encanta, responde, voz ronca. A pesar del aire que corre estoy sudando. Apuro el ritmo. Abajo, a la izquierda está el mar. Negro, sin fin, imponente. Parece que la flaca se vino. Lanzó dos suspiros agudos, dijo algo, no la entendí. Ahora recuesta la cabeza en sus brazos y me obliga a moverme más rápido. La litera rechina con cada vaivén. Es hermoso estar dentro de ella sin el preservativo de costumbre, sentirla vibrar, sentirla cada vez más líquida, sentir que casi nado dentro de ella. Creo que me vengo. Contracciones. Un par de espasmos. Tranco el abdomen. Tiemblo. Bajo un poco el ritmo. No quiero terminar. La flaca grita. Se apresura. Siento que el mundo se mueve a este paso. Estamos a punto de tumbar la litera. Sonrío. El semen corre. Despierto. Sobresaltado toco los calzoncillos. No están mojados. No eyaculé. Me disgusta manchar los calzoncillos como un adolescente. No estaba mal el sueño. Ahora otra vez insomnio. 1:28 dice el digital de grandes números rojos. Es la tercera noche seguida. Sé que no dormiré más por lo menos hasta las seis. Debería levantarme y estudiar pero no tengo ánimos. Acaricio la quimera de quedarme dormido pronto. Sé que no será así. Estoy demasiado despierto. Debería estudiar. La puta prueba. Meses de deambular cuando los otros están en clases, ahora la cuenta. Lo de siempre. El viernes es el examen y no sé nada. Hay quien va todos los días a clases y al final también suspende pero eso no me consuela. Consuelo se llamaba la flaca. Quizás sería mejor decir se llama, está viva, creo. Es raro soñar con ella después de tantos años. Pensaba que ya nadie se llamaba así. Pura Dolores Soledad Consuelo Amparo. Creía haberla olvidado No sé cuánto hace que no la veo. No sé cuanto hace no la pensaba. Ahora la sueño. Buen sexo. Buen sueño. Me levanto de la cama. Voy al baño. Orino. Sentado. Sé que no dormiré. Voy a la sala. Abro la ventana. El aire de la noche es frío. Me gusta. Salgo al portal. Me siento en el muro. No pasan carros a esta hora. tony me contó que alguna vez soñó que estaba muerto. Había un tiroteo, lo hieren y un tipo se le acerca y le dispara a la cabeza. Lo habitual en esos casos es que justo ahí despiertes, incluso hay quien sostiene que si te matan en un sueño mueres. tony siguió soñando. Dice que en su muerte hecha de sueño pensaba. No podía moverse, ni veía, ni oía pero pensaba. Un tipo condenado a esa muerte tendría el sueño como una bendición. Una muerte así sería terrible sin dormir. Sería entonces piadoso que te mataran en serio y caer en el infierno o en la nada. El que muere mientras sueña quizás quede soñando para siempre. Ojalá. Pienso en Roque Dalton. Sería la inmortalidad. Sobre todo si eres bueno soñando. Quizás estoy muerto y todo esto es un sueño de mierda. Esta prueba inútil, el pan, el mar, las calles, los atardeceres, Borges y Sabina, Nogueras y Machado, Carpentier, Hemingway, los números, el tiempo, la Caballería, Bill Gates y Bin Laden. Quizás soy el único hombre y todo terminará conmigo. Quizás soy dios y todo comenzará realmente cuando despierte. De cualquier modo no sé si creerle a tony. Era, creo que está muerto, un fanático de los sueños. La mística, Freud, interpretaciones. Andaba siempre planteando acertijos oníricos. Jugaba con ello. Qué tal si sueño que sueño que sueño que sueño. Qué tal si pierdo el camino y no sé despertar. «No... no... no» el niño otra vez «ya martín, ya, el papa está aquí, calma, cálmate» Lleva tres días ingresado. Fiebre. Incontrolable. No puede dormir. Tiene miedo. Demasiados pinchazos. Análisis. Sueros. No confía. La única forma de que duerma es tenerlo sobre mí. Suerte de su año y medio. Suerte sus 12 kilos de peso. Lo calmo un poco, se adormece. Me siento pegajoso. Toco mi ropa. Tengo el calzoncillo manchado de semen. Debo haber soñado, no recuerdo. Vagamente algo de una prueba. Reminiscencias oníricas de la universidad que dejé hace años. El niño se mueve. Calma, digo. Por suerte el sillón es cómodo, acolchado, reclinable. Ahora no puedo limpiarme. Ya se secará. En la mañana lavaré el calzoncillo. Estoy agotado. Tres noches seguidas de maldormir aquí, con el niño encima, despertando cada hora a ver como va la fiebre, soñando todo el tiempo, casi delirando. Por el día tratar de entretenerlo, jugar con él, hablar con los médicos, intentar que coma. Parece que el cuerpo no va a resistir pero siempre aguanta. Pasa el día, llega la noche y otra vez a lo mismo. Carmen tiene neumonía, no puede quedarse. Fue el domingo. Estábamos comiendo. Ella se sentía enferma. martín comenzaba un catarro pero estaba bien. Jugaba. No advertimos la fiebre. Lo tenía cargado cuando empezaron las convulsiones. Miedo. Enorme. Pensé que se moría. Cuando acabaron los temblores quedó desvanecido pero con conocimiento. Ojos en blanco. No se quejaba. Envuelto en una colcha lo trajimos en taxi al hospital. Hice el viaje rezando. Mi lengua. Su sexo. Sexo húmedo. Sexo blando. Veo en escorzo su pubis rojizo, su abdomen, pechos pequeños, parte de su rostro. Estrujo sus nalgas. Las aprieto. Sí, dice. Se acaricia, apoya sus manos en la pared, mueve las caderas. Yo acostado. Boca arriba. Ella sentada sobre mi lengua. Oscilando, casi levitando sobre mi lengua que se mueve lenta, veloz, voraz, lame, penetra, explora, sin detenerse. La punta de mi lengua en su centro de gravedad, en su centro de masa, en el centro de su vida. Al menos por ahora este parece ser su centro. El punto de donde parte todo su ser. Muerdo a ratos el interior de sus muslos. Febril vuelvo a su bollo. Bollo, coño, concha, conejo. Sigo lamiendo. Se excita más. Dios, dice, dios. Imagino un dios. Un tipo viejo pero musculoso, grande, barba larga, túnica, cetro. Algo así como un Zeus que nos mira severo desde su cielo. La flaca también parece estar en una nube. No pares, dice, no pares... más... más... ay dios. Da la vuelta. Se tira sobre mi pinga. Comienza a masturbarme con violencia. Dando tirones fuertes. Ahora es su boca. Me traga completo. Mi lengua insiste en su sexo. Somos serpientes que se engullen. Mueve lúbrica sus caderas. La boca sigue tragándome. Su boca, sus manos, otra vez su boca. Siempre he cuestionado la esencia del falo. Son ellas las que vencen, relajan nuestra furia. Aplacan. Doblegan. La pinga es un guerrero demente cuyo sino es siempre la derrota. Soy un tren que cae por raíles sin fondo. Cierro los ojos. Me concentro en mi pinga, en su coño. Dejo mi mente en blanco. No hay en mí otra cosa que no sea singar. Otro tirón. El tren se mueve. No puedo dormirme otra vez. Si se me pasa la parada tendré que regresar en bus. Este es el último tren de la noche. Por la ventana, a mi izquierda veo el mar. Negro, sin fin, imponente. Tengo el pene duro. Son la 1:30, tengo unos deseos enormes de dormir. Los ojos me pesan pero no debo cerrarlos. Ya me ha pasado otras veces. Cierro los ojos por dos minutos, confiado en no dormirme, y al abrirlos estoy varias paradas más allá de la mía y tengo que regresar en bus. El bus es lento, da vueltas. Serían al menos dos horas más de viaje, no puedo permitírmelo. Mañana es un día importante. Tengo que levantarme temprano y he de estar despejado. Tengo que llegar a casa pronto, acostarme en mi cama y dormir. Sólo así estaré listo mañana. Cierro los ojos, sólo para descansar la vista. Dos segundos. Los abro. No hay nadie más en el vagón. Recuesto la cabeza al cristal de la ventana. Es fácil dormirse en este tren aséptico con sus vaivenes silenciosos. Cierro otra vez los ojos. Estoy agotado. Me pesan la espalda y las piernas. Cuello y trapecios contraídos. Si estoy atento no tiene porqué pasárseme la parada. Aún con los ojos cerrados. Quedan cuatro estaciones. Puedo contarlas. Mejor contar las sacudidas. Aunque esté un poco dormido las sacudidas del arranque me despiertan. Una parada un arranque, segunda parada segundo arranque, tercera parada tercer arranque. Entonces será levantarme, esperar mi estación, bajar del tren, caminar a casa y por fin la cama. No hay peligro, puedo hacerlo. No tengo porqué dormirme. «ya... ya... ya... papa no». El niño despierta sobresaltado. Se abraza fuerte a mí. Por, dice, por, catalán, miedo, no sé cómo habrá aprendido esa palabra, nunca se la había escuchado. Miedo. Abstracciones en un niño de año y medio. Miedo antes de amor, antes de bien «por» No está caliente. Lo arrullo, lo muevo, se adormece. Lo beso en la cara, por, dice aún, débilmente, lo beso en los ojos «por» en la frente, en la boca. Me siento padre, protector. «Por» entre sueños. Sigo sentado en el portal. En vela. Buscando el sueño perdido. Tarea inútil. Con una pastilla sería suficiente. Tal vez. Nunca me han gustado los somníferos. Temo la adicción. Pasa una chica vestida de blanco. Buenas piernas. Silbo. Le digo algo. No mira. Apura el paso. No es hora de fijarse en desconocidos. Sonrío. Otra sacudida. Es la segunda. Abro los ojos. Nos movemos. Hay alguien más en el vagón. Debe haber entrado en esta estación. Es una muchacha, bonita, viste de blanco. Está frente a mí, algunos asientos más adelante. A la izquierda, flotando en la noche, en el mar, en la arena, veo su reflejo. La busco también en el cristal de la derecha. No la veo pero la intuyo. Ahí debe estar también. Repetida hasta el infinito en un vidrio y en el otro. Miles de chicas, lindas, en blanco. Y ninguna me mira. Me acomodo otra vez. La cabeza contra el cristal. Cierro los ojos pero me mantengo atento. Me sacuden por el brazo, es la enfermera. Rubia, pequeña, joven, pelo corto. Me da el termómetro. Creo que no tiene fiebre, le digo, ella asiente en silencio y se va repartiendo medicamentos. Trato de no despertarlo. Le coloco el termómetro bajo el brazo. Un par de minutos después entra la enfermera «37 2» A veces estoy en algún rincón, acurrucado, alguien me mira con indiferencia, esta chica del vagón por ejemplo «¿Parezco poca cosa? No imaginarías que soy el actor principal, quizás el guionista o el director. Quizás cuando te pierda de vista, dobles la esquina o simplemente cierre los ojos, te esfumarás y no recobrarás tu físico, tu alma, tu tiempo, hasta que necesite un extra y quiera cruzarme otra vez contigo; tal vez nunca. ¿Sabes que a lo mejor no existes? ¿Que tal vez sólo estés en mi mente?» Bajo en la próxima. Debería levantarme, ponerme el abrigo, coger la mochila. Pero no. Descanso un rato más. Ojos cerrados. Aún hay tiempo. Cuando sienta que el tren comience a frenar me levanto. Sacuden mi brazo «¿Si?» «Para tomarle la temperatura al niño» «¿Usted no pasó hace un momento?» «No, es la primera vez» Estoy agotado. Miro el reloj 1:28. No tengo deseos de pensar ni buscar explicaciones. Es rubia la enfermera. Pequeña, joven, lleva el pelo corto. Me deja el termómetro, marcha. Vuelve luego. «37 7, hay que darle el Apiretal, le está subiendo». Siempre recuerdo mi primera noche de pase después de la previa en el ejército. Habían sido cuarenticinco días a todo tren. Infantería, táctica, tiro, preparación física, mierda. Objetivo: convertir en soldados a trescientos adolescentes anárquicos. Aquella noche en la cama de mi casa, sábanas blancas, luego del regreso al barrio, los amigos, el baño, la comida de mamá, soñaba gritos. No era el previsible sueño de guerra o pesadillas con el capitán que te sorprende desertando. Eran sólo sonidos. Nítidos como en la realidad. El ruido de botas marchando a tiempo y gritos. «¿PELOTÓN?» «¡AQUÍ!» «¿PELOTÓN?» «¡AQUÍ!» «PELOTÓN, EN TRES FILAS, A FORMAR» «ESCUADRA, EN UNA FILA, A FORMAR» «FIRMES» «EN SU LUGAR, DESCANSEN» «FIRMES» «PARADA, DESCANSEN» «FIRMES, DE FRENTE, MARCH» «UN» «DOS» «UN» «DOS» «AL... TO» «ROMPAN FILAS» «VENCEREMOS» «PELOTÓN» «AQUÍ» «PELOTÓN» Trae una jeringuilla plástica, pequeña, sin aguja. Adentro el líquido rojo. Acomodo al niño, lo aguanto, trato de despertarlo, suavemente «martín, tienes que tomarte la medicina papo» Comienza a gritar, patalea «por por por» mueve la cabeza, se defiende con violencia. Le tengo aguantados los brazos y las piernas. Me cuesta controlarlo, es fuerte. Debo ser para él un traidor que lo ata para que lo torturen. La enfermera le sujeta la cabeza y mete en su boca la punta plástica de la jeringa. Empuja el émbolo. Le aguanto la cabeza «no escupas, no la escupas coño» Entre los dientes sale un poco de saliva mezclada con medicina. Tapo su boca. Él sigue luchando. Al final traga. Trato de consolarlo «ya papa, es por tu bien, ahora te pondrás mejor» Me siento un traidor. Comienzo a llorar. Me siento infinitamente triste. Me siento a horcajadas sobre ella. Mi pinga entre sus nalgas. Masturbándome con sus nalgas. Mis dos manos apretando sus nalgas. Blancas. Espléndidas. Poderosas. Mi pinga en medio, deslizándose. Danza. Ritual copulatorio. Dejo caer mi cuerpo sobre ella, muerdo su espalda, lamo su espalda, piel blanca. Meto mi lengua en su oreja, siento cabellos en mi boca, los aparto con una mano, la muerdo en el cuello, en la boca, otra vez mi lengua en su oreja. Ella gime, se retuerce, dice cosas en voz baja, palabras que no entiendo. Acaricio sus pechos, los flancos de su cuerpo, sus caderas. Me levanto un poco. Meto mis manos bajo ella. Siento sus pezones duros. Mi pinga y sus nalgas siguen frotándose. Voy hacia atrás. Abro sus piernas. Veo su sexo. Flor de delicias. Lo acaricio. Después va mi lengua, ávida de humedades. Huele a sudor, a orina, a hembra en celo. A sustancias que escupen sus glándulas desde el nacimiento del mundo. Devoro su sexo, tibio, salado. Más pelos en mi boca. Entran mis dedos. Todo es humedad. La masturbo, la chupo. Comienzo a lamer su culo. Ella se mueve rítmica. Recuerdo a Apollinaire. Nunca lo he leído. Lo sé por Kundera, La lentitud, 1995. Entre dos montañas de nácar la puerta de tu grupa, la novena puerta, la puerta suprema. Abre más las piernas. Se empina. Meto mi lengua en su culo. Mi dedo, la punta, una falange, lo saco. Curioso lo huelo, no importa, sigo lamiendo. Meto un dedo completo. Estruja la sábana con sus manos. Se mueve lenta, sensual. Insoportablemente sensual. Todo su cuerpo contorsionándose. Más allá del sexo es un espectáculo estético. Me siento un superhéroe dando placer. Recuerdo algún filme porno de esos de párteme el culo cariño, oh sí, así, clávame, vamos, fóllame, fóllame el culo. Sonrío. Dejo caer saliva en su culo. Entro otro dedo. Recuerdo al proctólogo, un tipo divertido, amigo de lázaro. Nadie sabe su nombre. Todos le llaman el proctólogo. En verdad lo es. Médico. Especialista en enfermedades del recto. Lo recuerdo en El Salto, tomando cerveza, riendo, diciéndole al flaco que en un ano dilatado pueden caber hasta ocho dedos, y reía y mostraba triunfal su mano derecha abierta y tres dedos de la zurda, dedos enormes. Río. Recuerdo, no sé por qué un guiri muy borracho pidiendo en el bar unas olivas y una ración de choricio. Recuerdo una de tony «el matrimonio es como un submarino, puede flotar, pero está hecho para que se hunda». Río a carcajadas. Ella me mira risueña, interrogante. No digo nada, sigo riendo. Ella ríe también. No sé por qué. Ahora tengo un dedo en su culo y dos en su coño. Entrando y saliendo. Y ella es susurros obscenos y ondular, temblores, manos crispadas y la luna y las mareas. Meto mi pinga en su coño. Me tiendo sobre ella. La beso en la cara. Me fascina ver su rostro cuando se excita, entreabre la boca, deja ver los dientes de arriba. Es hermosa. Salgo de su interior. Me masturbo acariciando sus nalgas con ternura. Agarro mi sexo y lo enfoco hacia la novena puerta. Empujo. Entro en su culo. Lentamente.