CARTAS A LEANDRO
Ramón Díaz-Marzo
CUBANET
Colección EL PEGASO DE PAPEL
ISBN 0-9702188-4-2
Edición y prólogo:
Antonio Conte
Diseño de portada:
Nivia Quintela
Impreso:
Rodes Printing
Miami, Florida
CUBANET
145 Madeira Ave. Suite 207
Coral Gables, FL 33134
TEL. (305) 774 1887
FAX: (305) 774 1887
OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA PRESENTADOS POR FOGONERO EMERGENTE
Elogio de la locura
Cartas a Leandro es un libro autobiográfico, testimonial, fragmentado. El hilo que teje su estructura es el miedo a la locura en una sociedad de absurdos y cotidianas sinrazones. El personaje, a través del antiguo recurso epistolar, narra casi todo lo que le ha acontecido desde que diera los primeros pasos en el oficio de escribir.
Los personajes de Cartas a Leandro se mueven como sombras chinescas en una ciudad magullada hasta los cimientos por el abandono. Las referencias directas a esa ciudad no son muchas, pero sí suficientes para conformar una imagen que se le parece: el hotel- Monserrate devenido en solar, la calle del Obispo, la de Oficios, la Plaza de Armas, Neptuno y Aguila, la Manzana de Gómez, el cine Actualidades. El retrato de unas cuantas aceras, unas calles, un cuarto de solar, pueden ser la radiografía de un país.
En la novela Boarding Home, de Guillermo Rosales, el infierno está en el manicomio que es el Home. En Cartas a Leandro le penuria abraza la ciudad, las habitaciones de Ramón y los alrededores. Un infiernillo vicioso que da vueltas sobre sí mismo y que envuelve a sus habitantes sin quemarlos definitivamente. Díaz-Marzo y Guillermo tienen dos cosas en común: la locura y el destierro. Ramón, exiliado dentro de la Isla. Guillermito, exiliado total que acabó con su vida y su locura de un pistoletazo.
Cartas a Leandro puede ser una pista que nos lleve a descubrir la literatura marginal que se escribe en la Isla, lejos de los bombos y platillos del boom literario cubano de los últimos tiempos, y de los escritores y poetas que viven en Cuba, entran y salen del país sin restricciones, cuyas obras son autorizadas y editadas. Como fueron autorizados y editados, hace años, los libros del que suscribe.
Ramón Díaz-Marzo ha sido albañil, mensajero de correo, auxiliar de limpieza, ayudante de imprenta, chofer de montacargas, manisero en el muro del Malecón, torcedor de tabaco, periodista independiente, y narrador que nos lleva de la reflexión al humor cubano.
Díaz-Marzo no escribió su libro a la manera en que todavía se entienden las novelas: principio, desarrollo, desenlace, final, Subtramas, personajes secundarios y alternos; esa longaniza estructural que conlleva toda novela concebida convencionalmente. Razones que llevarían a los críticos y diletantes a descartar el rótulo de NOVELA a Cartas a Leandro, y considerar la obra como relato-testimonio o testimonio-novelado. En este caso, y en otros, poco importan las etiquetas. Interesa la emoción, el interés que suscita la narración.
La condición de marginal se la confiere al libro la propia voluntad de los personajes. Seres que nada o poco tienen que ver con individuos adscritos a las fuentes oficiales de empleo o estudios: ministerios, empresas constructivas, universidades, institutos politécnicos. Y menos con las perennes organizaciones de masas y políticas.
La Temba vende flores y sólo nos queda de ella una imagen fantasmal y exótica. No es una heroína de novela. Ambrosio es un experto en ocultismo, desencantado del paraíso. Tampoco es un héroe. Basco es escultor, aprendiz de brujo y lo llaman Maestro, pero nada tiene que ver con un caballero andante. Gerania presta azúcar a Ramón y le pasa el rumor sobre la hija de una vecina del solar que, se rumora, es hija de él. Lo que contribuye a aumentar la paranoia de Ramón, quien sólo ve conspiraciones en su contra por donde quiera que se mueve. A veces la vieja Gerania lo invita a frijoles negros. Pero Gerania no es Juana de Arco, ni se le parece. No hay positivos en el libro. Ni negativos. Los personajes son alegorías de antihéroes, empezando por el narrador que es (hasta el momento) el único loco declarado de laberinto.
De esa andanza fantasmagórica de Ramón por las calles de La Habana, rebotando como pelota indefensa por las paredes de sus dos habitaciones, surge, brumosa, la imagen de una vida que amanece con un peso y sesenta centavos en los bolsillos y sin azúcar en el estante para endulzar el café de la mañana.
La frustración y el resentimiento del narrador es lo que arrastra a lomo limpio la Isla como una pesada carreta de cañas.
Ramón Díaz-Marzo cuenta su vida, que no es una epopeya y sí un testimonio, desde su mundo, de esa realidad que toca a casi todos.
Hay varias Cubas posibles: la oficial, paradisíaca, ejemplo para América y el mundo. Y otra Cuba esencialmente desamparada y confusa que sobrevive de la economía subterránea y de los envíos de dólares de la "mafia cubana de Miami". Dólares que permiten también respirar profunda y cómodamente al gobierno cubano.
En Cartas a Leandro se encuentra esa Cuba a pulso, sin cantos de sirena, sin alusiones a las conquistas revolucionarias, a través de las cuales algunos escritores y poetas descargan culpas y compromisos.
Tal vez Cartas a Leandro sea el prólogo a una obra mayor de Díaz-Marzo, donde la Temba, Ambrosio, Basco, Gaspar, el negro Tabaco, Aselina, Ofelia, el doctor Popus, el Dentista, Felina, la Secta, Gerania, el Jinete sin Cabeza, dejen de ser esperpentos de una temporada en La Habana y se transformen en la rotunda evidencia de otra realidad literaria y humana.
OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA PRESENTADOS POR FOGONERO EMERGENTE
Querido hermano Leandro:
Nunca imaginé que aquella lectura de juventud, La Sala número 6, de Antón Chejov, sembraría en mi espíritu el deseo de escribir sobre la locura. Cierto es que cuando Chejov escribió su relato, lo concibió de forma tal que a través de la lectura nos identificáramos con el doctor Ragin. Pero de identificarnos con un personaje literario a sufrir en la vida real los mismos síntomas, va un largo trecho. Por supuesto, en ningún momento he pensado que mi final sea como el ocurrido al doctor Ragin. Pues si el propio autor de La Sala, Antón Chejov, murió tuberculoso a la edad de 43 años, y no en un manicomio, sino en la selva negra alemana donde se encontraba el sanatorio Badenweiler, por lógica a mí me sucederá otra cosa bien distinta. Aunque, en honor a la verdad, lo que vas a leer es la exacta relación de cuanto me acontece.
Si se quiere, el asunto ha comenzado como comienza todo. Primero un principio, y más tarde un final. La idea de escribir sobre la locura se apoya en el hecho cierto de que mis facultades mentales se están deteriorando. Y si es cierto que para hacer literatura uno debe basarse en las vivencias propias, nada mejor haría que escribir sobre lo que sé por mí mismo.
Pero antes de proseguir sería bueno aclarar que nadie esta exento de volverse loco. En cualquier época y circunstancias el aparato mental, por factores que aun permanecen en el misterio, puede dar muestras de agotamiento. Y si bien es cierto que el hidalgo don Quijote de La Mancha enloqueció leyendo libros de caballería, las estadísticas indican que la pérdida o el extravío de la razón no es una condición exclusiva de los individuos dedicados al estudio. Los manicomios del mundo están abarrotados de personas sencillas que no tienen grandes pretensiones. Y aquí me aventuro a esgrimir la idea de que la locura aparece cuando entre el corazón y el cerebro hay una falta de equilibrio. Es decir, cuando la percepción del primero se torna demasiado sensible ante la avalancha de información que le proporciona el segundo, y se produce la descompensación. De manera que no será mi intensión extenderme (por ahora) en ese "reino desconocido". Ya te lo digo desde el principio: solo pretendo escribirte una carta inicial donde pueda explicarte por que me siento un poco loco. Por ello pasaré a narrarte algunas de mis experiencias personales. Es bueno que así sea, pues mi intención es presentarte una historia limpia, sin los trucos con que los escritores profesionales suelen escribir sus cartas.
Yo sostengo la opinión de que las personas, en sus jornadas de sufrimiento, sufren porque perciben con la nitidez de los dioses lo que les ocurre y ocurrirá. Son estados de conciencia en los que uno no esta viviendo, sino que, se contempla a sí mismo. Se trata de un distanciamiento que podría ser un privilegio o una maldición; es nuestra alma contemplando a nuestro cuerpo. Este divorcio produce el más espantoso de los dolores, porque ha fallecido el encanto de vivir y nuestro cuerpo continua vivo. Pero lo más interesante es que el alma, distanciada del caracol de la carne, flota en un vacío que solo los dioses pueden soportar. Las personas cuya alma nunca alcanzó ha separarse del cuerpo, jamás conocerán el dolor verdadero.
Quizá el descubrimiento de que mi persona no le importe a nadie me ha hecho tejer una explicación fantástica del Universo donde yo, por supuesto, interpreto un papel importante. A veces me he regalado la explicación de que mi fantástica participación en esta vida la he fabricado para cuando mi etapa de Eros termine y la noche de cada noche pierda su significado misterioso, no tenga que utilizar la imagen de un Padre Totalitarista. O quizá el asunto se deba a una incapacidad mía de sentir amor por los demás; una suerte de inverosimilitud en los seres reales que nunca más superarán la verosimilitud que me ofreció en la infancia Robinson Crusoe.
A lo largo de mi existencia y con relación a la cultura que haya podido acumular, he utilizado para mi consumo personal la metáfora que mejor me explicara los giros del Destino. Muchos actos de mi vida los he justificado con el convencimiento de que no soy yo quien prepara, en algunos casos, las causas que me conducen a un efecto. Y he resuelto el misterio de los acontecimientos atribuyendo algunas acciones de mi vida a una decisión ajena a mi propia voluntad. Yo, que pretendo escribir y pensar, no me responsabilizo con la mayor parte de mi vida. Y cuando se ha tratado de hechos desconcertantes, me he dicho a mí mismo que tal o mas cual cosa ha ocurrido por la voluntad de los dioses. Esta metáfora me ha permitido respetar a las religiones y a los núcleos de Poder; pues finalmente desconozco si algunos de esos acontecimientos son decretados allá en el Cielo o aquí en la Tierra.
Antes de proseguir quisiera acotar que el Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, más que mera literatura, ha tenido para mí un alcance tan serio que no me equivocaría si dijera que en él esta implícitamente planteado el destino futuro de la Humanidad: "NO EXISTE LA CASUALIDAD"; y, por lo mismo, o todos nos salvamos o todos moriremos.
Trabajo me costó comprender que mi conciencia es una cárcel. Hoy sólo deseo cambiar de cárcel. Ser diferente; otro. Sólo las personas mediocres viven una existencia sin enterarse de que son prisioneros mentales.
Goethe pasó gran parte de su vida leyendo, pensando y escribiendo, sólo para formular una pregunta única que le hubiera bastado para entrar a la Historia: "¿Es el Hombre quien condiciona sus circunstancias, o son las circunstancias las que condicionan al Hombre? Y algunos hechos, aparentemente casuales, me sugerían prestar atención a los "acontecimientos poco probables" que, de repente y como si mis actos fueran parte de un guión, sucedían independientes a mi decisión personal. Entonces me decía que tales casualidades eran las leyes matemáticas de una Mente Cósmica; y lo que para algunos suelen ser milagros o verdaderas desgracias, para el Espacio Profundo es el puro Caos que trabaja con una lógica para la cual la mente humana tiene el acceso prohibido.
Ahora soy capaz de recordar que mis estados de conformidad significaban una mente bajo el control de las circunstancias. Por ejemplo: un estado de sufrimiento podía ser una pequeña rendija para mirar lo real. Entonces el automecanismo de mi conciencia buscaba placer para anular esa mirada. Hay que reconocer que vislumbrar lo Real sin Ayuda puede ocasionar la muerte o la locura.
Durante mi juventud había disfrutado - fuese ilusión o realidad- de independencia total. El mejor ejemplo para ilustrar lo que quiero significarte es que en los momentos de cometer "un pecado", mi crimen espiritual quedaba impune. Si yo no habría la boca, ni el propio Dios, ocupado en la administración de su vasto Universo, tendría interés y tiempo de ocuparse de algo tan insignificante como mi persona. Eran los tiempos en que la zona más vulnerable de mi cuerpo era la cara. De algún modo debía proteger mi alma, y lo hacia en momentos de inopia de la voluntad utilizando gafas de cristales oscuros. Por lo demás, estaba convencido de pasar inadvertido. Era como si dispusiera de la facultad de convertirme en un hombre invisible; de ahí mi pasión por las ciudades cosmopolitas donde nadie te conoce. Y por el contrario, mi rechazo a los barrios donde, a fuerza de que los lugareños te observen cada día, llegan a formular una opinión de tu persona como si te llevaran un expediente policiaco.
Algo desconocido, pero sabio, tuvo que haber estado gestándose dentro de mí desde que nací, a pesar de mi complicada personalidad que impedía que me integrara a la sociedad. Tiene que haber sido la misma fuerza que preparó las condiciones para que algún día fuera capaz de escribirte esta carta; aunque, en honor a la verdad, las palabras tuvieron que esperar a que yo quemara todas las etapas, y la multitud de las personalidades que me conforman llegaran a un acuerdo.
Dentro de lo poco consciente que me han permitido ser, ha quedado el recuerdo de que el mundo de las palabras es el más peligroso de los laberintos. Son múltiples pasadizos, con todas las probabilidades de realizar un viaje sin regreso. Si hubiera tenido en aquellos tiempos la noción de realidad que ahora poseo, no me hubiera aventurado por algunos pasajes del laberinto. Habría evitado encuentros inútiles, que en unos casos fueron inocuos, y en otros profundamente dañinos. Pero entonces el conocimiento lo hubiera recibido de otro modo. Pero ¿cuál hubiera sido ese otro modo? No se retorna en el camino. Además, la cultura, como estado de sedimentación de la conciencia, se formaba dentro de mí de un modo lento y doloroso. No podía percatarme de que hacia tiempo, quizás desde que me identificara con Robinson Crusoe, ese camino hacía su misterioso recorrido a largo plazo.
Sin embargo, ahora mi vitalidad se encuentra en un nivel lamentable. No tengo fuerzas para caminar por la ciudad, ni siquiera para moverme dentro de mis dos habitaciones. Lo único que me reporta placer (tengo fuerzas para hacerlo) es leer y escribir. El apetito sexual ha disminuido. Lo único que logro hacer a la perfección es dormir muchas horas durante el día, y poco antes de que llegue la noche, animarme un poco después que consumo mi diaria cuota de chícharo. Entonces voy al cine "Actualidades" a disfrutar de su aire-acondicionado, y ver algunas películas que satisfacen mis expectativas.
Para evitar este circulo vicioso podría dedicarme al negocio del libro de uso, como la hace Braulio en el "Parque de los Capitanes". Pero entonces no podría escribir. Es cierto que tipos como Braulio se han enriquecido con la venta y la especulación de libros cuyas ediciones están agotadas. Y es cierto que con los dólares que gana su calidad de vida ha mejorado, pero Braulio no tiene un real talento para escribir. Y muchos de los que venden libros en el "Parque de los Capitanes" han estado tanteando el camino de la literatura durante los años que en Cuba no se podía hacer otra cosa. Ahora alegan que si escriben, la censura del Estado Totalitario los enjuiciaría por diversionismo ideológica o propaganda enemiga. En realidad, se trata de gente sin talento. Cuando hay talento, no existe el miedo a demostrarlo de alguna forma. La despenalización del dólar ha puesto muchas cosas en su sitio.
Querido hermano Leandro: decía que en vez de ganar dólares vendiendo libros en el "Parque de los Capitanes", he continuado comiendo chícharos; pero también he logrado publicar un cuento en Miami, con la promesa también de que una novela mía, que logré sacar del país clandestinamente, también sea publicada en los próximos meses. Escribir es un acto y un fruto de la inteligencia. Los que han logrado desarrollar esa capacidad literaria son personas especiales. Pero ¿es la inteligencia una entidad ética? Se puede ser mala persona y escribir una obra admirable. Para escribir hay que bajar al pozo, sin escrúpulos. Y bajar uno mismo, sin ayuda de nadie.
Una vez escribí de modo automático un extraño texto. Recuerdo que la mano se movía sola y era como si una voz dentro de mí dictara lo que tenía que escribir:
'Cristo me dice
'que para vencer lo aparencial
'habrá que desearlo a toda costa;
'y que el mundo de la muerte o el
'miedo se infunde cuando se
'convierte en lo más deseable.
'Hay un trecho del camino
'donde no hay trecho;
'el Maestro quiere que saltemos
'para que luego nos sintamos más dignos.
'Lo inalcanzable solo se alcanza
'cuando todo se torna inalcanzable.
'El contacto con el Maestro es un juego
'de niños muy grandes.
'Hay razones para que esto se cumpla
'y sean inescrutables.
'El Maestro se despide
'con un largo silencio
'donde hay una sabiduría
'necesaria a interpretar.
'El Maestro calla.
'El Maestro volverá.
¿A qué clase de lugar me sugirió el Maestro que saltara? ¿Saltar es bueno o malo? ¿Es el salto un acto de Rebelión? ¿Es la Rebelión un Pecado? ¿Ya vas comprendiendo, querido Leandro, que la base de mi sospecha, a propósito de mi probable locura, podría ser real? Ya no puedo vivir sin darme cuenta que vivo. No logro olvidarme de mí mismo, como cuando era joven. Ahora sé que estoy dentro de la película. Soy uno de los tantos personajes que nunca saben si ALGUIEN los observa. A veces pienso que este cine esta vacío y sus luces permanecen apagadas, y sobre la pantalla del cine proyectan una película que nadie ve. ¿Cuál será su sentido? Los personajes dentro de la película vivimos un drama, una tragedia, una comedia. Varios actores ya lo han comprendido. Pero estos actores tienen sus necesidades. Ellos quisieran mirar más allá del lente de la cámara y conocer a los hipotéticos realizadores de la película. También quisieran mirar más allá de la lona del cine y conocer a los hipotéticos espectadores que deberán encontrarse en las lunetas . Pero ¿y si más allá del lente de la cámara o de la lona del cine sólo existe la soledad de un cine vacío? Por ahora la realidad que nos aplasta consiste en que no podemos salirnos de la película. Y de modo incesante, eterno, nuestras vidas de personajes se repetirán sin otro propósito que la repetición por la repetición misma. ¿No es un asunto para enloquecer? La sospecha de mi locura, querido Leandro, podría estar mal encaminada. Podría ser un juego que establezco conmigo. Pero precisamente pensar o creer que se trata de un juego (juego que se basa en señales que sí son reales) podrían ser la prueba de que mi locura es real.
Por ejemplo: vivir en un mismo sitio, como un prisionero, contribuye a potenciar esa locura. Es cierto de que yo no tengo una idea real de cómo será el resto del planeta. Pero no estoy de acuerdo con el poeta griego Kavafis en el asunto de la playa. Podría ser en todas partes el mismo mar, pero mis acciones serían otras, porque otras serían mis circunstancias. Así que otras playas no serían estas playas. A Kavafis se le olvidó que hay individuos que tienen el derecho de agotarse por vivir en el mismo lugar. La gente nace libre y determinadas circunstancias históricas la convierten en esclavas. Durante más de cuarenta años he visto en La Habana las mismas caras, los mismos edificios, las mismas calles. Ya no queda nadie en este barrio que cuando inicie una conversación conmigo yo no sepa lo que me dirá. Ya no me ofrece misterio esta ciudad. Y esa falta de misterio (la repetición) es el verdadero infierno. Estamos encarcelados en esta Isla. El roce continuo de tantos esclavos provoca odio entre todos. No creo que ningún país con un sol tan generoso sea capaz de soportar tanto invierno del alma. Somos un pueblo de actores; y muy bien que sabemos disimular nuestra impotencia con chistes y risas que desinforman al extranjero que nos visita, para que, por ejemplo, el extranjero imprima un libro de fotografías que engorde sus finanzas.
Cuando uno termina por comprender que es un esclavo - sea a los 20 u 80 años- es que la juventud se ha terminado, porque nada queda por explorar. Todas las cosas han sido descubiertas. Y casi todo ha llegado a saberse. Entonces la vida es una repetición, como te he dicho, que es como estar muerto. Aunque también, de un modo que ahora no me place explicar, esa experiencia es como una paz y equilibrio más allá de toda comprensión. No obstante, es poco lo que espero de la vida. Quizás lanzarme en paracaídas de un avión, o escalar una montaña; pero en las cárceles no existen las alturas. Lo que existe es el sexo, que es un gran aliciente. Pero, sin lugar a dudas, lo que nos salva es el Arte. El sexo es un placer que termina con dolor. De hecho, aunque no nos damos cuenta, el Arte nos ha salvado siempre. Y mientras no concurra el Apocalipsis, el Arte, cada vez con más fuerza, se convertirá en una Religión.
Otro elemento que quizá haya contribuido a colocarme en el camino de la demencia (tal vez el más importante, aunque a veces el menos visible), fue el día que descubrí que no tenía Patria. En serio te lo estoy diciendo, hermano Leandro. Patria es la madre que nos parió en una positiva combinación con el suelo que nos vio nacer. Y yo he descubierto que el ser que me dio la vida me bastaba para compensar la ignorancia de un mundo desconocido cuando era un niño todavía. Ser-Madre que, dada la magnitud del misterio, era suficiente para ocultarme en su dulce oscuridad. Pero primero, a los 9 años de mi edad, y luego a los 12 años (esta vez definitivamente), rompió sus lazos afectivos conmigo y tuve que crecer solo. Y cuando alcancé la edad adulta vi su condición vulnerable igual o peor que la mía. Y comprendí que una madre contribuye a fortalecer la segunda naturaleza de un hijo como una magia que nos defiende de la noche; y descubrí que sólo puede prepararnos para la muerte el amor de una madre - se encuentre o no entre los vivos -. Y supe que había entrado a formar parte de esa legión de seres condenados a vivir sin Patria y marcados por la traición. Desde entonces, hermano Leandro, para mí, siempre ha flotado sobre esta Isla el vaho de una podredumbre que condiciona una gran parte de mis actos. Especialmente sentirme diferente a los demás. Y un poco loco, como lo estoy tratando de demostrar en estas cartas. Y desde entonces nunca más he podido disfrutar del sol que me resulta triste. Son sus rayos los hilos de una telaraña incomprensible, potenciados por el discurso de un don Quijote de la Política, cada vez más enajenantes y maniaticamente largos. Y esa eternidad de sus palabras me han aplastado. Y así no se pueden tener deseos de vivir y menos que menos de escribir. Y para enloquecer, hermano, están dadas las condiciones.
Otro elemento que me llevo a la conclusión de que mis facultades mentales no funcionan correctamente fue percibir la idiosincrasia de un pueblo donde todos sus ciudadanos están en contra del Inautarca y, sin embargo, continúan apoyándolo. Después de 41 años no se ha encontrado el modo pacifico de impedir que esta utopía continúe destruyendo a la nación. Yo estaré loco o a punto de serlo, pero las cosas que te cuento son la exacta descripción de mi lucha interna.
Hasta el momento he logrado deslindar cinco personalidades. Hay un Ramón empecinado en creer en un Dios que nos proporcionará la vida eterna si nuestros pecados son perdonados. Hay otro Ramón convencido de que Dios existe, pero en el Plan de Vida Eterna la Humanidad no tendrá participación porque nuestra función no es determinante para la Estrategia de ALGO que jamas conoceremos. Luego hay otro Ramón que sabe que el sexo es una fuente poderosa de placer y, por lo mismo, la única vez que se ES y, paralelamente, conocer el Paraíso y el Infierno. Luego está el Ramón que considera que la percepción que nos permite lucubrar una vida más allá de la muerte es un mecanismo compensatorio inventado por la propia naturaleza para que soportemos esta vida. Y luego viene el Ramón que, previendo que ni tan siquiera el sexo es real, disfruta del arte como el mas alto grado de conciencia y religiosidad que humanamente se pueda alcanzar.
De todas maneras y, por mucho que columbre para defenderme de la insania, mi capacidad de resistencia toca a su fin. Acorralado entre las cuatro paredes de mis dos habitaciones ya no es miedo lo que siento, sino pánico. Los veranos cada vez se vuelven más violentos y podría ser la otra cara de la moneda de aquellas frías buhardillas del París o el St. Petersburgo del siglo XlX, donde los escritores y pintores morían tuberculosos y olvidados. Y aunque yo no este enfermo del cuerpo, sí lo estoy del alma; especialmente cuando salgo a la calle y percibo el frenesí (sin resultado alguno) de las gentes que me da la norma de que la miseria nos ha enloquecido a todos.
Mis relaciones de diálogo con personas del barrio que conozco y no conozco son variaciones sobre un mismo tema. Y aunque he recibido ropa nueva y dinero del catalán, mantengo una postura austera con mis gastos personales. Compro lo indispensable: chícharos, té, azúcar, tabaco, sal, aceite, y a veces me doy el lujo de una Tu-Cola. Aunque ahora me pesa haberla consumido por el dinero que me costó, superior al de una Coca-Cola en cualquier parte del mundo: más o menos del 10 por ciento del salario de un obrero cubano. También me compré un juego de ajedrez en miniatura, de plástico, bastante barato. Se trata de un tablero que al mismo tiempo es un pequeño maletín imantado que puede llevarse en el bolsillo de la camisa. También compré un libro de teoría y practica del juego-ciencia. No tengo TV, y por las noches, para no enloquecer, me pongo a repasar las partidas de los Grandes Maestros.
Para evacuar los intestinos tengo demora. Supongo que es porque no disfruto de variedad en los alimentos. Entonces debo consumir cada vez que pueda un platanito maduro. Aunque últimamente he resuelto el problema mezclando el potaje con salvado de trigo. Ojalá tuviera un TV en mi habitación para salir lo menos posible de mi celda. Esto que voy a referirte no es una pose literaria: estoy comenzando a detestar a la gente. En mi relación con los demás siempre estoy en guardia. Tarde o temprano se produce una agresión psicológica porque todos estamos enfermos. Mi única esperanza es que un milagro se realice y me saque de esta Isla- Prisión.
Hermano Leandro, mientras escribo esta carta tengo conciencia del peligro que me asecha. Es peligroso que escriba sobre lo mismo que me hace sufrir. Y es tonto que utilice el material de las palabras. Estoy entrando voluntariamente a otra trampa: el lenguaje, que es el verdadero laberinto del cual somos víctimas y victimarios. Y es tonto que no intente salvarme renunciando a la escritura; aunque, columbrando que mi situación quizás no tiene solución, tal vez la salvación radique en no salir del laberinto porque, fuera del laberinto, quizás me aguarde la NADA. Y aunque quisiera aceptar que la NADA es algo, ello sería un disparate de la lógica si se piensa que, salir del laberinto es imposible por la sencilla razón de que si la NADA existiera el laberinto la contendría. Pero también esta elucubración es otra trampa que, dicho sea de paso, son máscaras que ocultan y delatan, a un mismo tiempo, la miseria de mi condición. En suma, todo parece indicar que no podré escapar de mí mismo. El lenguaje también se parece a la Dictadura que reina en la Isla. Así que, finalmente, he regresado al principio del párrafo. Sólo queda la posibilidad de ir muriendo y, lentamente o de un tirón, alguna vez llegar al centro del laberinto donde el Caos me disolverá liberándome de esta mascarada que solo oculta egoísmo y cobardía.
Mi rebelión contra la evidencia de que después de la muerte la conciencia se disuelve, es lo que me compulsa a dejar una huella personal. Así, mientras existe memoria de la presente humanidad, puedo garantizar una eternidad temporal que supera con creces la expectativa de una sola vida. De este modo, el día que muera, habré saldado a favor de mi rebelión el precio con que pago cada uno de mis días, con el conocimiento personal de que existe un Poder ante el cual mis dos nombres y mis dos apellidos (o lo que fuese mi representación física) quizás no serán tomados en cuenta. De ahí que, mucho antes de publicar un libro que me abra las puertas de las editoriales, no tiene importancia si soy ignorado.
Esta carta, hermano Leandro, y las que pienso escribirte, son confesiones de un loco bueno. Los locos y los niños siempre dicen la verdad. Y una verdad sería decir que, si difícil es ser una persona extraordinaria que vive rodeada de seres mediocres, más difícil es tener como madre a una persona de la cual nunca se sabe dónde termina el desamor y comienza su ignorancia. Digo esto porque existe el mito (o la imposición educacional) de que el vinculo entre una madre y un hijo es sagrado; y que más allá del razonamiento entre qué es lo malo o lo bueno, existen los instintos que garantizan que ese vinculo se mantenga incólume. Estoy de acuerdo por una parte. Pero por la otra creo que se trata de puras pamplinas. Hay hijos que han enloquecido por causa de la madre. Hora es ya de reconocer que entre una madre y un hijo puede levantarse una frontera infranqueable: la ignorancia. Especialmente si la madre es de esas personas que no respetan a los hijos. Si logro vencer esta batalla escribiré sobre el extraño ritual de mi madre a propósito de las humillaciones que me llevó varios años confirmar.
Y hablando de batallas, he llegado al corazón de esta carta. Fue, y tal vez lo seguirá siendo, una batalla especial. Sucedió una mañana de aquel tiempo en que yo daba los primeros pasos en la escritura. Esa batalla la recuerdo como un hecho brutal. Esa fatídica mañana dividió mi existencia en un Antes y un Después. Quizá nunca logre comprender la magnitud de su oculto significado. A veces he pensado que, sin la experiencia de ese hecho desgraciado, jamás mi conciencia se habría estremecido ofreciéndome una visión oculta de la realidad sin la cual es imposible comprender nuestro mundo. Ese hecho, combinado con el desamor de mi madre, pudiera ser la causa básica de que mi conciencia haya sido zarandeada de un modo tan terrible. Esa batalla marcó el inicio de mi primer contacto con la Secta. No estoy plagiando a Ernesto Sábato. ¿Cuántas personas podrán calibrar la magnitud de lo que sólo es una sutil sugerencia? Los que hayan pasado por la prueba saben que "Informe sobre ciegos" no es una ficción. La Secta es real. Su lepra organizada permanece subterránea ante los ilusos que no podrían comprender el peligro en que nos encontramos.
Ese primer encuentro con la Secta, por supuesto, fue posterior a mi decisión de convertirme en escritor. Ellos vinieron a buscarme una mañana tan temprano, que aun en el edificio todos dormían. Me despertaron con fuertes golpes en la puerta. La noche anterior, como es natural en un joven, me había acostado tarde. De manera que los cuatro miembros de la Secta: un negro (impartía las ordenes), un joven con cara de hijo de puta hipnotizado, otro negro de edad madura y ojos inexpresivos de verdugo estúpido, y un blanco ya viejo con cara de mosquita muerta, tuvo que arreciar los golpes en el cristal de la puerta para despertarme.
Aparentemente no existía ningún motivo que justificara mi arresto. Ni siquiera mis incipientes manuscritos cuestionaban a la Dictadura. Yo, aún, no manejaba las técnicas de la escritura: no sabía escribir. Y lo peor: no sabía pensar. Gracias a la impetuosa fuerza de mi vida sexual apenas me daba cuenta de lo que ocurría en el país. O lo sabía de algún modo, pero no me importaba. Lo que sí no sabía era qué podría significar para el Poder de la Secta que un no elegido pretendiera escribir.
Así que los Brujos conocían mi existencia, aunque yo no supiera que Ellos existían. Por esa razón, aparentemente, han ganado todas las batallas. Poseen a su favor una información descomunal frente al individuo solitario. Aunque todo su "poder" consiste en una pirámide de secretos sucesivos en forma de laberintos donde muchos de los itinerarios carecen de significado porque responden a la estrategia de la desinformación, o simplemente representan las zonas del conocimiento que habitualmente se denominan callejones sin salida.
Era evidente que la orientación de los cuatro testaferros se limitaba a buscar entre mis libros y papeles literatura pornográfica. No la que yo hubiera podido escribir (que mucho me hubiera gustado hacerlo), sino aquellas viejas postales de bayú de principio de siglo que aun sobrevivían como símbolo de libertad y cuyos propietarios, aunque no pudieran concientizarlo en los breves minutos de una paja gloriosa, pudieran sentirse libres y olvidar que la Revolución existía. De manera que ahora, a la distancia de tantos años, aquella "búsqueda" policiaca era ridícula. Pero en su momento formaba parte de un buen pretexto para amedrentarme. Y confieso que lo lograron. Aquel "registro" sin orden judicial que violaba mi vida privada me ofreció la siguiente información:
- ¡Te tenemos en cuenta!
Semejante acontecimiento, por qué no, halagaba la vanidad de sentirme individualizado a través del terror. Y aquí, como ocurre en las telenovelas, doy por terminada esta primera carta, con la real intención de que muchas de las preguntas que te habrás formulado tengan su respuesta en futuras misivas. Para ti, pues, Leandro, hermano, el más fraternal de los abrazos.
Querido hermano Leandro:
De mi anterior misiva se desprende que en ésta continuaría el relato de cómo la Secta me contactó a través del pretexto de ocuparme postales de relajo. Pues también te había dicho que del mismo modo que las telenovelas van narrando una historia capítulo a capítulo, así también yo haría con mis cartas. Y es cierto. Pero el motivo de mi encuentro con la Secta sería incomprensible si antes no te narro otros hechos que no por menos relevantes carecen de importancia.
Mucho antes de que los brujos me individualizaran, ya por falta de información, ya por culpa de mi naturaleza inclinada a la ingenuidad, tuve un amigo que me inició en el clandestino oficio de vender maní tostado en cucuruchos a diez centavos. Vender maní, en el año 1976, no sólo era un desafío a la Dictadura, sino un grito de libertad. Ese grito implicaba unos preparativos tan meticulosos y secretos que virtualmente podrían calificarse de una conspiración para tumbar al Gobierno.
En ese proceso, el primer eslabón era el guajiro que en una parcela enmascarada de su terruño cultivaba (como si fuera mariguana) las matas de vaina. El segundo eslabón tenía que ser un personaje con justificación para viajar entre la ciudad y el campo: un camionero estatal que mezclaba los saco de maní junto a la mercancía del Estado. El tercer eslabón era un lugar en la ciudad donde depositar la mercancía, y un lugar no debía repetirse hasta pasado varios meses.
Luego, desde esos lugares, la mercancía era trasladada en pequeños paquetes hasta ser depositados en una casa de vecindad conocida como solar. Esos solares tenían diversas salidas y entradas, y la policía nunca notaba el trapicheo. Además, eran lugares temidos cuando llegaba la noche. Después, esos paquetes caían en el patio de una vieja casona. Caían desde el cielo, en un nocturnal picheo desde las azoteas colindantes.
La casa rentada por el Chino era un laberinto. En ese lugar, dentro de las latas vacías de aceite de bodega, se tostaba el maní al carbón. En realidad, aquello era una fábrica clandestina. El Chino era respetado en el barrio por ser escritor de la Radio. Pero como el sueldo de la Radio no le alcanzaba para cubrir sus más elementales necesidades, siempre estaba violando la Ley Socialista.
El Chino tostaba los granos mientras hacía, a una velocidad vertiginosa, los cucuruchos. Luego, ese maní era introducido en los cucuruchos. Más tarde yo improvisé, en las habitaciones del Hotel Monserrate una fábrica de maní. Confieso que hacer los cucuruchos era un suplicio. Recuerdo que los habitantes de la casona eran unos revolucionarios ancianos. Recuerdo que uno de los viejos era el Presidente del CDR de la cuadra. Y eran temidos. No obstante, los viejos también ayudaban al Chino haciendo los cucuruchos. Y nadie nunca sospechó que aquella casona fuera una fábrica clandestina. La vieja y el viejo eran los comecandela de la cuadra. Por eso, el primer día de mi llegada al lugar la vieja me miró de aquel modo. Sentí cómo las manos de sus viejos ojos escarbaban mi persona. Mi amigo y el Chino me lo advirtieron:
-¡Nunca hables mal del Gobierno!
-¿Y a favor?
Me respondieron a dúo:
-¡Tampoco!
Semejante retorcimiento creo que también contribuyó, de modo decisivo, a que en la actualidad esté sospechando que mi comprensión del mundo es incorrecta.
Querido hermano Leandro:
Me han dicho que al manicomio de La Habana, conocido como Mazorra, se entra fácil. Sólo hay que esperar el horario de las visitas y, como en cualquier otro hospital, confundido entre familiares y amigos que visitan a sus parientes y amigos locos, entrar. Te digo esto porque tengo que ofrecerte más elementos que apuntan hacia una conclusión: en Cuba toda persona que disiente del gobierno se convierte en paciente psiquiátrico. Así que una vez más te digo, a propósito de la Sala número 6, de Chejov, por qué tengo intenciones de escribir sobre la locura. La piedra angular de la obra sería un reportaje en el hospital psiquiátrico de Mazorra. Y es que a mis oídos ha llegado la historia fragmentado de Ciro El Ocultista. Sin embargo, no podría asegurarte (hasta tanto no logre entrevistarlo) si lo que a continuación te cuento es absolutamente cierto. Acuérdate que vivo en un país donde todos practican la mentira para sobrevivir.
Un grupo conspirador en los años 80 preparó el asalto a un lugar no especificado. En ese lugar robarían armas. Pero días antes de la fecha fijada para el asalto, los complotados fueron detenidos por agentes del Departamento de Seguridad del Estado. Se supone que uno de los cuatro jóvenes que integraban el grupo sucumbió ante el Poder y delató al resto de sus compañeros. Sin embargo, mis fuentes de información me aseguraron que ya desde antes el grupo había sido chivateado. Desde los primeros interrogatorios en la sede principal de la policía política, Ciro se hizo pasar por loco. A diferencia de sus compañeros, él conocía algunas técnicas que le permitían cambiar las corrientes energéticas de su cuerpo. Con semejante conocimiento, Ciro se provocó un estado mental cercano a la esquizofrenia. La información recopilada por mí apunta a que en uno de los primeros interrogatorios, Ciro comenzó a propinarle patadas a un armario cargado de medicamentos especiales. Entonces el oficial que lo atendía decidió hacerle una evaluación psiquiátrica en el propio cuartel. Por la información disponible conjeturo que Ciro no alcanzó a volverse loco por su voluntad. Sólo se trataba de un joven brillante que no tuvo la oportunidad de demostrar su talento en condiciones normales. Y ya sabes que las condiciones del país, desde que triunfó la Revolución, son anormales.
Te sigo contando que entonces Ciro fue internado en el manicomio de Mazorra. Allí le hicieron las pruebas psiquiátricas correspondientes, lo despojaron de sus vestidos y le encasquetaron el uniforme de la institución. Y como nuestro héroe no respondió a ninguna de las preguntas que le formularon, de inmediato fue destinado a la sala de máxima seguridad "Carbó Serviá", denominada con la letra A.
Hasta aquí, y por las noticias que te ofreceré de Ciro, te preguntarás, hermano, de qué fuentes me he valido para conocer esta historia. Pues bien, es mi deber recordarte que en esta Isla, donde la más insignificante información se oculta hasta el ridículo, paradójicamente, todo se sabe.
A Ciro lo destinaron a la Sala A, como te dije, o diciéndolo del modo más pedante: al non plus ultra de la locura. Allí lo esperaba el Jefe de los locos. Sé que en Ciro se desarrolló un gran pavor cuando consideró que ser un paciente psiquiátrico era el peor destino que se le reservaba. Y cuando decidió demostrar cordura, era demasiado tarde. Los policías que lo habían conducido al lugar se habían marchado. No obstante, Ciro intentó mostrarse como un individuo "normal" ante el Jefe de los locos. Pero éste, con su "experiencia" de años, sabía que no hay peor loco que aquél que se hace pasar por cuerdo.
Cuando Ciro traspasó la puerta de barrotes de la Sala A, sintió un miedo diferente al que había experimentado en el cuartel de la policía política. Era un miedo intelectualizado que paralizó sus músculos y sentidos y aceleró desorbitadamente los latidos de su corazón, mientras el sudor le corría a mares por el cuerpo. Un sudor frío y pegajoso. Era el miedo que convierte la boca en un desierto, hace temblar los labios y cambia de pronto el timbre de la voz. Intentó articular una frase ante el Jefe de los locos, y no pudo. Su garganta se había estrechado tanto que apenas el aire entraba o salía de sus pulmones. Continuados espasmos estomacales le provocaron una risa incontenible mientras sentía una imperiosa necesidad de orinar. Había perdido capacidad visual y las voces entremezcladas de los locos le llegaban, lejanas. El Jefe de los locos, con fuerza, lo había tomado por un brazo para que acabara de entrar a la Sala A. Pero Ciro no sintió esa presión. Su pasado y presente se habían convertido en una amalgama inconexa. El encadenamiento de sus ideas se había roto. En ese momento Ciro enloqueció verdaderamente.
Podrás imaginar, hermano, que si logro entrevistar a Ciro El Ocultista me consideraré un periodista independiente afortunado. Mi superobjetivo será demostrar que Ciro no es un loco por el único motivo de encontrarse internado en el hospital psiquiátrico de Mazorra, sino que es la Isla de Cuba entera la que se ha convertido en el mayor manicomio del mundo.
Querido hermano Leandro:
Es necesario que el Antes y el Ahora continúen siendo las columnas básicas sobre las cuales apoye mis misivas. El Antes será importante. De lo contrario nada comprenderás.
Antes, un erotismo descomunal obstruía la sensibilidad que me inclinaba ante el arte. Ese erotismo no podía ofrecerme la quietud que se necesita para leer, escuchar música, meditar sobre la existencia. Dentro de mí se libraba una pantagruélica batalla: el Vicio contra la Virtud. Y sea porque cuando el cuerpo es demasiado joven, las condiciones para que la Virtud establezca plaza de fortaleza son poco menos que imposible, la Virtud se imponía sólo cuando el Vicio, exhausto, tomaba vacaciones. Entonces la Virtud aprovechaba el tiempo concedido, y yo leía, y compartía con los amigos pensamientos y noticias. Eran días de paz. Durante la tregua yo vivía sin los sobresaltos que causa lo prohibido. Estas vacaciones del alma se presentaban cada dos o tres meses. Pero gracias a los años fue que pude debilitar a mi Eros. Los años me ayudaron a establecer un ciclo justo para que estos gigantes combatieran en igualdad de condiciones. Así, de día, mi vida transcurría en un tono normal. Pero cuando llegaba la noche el demonio despertaba y yo tenía que salir a buscar aventuras sexuales. Mas lo terrible fue que nunca, independientemente de lo que hiciera mi cuerpo (templar o escribir), perdí la conciencia de mi Yo dividido. Esta desunión, este no sentirme conforme ni de noche ni de día, era sufrimiento. Así que desde ahora te digo que en aquel Antes me encontraba enfermo.
Pero retomo el tema que me importa. En efecto, yo sabía que la Secta existía. Pero jamás pensé que algún día me tomarían en cuenta. La fuerza de la juventud me permitía complacerme en el anonimato de las muchedumbres. La soledad de mi vida de don Nadie era la consecuencia natural de mi libertad; pero libertad que no podía disfrutar a plenitud al no tener conciencia de su valor.
El recuerdo indica que los amigos que hubieran podido alertarme sobre el funcionamiento de la Secta, las dos R enloquecidas y la patriarcal F no pudieron hacerlo. No pudieron decirme cómo el país era gobernado por la Secta; y lo más importante: cuáles han sido sus métodos para mantener el CONTROL.
He mencionado a estos amigos porque recapitulando acontecimientos de mi juventud infiero que ellos tuvieron directa o indirectamente conocimiento de que la Secta no era ficción, sino una terrible realidad nacional. Y ahora que las tinieblas de aquellos años se disipan para mí, infiero que una de las R sabía más de lo que decía. Sin embargo, reconozco que en aquellos momentos yo no estaba preparado para semejante información.
La llegada de R. al ámbito de mi vida tuvo que ser la causa de que la Secta se fijara en mí. R. sabía que tarde o temprano la Secta irrumpiría en mi vida. Pero como necesitaba un lugar definitivo donde vivir, no podía asustarme. Sin embargo, yo no podría decir que R., con relación a ocultarme información sobre la Secta, fuera totalmente desleal. Porque, ¿cómo se podría comprender algo de lo cual no se tiene vivencias? Y en efecto, la única zona que yo rechazaba de R. era aquel modo que utilizaba para hablarme de la Secta. Por ejemplo, me decía cómo algunas de las personas que lo visitaban podrían ser "enviados". Pero no lo hacía de un modo tan frecuente que me hiciera pensar que me encontraba ante un loco. La necesidad que R. tenía de una de mis habitaciones, con lo cual alcanzaría la independencia doméstica que nunca había tenido, lo obligaba (sólo Dios lo sabe) a hacer un esfuerzo sobrehumano para tragar sus disquisiciones paranoicas sobre la Secta. Sin embargo, lo que no entiendo es por qué, cuando R. regresó de su famoso viaje a la provincia de Oriente, y le conté que la Secta me había visitado, rechazó de plano cuanto le dije, y lo consideró imposible, alegando que cuanto le decía formaba parte de una patraña ideada por mí para justificar la venta que yo había hecho de su cuota alimenticia. Pues, en efecto, después que la Secta me llevó detenido y fui introducido en una habitación refrigerada y un oficial enano intentó inculparme de delitos imaginarios, y fui puesto en libertad a las 6 horas, tuve que romper mi contacto con la mafia del maní tostado, de lo cual, por supuesto, nada hablé. Y ello fue lo que me llevó a vender, no sólo mi cuota alimenticia, sino también la de R., a una persona de confianza, en circunstancias imposibles de ser controladas por la Secta.
Querido hermano Leandro:
Los acontecimientos que proporcionan señales han comenzado a presentarse. No pasa una semana sin que algo suceda. El dinero, esa invención que mueve al mundo, llega por las vías menos esperadas.
Cuando le acepté a Raúl Rivero aquel sábado 28 de junio su decisión de que yo no continuaría en Cuba-Press, significaba que en el mundo de lo invisible (lo que desconocemos) hacía tiempo que ya me había marchado de su grupo. Es posible que semejante conclusión, para algunas personas, parezcan las ideas de un loco. Pero tengo la esperanza de no estar loco y algún día lo sabré todo. Sabré de cosas que ocurrían y para las cuales no disponía de una explicación. Simplemente sabré cómo la abundancia de los misterios que yo observaba en silencio eran las maquinaciones de la Secta.
El propio Raúl Rivero, que probablemente también sea un guayabito de Laberinto, y con su propio mundo interior tendrá suficiente, el 28 de junio de 1998 no podía comprender o no quería comprender. Y esa noche fue capaz de decirme lo que para él fue un modo de agredirme y para mí el mejor elogio:
-Estoy ante un loco.
En efecto, para hacer periodismo independiente en Cuba había que estar loco; especialmente si uno no tenía autorización del Estado Totalitario y escribía con la autorización de los propios cojones. Pero esa noche, explicarle al Gordo ciertas cosas era inútil. Él también estaría soportando el riesgo, esperando el golpe que llega cuando menos se espera.
Este periodismo independiente que hicimos no tenía el riesgo de ciertos reportajes que en el mundo occidental se pagan con la vida. Pero la sospecha de que a uno lo podían eliminar mediante misteriosos accidentes o enfermedades fulminantes era una presión real con la que había que trabajar y sobreponerse para ejercer un periodismo libre.
En aquellos días, mi visión de las circunstancias era la de haber llegado a un callejón sin salida. Y aunque salir de Cuba-Press fue como si me hubieran arrojado a un abismo sin paracaídas, sentí el alivio de haberme quitado de encima la AMENAZA INVISIBLE, que son pocos los que la pueden soportar. Sin embargo, el sentimiento de la caída también era terrible. Por primera vez había logrado ganar dinero por escribir (sueño de todo escritor). Esto que te digo, hermano, es importante, pues con el sistema político de planificación de la vida nacional cubana individuos como yo estábamos condenados al fracaso.
La caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la dictadura del proletariado en Rusia, trajo a la Isla nuevas condiciones históricas. La Dictadura de Quien Tú Sabes tenía que ceder terreno, como era el caso de la prensa independiente cubana, para ofrecerle al mundo una imagen aceptable. Así los inversionistas se sentirían más confiados.
En ese tren del periodismo era donde me había enganchado yo para darme a conocer como escritor. Pero a pesar de la caída que antes te mencioné, comencé a descubrir cómo pequeños paracaídas se abrían. Y tuve la esperanza de que no tocaría fondo. Y en efecto, de modos y maneras increíbles comenzó a llegar ayuda por diferentes caminos. Fueron pequeñas cantidades de dinero, pero suficientes para comprarme un TV en blanco y negro, una estéreo radio-cassette player automático stop con su dynamic bass bosst incorporado (Phillips), ropa, calzado. Y alimentación, que me estaba faltando. Y aun me sobró dinero para respirar y mirar alrededor con objetividad. Decidir qué haría. Darme un descanso psicológico. Estoy hablando, hermano, del mes y medio que viví antes de empezar a trabajar (gracias a Manuel Vázquez Portal) con CubaNet. Fueron 45 días terribles. Pero jamás me abandonó la fe. Sin embargo, de algún modo que ahora no puedo explicarte, yo sabía que aunque fuesen grandes o pequeños los paracaídas que intentaran detener mi caída, mi única salvación posible sería el nacimiento de alas en mi espalda. Es decir, un verdadero milagro. Porque sin alas no se puede volar, hermano. No se puede salir de ningún hueco. Y no se puede planear libre y soberano en los territorios de la oscuridad. Porque fue como si los dioses se complacieran en comprobar mi vocación literaria. La gente debiera saber que la libertad sólo vive con el vuelo de las alas. Si no, ¿qué sería de los ángeles si se dejaran serruchar las alas?
Querido hermano Leandro:
Todo hombre o mujer que vive solo es objeto inevitable de comentarios insidiosos; especialmente si rehuye el trato de sus vecinos. Despierta curiosidad y envidia. Si eres una persona que ha seleccionado a la soledad como un modo de vida, tendrás que aceptar que los demás nunca te ignoren. Has logrado lo que ellos no pueden: pagar su precio. Y si te mantienes en tus treces: no a la bebida, no a la droga, y el tiempo transcurre y no visitas a tus vecinos, porque mantienes un mínimo trato con ellos, comenzarán a verte como una amenaza. A la Secta le informarán que te sales del común denominador. Tus acciones serán imprevisibles. La Secta no podrá utilizar de informantes a tus pobres mediocres vecinos para saber de ti lo que en realidad no existe.
Esto te lo cuento porque los vecinos vigilan a qué hora entro y salgo de mis habitaciones. Les importa si llevo una jaba, un paquete. Escudriñan, a través del papel de la envoltura, la tela o el nylon, qué tipo de cosas transporto. Estas inspecciones no son disimuladas. Ellos miran con fijeza descarada. Intentando atenuar mi sufrimiento, he tratado de engañarme pensando que todo no es más que el fruto de un cerebro agotado. Pero un momento después compruebo que las operaciones de vigilancia vecinal se intensifican. No estoy atrapado por la paranoia. Me vigilan sin disimulo. Es como si la Secta hubiera ordenado:
-¡Que él sepa que está vigilado!
Hermano mío, esto es una lucha sin piedad contra los opositores pacíficos y los periodistas independientes que sólo queremos el bien para Cuba.
Querido hermano Leandro:
Hace años descansa sobre mi mesa de mármol una lata vacía de cerveza de origen holandés marca Bavaria con las iniciales numéricas 86. Y hace pocos días, impulsado por razones que no conozco, la coloqué al revés. Entonces el número 86 se convirtió en 98, que es el año en el que me encuentro y desde el cual te escribo esta carta. Hoy es 9 de agosto, día de San Román, cuyas letras coinciden con las de mi nombre. Y es domingo, día que nuestra madre ha fijado para un almuerzo familiar con todos sus hijos. Estos almuerzos dominicales mi madre los aprovecha para humillarme, como acostumbra a hacer con sus otros retoños de la manera más natural del mundo. He decidido no asistir al anunciado almuerzo. Son fuertes las señales de advertencia que me llegan. Posiblemente nuestra madre sea un ángel sin alas. Desde el año anterior he tenido un presentimiento: 21 de marzo. Mi hermanastro Oscar podría causarme daño físico. Cuando yo tenía nueve años el padre de mi hermanastro Oscar, aprovechando la ausencia de nuestra madre, me arrojó al piso. Con unas chancletas de madera cuyos bordes delanteros tenían unas tiras de lata aprisionando las gomas, pisó mi bracito derecho por la parte de la muñeca, inclinando su pie hasta cortarme la piel con el borde de la lata. Cuando nuestra madre regresó me dijo que no le dijera nada a los médicos y a la policía. Años después, este mismo señor (ex combatiente de la Sierra Maestra) hizo otro tanto con su propio hijo Oscar. Esta vez la agresión consistió en una estocada de cuchillo, la que atravesó de lado a lado el brazo izquierdo de mi hermanastro.
Nuestra madre repitió la misma historia: le dijo a su hijo Oscar que no le contara la verdad a los médicos y a la policía.
En mi primera carta te dije que mis ojos se abrieron. Estoy convencido de que entre nuestra madre, su extraño esposo y nuestros hermanastros, hay una relación kármica negativa. Detrás de esa figura ahora envejecida y pequeña (madre) se oculta un demonio que ha usurpado su cuerpo. Esa visión la poseo yo, el desterrado.
Querido hermano Leandro:
Si pienso que estoy loco es porque me atrevo a transitar por los caminos de las conjeturas. Quizá es el único modo de acercarse a algo que se parezca a la verdad. Las multitudes son felices de vivir en la mediocridad porque presienten que de otro modo sería insoportable existir. Cuando alguien supera su mediocridad, siempre se sentirá un poco loco.
Ya me siento así, luego de haber conjeturado lo siguiente: probablemente Oscar me vea (porque está enfermo) como un rival sentimental ante nuestra madre. En uno de esos almuerzos dominicales él podría agredirme de una manera tal que causara mi muerte. Mientras las cosas no suceden, uno es un loco. Pero, ¿y si no estoy loco? Si nada ocurre, nadie te cree. Yo lucho contra esta premonición. Repito, quizás soy un desequilibrado mental cuando percibo amenazas desde todas partes. Hoy es día 9. Durante los almuerzos de mi madre, los domingos, se celebra un ritual humillante que podría desembocar en tragedia. Hermano mío, he aquí cómo uno a veces es dueño de su Destino.
Hoy es lunes 10 de agosto de 1998 y la vida sigue siendo una guerra. Y aunque todos los caminos no son iguales, en esencia, las guerras siempre son las mismas. Cuando un caminante deja de interpretar las señales de su Camino, pensamos en el Destino. Si ayer domingo yo hubiera asistido al almuerzo-trampa de nuestra madre, y hubiera perdido la vida, la gente que me conoce hubiese pensando: fue un decreto del Destino.
Querido hermano Leandro:
Aristipo tenía razón. El principio del placer rige todos nuestros actos. Y que nuestros actos provoquen placer o dolor es el dilema de la existencia. También el resultado de nuestras acciones tiene dos caras: la que hemos previsto y la que escapa a nuestro control. Dada la índole mortal de nuestra condición la experiencia indica que jamás tendremos a todo el Destino en nuestras manos. En algunas oportunidades podremos influir en él. En algunos casos, será un acto de sabiduría que nos evitará dolor. Pero definitivamente el Destino siempre tendrá una independencia real. Nos encontramos subordinados a leyes que determinan nuestro comportamiento y garantizan el hecho misterioso de que existamos.
Querido hermano Leandro:
Nuestra familia tiene costumbres comunes. Trabaja para comer y vestir. Más allá de los actos ordinarios de la mediocridad no posee talentos especiales para cultivar el espíritu. Los integrantes de nuestra familia se aman entre sí, como un pequeño clan inseparable; pero también se odian. Viven sin comprender que cada uno ansía su libertad individual. Nuestra familia sabe (como casi todas las familias cubanas) que el precio de la libertad es vivir como si se hubiera fallecido. Y acepta con agrado el yugo común de vivir amontonados en un pequeño espacio.
Querido hermano Leandro:
Tengo problemas con mi columna vertebral y la circulación sanguínea. Estoy en un bache. Dependo de los sicofármacos. Estoy muy solo. Mi nivel energético ha descendido. En los próximos meses quizás me vuelva loco. A mis preguntas sólo responde el silencio. He intentado romper este cerco. No publican mis cuentos, mi novela, mis trabajos periodísticos. Seres peor dotados que yo han publicado sus mamotretos. ¿Por qué no se publican mis escritos?
Querido hermano Leandro:
Si dentro de Jefatura existe una Oficina Secreta dedicada a la destrucción de cubanos que se han rebelado públicamente contra un sistema de gobierno fracasado, ¿puede un solitario individuo enfrentar las embestidas de un Estado policiaco? F. estuvo loco. Lo internaron en Mazorra. Lo sometieron a una serie sucesiva de electrochoques. En Cuba son muchas las personas que han enloquecido. También son muchas las personas que se han suicidado.
El síntoma inicial en este camino hacia la locura es percibir en las frases más inocentes un doble, triple, y hasta cuádruple sentido. En la mayoría de los casos no se trata de que las persona esté perdiendo contacto con la realidad, sino de un elaborado plan que la Oficina Secreta elabora a partir del conocimiento que tiene del individuo que intenta destruir. Esta información empieza a recopilarse en el momento en que el sujeto cuenta su vida ante los "amigos". Con semejante cronograma, en el que se localizan con precisión los puntos débiles del individuo, hay pocas posibilidades de defensa. Dentro de esas pocas posibilidades existe una. Quien la posea es invulnerable a cualquier embestida: el AMOR.
El odio es lo que puede conducirnos a un callejón sin salida. Perdonar no significa renunciar a la sabiduría que hiere al enemigo. Pues una cosa siempre será el valor basado en el equilibrio, y otra la temeridad que no surge del análisis correcto de la realidad. De hecho, la condición humana es un acontecimiento complicado. Ama a tus supuestos enemigos y nada ni nadie podrá hacerte daño.
Querido hermano Leandro:
Para el fin de año, a modo de limpieza contra la guerra secreta entre vecinos que existe en mi edificio (brujería), he comprado velas y flores para defenderme. Es muy posible que aquí en el edificio tenga enemigos gratuitos. Pero aunque no los tenga, el tableteo de poderes maléficos es tan intenso en esta víspera de los Reyes Magos, que si me pongo a comer mierda, pudiera recibir alguna herida espiritual por carambola. Si no tuviera pruebas para tomar estas medidas significaría que en verdad me estoy volviendo loco. Pero esta mañana, al abrir la puerta de mi habitación, he hallado en la parte del pasillo, que se corresponde con mi puerta hacia la zona del ascensor, varios trozos de excremento. Además, la escalera está orinada.
Hace días que la mierda permanece ahí. Los vientos del invierno la secan y nadie la recoge. Si lo vecinos están esperando a que yo la quite del camino, tendrá que venir (dentro de 100 años) el nieto del señor Eusebio Leal y llevársela para un museo con el rótulo: documento histórico. Esos excrementos pudieran estar trabajados. Así, que lo recoja quien lo cagó.
Si yo fuera poeta, le dedicaría una oda a la mierda que permanece frente a mi puerta. Esa mierda es un símbolo nacional.
Querido hermano Leandro:
Salir a la calle es un desafío. El rostro de la gente es un espejo. Cuando me enfrento a la multitud, la multitud me devuelve el deterioro que padezco.
Todos huyen de la Isla: intelectuales, artistas, militares, agentes secretos, obreros, campesinos, bandidos, religiosos, valientes, cobardes, cuerdos, locos, patriotas. Todos huyen. Han estado huyendo desde los primeros días de la Revolución. Y los que han elegido el enfrentamiento han terminado fusilados o cumpliendo largas condenas. Algún día se sabrá cuál es el misterio. Por lo pronto estoy persuadido de que en todo este lío hay trampa.
Aunque continuar viviendo en Cuba es intolerable, matarme no sería una verdadera solución. Yo, desde hace años, estoy muerto. Además, un verdadero motivo para suicidarme hubiera sido la separación de Ofelia. Y no lo hice.
He decidido ponerle fin al consumo de sicofármacos. Pero esto se parece al alcoholismo. Tarde o temprano uno acaba necesitando las pastillas. Yo debo tener el gen de la tristeza fuera de control. Desde niño he sido un triste. Pero es posible que sea ese gen quien me permita escribir.
Hay problemas con la ración de azúcar que el Estado le distribuye a la población. Las 6 libras mensuales se están recibiendo a razón de 2 libras cada 10 días. La mortadela vino a la carnicería. Fui a buscarla y vi a muchas mujeres que al principio de la Revolución eran jovencitas llenas de ilusiones. Ahora son viejas peleonas y chismosas. Por eso siempre trato de ser el último en ir a buscar mis alimentos racionados. Así evito mezclarme con ese pelotón de brujas que cuando se amontonan son como un bulto de carne de carroña. No es que tenga algo contra las personas de la tercera edad. Pero en los sistemas totalitarios la gente pasada de años hablan y hablan y hablan, y no resuelven ningún problema. Antes al contrario, esas personas son las mejores aliadas de la Dictadura. He visto en repetidas ocasiones a grupos de hombres muy mayores de edad recostados al mostrador de cualquier cantina, bebiendo alcohol barato. Cuando la borrachera se calienta, es cuando defienden con más vehemencia al gobierno. Hay que vivir en este país para comprender estas imágenes dantescas que la alta dirigencia no podría soportar si de repente se viera privada de sus privilegios.
Mientras tanto, querido Leandro, el pueblo ha ido enloqueciendo poco a poco. Supongo que cada año que pase será peor. Nos hundiremos más y más en la mierda. Reventaremos de tristeza. Explotará la Isla entera. Seremos tragados por el mar.
Querido hermano Leandro:
Algunos piensan que escribir un libro es suficiente. Y no saben que luego llega la etapa difícil: publicarlo. ¿Te acordarás de Mozart en la película Amadeus? Lo zurraban en las Cortes europeas porque en sus óperas había demasiadas notas. Estoy pensando que el compromiso estético del artista con su tiempo no es suficiente. Las obras de arte deben parecer un documento oficial. Y el gusto oficial lo imponen los que mandan.
Ahora que el Muro de Berlín se ha desplomado se podría creer que al fin llega la libertad para la creación. No, hermano. Las obras de arte seguirán dependiendo de filtros de Poder. Y la Secta, fueran los burócratas del antiguo Partido Comunista ruso, o la elite económica y política del mundo actual, continuarán metiendo sus cínicas manos en la obra de los creadores. La causa de esta intervención de la Secta en los asuntos del arte es una patraña sostenida por los propios poetas según la cual el mundo puede estallar con un poema.
Querido hermano Leandro:
El cubano sigue siendo un pueblo ingenuo. La figura de Quien Tú Sabes sobrepasa la comprensión de sus habitantes. Me siento aplastado por la propaganda. Debo dormir como las momias y despertar al final. Después me gustaría perderme en el anonimato de las grandes ciudades, feliz entre las masas esclavas que disfrutan los beneficios del Primer Mundo. En ese anonimato escribiría mi obra literaria. No me rodearía de animales biológicos con defectos, sino de animales electrónicos para escribir sobre lo humano bien lejos de lo humano. Después de Ofelia, que fue mi esperanza, poco espero. Quiero vivir entre los libros y la música.
Desde que se inició este experimento social, los que se han quedado, al igual que los que se han marchado, piensan que el final es cuestión de poco tiempo. Quien Tú Sabes ha envejecido junto a su retórica, y aunque es objeto de burlas sutiles por parte de las nuevas generaciones, estoy pensando que esta pesadilla es infinita. Este caballero se encuentra amparado por alguna intriga política que desconocemos.
La actual historia de la política y el poder cubano debe ser complicada. Supongo que quienes sostienen a Quien Tú Sabes, temerosos los unos de los otros, estarán agrupados en pequeños clanes que siempre han estado controlados por Quien Tú Sabes. En la corte todos le seguirán el juego. Y la REALIDAD demuestra que Quien Tú Sabes es quien tiene el Poder.
Querido hermano Leandro:
He salido a la calle rumbo al policlínico a las 2 de la madrugada con un perro dolor de muela. En el policlínico me dijeron que no podían atenderme porque el instrumental esterilizado se agotó y no hay agua para lavar el instrumental usado. Además, la doctora se marchó para su casa. Entonces me desplacé hacia otro policlínico. Al llegar, el portero me explicó que la dentista le había dicho que le dijera a todo el que viniera reclamando el gratuito servicio médico cubano que el equipo de estomatología estaba roto. Pensé:
-Esto es el final.
Pero no hay tal final. No habrá final aunque nos arrastremos por las calles entre la mierda y la basura. Mientras el área dólar funcione, no importa que el resto de la sociedad se paralice. Siempre me ha sorprendido aquella declaración de Faulkner en la famosa entrevista (The Paris Review) cuando dijo:
-El hombre teme descubrir lo mucho que puede soportar.
Son las 4 de la madrugada. La oscuridad de la ciudad es una madre sabia, y el dolor de muelas es mi compañero.
Querido hermano Leandro:
A propósito del Misterio Nacional, yo no sé cómo vivirán el resto de mis compatriotas, pero tengo un misterio personal que ha continuado creciendo. Hoy, por ejemplo, en el Parque de Armas, ya oscurecido, platicando con Braulio, vi a La Temba que se acercaba por la callejuela de los Oficios. La Temba vende flores de papel en una canasta de mimbre. Es una mujer de 40 años, conservada. Sexy. Sabe maquillarse para establecerse en la frontera de la semi-puta. Quiero decir, hay algo de puta en su modo de caminar y de mirar. Pero no renuncia a seguir siendo esa mujer que se gana la vida, digamos, honestamente. Desde esa frontera puede, según las circunstancias, saltar a la aventura. De cualquier manera es una puta enmascarada. Yo mismo, si no hubiera rebasado la juventud, me convertiría en puto para sobrevivir; y lo que sería mejor: me casaría con una extranjera.
La Temba y yo tenemos una historia, pero ella no conoce los detalles anticipativos. Esos detalles pertenecen a la época en que una espiritista me auguró cómo sería mi Destino y me alertó sobre una Temba de la cual debía cuidarme.
Me acerqué a La Temba y la saludé. Ella dijo que había recibido carta de los dominicanos, donde me recomendaban que no me desespere. Como yo estaba en guardia ante la Temba me pregunté a qué se referían los dominicanos con la susodicha desesperación. También me dijo La Temba que los dominicanos vendrían en diciembre y que ella los hospedaría en su casa para que la estancia en Cuba les saliera barata. También me comentó que tenía pretensiones amorosas con uno de ellos.
-Esta mujer es una fiera -pensé.
Nos despedimos deseándonos lo mejor de la vida. Braulio me dijo:
-La Temba está loca. Un día pasa y te saluda. Otro día pasa y no te saluda.
No estoy de acuerdo con Braulio. Saludar o no saludar no es sinónimo de locura. Lo que sí es posible que Braulio sea el loco cuando llega a estas conclusiones.
Volviendo al tema del misterio que me rodea, que es el tema de mi carta, te diré, querido hermano, que todo lo que hago va encaminado a encontrar alguna pista que me ayude a aclarar si el verdadero loco soy yo.
Le había dicho a La Temba lo extraño que me resultaba que uno de los dominicanos no hubiese aprovechado la carta del dominicano para expresarme su criterio sobre mi novela. La Temba justificó al dominicano alegando que después de las elecciones del presidente Leonel las agencias de publicidad han quedado afectadas económicamente, y es probable que el dominicano no se encuentre en Santo Domingo. Mientras La Temba me decía estas cosas, percibí que intentaba recordar mi nombre. Su mirada de puta era impresionante. En otra época me habría provocado y yo no hubiera podido controlarme. No es precisamente la palabra puta la que definía su mirada, sino coqueta. La Temba finalmente dijo poniendo los ojos en blanco.
-Tú te llamas María, o ése es tu nombre de pila.
-Mi nombre de pila es Valentín - respondí.
Pero La Temba volvió a la carga.
-No, yo recuerdo que la carta decía María.
Por mi parte, siempre al acecho, siempre sabiendo que mi país se había convertido en una prisión, no le llevé la contraria. Traté de imprimirle a mi rostro un aire de naturalidad. Y mientras ella seguía hablando recordé aquella vez cuando me movilizaron para embarcarme en la guerra de Etiopía. En los pases de lista, ante la tropa reunida, siempre el oficial o el sargento mayor vociferaba, con una insistencia que nunca dejó de parecerme sospechosa:
-¡María Díaz-Marzo!
Querido hermano Leandro:
Ambrosio me visitó, coincidiendo con la salida clandestina de mi novela "Devuelto a la Soledad" hacia el extranjero. Tengo pocos amigos. En Cuba hablar de amigos es ingenuo. Este gobierno ha destruido a la sociedad. A mis verdaderos amigos no les interesa la literatura. Por ejemplo, cada vez que le leo a Ambrosio un cuento o párrafo de mi novela, se queda mudo. Se encierra en un silencio embarazoso que roza la falta de cortesía. A él le ocurre lo mismo que a todos los cubanos: sólo nos importa hablar de nosotros mismos. Esta indiferencia es el resultado de nuestras vidas insatisfechas, fundamentadas en la frustración social que la Dictadura ha diseñado para garantizar su Poder Absoluto. Los temas centrales de conversación de Ambrosio y cualquier cubano son los siguientes:
1-¿Cómo ganar dinero sin que la Ley nos atrape?
2-¿Cómo escapar del país?
No hay nada más, excepto hablar bien o mal de Quien Tú Sabes. La zona fuerte de mi relación con Ambrosio son los temas relacionados con el esoterismo. Aquí Ambrosio es capaz de mostrar más imaginación y ser agradable. Ambrosio es un jacobita del ocultismo. También fue un jacobita del Marxismo-Leninismo cuando era un adolescente y le inculcaron que el proyecto cubano salvaría a la Humanidad.
Si dijera que estoy rodeado de enemigos lo más probable es que sea yo el enemigo de los demás. Recuerda, Leandro, lo que te estuve explicando a propósito del diseño de este gobierno. Su verdadera meta no es el amor, que nos amemos los unos a los otros. Personalmente creo estar rebasando los limites del odio: repudiado injustamente por mi familia y la sociedad. Y uno piensa que no resistirá. Pero como dijo Faulkner: uno está preparado para soportar más, aunque nos quejemos.
Querido hermano Leandro:
Hoy en la mañana Felina estuvo en mi casa. No la veía desde el 15 de junio. Trajo unas fotocopias de El Nuevo Herald con un resumen de las conferencias de Fabio en la Universidad de Miami, a propósito del canon literario en la Cuba post-revolucionaria. Son buenas noticias. Pero Fabio no pudo mandarme dinero como habíamos convenido. La visita de Felina la relaciono con que hoy es el día de Santa Clara, a quien esta mañana le he puesto en un vaso de agua una clara de huevo (huevo sacrificado de mi cuota personal de 7 huevos cada 10 días).
Desde el viernes confluye un carnaval de informaciones. La salida de mi novela. Noticias de Santo Domingo. Fabio en Miami. Dicen que de Acuario, después del 15 de agosto, se hablará. Yo pienso que sí. Que antes de que termine este año 1998, se tiene que ir la mala suerte.
A mediodía se me acercó Gaspar en el Parque de Armas, y me dijo:
-¡Toma… mira! Es la última novela de Jesús Díaz. La publicaron en España.
Miré la carátula, busqué entre las páginas algún párrafo que despertara mi atención. En ese instante tuve la certeza de que algún día publicarían un libro mío. Sé que es una ingenuidad tener semejante esperanza si uno es un cubano "libre" dentro de la Isla. Ser cubano baja la batuta de Quien Tú Sabes, si no le entregas el alma, significa que jamás saldrás del Tanque de Mierda.