La decada de los noventa ha traído a la literatura cubana una avalancha de personajes homosexuales, en especial masculinos. Tema censurado por la política cultural del gobierno desde finales de los 60, fue retomado por la nueva generación de artistas y escritores que se dio a conocer con fuerza desde mediados de los ochenta. Puede decirse que hoy la representación de la homosexualidad, junto a otros tópicos considerados tabú por la ortodoxia revolucionaria, ha conquistado un espacio definitivo en la cultura nacional.2 La euforia gay, en particular entre los jóvenes escritores cubanos, llevó a algunos -críticos, lectores e incluso autores- a creer que este era un tema inexplorado por la tradicion literaria cubana, citándose como único antecedente el famoso capítulo VIII de Lezama en Paradiso.
Trabajos mas recientes, como los de Víctor Fowler y Mirta Zuque, ya han comenzado a dar cuenta de la antiquísima presencia de la figura del sujeto homosexual, masculino y femenino, en la literatura cubana. Cada vez mas esta presencia es (re)descubierta al interior de textos coloniales o contemporáneos pertenecientes a nuestra tradición literaria. Habría que recordar el impulso que colegas de otros países han brindado a este tipo de estudios dentro de Cuba al acercarse a la labor que fuera de la isla llevaron a cabo autores como Severo Sarduy y Reinaldo Arenas, en quienes la condicion sexual fue enarbolada como un signo más de su raigal pertenencia a la nación.
Las líneas que siguen sólo pretenden visualizar algunos de los personajes homosexuales presentes en obras narrativas cubanas escritas entre 1928 y 1966, así como subrrayar la que considero la referencia crítica más importante al tema en este mismo período: el ensayo Ballagas en persona, de Virgilio Piñera. Me decidí por esta época porque, después de los 60, especialmente después de los sucesos de Stonewall en Nueva York, y a pesar de la falta de visión por parte de la Revolución Cubana con respecto al homosexualismo, este fue un tópico que comenzó a hacerse más frecuente en la globalidad de la cultura nacional, aunque no siempre para comprenderlo. Fue el caso, por ejemplo, de las menciones aparecidas en los libros Condenados del Condado, de Norberto Fuentes o en Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León, donde la formúla homosexual = debil, fue la más recurrente.3 Al mismo tiempo están algunos lienzos de Raúl Martínez y casi todos los de Servanto Cabrera, en los cuales la celebración del cuerpo masculino alcanza niveles de verdadera exaltación erótica, lo cual seguramente contribuyó a que en 1971, en una cruzada del prejuicio, la homosexualidad fuera desterrada a las catatumbas de la cultura.4
Luego, mi objetivo sería ofrecer antecedentes de la representación del sujeto homosexual en la literatura cubana y unirme así a los esfuerzos por elaborar una (posible) genealogía homoerótica en nuestras letras que nos permita problematizar la lectura del pasado literario y cultural en un sentido más amplio. Para ello me apoyaré, primero, en la idea foucaultiana de que la implementación de mecanismos negativos -lease represivos- con repecto al sexo, logra, por el contrario, hacer aparecer mecanismos positivos que nos dan noticias sobre un saber y un discurso distintos sobre la sexualidad.5 Los narradores que comentaré aceptaron las concepciones fatalistas que sobre la homosexualidad históricamente diseminó el cristianismo, logrando penetrar el campo de la medicina, como nos refiere el propio Foucault en su Historia de la Sexualidad. A la vez, y aquí menciono mi segunda referencia teórica por la cual utilizo el término queer en el título: estos narradores se resisten a aceptar el destino de homogeneidad (hetero)sexual que la tradición ha creado para ellos o para sus personajes y se rebelan de mil maneras distintas contra él, articulando, a veces mediante la mismísima muerte, la posibilidad de su lugar en el mundo como sujetos de sexualidad diferente (Teresa de Laurentis, Queer Theory: lesbian and gay sexualities. An introduction, Differences, vol 3, 1991, p. III). Iluminar esta rebeldía sería, en última instancia, el propósito principal de los siguientes párrafos.
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La primera obra cubana de ficción, conocida hasta ahora, que asume abiertamente a un homosexual como héroe es El ángel de Sodoma (1928), de Alfonso Hernández Catá. La novela, inédita aún en Cuba, narra la historia de José María, hijo varón de una familia de cuyos padres se ve privado repentinamente. De acuerdo a las normas sociales, es a él, como miembro masculino e hijo mayor, a quien le toca completar la educación de sus dos hermanas. José María, nombre que alude igualmente a la condición sexual del personaje que a los valores religiosos a los que tendrá que acogerse, se verá obligado a postegar el cumplimiento de sus deseos (homo)eróticos a favor de sus deberes como cabeza de familia.
El narrador de El angel de Sodoma, sin especifircarnos el país donde se desarrolla la historia, pero al cual no es difícil identificar en el contexto de la tradición hispana, latente y hasta exarcerbada en La Habana de principios del siglo XX frente a la presencia norteamericana, nos describe un ambiente social estricto en cuanto al cumpliento de los preceptos cristianos. José María intentará regenerar sus deseos mediante un infructuoso noviazgo. El silencio del resto de los personajes de la novela con respecto a la diferencia erótica del héroe, le deja abierta a éste la posibilidad de, luego de haber entregado a sus hermanas en matrimonio, como lo habría hecho su padre, realizar su propia vida en París, la ciudad de los placeres prohibidos según lo estipulaba el imaginario cultural de finales del siglo XIX y principios del XX. En efecto, el personaje logra vencer sus propios temores y decide experimentar su sexualidad. A punto de cumplir una cita amorosa, José María recibe instrucciones familiares de mantenerse en contacto con varios de sus compatriotas como parte de sus responsabilidades económicas. Sin embargo, de hacerlo, José María reconoce que ya nada volvería a ser igual para él puesto que tendría que desechar sus voluptuosos descubrimientos y entregarse a la simulación cotidiana. Entonces decide suicidarse.
La descripción del autoreconocimiento del personaje en medio de su conflicto fue, en su momento, 1928, un hecho inédito en la literatura cubana. Si bien debemos aceptar que José María se siente culpable por sus sentimientos y de hecho triunfa la culpa como solución final, por otra parte debemos aceptar que el narrador se decide por una acción radical frente a la disyuntiva de seguir viviendo la mascarada propuesta por la sociedad:
Un reflujo moral instántaneo destruyó toda su voluptuosidad, todas sus trabajosas manumensiones y comprendió que después de haber vivido aquellas horas corruptas de París, ya no podía volver jamás a la ciudad fundada por los suyos ni emprender otra vez la vida oscura de secretas ignominias y constante enfrentar las fieras cada día más exigentes de su cuerpo.
El texto de Catá convierte en mártir al personaje sembrándolo al centro de una tradición de escritura en la cual el sujeto a representar no había sido visualizado completamente, no había sido nombrado en los términos de una sensibilidad definida: la homosexual.6 Lo más cercano a esta definición había sido debatido cuarenta años antes alrededor de la vida y la obra de Julián del Casal de quien, sin embargo, todavía hoy no podemos asegurar nada, aunque la intuición nos acerque bastante a su secreto.7 Alfonso Hernández Catá, como autor real, y José María, como personaje de ficción, inaguran un espacio abierto de resistencia literaria contra la normatividad heterosexista del discurso nacionalista cubano. En este sentido, El angel de Sodoma indaga en las relaciones entre homoerotismo y construcción nacional en un momento en que se negociaba la fuerza pertinente de una identidad cultural amenazada por el predominio de los intereses norteamericanos en la isla. Este será uno de los fantasmas recurrentes en las relaciones antes mencionadas y se hará sentir a lo largo del siglo XX cubano en la elaboración de cualquier discurso acerca de la viabilidad de la homosexualidad como una opción erótica aceptada social y políticamente.
En 1938, diez años despues de la publicación de El ángel de Sodoma, apareció Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro. La historia de esta novela transcurre en una cárcel habanera donde la convivencia entre machos y afeminados domina la psicología del lugar. Las relaciones entre Pascasio y Andresito, sin embargo, serán salvadas por el amor. El narrador expone con claridad la sorpresa y aceptación por parte del héroe de sus nuevos sentimientos:
¿Qué le ocurría? ¿Estaba loco? Aquello no era locura; algo ocurría en su cerebro que se extendía por todo su ser y lo descentraba; algo que no lo dejaba pensar serenamente a pesar de los esfuerzos que hacía por recobrar la calma. Pero ese algo no era locura. Su agitación no era la de un hombre que ha perdido la razón. A pesar de los sentimientos contradictorios que lo poseían, por encima de todo, lo dominaba un extraño júbilo, superior en mucho a su capacidad de sentir; lo que fuera, no podía serle enemigo; escapaba a su comprensión, abriéndole horizontes imprevistos; lo martirizaba, pero no podía serle enemigo, aunque le fuera adverso.
Los deseos del cuerpo pasan aquí a un segundo plano y el personaje se ve invadido por una sensación afectiva diferente. El negro jamaiquino se enamora del rubito Andrés, novato que reclama protección en el agresivo mundo de la prisión. Al igual que José María, Pascasio experimenta el descubrimiento de la diferencia sexual, pero en su caso es asumida sin culpabilidad, por el contrario, con expectación. La historia se irá complicando con el brete y la intriga de los confinados. El héroe será arrastrado finalmente al asesinato y la mutilación, pero otra vez la radicalidad (expresionista) del narrador nos afirmará la intención del deseo homoerótico de sobrevivir por encima de las circunstancias adversas.
Montenegro, quien junto al editor de una revista de la época, sufrió unas horas de arrestro policial, por publicar un fragmento de su novela, condicionó la lectura del texto proponiendo acercarse a él como a una denuncia del régimen penitenciario. El escritor estuvo condenado por cometer un crimen. La crítica prefirió escucharlo y hasta hoy su novela ha sido leída como un testimonio autobiográfico. No obstante, Hombres sin mujer es la primera ficción cubana que hace visible, también de manera abierta, aunque igualmente en su sentido trágico, algunas de la tipologías homosexuales más comunes al imaginario cultural, empezando por el propio espacio carcelario, donde la situación de encierro fija las posibilidades de los comportamientos perversos.
El texto ofrece una serie de personajes cuya (homo)sexualidad es más o menos determinada por las circunstancias de la prisión. Entre los más elocuentes se encuentran: la morita, una loca que iniciará las provocaciones a Pascasio -sin conseguir tener relaciones con él- y que no depende del estado carcelario para ser como es. Brai, guapo de turno en las galeras, pero convencido de que un hombre puede perderse por otro, es el único personaje que establece una reflexión acerca de su propia condición genérica, a la cual relaciona con las necesidades del contexto social donde se desenvuelve; de hecho reconoce a la bisexualidad como una opción más del género humano. Brai profetizará, a partir de su experiencia personal, la destrucción de la pareja Pascasio/Andrés. Manuel Chiquito es otro de los personajes de Hombres sin mujer, poderoso económicamente al interior del presidio, su rasgo distintivo será iniciar a los novatos, como Andrés, en el arte de ser un protegido. Es lo que en Cuba y el Caribe se conoce como el bugarrón, es decir, un sujeto que funge como activo en las relaciones homosexuales y generalmente prefiere a hombres jóvenes. Por los deseos de Manuel Chiquito hacia el muchacho se desencadenarán los hechos. Junto a estos, el resto de los personajes participan del homoerotismo y este diseñará el desenvolvimiento de sus días. De esta manera, el narrador nos ha ilustrado acerca de un saber sexual completamente apartado del discurso habitual sobre las conductas eróticas y nos ha enseñado, además, que ese apartamiento no evita su manifestación íntegra; por el contrario, la aviva, estimulando su resistencia.
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Como se ha visto, la presente sugerencia de genealogía avanza sobre aquellos textos donde la homosexualidad es protagonista del relato. En su libro La maldición: una historia del placer como conquista (Letras Cubanas, 1998), Víctor Fowler ha establecido cómo, junto a las anteriores novelas, existe todo un corpus de menciones al tema homosexual en la literatura cubana, especialmente en el período republicano. A finales de este período, se inicia también el discurso crítico sobre este tipo de representación. En particular, con el ensayo Ballagas en persona, de Virgilio Piñera, publicado en la revista Ciclón en 1955 y cuya propuesta principal consiste en asimilar la sexualidad del sujeto hablante, así como del autor real, como elemento activo de la producción literaria.
El texto de Piñera constituye un excelente fundamento para subrrayar el contenido rebelde de la escritura homoerótica en tanto revela las tensiones al interior de una obra en especial y bajo las presiones culturales de un contexto concreto. Para Piñera, el cuerpo no es sólo un ente físico, capacitado para el placer sino para un tipo específico de placer, un placer al que se le niega reconocimiento y que pugna por ser admitido históricamente. El cuerpo homosexual es objetivado por él como susceptible de procesos literarios complejos y necesarios de ser estudiados en sus posibilidades expresivas.8
En esta dirección, el ensayo se propone poner en claro la condición genérica de Emilio Ballagas y defiende la contradicción existencial del poeta como la causa principal de su escritura:
(...) lo que no nos dicen es cómo Ballagas, además de artista pudo llegar a ser esposo ejemplar, padre amantísimo, buen católico, en fin, ése sólido pilar de nuestra sociedad. Visto así parecería que Ballagas tomaba tales decisiones con suma facilidad, con plena soberanía: ahora me caso, ahora tengo un hijo, ahora soy católico fervoroso, ahora soy un sólido pilar... Lo que costaron esas decisiones, las noches en vela, los días pugnando con los días, las luchas con el angel, las caídas y recaídas, el sentimiento de culpabilidad, las tremendas frustaciones, no, nada de eso tuvieron en cuenta sus amigos. Entonces, ¿se luchó como un león en la vida para terminar como un carnero en la muerte?
Si la mirada tradicional (y elitista), en este caso representada por Cintio Vitier, contra la cual Piñera desarrolla su texto, desdeña la gravitación de la (homo)sexualidad del poeta en cuestión, el análisis piñeriano reconstruye los detalles del asunto y apela al significado puntual de algunos versos. Sin embargo, el estudio no está reclamado sólo "desde la amistad sin reservas de ninguna clase con el poeta, y la parte autobiográfica de su obra" -de lo cual podría vanagloriarse también el propio Vitier-, sino desde la necesidad de modernizar los estudios críticos haciéndolos más responsables con las aperturas de significación inherentes al texto:
Si los franceses escriben sobre Gide tomando como punto de partida el homosexualismo de este escritor, si los ingleses hacen lo mismo con Wilde, yo no veo por qué los cubanos no podemos hablar de Ballagas en tanto homosexual? ¿Es que los franceses y los ingleses tienen la exclusiva de tal tema? No, por cierto, no hay temas exclusivos ni ellos lo pretenderían. Franceses e ingleses no parecen estar dispuestos a hacer de sus escritores ese lechero de la eternidad que tanto seduce a nuestros críticos.
De repente se presentó un problema teórico para la crítica literaria en Cuba. Hasta ese momento -1955- permanecían vigentes las tendencias iniciadas durante el primer período vanguardista, que comprendían a marxistas-leninistas como Juan Marinello, asentado en una apreciación ideologizante del acto literario, y a humanistas-liberales como Jorge Mañach, preocupado por los procesos fundadores de la nacionalidad a partir de una interpretación elitista del arte y la literatura. También realizaban sus programas intelectuales escritores de la segunda generación republicana, de pensamiento católico específicamente y concentrados en lo que dieron en llamar la teleología insular: revelar y dar sentido a aquellas señales de identidad nacional menos visibles a nivel social.9 Entre estos autores se encontraban José Lezama Lima y Cintio Vitier.
En ninguno de ellos, los aportes de Freud al estudio de la cultura influyeron lo suficiente como para preguntar por el tema del sexo y la sexualidad en la escritura. Un acercamiento como el practicado por Piñera, fuera de la repercusión moral del momento, no tuvo resonancias -ni las tuvo hasta hoy- en el campo intelectual de la isla o fuera de ella.10 Su discurso rebasó las fronteras tradicionales y ofreció una visión global de la Literatura donde la condición sexual de los autores reales, sujetos hablantes y personajes literarios, como se explicó antes, es reivindicada tempranamente.
El siguiente esfuerzo, verdaderamente descomunal, que se habían comenzado secretamente en 1944, es la novela Paradiso (1966). Digo secretamente porque, aunque Lezama publicó dos capítulos de su trabajo en la revista Orígenes, de la cual era co-director, nadie imaginaría la repercusión que en el orden de la censura contra el homoerotismo en la literatura (y en la vida real) tendría posteriormente su texto debido a los pasajes eróticos del mismo. Por supuesto que no fueron estas páginas las aparecidas en Orígenes.
Paradiso es una bildugsroman que cuenta la historia de José Cemí, único hijo varón de una familia cubana cuyos ancestros se remontan a las guerras de independencia (veáse la semejanza patricia con el José María de El angel de Sodoma y también la oposición moral con él que se describirá) y quien estará llamado a llenar el vacío dejado por la muerte del padre. Un vacío que el personaje piensa trascendente a través de la imagen poética, la cual, al terminar la narración, Cemí se encontrará en condiciones de reproducir como método y modelo de vida.
Se trata de una metáfora nacional creada a partir del secuestro de la independencia del país por parte de una clase sin historia ni tradición: recordemos que los patricios cubanos que sobrevivieron a la guerra y a la intervención norteamericana -los más radicales- fueron separados del poder político y sólo aquellos que pactaron con el monopolio extranjero accedieron a posiciones encumbradas. Una lectura posible en Paradiso, nos lleva a suponer la muerte del padre de Cemí asociada a la muerte de Martí, figura síntesis de lo cubano y que en la conceptualización lezaminana representa la tradición por futuridad, es decir, Martí está en el futuro y sólo será conquistable en el gesto sublime de la poesía. Cemí debe cumplir su destino familiar a través de la creación de un sistema poético que le permita fijar eternamente la presencia del padre. Las resonancias católicas son evidentes.
¿Cuál será entonces el protagonismo homosexual en esta metáfora de la nación? Sin ser la línea central del texto, Lezama mantiene un diálogo oculto -temeroso en el sentido religioso del término- con las reservas martianas hacia la homosexualidad. Como ha escrito Sylvia Molloy11, el héroe nacional cubano sostiene una relación ambigua con la pasión homoerótica de Whitman, poeta en el cual admira su grandeza democrática mientras le desaprueba las "ansias viles" que movieron a Virgilio por Cebetes y a Horacio por Giges y Licisco. De esta forma, Martí, subraya en la tradición cubana el prejuicio hacia la homosexualidad . La subversión lezamiana radica en, como lo ha enfatizado Arnaldo Cruz-Malavé12 a partir del análisis de la discusión que Cemí, Fronesis y Foción sostienen en el capítulo IX de la novela, en ofrecer la posibilidad, también al sujeto homosexual, de engendrar la nación. Así el autor de Paradiso exorcisa el fantasma del homosexualismo y lo restituye al espacio social, otorgándole una presencia en igualdad de condiciones.
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Del suicidio de José María en El angel de Sodoma (1928) a la propuesta de Lezama en Paradiso (1966), el sujeto homosexual cubano ha trazado un ciclo en sus posibilidades de representación. Aunque signado mayoritaríamente por la valoración negativa de su existencia e incluso por un profundo autorreconocimiento culpable, el saber literario acerca de su figura social, constituye un antecedente para redescubrir su actual popularidad en la literatura cubana, especialmente al interior de la isla.
Como sabemos, esa fusión final entre homoerotismo y construcción nacional siguió un curso más exitosos y visible en autores del exilio, en particular en Severo Sarduy quien diseminó a lo largo de sus textos los recursos metamórficos de una sensibilidad homosexual en su versión travesti, ícono homoerótico per exellence.
En este período (1928-1966), puede decirse que la representación del homosexual fijo sus capacidades de resistencia frente a la normalización heterosexista y se instauró como una forma discursiva más dentro de la diversidad de propuestas de la modernidad literaria en Cuba.
Como se dijo al inicio, a partir de 1971, este tipo de representación sufrió un proceso de contención fundamentado en los prejuicios ideológicos acerca de su viabilidad como sujeto revolucionario. Sin embargo, a partir de los ochenta, la temática homosexual ha vuelto a ser retomada abiertamente por la literatura cubana y su presencia es frecuente en los relatos escritos y publicados actualmente.
Notas
1. El siguiente trabajo es una versión corregida del texto leído en el pasado Congreso de LASA, celebrado en el mes de marzo en la ciudad de Miami, en el panel titulado Queering Culture: Re-Reading Identity in Latin America.
2. El climax en la recuperación del sujeto homosexual para la cultura cubana se produjo en 1993 con el estreno de la película Fresa y Chocolate, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y basada en el relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz. El texto había sido ganador en 1990 del Premio Internacional Juan Rulfo y atrajo nuevamente la atención mundial sobre la vida homosexual en la isla. Previo al cuento de Paz, sin embargo, se habían escrito otros como ¿Por qué llora Leslie Caron? (1988), de Roberto Urias que es considerado por la crítica como el texto pionero en el regreso del tema a las editoriales.
3. Alfredo Alonso Estenoz: El tema homosexual en la literatura cubana de los cochenta y los noventa: ¿renovación o retroceso? Leído en el Congreso de LASA 2000 como parte del mismo panel que el presente trabajo.
4. En su ensayo The queer theories of Severo Sarduy (Severo Sarduy, Obra Completa, Colección Archivos, tomo II, p. 1782 - 1792), Oscar Montero narra como el término queer, aunque se oficializa en los años ochenta, ya había comenzado a circular en los 60, siendo Severo Sarduy el primer escritor latinoamericano que, desde un inicio, explicitara, estéticamente, su condicion sexual. Esta actitud ubica a Severo a la vanguardia de una escritura que sólo en ese momento histórico, de la era moderna, comenzó a ganar conciencia de sus posibilidades de representación. Luego, la condición de exiliado de Severo, como más tarde la de Reinaldo Arenas, por hablar de los casos mas conocidos, le permitió completar un espacio nuevo en el ámbito de la cultura, relacionado específicamente con la representación de la (homo)sexualidad, espacio que, en el caso de Cuba, venía siendo tanteado también por otros escritores desde antes del 59, y cuyo climax podríamos situar en la publicación de la revista Ciclón, dirigida por José Rodríguez Feo y Virgilio Piñera. Por cierto, hoy sabemos que Piñera había escrito en 1960 el poema La gran puta (La Gaceta de Cuba, No 5, 1999) donde de cierta forma visualiza la figura del travesti, la misma que Severo diseminaría en De donde son los cantantes (1967), además de haber escrito su autobiografía en la cual explicita el descubrimiento de su(homo)sexualidad, fragmento que sólo fue conocido en 1990 (revista Unión, mayo-Junio). También había publicado en Ciclón su ensayo sobre Emilio Ballagas que abordaremos más adelante en el curso central de este trabajo.
5. Michel Foucault: Las relaciones de poder penetran los cuerpos en: Microfísica del poder, Ediciones La Piqueta, Madrid, 1992, pp. 155-156.
6. Llamo sensibilidad homosexual a aquel esfuerzo consciente que realiza un sujeto que prefiere a otro de su mismo sexo por expresar un imaginario afectivo relacionado, específicamente, con su condición genérica. Para esta definición, tomo como referencia el concepto de homosexualidad ofrecido por Alberto M. Nouselles citado por Andrés Isaac Santana en su tesis de grado El discurso homoerótico en la cultura y el arte contemporáneo (Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana, 1999, in dita): "La homosexualidad se crea a partir de enunciados estructurados culturalmente y existe sólo como suma de esos enunciados. Los enunciados que la construyen en el mundo y en el texto, están inscritos en el entramado simbólico que rige la vida de la sociedad". En el presente trabajo estaremos hablando de la sensibilidad homosexual masculina.
7. Sobre el tema, ver: Víctor Fowler: Rupturas y homenajes, Ediciones Unión, La Habana, 1998, pp. 57-89. También, Emilio Bejel: Fresa y Chocolate o la salida de la guarida, revista Casa de las Américas, no. 196, pp. 10-22. Este autor remite a su vez a Oscar Montero en su ensayo La periferia del deseo: Julian del Casal y el pederasta urbano, en Pamela Bacarise, editora: Carnal Knowledge. Essays on the flesh, sex and sexuality in hispanic letters and film, Pittsburg, 1991, pp. 99-111.
8. Existen otros trabajos en los cuales Virgilio Piñera, igual en prosa, poesía y ensayo, alude abiertamente a la temática homosexual. Pero todavía son poco (re)conocidos por el canon literario cubano, ya sea por el prejuicio de la crítica al abordarlos, o por la desidia editorial al no darlos a la luz. Estoy pensando en Fléchenme si pueden (relato, 1976) y en Tres elegidos (ensayo, 1945), ambos inéditos para los cubanos (dentro de la isla); también en La gran puta (poema,1960), publicado en La gaceta de Cuba, 1999 y Machismo y sexualidad (ensayo, 1960), aparecido primero en la revista Credo a principio de los noventa y recientemente en Habáname, no, 1999. Paralelamente, la obra del autor cubano está atravesada por su propia condición sexual con la cual mantuvo una relación tensa e inevitable en el orden moral.
9. Ver José Lezama Lima: Respuestas y nuevas interrogantes. Carta abierta a Jorge Mañach, en Imagen y Posibilidad, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 171-178.
10. Ver Daniel Balderston: El pudor de la historia, en El deseo, enorme cicatriz luminosa, Caracas, Ediciones de Cultura, 1999, p. 10.
11. En su ensayo His América, Our América: Martí reads Whitman, Silvia Molloy postula una mirada "ambigua" del cubano hacia la pasión homosexual de Whitman, tanto de cercanía como de distanciamiento fóbico (ver nota 28 en Lecciones de cubanía: identidad nacional y errancia sexual en Senel Paz, José Martí y José Lezama Lima, de Arnaldo Cruz Malavé). Un breve análisis del discurso martiano en su famosa crónica sobre Wilde nos revela idéntica posición del cubano frente al autor de El retrato de Dorian Gray. Por una parte, Martí reconoce la importancia de las opiniones de Wilde sobre la necesidad de la poesía y el arte frente al culto del bienestar material, elogia su pretensión de transformar la poesía inglesa y reconoce en él su vocación de ruptura, sin embargo, rechaza la extravagancia del poeta pues, en su criterio, "no añade nobleza ni esbeltez a la forma humana, ni es más que una tímida muestra del odio a los vulgares hábitos corrientes". Antes, Martí ha dicho que Wilde defiende sus ideas con "blandas y discretas voces" y, luego, que aquellas merecen alabanzas "a pesar del cabello luengo y los calzones cortos" del poeta. No es difícil reconocer en las reiteraciones descriptivas de Wilde hechas por Martí en su texto, la invocación de lo femenino en la vestimenta del escritor y, a través de esta remembranza, la asociación con lo débil y delicado. De cualquier forma, Martí desaprueba la teatralización que hace el poeta inglés de los conceptos socioculturales por no considerarla apta para la batalla estética que proclama.
12. "(...)el proyecto de Paradiso no es tanto vencer este vacío (la esterilidad homosexual) como colmarlo: fundar sobre él la imagen paterna de la nación. Estudios recientes sobre el nacionalismo han demostrado que los discursos con frecuencia excluyen lo que consideran sexualidades "improductivas". Pero independientemente de lo que podríamos llamar, siguiendo a Enrique Lihn, el "discuso valorativo" de Paradiso, lo cierto es que esta novela insiste, al contrario, en construir al sujeto, la familia sobre el improductivo eros homosexual, hacer que su "esterilidad" engendre la sucesión; restaurar por el "eunuco homosexual" - como lo hace Cemí en su intervención- la patria, la tierra del padre, el paraíso paterno de la sucesión, es la meta de Paradiso".Arnaldo Cruz-Malavé: El primitivo implorante. El sistema poético del mundo de José Lezama Lima, Ediciones Rodopi B.V., Amsterdam-Atlanta, 1994 pp. 257.