Marianao, 23 de Julio de 2007
La escritora y traductora francesa Liliane Hasson presentó recientemente en París un nuevo libro acerca del novelista cubano Reinaldo Arenas Fuentes, bajo el título de Un Cubain Libre Reinaldo Arenas, Ediciones Actes Sud, con material fotográfico a cargo de la húngara Suzanne. Para escribirlo, se entrevistó con familiares, amigos y con algunos de sus enemigos ocasionales, aunque afirma no haber querido encontrarse con sus represores ni con quienes rigen actualmente la vida cultural del país. Tampoco se acercó a ciertas personalidades de la sociedad cubana de Miami, particularmente homofóbicas y racistas.” Creo que ambas limitaciones afectan al alcance y la profundidad del libro, pues hubiese sido novedoso escuchar los criterios actuales de estas personas acerca de la vida y la obra de Reinaldo Arenas. La Hasson afirma en el prólogo que “procuré mostrar algunas facetas inéditas de Reinaldo Arenas y de su entorno, a la espera de que otros que lo conocieron en diferentes etapas de su vida, puedan aportar sus testimonios.”
Sé cuanto le deben a esta francesa Reinaldo Arenas y los demás escritores cubanos que han vivido al margen del canon oficial vigente en Cuba. No obstante, el presente libro incluye algunos criterios de la autora y de sus entrevistados que, a mi entender, tienden a tergiversar el legado de este excepcional novelista. Por ello, me siento obligado a debatirlos.
Como es sabido, los descubridores de Reinaldo fueron los escritores católicos de ORIGENES, quienes se congregaron a partir de 1959 en la Biblioteca Nacional, una de las modernas edificaciones enclavadas en la entonces Plaza Cívica José Martí. Muy próximo a esta, se levanta el gran edificio originalmente concebido para alojar las oficinas del Premierato, destino que el poder revolucionario revocó, instalando allí el recién creado Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA), organismo donde fue ubicado el joven ex combatiente del Ejército Rebelde, devenido estudiante de planificación agrícola. Parece que el desorden imperante entonces en esa dependencia le facilitaba al hermoso jovencito fugarse a menudo hacia la sede cultural, donde podía satisfacer con creces su apetito literario. Un día conoció de la convocatoria a un concurso de narrativa oral de cuentos. Presentarse y maravillar al jurado con un breve relato suyo acerca de una caja de zapatos fue lo mismo; además de premiarlo, conspiraron de inmediato para persuadir a la ilustre María Teresa Freyre de Andrade, entonces Directora de la Biblioteca, para facilitarle un sitio en la letrada nómina, ocasión que el joven holguinero aprovechó para cancelar su aritmético porvenir como contador de una granja del pueblo en cualquier bucólica campiña insular.
Así fue que, sin conocer su nombre, comencé a verlo, sentado tras el pequeño buró a la entrada de la sección circulante en el sótano de la Biblioteca, muy circunspecto, siempre vistiendo impolutas camisas blancas o estampadas , correctamente peinado el cabello lacio y castaño, leyendo sin reparar para nada en el salón. Cuando algún lector se aproximaba, él depositaba el libro que leía en la mesa y realizaba rápidamente el procedimiento, sin levantar la vista ni pronunciar palabra que no viniese al caso. Ejecutaba esa mecánica muy serio, aparentemente sin sensibilizarse en lo absoluto con los lectores. Uno vacilaba entre tildarlo de arrogante o deslumbrarse con su timidez.
Luego, empecé a reconocerlo al cruzarnos casualmente por las calles. Andaba solo, erguido y despacioso, como abstraído en su ensimismamiento, y portaba siempre algún libro . Era para mí el muchacho de la biblioteca y cuando lo vi retratado en la prensa literaria a raíz de haber obtenido su Celestino primera mención en el concurso de novela de la UNEAC...no me sorprendió en lo absoluto, tan notorio era el aire de poeta que lo circundaba. Entonces supe que su nombre era Reinaldo Arenas. Confieso que leí los elogios que le fueron prodigados a su novela con la envidia propia del inédito...
Pronto, dejé de verlo en la Circulante de la Biblioteca Nacional y comencé a leerlo en la GACETA DE LA UNEAC, donde especialmente recuerdo un texto crítico suyo, cuestionando el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Vivíamos la década del 60, a través del poeta Israel Horta hice mis primeras relaciones literarias, conocí entre otros al dramaturgo Fermín Borges, al joven pintor Jaime Bellechasses y al también joven poeta José Mario, cuya Editorial El Puente acababa de ser reducida al silencio. Frecuentábamos la cafetería del Hotel Nacional hasta las primeras horas de la madrugada. Recuerdo una noche la aparición fugaz de un joven muy elegante, que llegó en compañía de José Mario y aunque se marchó enseguida, atrajo la curiosidad de todos: José Mario dijo que el joven era un excelente poeta que acababa de llegar de la Unión Soviética, trabajaba como traductor de ruso y se llamaba Iram Prats.. Se trataba de un grupo informal, de poetas, escritores y pintores, discípulos casi todos de Loló Soldevilla,. Al menos uno de ellos, compartiría después la etapa neoyorquina de Reinaldo, me refiero a Jorge Ronet, cuyas imitaciones de Sarita Montiel en el muro del malecón no he olvidado. De todo el grupo, creo que sólo consiguieron salir a flote en los medios culturales oficiales el gran pintor Manuel Mendive y el teatrista santiaguero y excelente persona Gerardo Fulleda León, siempre amigo de José Mario. Sin embargo, Reinaldo no frecuentaba entonces este grupo. Como bien señala Delfín Prats, Reinaldo no ejerció nunca la pobre bohemia habanera. Ya en los años 70 podía vérsele pasar ocasionalmente por la Funeraria Rivero, saludar algún amigo, Armando López, por ejemplo, o Esteban Luís Cárdenas, pero nunca hizo estancias en el parquecito de Calzada y K, sitio mucho más frecuentado por su carnal Delfín, cuya hermosísima voz grave recitó allí más de una vez su poema De las Aguas, publicado posteriormente con mutilaciones. En los últimos años de la década del 70, que serían también sus últimos años en Cuba, tuve ocasión de escucharlo conversar de literatura con el pequeño grupo de estudiantes de literatura (rebautizada por las autoridades educativas de entonces como Filología), quienes lo admiraban y reconocían como a un maestro; a su vez, Reinaldo los trataba como a hermanos menores, con quienes compartía generosamente su saber y, sobre todo, su fervor por la literatura. Uno de estos holguineros era Teodoro Tapia, a quien Juan Miguel Espino y yo llevamos una noche de fines de 1976 a conocer a la artista Clarita Morera, en sus habitaciones en el solarcito de la calle Muralla, sin imaginar que de aquel encuentro surgirían, años después, algunas de las fabulosas páginas de El Color del Verano y uno o más capítulos de Antes que... Tampoco podíamos conjeturar que, pocos años después, estos estudiantes también se verían implicados en un proceso de depuración que determinó la expulsión de estos jóvenes de sus carreras universitarias, pues por motivos políticos, se desconfiaba de ellos. Roberto Valero, tan noble y brillante y Miguel Correa salieron, como Reinaldo, en el éxodo del Mariel. Orlando Coré y Teodoro Tapia regresaron a Holguín. El primero inició una carrera como cantante en el Lírico de allí, fue víctima de una agresión brutal, cuando una turba estuvo a punto de pegarle candela al cuarto de madera donde vivía; actualmente vive en Miami. De Tapia hace muchísimo que no tengo noticia alguna.
La imagen que ofrece la francesa de Delfín Prats si bien es mejor que la de Clarita Morera, a quien prácticamente ignora como artista y carnavaliza como persona, tampoco le hace justicia al soberbio talento literario de este holguinero, víctima por muchos años de la incomprensión y la hostilidad social. Respecto a los testimonios suyos que recoge, me parecen muy exactos y llenos de la honestidad literaria que lo ha caracterizado. Quiero agregar algo que él, por modestia, ha omitido: en los años de ostracismo literario de su amigo Reinaldo, era Delfín quien divulgaba incansable y brillantemente fragmentos de lo que escribía Arenas, en especial los insuperables trabalenguas, algunos de los cuales pienso que le deben no poco a la siempre encantadora aunque viperina lengua del poeta que los proclamaba a viva voz con saltos y grandes gestos arácnidos, lo mismo en la Plaza de la Catedral que en la azotea de Juan Miguel Espino en el Cerro.
Incurre la Hasson a lo largo del texto en unas cuantas imprecisiones. En la página 31 confunde la entrada de la bahía de La Habana con la desembocadura del Río Almendares. Más adelante, llama al pueblo de Calabazar, colindante con el Parque Lenin, Calabazar de Sagua, poblado de la provincia de Las Villas. Una de sus testimoniantes, la genial pintora Clara Morera comete un error cronológico al relacionar su vida en común con Teodoro Tapia y la búsqueda policial de Arenas. Refiere la autora que Delfín Prats aparece incluido en la antología Novísima Poesía Cubana de 1962 y esto, aunque no tengo a mano el libro, me parece inexacto, pues la presencia de Delfín en La Habana data de 1965.
Es de agradecer que las personas carnavalizadas y canibalizadas sin piedad por Arenas, presten testimonios tan nobles acerca del escritor. Es el caso del escritor y crítico de arte Róger Salas (Coco), quien, por cierto, es la persona real que inspiró al personaje de Diego en la muy conocida Fresa y Chocolate, donde también aparecen Reinaldo, como el pintor amigo de Diego y se menciona indirectamente a Tomasito Fernández Robaina. La posible excepción, el escritor y periodistas Vicente Echerri, quien no le ha perdonado a Arenas aquellos peculiares homenajes, no fue entrevistado por la autora. Tampoco recoge los sólidos criterios de la profesora y escritora cubana residente en La Florida Lourdes Tomas, cuyo libro consagrado precisamente a la obra de Reinaldo ni siquiera aparece en la bibliografía. También es lamentable que la autora no se detenga a valorar las realizaciones artísticas y literarias de muchos de sus testimoniantes.
Sin embargo, lo peor de este libro es el esfuerzo reiterado para revocar la credibilidad de los lectores ante las denuncias y revelaciones que formuló Reinaldo. Bajo la apariencia de una suma de testimonios apologéticos del autor holguinero, el texto incluye una interpretación de Antes que Anochezca, que busca desacreditarla como testimonio de la realidad vivida por el autor.
En el capítulo titulado “La Verdad de los Hechos” desarrolla la autora su teoría. Comienza afirmando: “Reinaldo Arenas y el arte de enredar las pistas: podría consagrársele a ese tópico un libro entero. Su imaginación impregna toda su obra literaria. Antes que Anochezca, si bien se subtítula Autobiografía, contiene, a igual que sus entrevistas, ensayos y artículos, una parte importante de ficción novelesca: la mentira se impone como verdad. Es tanta su inventiva que resulta muy difícil separar la verdad de la ficción, lo verdadero de lo falso, él termina por adherirse él mismo a esas fábulas “vividas” que su imaginación desbocada transforma, adorna, ilumina, demoniza o santifica...” Como suficientes ejemplos para confirmar su tesis, hecha mano a la construcción de la barbacoa en su cuarto del Hotel Montserrate, donde en lugar de las fabulosas maderas preciosas sustraídas del Convento de Sta.Clara, la Hasson encuentra que está fabricada con materiales comunes y corrientes. El otro ejemplo resulta más insubstancial aún: en su novela El Color del Verano, Reinaldo la titula a ella Princesa que mora en un castillo, apenas una muy leve broma del autor. Prosigue en el mismo capítulo con un muy comedido testimonio de Clarita Morera, quien reduce las reales tertulias en su casa a encuentros entre dos o tres personas y le asegura que “el mal de Cuba era la paranoia prudente de ver soplones por todas partes. Eramos marginales, entonces la gente, los oficialistas, nos evitaban”. Esto es cierto y era un componente inseparable de la atmósfera de aquellos años, como lo reflejó Reinaldo. Aunque el número de asistentes a su casa nunca sobrepasaba de 4 o 5 personas, lo cierto es que la gozosa descripción que hace Arenas de aquellas reuniones es fiel al espíritu de libertad y amistad que las animaba. Sin llegar al fausto casi versallesco de las veladas que, presididas por Virgilio Piñera, ofrecía Yony Ibáñez en su historiada residencia de Mantilla, las de Clarita fueron, en años de fealdad y soledad, una suerte de oasis para la amistad y la belleza.
Para completar el caso que le interesa probar, recurre la Hasson a uno de sus testigos excepcionales: el dramaturgo y escritor Antón Arrufat, cuya trayectoria y afinidades con Arenas le dan a su testimonio el prestigio de la verdad. Además, elige uno de los pasajes donde la especulación de R se desboca: la muerte del maestro Virgilio Piñera. Recoge su testimonio acerca del velorio: Reinaldo llegó a la funeraria poco antes de que saliese el sepelio hacia el cementerio. Me dijo: Antón, yo quiero hacer la última guardia, y la hizo, junto a Heberto Padilla y a mí... “Reinaldo hace un relato hiperbólico, frisando en lo grotesco. La realidad fue un tanto diferente, y luego, sigue diciendo Antón: "Lo cierto es que en el exilio él desarrolló una hostilidad extraordinaria contra la sociedad cubana que permaneció en la Isla” Apréciese como se culpa de todo al exilio y, de paso, se le sirve en bandejas la coartada al gobierno cubano, pues se le equipara con la sociedad. Entonces la Hasson hace un inesperado pase a la última novela El Color del Verano, es decir a la ficción, para confrontar la descripción literaria que Reinaldo hace en ella del cortejo fúnebre de Virgilio y tiene cuidado en poner entrecomillas la palabra “asesinato”. Releyendo el capítulo en Antes que... Reinaldo describe la retirada del cadáver de la capilla mortuoria para hacerle la autopsia, práctica nada excepcional en Cuba, donde entonces la autopsia era casi obligatoria, y la supone parte del operativo para deshacerse del escritor. Tampoco comparto yo esa hipótesis, de la que Reinaldo no aporta ningún elemento que no sea la suspicacia, pero sí considero que las condiciones hostiles, de ostracismo social y literario a que estaba sometido desde hacía casi diez años el gran escritor, que incluyó un muy real operativo para cancelar las veladas en la residencia de Yony Ibáñez, tienen que haber contribuido fatalmente a empeorar la patología cardiovascular que padecía Virgilio. Sucede que también estuve presente en aquel velorio, donde escuché directamente de labios del popular actor Enrique Santiesteban, muy amigo de Virgilio y testigo de su muerte, pues fue precisamente quien lo condujo en su auto al Hospital Calixto García, donde el médico que lo recibió le dijo: Santi, este hombre está muerto. Aquel día, al final de la mañana, Virgilio estaba en el apartamento del actor, esperándolo para ir, en compañía de la esposa de este, a jugar canasta en una casa del reparto Jaimanitas, cuando comenzó a sentirse mal y un médico también vecino y amigo de ambos le había suministrado una pastilla para que se la pusiese debajo de la lengua y descansase un rato, Virgilio entonces se acostó en el sofá de la sala, pero al ver que empeoraba, salieron con él hacia el cercano hospital Calixto García, donde al decir del médico de guardia, había llegado ya cadáver. En el entierro, al día siguiente, no estuve presente.
Culmina el capítulo la francesa afirmando, repentinamente, haber llegado a la paradójica conclusión de que a menudo la novela, El Color...es más verídica, más cercana a la realidad que Antes que...una autobiografía – dice ella- que debe incluirse como una novela más dentro del conjunto de su obra. Acerca de esto están de acuerdo tanto los testigos de sus aventuras como los especialistas en su obra. El profesor Reinaldo Sánchez es concluyente:
"Para mí, Antes que... es una obra de creación, donde lo imaginativo es la porción más bella. No puede tomarse al pie de la letra.” Esto coincide perfectamente con la conclusión de la autora: “La imaginación desbordante de Reinaldo Arenas lo arrastra y lo lleva más allá de cualquier verdad histórica y de toda traza de realismo”.
Cuando su siempre fiel escudero Tomás Fernández Robaina refiere que RA fue “el enfant chéri (niño mimado) de las letras cubanas, adulado por su talento como escritor y crítico literario”, no aclara que este reconocimiento a su calibre artístico no significaba, socialmente hablando, prácticamente nada: RA carecía de vivienda propia y el modestísimo sueldo de la Biblioteca no daba para hacerse de un cuarto en la Bolsa Negra. En realidad, cualquier atleta destacado era considerado y premiado, en tanto que la notoriedad en la esfera cultural no recibía por sí misma estímulo alguno. Si a eso se añaden las peculiaridades del logro de RA, ya se podrá inferir cuál era el organismo oficial más interesado en reconocerlo para vigilarlo.
Por supuesto que sería interesantísimo tener acceso a los archivos de la Sureté cubana, aunque estoy seguro de que no vamos a encontrar allí los manuscritos originales, ni de R ni de ningún otro de los escritores (aficionados a la literatura era el término para denominarlos) que fuimos víctimas de los operativos contra el diversionismo ideológico. A lo sumo, estarán los desabridos informes escritos por cualquiera de los mediocres intelectuales partidistas voluntariamente contratados como peritos literarios.
Por supuesto, Arrufat no ejerció entonces como tal. Después de haber merecido el premio de teatro su obra Los Siete Contra Tebas en 1968, conoció de la marginación de la vida cultural oficial pero esta hostilidad nunca llegó siquiera a aproximarse a la que sufrieron el también dramaturgo y escritor René Ariza ni el poeta Manuel Ballagas entre otros, jóvenes con quienes nunca se solidarizaron los sobrevivientes de la Revista Ciclón ni del Grupo de Lunes de Revolución. Hay que admitir que, comparado con los integrantes más jóvenes de su generación, R disfrutó de excepcionales privilegios: fue reconocido y auspiciado tanto por los Origenistas como por los Cicloneros, aunque ambas cofradías le retirasen luego el beneplácito. Recuerdo, cuando se dieron las conferencias por los 50 años de la inolvidable revista fundada por Lezama, en un aula de la escuela de Letras, la amarga expresión del rostro de Cintio Vitier mientras muy a su pesar escuchaba la disertación del joven Ponte acerca de los representantes de la literatura del No, a saber, el Sr.Lorenzo García Vega y el también Sr.Reinaldo Arenas.
En el siguiente capítulo, la autora se pregunta algo más esencial.: ¿En qué momento RA se tornó crítico del nuevo poder y en qué momento devino su víctima? Si acudimos a las páginas de Antes que... habría que fijar la primera en 1968, al ocurrir la invasión soviética a Checoslovaquia; la segunda comienza a partir de la publicación en Francia y México de su segunda y mejor novela, El Mundo Alucinante, después de negarse el Instituto Cubano del Libro a publicarla íntegra. A partir de este grosero error, debido más a la homofobia que a la política, se desarrolla el conflicto, que se hará irreversible después de 1971, cuando por su rebeldía intelectual y su manifiesta condición de homosexual RA será incluido en el listado negro de autores a quienes estaba prohibido publicar o siquiera mencionar públicamente.
Otra de las inquietudes que procura responder la Hasson es si RA fue al exilio a pesar de las autoridades o empujado por ellas. Para quienes vivimos aquel momento, no cabe duda: RA salió por su condición de homosexual y de ex_recluso común, que lo clasificaban dentro del potencial antisocial y delictivo a los ojos del jefe del sector policial de su barriada en La Habana Vieja. De haber solicitado la salida como escritor , nunca se le hubiese concedido, pues la posibilidad de viajar era entonces el privilegio por excelencia para los intelectuales cuya obediencia y colaboración con el canon político estaba probada. A principios de aquel año de 1980 había abandonado el país definitivamente el poeta Heberto Padilla, tras contar con las gestiones a su favor de personalidades tan disímiles como Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez y Edward Kennedy, pero éste no era el caso de Arenas. La política de conceder permisos de permanencia indefinida en el extranjero no se comenzó a aplicar hasta principios de la década del 90, cuando la caída del muro de Berlín patentizó que el futuro ya no pertenecía por entero al Socialismo. La preocupación del novelista convertido en No Persona por alterar su apellido en el puerto del Mariel estaba sobradamente justificada.
Por otra parte, la autora asegura que cuando el periódico cultural de la UJC Caimán Barbudo publicó hace unos años una inesperada entrevista con la madre de RA, ilustrada con fotos del escritor, los ejemplares eran inencontrables en los estanquillos de prensa de La Habana”. Me consta que esto es infundado, pues pude ver y adquirir aquel número en todos los municipios de la Ciudad. Mucho más fecundo sería investigar las secretas intenciones que persiguió aquel insólito y aislado brote de transparencia informativa, que lamentablemente no fue continuado. No deja de ser revelador que la línea de política cultural respecto a la literatura cubana de la Diáspora privilegie a autores que se marcharon siendo niños, como el poeta José Kozer y la novelista Susana Montero [ (?) VER COMENTARIO AL FINAL DE ESTE POST], mientras conserva en cuidadoso olvido tanto a RA y a Heberto Padilla como a los también fallecidos Guillermo Rosales y Eduardo Eddy Campa Bacallao.
Cuando esta loba francesa afirma , por demás sin prueba alguna, que RA “no aspiró de ningún modo a integrarse a la sociedad de su país de adopción”, establece una generalización arbitraria, donde identifica la visión crítica respecto a la sociedad, que felizmente RA no suprimió al llegar a USA, con la mera inadaptación personal crónica y así le desliza al lector la ocasión de inferir que, en definitiva, lo mismo le había ocurrido ya en su país natal. Así, cuando ella llega a la conclusión: “Progresivamente, el rebelde de ayer deviene un insumiso, un opositor feroz”, está aplicando otra vez el procedimiento de hacer recaer toda la responsabilidad en la desaforada rebeldía subjetiva del autor.
En otro momento, la frase de RA “Soy yo quien ha triunfado, pues he sobrevivido y sobreviviré”, le merece a la Hasson una interpretación algo más que equivocada: “Es un mensaje de esperanza resignada (¿?) y lúcida: terminemos de una vez con la nostalgia, con el mal del país, pues debajo de eso no queda más nada”, Encuentro muy difícil de entender esa mixtura de esperanza y resignación y no creo que RA estuviese refiriéndose a esa supresión, por demás imposible, de la nostalgia.
Cuando recurre al testimonio de la profesora universitaria de origen cubano Perla Roczenvaig para cuestionar la relación entre madre e hijo, va mucho más lejos la autora:
“Esa visita de Oneida a New York lo llenó de amargura: él veía a una mujer ciertamente deslumbrada por la Ciudad, pero al parecer sólo interesada en la compra de objetos, más para sus familiares que para ella; por otra parte. Yo no digo que ella no quisiese a su hijo: hay que comprender las penurias extremas de los cubanos de allá. Que ella procurase aliviar la miseria de los suyos era algo muy natural. Pero, fuese como fuese, Reinaldo no lo percibió así, me confió que se sentía desilusionado, frustrado. No he vuelto a ver a Oneida Fuentes.”
No estoy al día en las últimas técnicas de pesquisaje literario, pero estoy seguro de no conocer ningún antecedente de invasión más insolente a la mayor privacidad de las personas, una de las cuales aún vive. No se pretexte que el propio RA dio pie a tal banalización, pues, en todo caso, hizo estas confesiones personales a alguien a quien consideraba su amiga y de ninguna manera pudo imaginar que fuese a hacerlas públicas con la intención de rebajarlos tanto a él como a su entrañable madre.
De ninguna manera puedo estar de acuerdo con el intento de desvirtuar el espíritu y también la letra del legado literario de Reinaldo que se interpola una y otra vez entre estos elogios equívocos. Creo que Reinaldo tampoco lo estaría y no se quedaría callado:¡No me defiendas, comadre! Gritaría desde la caja de zapatos donde su amigo Lázaro conserva, en New Jersey, entre libros, sus cenizas henchidas de sentido.