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Aquí, más que una continuidad, supones una ruptura entre el corpus origenista y el resto de estos discursos nacionales, pues, según afirmas, "tan significativas son las parcialidades como las pretensiones de totalidad del canon de lo cubano en la poesía..."
El drama de la desintegración se radicaliza en tanto es la poesía como absoluto y, por lo tanto, una lectura absoluta de la Nación, la tradición, la historia y la libertad, lo que la informa. Sin embargo, tu ensayo se centra en el reconocimiento de exclusiones que derivan de oposiciones del tipo civilización/barbarie o integración/desintegración que son, precisamente, las que presiden estas narrativas civiles. Si bien las diferencias respecto al Ortiz "no positivista" parecen claras, no lo resultan en relación a Ramiro Guerra y en general a los relatos de los primeros años de la Republica. ¿No está en juego lo mismo, es decir el drama civilización/barbarie, desplazado al terreno de la poesía? ¿No es Lo cubano en la poesía un texto que "selecciona", una suerte de “eugenesia poética” que persevera en iguales mecanismos?
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Indagación del choteo y Lo cubano en la poesía comparten, más allá de la diversidad de sus temas específicos de reflexión, tanto la pregunta más o menos explícita por la cubanidad como la advertencia de la frustración nacional. Empeñados en contrarrestar la decadencia, estos ensayos están transidos de nostalgia por un siglo XIX en parte idealizado, siempre anterior a la caída por la pendiente del choteo, la intrascendencia y el norteamericanismo. Ahora bien, más allá de estas comunidades, creo que hay entre Lo cubano en la poesía y los otros dos una diferencia que es de esencia más que de grado.
Al evitar declaradamente en Lo cubano en la poesía los métodos “críticos” de la psicología y la sociología para intentar “un conocimiento rigurosamente poético de lo cubano”, Vitier hace explícita su diferencia fundamental de la perspectiva propia del tipo de letrado que Mañach y Ortiz, como sus respectivos Indagación y Contrapunteo, representan. Mientras Ortiz, Mañach y Guerra comparten una perspectiva letrada que está informada por la dicotomía civilización / barbarie, el origenismo católico está presidido por una muy diferente: la que contrapone la poesía a la crítica. Justamente la perspectiva de un Mañach es, para Vitier, Lezama y García Marruz, “crítica”, esto es, limitada al determinismo en la medida en que se atiene solo a los meros hechos de la historia. Ese terreno es, para los de Orígenes, un callejón sin salida: se trata para ellos de plantear las cosas en otro nivel más profundo, el del “conocimiento de salvación”, que no es otro que la trascendencia de la poesía y la “infinita posibilidad”. Dos tempranos ensayos de Lezama –la conferencia sobre Casal y el “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”– y algunos editoriales de Espuela de Plata y Orígenes hacen manifiesta esta solución de continuidad.
No creo, entonces, que los origenistas trasladen al terreno de la poesía el ideario de los letrados nacionalistas; la diferencia no está sólo en que su objeto de estudio sea la poesía y el de aquellos la historia o la sociedad, sino sobre todo en que ellos asumen a la poesía como el fundamento de su discurso. Hablan no sólo de la poesía, sino desde la poesía. Y desde esa perspectiva la de los letrados representa en cierta medida una nueva barbarie: la de la crítica, que los origenistas consideran insuficiente tanto para comprender la poesía como para superar la frustración nacional.
En la medida en que la toma de partido origenista por la poesía está en la raíz de su nacionalismo –en Límites del origenismo intento demostrar que, aunque nunca expresada como tal, la identidad última de lo cubano y la poesía es la idea central de Lo cubano en la poesía– ese nacionalismo es sensiblemente diferente del de los letrados como Mañach u Ortiz. No se opone al antillanismo de la poesía afrocubana y de La isla en peso en nombre de la ilustración o de una racionalidad moderna, sino de la poesía. La barbarie del antillanismo no consiste solo, para Vitier, en escamotear el perfil “civilizado” de Cuba sino en cortar el lazo que une a la Isla con el orden de Roma y la catolicidad del mundo, justo aquello que la distingue en medio de la atrocidad telúrica del archipiélago caribeño.
Pedro Marqués de Armas:
Es cierto que en el origenismo clásico alienta una oposición entre la poesía como absoluto e identidad última de lo cubano, y la literatura y la crítica... Y puede que ésta se realice al margen de la racionalidad de algún tipo de letrado, aunque para mí Vitier lo es. En realidad, adonde intentaba llevarte es a lo que hay de discursivo en ambas perspectivas, tanto en la crítica como en la poética.
¿Eso que llamas "el fundamento de su discurso" no sería a fin de cuenta la voluntad de verdad, de orden, desde donde se articula este relato nacional, aunque aparezca erigido desde la poesía? Rechazar la crítica, ciertas literaturas, ciertos géneros literarios y otras tantas poéticas "especulativas", ¿no tiene aquí como función reforzar la verdad de este relato en primera instancia moral? De un lado, especies a exorcizar como lo telúrico, el sexo, la violencia, los ídolos afrocubanos y hasta "ese monstruo, la novela", del que Cintio Vitier no sabe qué pensar; y, del otro, a buen recaudo, la tradición criolla, blanca, católica, con su paso al sacrificio que funde la poesía y el acto... Tu propio reconocimiento de lo que Orígenes rechaza no deja de apoyarse en referencias al peligro negro tal como lo atisbaran Parreño, Trelles y hasta el propio Martí. Creo, entonces, que no se está fuera sino dentro de los dispositivos propios de cualquier discurso, con la literatura, o mejor, la poesía, como uno más. En este sentido, no hay que tomar muy en serio el desentenderse con la sociología y la psicología. En Lo cubano... se agita la sombra, el espectrum --digamos que espiritual-- del evolucionismo: embrión, aborto, descaecimiento, retorno de los instintos, cepa moral, etc. Se trata de metáforas, obviamente, pero el principio es siempre eugenésico. Claro que esto puede o no implicar un uso instrumental, concreto, en determinados momentos históricos.
Duanel Díaz Infante:
Primero quiero hacer una aclaración con respecto al tema de la racionalidad moderna. Cuando digo que los origenistas se oponen al discurso racionalista de los letrados, no implico con ello que asuman un discurso irracional, a la manera del surrealismo, que es una poética esencialmente moderna, de vanguardia. Justamente lo antimoderno de Vitier, Lezama y García Marruz –en el sentido de Maritain– estaría en superar esas dos caras, según ellos complementarias, de una modernidad demoníaca, alcanzando así la plenitud poética perdida en un mundo desintegrado. Y es esa antimodernidad lo que los lleva a sucumbir a la “tentación totalitaria”.
Con respecto a la cuestión de si el “fundamento” del discurso de los origenistas –Vitier sobre todo– es la poesía o la voluntad de orden, creo que conviene traer a cuento la distinción entre función y contenido. La voluntad de orden sería, en cierto sentido, la función de todo discurso nacionalista. Todo eso que Vitier rechaza sólo se vuelve inteligible como conjunto en la medida en que se opone a una sola positividad: la poesía. Podría decirse que la función del discurso es la voluntad de orden, pero su contenido, su fundamento, es la poesía.
Ahora, no niego con este énfasis que justamente en sus negaciones el discurso origenista pueda identificarse bastante con los discursos positivistas y eugenésicos. Por ejemplo en lo del peligro negro que señalas. Pero insisto en la diferencia: mientras Saco oponía lo negro a lo cubano desde el terreno mismo de las razas (los negros no eran cubanos), Vitier, que escribe después que la vanguardia ha nacionalizado lo afrocubano, opone al negrismo de Guillén una idea de lo cubano etérea y espiritual, trascendente de las razas y del telurismo. Si el discurso de Saco es positivamente racista, en Vitier el racismo sería, digamos, negativo, quizás más cerca de Martí que del propio Saco.
Pedro Marqués de Armas
Quizás deba describir más y atarme menos a esta cuestión de los discursos. Pero en Lo cubano en la poesía hay evidentemente una voluntad de selección donde los textos, casi siempre poemas, son usados para decir: esto es lo cubano auténtico y aquello lo cubano inauténtico. Ahora bien, esta "jerga de la autenticidad", como diría Adorno, quien la dicta es el estudioso Vitier tal vez no como letrado ilustrado, para usar este pleonasmo, pero sí como autoridad... Si la mirada de Ortiz hacia lo cubano deviene a partir de la década del 30 inclusiva y dinámica, la suya no, pues traza una frontera rígida que se modifica muy poco a lo largo de los años, salvo para sumar addendas como Ese sol del mundo moral y los ensayos ranciamente ideológicos de los 90. Lo que queda excluido en este emblemático libro remite más al metarrelato identitario, racista y eugenésico, de los primeros años de la República, que a lo que llega con el afronegrismo y conduce a la transculturación. En este sentido, Vitier es una vuelta atrás, no a las disciplinas (sociología y psicología), pero sí a un doble espiritualista, claramente evolucionista, del discurso de sus predecesores criollos: padres y abuelos que eran por lo general abogados, médicos, pedagogos, etc. Si aquellos seleccionan la sangre y construyen genealogías nacionales a partir de políticas concretas, represivas, controles migratorios, etc; éste selecciona "conceptos-imágenes" que están conectados al saber-poder de aquellos... Se trata de un fenómeno bastante especular. Es por eso que me parece que las antinomias origenistas que señalas con tanto acierto son tan radicales como las del nacionalismo étnico de la primera República. Sin prosa, por otra parte, como muestras con lucidez en tu ensayo, no se podía acceder a un metarrelato más complejo de la cubanidad.
Duanel Díaz Infante
Lo que quieres decir es que, frente al segundo Ortiz, Vitier regresa al positivismo racista de los hombres de la primera generación republicana –como el propio Ortiz, Guerra, Trelles, los de Cuba Contemporánea–, espiritualizándolo. Pero insisto en que esta espiritualización implica algo más que un matiz. Puede haber ciertos paralelos, pero no hay una continuidad con esos discursos. Vitier habla, como letrado al fin, desde una autoridad, pero esta no es la de la ciencia que ampara a los juristas y a los médicos, sino un conocimiento que puede ir más allá del límite de la ciencia. Esa visión poética es lo que hace investigar lo cubano más allá de la historia superficial y comprenderlo como fundación. Los letrados a los que te refieres, marcados por los desastres de la independencia, tienden a preguntarse por los orígenes de la decadencia nacional, considerando siempre la nación como un cuerpo –cuerpo en peligro por la invasión de agentes patógenos como los esclavos y los inmigrantes haitianos, cuerpo decadente por la herencia de los vicios del padre español, o cuerpo degenerado por la mezcla de razas. En cambio Vitier tiende a concebir lo cubano como alma o espíritu, algo más intangible, difícil de definir y determinar, y por tanto más preñado de posibilidad.
Pedro Marqués de Armas
Tal vez las páginas más polémicas de tu libro son aquellas donde sostienes que, frente al dilema de la Poesía y la Historia, tanto Vitier como Lezama optan por la primera y contra la segunda, y que, en consecuencia, sería la "antimodernidad" y el "anticapitalismo romántico" que modela sus poéticas desde la década del 40 lo que les lleva a la "tentación totalitaria". No percibo en qué medida implicas a Lezama en esta "tentación". Ahora bien, aunque coincido en que ambos se colocan del lado de la poesía, creo que lo hacen según estrategias diferentes, lo que supone una relación no fatal entre estos elementos.
En Lezama hay un uso de la Revolución (de la Historia) desde la poesía, para incorporarla a su "sistema poético", pero también una retirada a tiempo: desencanto apreciable no sólo en sus cartas sino además en su escritura (Fragmentos a su imán, por ejemplo). Si bien su poética resulta, en muchos aspectos, la misma de comienzo a fin, e incluso parecida a la de Vitier, es difícil no reconocer el hecho de que las tensiones entre ésta y su escritura ("crítica de los espejos", le llama Octavio Paz) –sobre todo anteriores a 1959-- siempre se resolvieron a favor de la segunda. Creo que en ello consiste, por sobre las demás cuestiones, su modernidad: obra abierta al futuro en tanto ficción. No digo Lezama que escape del totalitarismo exclusivamente por la escritura, puesto que escapa también por su propia decisión frente a la historia. No obstante, la escritura tiene un peso: en los 70 Lezama experimenta el barroco como cárcel y el "sistema" que había construido como horror. No veo cómo empatarle con los códigos del totalitarismo, salvo desde una "mala lectura": aplicar a la historia, y desde una política de Estado, los ideologemas que se derivan de su concepción poética.
En Vitier hay igualmente un uso de la Revolución desde una poética conservadora, pero en el que cabe distinguir un progresivo involucramiento en la historia, que va desde el compromiso de Fechado al pie (1968) hasta el comprometimiento con una política nacional-totalitaria. En última instancia, y al plantear que la profecía martiana se cumple con la Revolución, Vitier cree resueltas las antiguas tensiones, sin reparar en el horror implícito en esta elección.
Claro que no se me escapa el hecho de que no es en la escritura, sino en las ideas, donde cifras tu análisis, el cual me parece excelente en el sentido de que con ello adviertes de las consecuencias que podrían derivarse de una antimodernidad extrema.
Duanel Díaz Infante
Hablo de “tentación totalitaria” en el sentido de Jean François Revel, que designa así el atractivo que para muchos intelectuales y artistas del siglo pasado ha ejercido el totalitarismo. En la medida en que, sea en su versión revolucionaria (el comunismo) o revolucionario-conservadora (nazifascismo), este destruye los valores e instituciones de la democracia burguesa, puede resultar satisfactorio para una intelligentsia cuyo anticapitalismo romántico implica el deseo de autenticidad en un mundo degradado por los valores liberales y mercantiles.
El anticapitalismo raigal de las poéticas de Lezama y Vitier, que se distingue fácilmente del anticapitalismo marxista por no ser dialéctico y progresista sino reaccionario y conservador, los hacía, en buena medida, vulnerables a la tentación totalitaria, lo que no quiere decir que necesariamente tuvieran que sucumbir a ella. Vitier podía perfectamente haberse marchado de Cuba en los años 60 (de hecho, se dice que estuvo a punto de hacerlo) y comprendido a la Revolución como un nuevo desastre deparado por una historia siempre decepcionante. Prefirió, en cambio, celebrarla como la encarnación de la poesía en la historia, y esto en 1968, cuando con la Ofensiva Revolucionaria el régimen se radicalizaba claramente en el sentido totalitario. Lezama hizo lo mismo en escritos de ese año funesto: también él ve a la revolución no como historia sino como poesía. Su “uso” de la Revolución desde la poesía comporta evidentemente una celebración poética de la Revolución. Al margen del grado de modernidad y fuerza de su escritura, los ideologemas que aparecen en ella no digo que tengan los “códigos del totalitarismo” pero sí que pueden llegar a confluir, así sea negativamente, con el discurso que lo legitima. Por eso, a diferencia de algunos importantes estudiosos de Lezama, pienso que el rescate que de su obra ensayística y poética hace Abel Prieto en los años ochenta no constituye del todo una mala lectura.
Por supuesto que en Lezama hay una retirada y un desvío –en sus cartas y en su último poemario- y ello hace una importante diferencia con Vitier, quien constituye, con Fina García Marruz, uno de los más notables casos de colaboracionismo intelectual con el régimen castrista. Vitier ha llegado a decir, en una carta de apoyo a la reforma de la constitución para declarar irreversible el socialismo en Cuba, que “no defendemos un sistema político, que siempre puede ser corruptible y desvirtuarse, sino la continuidad con los mayores, con Bolívar y Luz”, el antimperialismo que es “nuestro destino manifiesto.” Es decir, no importa lo que haga el gobierno mientras seamos antimperialistas, mientras cumplamos nuestro destino y continuemos el legado de los fundadores.
Pero creo que justo estas palabras ejemplifican mi tesis de que su colaboración con el régimen de Castro no implica una toma de partido por la Historia contra la Poesía; por el contrario, es una toma de partido por la poesía –destino, legado, cubanidad. Vitier ve a la historia sub specie poiesis; la Revolución es para él el fin de la historia como negatividad, prosa, política e intrascendencia.
Pedro Marqués de Armas
Está claro que Vitier nunca tomaría partido contra la Poesía, sino a su favor... Y creo que el fragmento que citas confirma tu tesis, sólo que en esa afirmación suya hay tanto de obstinación como de coartada, aunque esto pueda parecer secundario. Por lo demás, Vitier legitima a un sistema político concreto a cuyo poder sirve desde la poesía y en calidad de ideólogo. O si prefieres desde una fusión entre Poesía y Poder que se presenta como definitiva e imposible de trascender. Si el rechazo origenista implicaba en la década del 40 cancelar, a nombre del espíritu, el "cuerpo de la nación", con lo que ello supone justo cuando se alcazaba cierta complejidad civil; ahora lo que se plantea es, a la vez desde la perspectiva de aquel discurso sobre la poesía y desde la de un poder político totalitario en busca de nuevas legitimaciónes, hacer indistinguibles poesía, historia, nación y revolución... O sea, el poder total. Lo cubano... resulta así, en este último contexto, un programa contra el enemigo externo e interno; y Martí, su Encarnación Suprema, una norma a esgrimir contra jóvenes nihilistas y antisociales y el centro de una retórica de guerra. Insisto en esto porque la fusión Poesía-Poder en el largo período que va desde 1968 hasta la fecha, y en particular desde los noventa, opera en la historia, es decir interviene en ella quirúrgicamente y no como mera virtualidad.
Duanel Díaz Infante
Así es. Lo cubano en la poesía se vuelve particularmente útil en los años noventa, con el giro nacionalista en la ideología del estado. De ahí la “relectura” que hace Abel Prieto en el prólogo a la tercera edición cubana de la obra, donde advierte que las críticas al libro de Vitier ejemplifican cierta tendencia al “neoanexionismo” entre los jóvenes intelectuales. Al fin y al cabo, lo que hace este discurso nacionalista no es sino deslegitimar la diferencia interna expulsándola afuera, o identificándola con el enemigo externo. Creo que es Maurras quien decía que el nacionalismo no es la lucha contra el extranjero exterior, sino contra el interior; se empieza por considerar al extranjero un enemigo y se termina considerando al enemigo un extranjero.
Pedro Marqués de Armas
También con el propósito de deslegitimar una diferencia interna es que se clausura, en 1961, el suplemento cultural Lunes de Revolución. Se llegaba así al final de una breve ilusión: la de conciliar autonomía creadora y arte al servicio de las masas, conservando un importante maegen de libertad individual en tiempos de demanda colectiva.
Más que en narrar la serie de acontecimientos que conducen a Palabras a los intelectuales como término declarado de esta utopía, te centras en una lectura de los presupuestos de Lunes... en tanto alternativa a Orígenes y a los intelectuales comunistas. Creo que al proceder así desaprovechas un tanto, ya no desde la literatura pero sí desde la lógica que el poder revolucionario impone, indagar en la importancia que en este contexto tiene el concepto "pueblo". Es a partir de esta la entidad, que involucra y rebasa a la inmensa mayoría de los escritores y artistas cubanos desde 1959, que se procede a barrerlos como diferencia.
Duanel Díaz Infante
¿Quieres decir que ese concepto de pueblo que hasta hoy ha determinado la marginación de los escritores está presente en Lunes, o en el contexto en el que Lunes fue cerrado?
Pedro Marqués de Armas
Claro, ese concepto de pueblo sirvió para liquidar a los escritores, desde entonces hasta ahora, lo que es evidente en Las palabras a los intelectuales. Por supuesto, en aquel momento tiene una importancia enorme, en la medida en que permea no sólo el discurso de Lunes sino también el de las demás tendencias. No deja de ser sintomático, no en sentido psicoanalítico sino político, que la censura haya comenzado por P.M., documental que muestra la vida nocturna de La Habana, sus bares y sus negros... Lo que hay detrás de “Con la revolución todo, contra la revolución nada”, es a mi modo de ver control puro que se legitima en el culto al pueblo. Lo cierto es que el miedo estaba ya bien diseminado. A pesar de que los escritores e intelectuales de Lunes firman una carta de protesta por la censura de P.M., luego no oponen resistencia alguna al discurso de Fidel Castro... y esto porque estaban comprometidos hasta la médula y se sentían culpables y pequeños frente a la Revolución, es decir frente a la Historia... El Piñera de esta época se autocritica constantemente, y no parece el mismo que escribiera en 1945 un definitorio ensayo sobre Kafka, donde se muestra como escritor moderno simple y llanamente.
La lectura que hace, en el contexto de Lunes, de su cuento “La carne”, es un típico síntoma de la época. Todos, de un modo u otro, son arrastrados por la violencia de los acontecimientos. La UNEAC surge como un aparato destinado a acallar las diferencias, que no obstante siguen asomando, pero cada vez menos y con consecuencias siempre más desastrosas (Padilla, etc). O sea, tú percibes todo esto, pero dejas escapar un poco la importancia decisiva que tienen los acontecimientos y el carácter envolvente de éstos desde 1959.
Duanel Díaz Infante
En efecto, así como la nación se convirtió para los jacobinos franceses en la fuente de toda soberanía, el pueblo se convirtió en la Cuba de 1959 en la base de legitimidad de todos los discursos revolucionarios. Y Lunes, que vivió con intensidad la ilusión revolucionaria de la ampliación del público lector y la modificación del status de la literatura en la nueva sociedad, contribuyó desde luego a una especie de absolutización del pueblo que se complementaba con el culto a la otra cara que presenta toda revolución: el héroe. El problema es que el pueblo, en tanto tal, no habla; desde que se habla, se establece, por así decirlo, una diferencia; y más aun desde que se escribe. El asunto es entonces quién representa legítimamente al pueblo: la Revolución se convierte en la fuente de todos los derechos en la medida en que convierte violentamente la representación en identidad; es así que el gobierno revolucionario “supera” la democracia representativa y se radicaliza hacia un totalitarismo que es, según sus ideólogos, una forma de “democracia participativa”.
Conviene recordar que el ICAIC justificó la censura del documental alegando que este ofrecía “una pintura parcial de la vida nocturna habanera, que empobrece, desfigura y desvirtúa la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanqui.” “Parcial”: esta palabra refleja claramente el espíritu del realismo socialista que informa la prohibición y su justificación retórica.
Es cierto que Piñera se muestra en muchos escritos de 1959 y 60 demasiado radicalizado en un sentido comunista. Yo no lo paso por alto, pero me interesaba destacar cómo él siempre estableció la diferencia entre su programa –que era, en alguna medida, el de Lunes– y el populismo que acabaría por imponerse a finales de la década del 60 con el triunfo absoluto de la ortodoxia comunista. “Literatura o muerte” tituló Piñera una de las entregas de su columna en Revolución, evidentemente contra los dogmáticos partidarios del panfleto y del realismo socialista.
Pero es cierto que todos fueron arrastrados por la violencia de los acontecimientos. “La inundación” –así nombró Piñera su interesante crónica sobre el triunfo del 1 de enero– sería un cataclismo de tal magnitud que acabó por arrastrarlo a él y hacer cierta, una vez más, aquella frase de Vergniaud que reza que “la revolución, como Saturno, devora a sus propios hijos”.
Pedro Marqués de Armas
Límites del origenismo no es sólo un estudio crítico del canon de lo cubano en la poesía, ni sólo una deconstrucción del mismo. Es también una sostenida reflexión sobre ese abismo mayor de la historia cubana que se da entre el mito y la poesía como lugares de resistencia utópica, por un lado, y la crítica y el diálogo como elementos postergados cuando no excluidos de nuestra modernidad, por otro.
Como ello implica considerar también los "límites" de Martí, es decir, considerarlos fuera de la órbita de Orígenes, me gustaría que comentaras algo al respecto.
Por otra parte, tu ensayo aparece en momentos en que se plantea volver al mito-Martí. Emilio Ichikawa, por ejemplo, considera en gran medida agotados los proyectos de deconstrucción de esta figura. ¿Qué opinión te merece esto último?
Duanel Díaz Infante
En mi opinión, lo más importante que la percepción origenista de la cultura cubana toma del ideario y la retórica de Martí es la crítica poética del reformismo en un radicalismo patriótico resistente a las instituciones básicas de la modernidad. Rafael Rojas ha señalado en varios ensayos la reticencia martiana al dinero y a la ciudad, y Enrico Mario Santí, contra la reivindicación tradicional del exilio anticastrista, afirma la continuidad entre el discurso martiano y la ideología de la Revolución Cubana. Básicamente me identifico con esta tendencia crítica, aunque entiendo que el caso de Martí es mucho más complicado y ambivalente que el de un Vitier o incluso un Lezama.
Pero Ichikawa no se coloca en el nivel de estos cuestionamientos, sino que banaliza un poco el asunto al presentarlo como una simple moda pasajera. Al margen de lo que efectivamente haya de influjo superficial de las contemporáneas tendencias de la crítica y la teoría literaria en las recientes revisiones de Martí, algunas producidas en el contexto de la academia norteamericana, creo que la crítica tanto de Martí como de la mitología en torno suyo obedece a una profunda necesidad histórica. Es parte orgánica de una revisión del nacionalismo cubano que resulta perentoria mientras exista la Revolución Cubana y lo resultará cuando esta deje de ser un hecho para convertirse del todo en lo que hoy es en parte: un mito.