Las épocas de represión extremas son casi siempre épocas en las que se habla de cosas grandes y sublimes. Hace falta valor para hablar en esas épocas de cosas tan pequeñas y mezquinas como la comida y la vivienda de los trabajadores, en medio de tantas voces que gritan que lo importante es el sentido de sacrificio. Cuando se colma de honores a los campesinos, es una muestra de valor hablar de máquinas y piensos baratos que pudieran facilitarles su tan loado trabajo. Cuando todas las emisoras gritan que es mejor un hombre sin conocimientos ni formación que uno que sabe, entonces es una muestra de valor preguntarse: ¿mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas e imperfectas, es una muestra de valor preguntar si el hambre y la ignorancia y la guerra no generan grandes deformaciones. Del mismo modo hace falta valor para decir la verdad sobre uno mismo, sobre el vencido. Muchos de los que son perseguidos pierden la capacidad de reconocer sus fallos. La persecución les parece la mayor de las injusticias. Los perseguidores son los malvados, puesto que son los que persiguen; ellos, los perseguidos, son perseguidos a cuenta de su bondad. Pero esa bondad ha sido vapuleada, vencida y prohibida, y era por lo tanto una bondad débil, una bondad mala, efímera, nada fiable. Porque no es posible asignarle a la bondad la debilidad, como a la lluvia su humedad. Para decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos, sino porque eran débiles, para eso hace falta valor. Por supuesto, hay que escribir la verdad combatiendo la falsedad y no puede ser algo general, sublime, ambiguo. La falsedad es precisamente de esa manera general, sublime, ambigua. Cuando se dice de alguien que ha dicho la verdad, es que algunos o muchos o uno de los otros han dicho algo distinto, una mentira o algo general, pero él ha dicho la verdad, algo práctico, real, irrefutable, dando justo en el clavo.
Hace falta poco valor para lamentarse en general por la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad y amenazar con el triunfo del espíritu, en una parte del mundo en el que esto aún está permitido. Y entonces muchos actúan como si hubiera cañones apuntando sobre ellos, cuando lo único que les apunta son unos anteojos de teatro. Proclaman a gritos sus exigencias de tipo general a un mundo de amigos de gente insignificante. Exigen una justicia global en pro de la cual jamás han hecho nada, y una libertad universal para conseguir una parte del botín que durante tanto tiempo han tenido que compartir. Sólo consideran verdad lo que suena bien. Y si la verdad es algo numérico, seco, real, algo que cuesta trabajo encontrar y que requiere estudio, entonces para ellos no es verdad ni nada que les ponga en trance. No tienen más que el comportamiento aparente de aquellos que dicen la verdad. Lo miserable de ellos es que no saben la verdad.
Puesto que es difícil escribir la verdad, ya que en todos sitios se reprime, parece que para la mayoría escribir la verdad o no es una cuestión de ideología. Creen que para eso únicamente hace falta valor. Olvidan la segunda dificultad: encontrar la verdad. En modo alguno puede decirse que sea fácil encontrar la verdad.
En primer lugar ya no resulta sencillo dilucidar qué verdad merece la pena decir. Así es como ahora, por ejemplo, los grandes Estados civilizados acaban sumiéndose, uno tras otro ya ante los ojos de todo el mundo, en la barbarie más extrema. Además, todo el mundo sabe que la guerra civil que se lleva a cabo con los medios más terribles puede transformarse en una guerra exterior que tal vez deje nuestro continente reducido a un montón de escombros. Sin duda esto es una verdad, pero como es lógico hay más verdades. Así, no deja de ser cierto que las sillas tienen una superficie para sentarse y que la lluvia cae de arriba abajo. Muchos autores escriben verdades de esta índole. Se parecen a los pintores que cubren de bodegones las paredes de barcos a la deriva. Para ellos nuestra primera dificultad no existe, y sin embargo tienen la conciencia tranquila. Impasibles ante los poderosos, pero sin dejarse confundir tampoco por los gritos de los ultrajados, pincelan sus cuadros. Lo ilógico de su forma de actuar provoca en ellos mismos un “profundo” pesimismo, que venden a buen precio y que en realidad estaría justificado más bien en otros, a la vista de los maestros y las ventas. Y a pesar de todo no resulta fácil reconocer que sus verdades son del estilo de las de las sillas o la lluvia, normalmente suenan muy distintas, como verdades acerca de cosas importantes.
Esa gente no encuentra la verdad que merece la pena escribir. Otros por el contrario se ocupan realmente de las tareas más urgentes, no temen ni a los poderosos ni a la pobreza, pero sin embargo no pueden encontrar la verdad. Les faltan conocimientos. Están llenos de viejas supersticiones, de famosos prejuicios, bellamente formados hace mucho tiempo. El mundo es demasiado enrevesado para ellos, ignoran los hechos y no perciben las causas. Además de la ideología se requieren conocimientos que puedan adquirirse y métodos que puedan aprenderse. En esta época de grandes realidades y transformaciones, todos los escritores necesitan tener conocimientos de la dialéctica materialista, de economía y de historia, y pueden adquirirlos a través de libros y por iniciación práctica, si existe el tesón necesario. Pueden descubrirse muchas verdades de una forma más simple, partes de la verdad o hechos que lleven a encontrar la verdad. Si se quiere buscar está bien tener un método, pero también se puede encontrar sin método, o incluso sin buscar. Pero de una forma tan accidental es difícil conseguir una exposición de la verdad tal que sirva a la gente para saber como se debe actuar. Las personas que tan sólo escriben hechos pequeños no son capaces de hacer practicables las cosas de este mundo. Pero la verdad tiene únicamente ese objetivo y no otro. Esa gente no está a la altura de la exigencia de escribir la verdad.
Cuando alguien está dispuesto a escribir la verdad y es capaz de reconocerla, le quedan aún tres dificultades.
Hay que decir la verdad por las consecuencias que se desprenden de ella en cuanto al comportamiento. Como ejemplo de una verdad de la cual no puede extraerse ninguna consecuencia o sólo consecuencias erróneas, nos servirá la opinión tan extendida de que las graves circunstancias que reinan en algunos países se deben a la barbarie. En función de esta idea, el fascismo es una oleada de barbarie que ha irrumpido en algunos países con el poder de la naturaleza.
Según este planteamiento, el fascismo representa un tercer poder, nuevo, junto (y por encima de) el capitalismo y el socialismo; de acuerdo con esto, el movimiento socialista, y no sólo él, también el capitalismo, habría podido seguir subsistiendo sin el fascismo, etc. Por supuesto, ésta es una afirmación fascista, una capitulación ante el fascismo. El fascismo es una fase histórica en la que ha entrado el capitalismo, y por lo tanto algo nuevo y al mismo tiempo algo viejo. El capitalismo existe en los países fascistas tan sólo como fascismo y el fascismo sólo puede ser combatido en tanto que capitalismo, como el capitalismo más desnudo, insolente, represivo y engañoso.
¿Cómo puede querer alguien decir la verdad sobre el fascismo, al que se opone, si no quiere decir nada en contra del capitalismo, que es lo que lo causa? ¿Cómo podrá hacerse practicable su verdad?
Los que se oponen al fascismo, sin estar en contra del capitalismo, los que andan lamentándose por la barbarie generada por la barbarie, se parecen a la gente que quieren comer su ración de ternera, pero no toleran que deba sacrificarse al animal. Quieren comerse la ternera, pero no soportan ver la sangre. Se contentan con que el carnicero se lave las manos antes de servirles la carne. No están en contra de las condiciones de distribución de la riqueza que genera la barbarie, sólo contra la barbarie. Alzan su voz contra la barbarie y ello en países en los que reinan las mismas condiciones de distribución de la riqueza, pero en los que los carniceros aún se lavan las manos antes de servir la carne.
Las acusaciones tajantes contra medidas bárbaras pueden tal vez ser efectivas durante un breve tiempo, siempre que quienes las escuchen crean que en sus países no podrían plantearse semejantes medidas. Ciertos países son capaces de mantener aún en pie sus condiciones de distribución de la riqueza con medios menos violentos que otros. La democracia aún les presta los servicios para los que otros han de recurrir a la violencia, a saber, la garantía de la propiedad de los medios de producción. El monopolio sobre las fábricas, minas, tierras, genera por doquier circunstancias de barbarie; sin embargo, éstas son menos visibles. La barbarie se hace ostensible en el momento en que el monopolio ya no puede protegerse más que mediante la violencia abierta.
A algunos países que aún no precisan renunciar también, a causa de los monopolios de la barbarie, a las garantías formales del Estado de Derecho, así como a lujos tales como el arte, la filosofía, la literatura, les complace especialmente escuchar a quienes vienen de fuera reprochando a su patria el hecho de que renuncien a semejantes lujos, ya que esperan sacar partido de ello en las guerras venideras. ¿Hay que decir que han reconocido la verdad aquellos que por ejemplo exigen a voz en grito: lucha sin cuartel contra Alemania “puesto que esa es la auténtica patria de la maldad en esta época, la filial del infierno, la residencia del anticristo”? Mejor habría que decir que son gente perturbada, desorientado y perniciosa. Porque la conclusión de esa palabrería es que este país debe ser devastado. El país entero con todos sus habitantes, porque el gas tóxico no selecciona a los culpables cuando mata.
La persona despreocupada que no conoce la verdad se expresa en términos generales, elevados e imprecisos. Dice despropósitos sobre los alemanes, se lamenta por el mal; y el que escucha, en el mejor de los casos, no sabe qué hacer. ¿Debe tomar la determinación de no ser alemán? ¿Desaparecerá el infierno si él es bueno? También los comentarios sobre la barbarie nacida de la barbarie son de ese estilo. Según ellos, la barbarie surge de la barbarie y se acaba mediante la civilización surgida de la cultura. Todo esto está expresado en términos muy generales, no en función de las consecuencias que tiene para la conducta, y en el fondo no se dice a nadie en concreto.
Ese tipo de descripciones muestran tan sólo unos cuantos eslabones de la cadena de razones y pintan ciertas fuerzas motrices como indomables. Tales descripciones revelan mucho oscurantismo en el que se albergan las fuerzas que provocan las catástrofes. ¡Con un poco de luz aparecerían personas como causantes de las catástrofes! Porque vivimos en una época en la que el destino del ser humano es el ser humano.
El fascismo no es una catástrofe natural, que pueda entenderse precisamente a partir de la “naturaleza” de la persona. Pero incluso en el caso de las catástrofes naturales, hay formas de describirlas dignas del ser humano porque apelan a su fuerza combativa.
En muchas revistas americanas aparecieron publicadas, tras un gran terremoto que destruyó la ciudad de Yokohama, fotografías que mostraban un campo de ruinas. En el pie de la foto ponía “steel stood” (el acero se mantuvo en pie) y verdaderamente quien de primeras sólo hubiera visto ruinas, se percataba entonces, alertado por el pie de foto, de que algunos edificios altos se habían mantenido en pie. Entre las descripciones que pueden darse de un terremoto, las de los ingenieros de obras públicas son de incomparable relevancia. En ellas se contemplan los corrimientos del terreno, la fuerza de los impactos, el calor generado, etc., y dan lugar a un tipo de construcciones que resisten los seísmos. Quien quiera describir el fascismo y la guerra, las grandes catástrofes no naturales, ha de elaborar una verdad practicable. Tiene que mostrar que son catástrofes que los poseedores de los medios de producción les preparan a las ingentes masas de trabajadores sin medios propios de producción.
Si se quiere escribir satisfactoriamente la verdad acerca de hechos graves, debe escribirse de tal forma que puedan reconocerse cuales son sus causas evitables. Cuando se reconocen las causas evitables pueden combatirse los hechos graves.
Por la costumbre secular de comerciar con lo escrito en el mercado de las opiniones y los relatos y por el hecho también de habérsele quitado al escritor su preocupación por lo escrito, el escritor ha ido ganando la impresión de que su cliente o quien le hace los encargos, el intermediario, transmite lo escrito a todo el mundo. Pensaba: yo hablo, y quienes quieren escuchar, escuchan. En realidad hablaba, y los que podían pagar, escuchaban. No todos escuchaban lo que decía, y los que lo escuchaban no querían oírlo todo. Sobre eso se ha dicho mucho, pero no lo suficiente; sólo quiero poner aquí de relieve que ese “escribir a alguien” se ha transformado en un “escribir”. Pero la cuestión es que la verdad no puede escribirse a secas; sin duda hay que escribírsela a alguien para quien sea de utilidad. El conocimiento de la verdad es un proceso común a escritor y a lector. Para decir algo bueno hay que saber escuchar bien y oír cosas buenas. La verdad debe decirse y oírse con interés. Y para nosotros, los escritores, es importante a quién se la decimos y quién nos la dice.
Hemos de decir la verdad a cerca de lo que va mal a aquellas personas a las que peor les va, y es también a través de ellos como debemos descubrirla. No se debe hablar exclusivamente a la gente de una determinada ideología, sino a la gente a la que le correspondería esa ideología por razón de su situación. ¡Y los que os escuchan no dejan de transformarse! Incluso puede hablarse a los verdugos, si el pago por ejecución no llega a producirse o el riesgo es demasiado grande. Los campesinos bávaros se oponían a cualquier tipo de revolución, pero una vez que la guerra hubo durado lo suficiente y los hijos volvieron a casa y no encontraron sitio en las granjas, entonces sí se les pudo movilizar para la revolución.
Para los escritores es importante atinar con el tono de la verdad. Normalmente lo que se oye es un tono muy suave y doloroso, el de la gente que no puede ni matar una mosca. Quien oye este tono y se encuentra en la miseria, se vuelve aún más miserable. Así es como hablan los que tal vez no sean enemigos, pero a buen seguro tampoco correligionarios. La verdad es algo beligerante, no sólo combate la falsedad, sino también a determinadas personas que la propagan..
Hay muchos que, orgullosos de tener valor para decir la verdad, dichosos de haberla encontrado, cansados tal vez del trabajo que cuesta darle una forma practicable, esperando impacientes que recurran a ella aquellos cuyos intereses ellos defienden, no consideran necesario tener que echar mano de la astucia a la hora de propagar la verdad. Y así es como a veces su trabajo queda sin efecto. En todos los tiempos se ha utilizado la astucia a fin de propagar la verdad cuando esta era reprimida o encubierta. Confucio falseó un viejo calendario histórico patriótico. Tan sólo cambió ciertas palabras. Donde decía: “El monarca de Kun hizo matar al filósofo Wan porque había dicho tal o cual cosa”, Confucio puso, en lugar de “matar”, “asesinar”. Y si ponía que el tirano Fulano de tal había perdido la vida en un atentado, el puso “había sido ejecutado”. De esa manera, Confucio abrió paso a una nueva valoración de la historia.
Quien en nuestros tiempos dice pueblo en lugar de población y tierras en lugar de suelo, está dejando de secundar muchas mentiras. Quita a las palabras su corrupto misticismo. La palabra pueblo implica una cierta unidad y apunta a unos intereses comunes y por lo tanto tan sólo debería utilizarse cuando se está hablando de varios pueblos, porque entonces como mucho se puede imagina una comunidad de intereses. La población de una comarca tiene intereses diversos, incluso contrarios, y ésa es una verdad que se reprime. Y, del mismo modo, quien habla del suelo y pinta los campos pensando en los ojos y las narices, hablando de su color y su olor a tierra, secunda las mentiras de los poderosos, porque lo importante no es la distribución del suelo, ni el tesón para cultivarlo, ni el amor que la persona pueda profesarle, sino principalmente el precio del cereal y el precio del trabajo. Aquellos que sacan beneficios del suelo no son los que sacan de él el cereal, y en las bolsas no se conoce el olor del terruño. Allí huele a otra cosa. Por el contrario, la palabra adecuada es tierra; con ella se engaña menos. Para la palabra disciplina habría que elegir la palabra obediencia, allá donde reina la opresión, porque la disciplina también es posible sin señor y por ello constituye algo en sí más noble que la obediencia. Y mejor que la palabra honor es dignidad humana, porque así el individuo no desaparece tan fácilmente de la vista. ¡Ya se sabe que morralla aspira a poder defender el honor de un pueblo! Y lo pródigos que son los ahítos a la hora de repartir honor a aquellos que les sacian y a la vez mueren de hambre. La astucia de Confucio puede utilizarse aún hoy.
Confucio sustituyó valoraciones injustificadas a cerca de asuntos nacionales por otras justificadas. El inglés Tomás Moro describió en una utopía un país en el que reinaba un estado justo de cosas... ¡era un país muy distinto del país en el que vivía, pero se le parecía mucho, menos en las condiciones de la vida!
Lenin, amenazado por la policía del zar, quiso reflejar la explotación y represión de la isla de Sajalín por parte de la burguesía rusa. En vez de Rusia, puso Japón, y en lugar de Sajalín Corea. Los métodos de la burguesía japonesa trajeron a la memoria de todos los lectores los de la Rusia de Sajalin, pero no se prohibió el escrito, ya que Japón estaba enemistado con Rusia. Muchas de las cosas que no se pueden decir en Alemania sobre Alemania pueden decirse sobre Austria.
Hay múltiples argucias con las que poder engañar al receloso Estado.
Voltaire combatió la creencia de la Iglesia en los milagros escribiendo una poesía galante sobre la Doncella de Orleáns. Describió los milagros que sin duda debieron ocurrir para que Juana se mantuviera virgen en un ejército y en una corte y entre monjes. Merced a la elegancia de su estilo y el relato de aventuras eróticas, extraídas de la voluptuosa vida de los poderosos, sedujo a estos para que abandonaran una religión que les proporcionaba los medios para esa vida desahogada. Así es como dio la posibilidad de que sus obras, por medios ilícitos, llegaran a aquellos para los que estaban pensadas. Los poderosos de entre sus lectores potenciaron o consintieron la propagación sin recurrir a la policía, que defendía sus diversiones. Y el gran Lucrecio subraya de forma expresa que esperaba que la belleza de sus versos contribuyera a la propagación del ateísmo epicúreo.
Efectivamente, que el nivel literario de una afirmación sea alto puede servir de protección a un relato. No obstante, algunas veces también levanta sospechas. Y entonces puede que se trate de rebajarlo adrede. Es lo que ocurre por ejemplo cuando, en la desprestigiada forma de la novela policíaca, se infiltran de tapadillo relatos de circunstancias precarias en pasajes desapercibidos. Tales descripciones justificarían plenamente una novela policíaca. El gran Shakespeare rebajó el nivel por consideraciones de mucha menor enjundia cuando, con toda intención, restó fuerza al discurso de la madre de Coriolano, a lo largo del cual ella se enfrenta a su hijo, que marcha sobre la ciudad que le vio nacer; Shakespeare quería que Coriolano cejara en sus planes no por auténticas razones o por una profunda emoción, sino por una cierta dejadez con la que se abandonaba una vieja costumbre. Shkespeare nos brinda otro ejemplo de verdad difundida astutamente en el parlamento de Antonio junto al cadáver de Cesar. No deja de hacer hincapié en que el asesino de Cesar, Bruto, es un hombre honorable, pero también relata su acción, y el relato de esa acción es más impresionante que el del propio autor; de modo que el orador se deja arrastrar por los hechos, concediéndoles un mayor grado de elocuencia que “a sí mismo”.
Un poeta egipcio, que vivió hace cuatro mil años, se valió de un método similar. Era una época de grandes luchas de clases. La clase hasta entonces dominante se defendía denodadamente de su gran adversario, la parte de la población que hasta entonces solo era sierva. En el poema se presenta en la corte del señor un sabio que exhortaba a la lucha contra los enemigos del interior. Relata extensa e intensivamente el desorden surgido tras el levantamiento de las capas inferiores. Ese relato es como sigue:
Así es: los nobles se quejan y los humildes se alegran.
Todas las ciudades dicen: expulsemos a los fuertes de entre nosotros.
Así es: se abren los despachos, se sacan las listas y los siervos se convierten en señores.
Así es: ya no hay quien reconozca al hijo de un notable.
El niño de la señora se convierte en el hijo de su esclava.
Así es: han atado a los ciudadanos a la rueda del molino.
Han sido aquellos que nunca vieron la luz del día.
Así es: se destrozan las cajas de ébano para las ofrendas.
A hachazos convierten la maravillosa madera de Sesnem en camas.
Mirad: la corte ha sucumbido en una hora.
Mirad: los pobres del país se han convertido en ricos.
Mirad: quien no tenía pan, tiene ahora un granero, su despensa se llena con los
bienes de otro.
Mirad: al hombre le sienta bien tomar su alimento.
Mirad: quien no tenía grano ahora tiene ciento; quien necesitaba donativos de
trigo es ahora quien los reparte.
Mirad: quien no tenía yuntas de bueyes, posee ahora rebaños; quien no podía
hacerse con bestias de labranza tiene ahora rebaños.
Mirad: quien no podía hacerse una habitación tiene ahora cuatro paredes.
Mirad: los consejos buscan refugio en el granero; a quien apenas estaba
Permitido descansar en los muros tiene ahora una cama. [i]
Mirad: quien no podía hacerse una barca, tiene ahora barcos, y si el dueño los
Mira ya no son suyos.
Mirad: quienes tenían ropaje van ahora en harapos, y quien tejía para otros posee
Ahora excelente lino.
Mirad: el rico duerme sediento, y quien antes le pedía los posos, tiene ahora
Cerveza de la fuente.
Mirad: quien no entendía de cómo tocar el harpa tiene ahora un harpa, aquel ante
Quien no se cantaba aprecia ahora la música.
Mirad: quien antes dormía sólo a causa de su miseria, ahora encuentra mujeres,
El que antes miraba su rostro en el agua tiene ahora un espejo.
Mirad: los más ilustres del país corren por ahí sin nada que hacer. A los grandes
Ya no se les comunica nada.
Quien era mensajero, envía ahora a otro...
Mirad: hay cinco hombres enviados por sus señores.
Dicen: ahora haced vosotros vuestro camino, que nosotros ya hemos llegado.
Resulta evidente que esta es la descripción de un desorden que debe parecer muy deseable a los oprimidos. Y sin embargo el poeta es difícilmente comprensible. Él condena expresamente esa situación, aunque mal...
Jonatan Swift propuso en un opúsculo que, para que el país alcance el bienestar, se escabechará los niños de los pobres para venderlos luego como carne. Hizo cálculos exactos que probaban que se puede ahorrar mucho si uno no se arredra ante nada.
Swift se hizo el tonto. Defendía una determinada forma de pensar, que él repudiaba, con gran pasión y profundidad en una cuestión que ponía en evidencia ante todo el mundo la crueldad de esa ideología. Cualquiera podría ser más inteligente que Swift o al menos más humano, sobre todo aquel que hasta ahora no haya estudiado determinadas ideas teniendo en cuenta las consecuencias derivadas de ellas.
La propaganda a favor del pensamiento, sea cual sea el terreno en que se lleve a cabo, sirve a la causa de los oprimidos. Tal propaganda es muy necesaria. Bajo los gobiernos que sirven a la explotación, pensar está visto como algo mezquino.
Se ve bajo algo como aquello que es útil para los que se mantienen abajo. Ruin se considera también la constante preocupación por el hartazgo; el desprecio por los honores que se ofrecen a los defensores del país donde estos mueren de hambre; dudar del Führer, cuando éste lleva a la calamidad; la aversión al trabajo que no alimenta a quien lo realiza; el enfado contra la obligación de actuar absurdamente, la indeferencia hacia la familia a la que el interés ya no serviría. Se tacha a los hambrientos de glotones, que no tienen nada que defender, de cobardes que dudan de sus opresores, de personas que dudan de su propia fuerza, que pretenden un salario por su trabajo, de haraganes, etc. Bajo esos gobiernos pensar es considerado en casos generales como ruin y cae en desprestigio. Ya no se enseña a pensar en ningún sitio y, donde surge, se persigue. No obstante, siempre hay ámbitos en los que se puede aludir a los éxitos del pensamiento sin recibir castigo; se trata de aquellos ámbitos en los que las dictaduras precisan del pensamiento. Así, por ejemplo, se pueden demostrar los éxitos del pensamiento en los ámbitos de la ciencia bélica y la técnica. También el racionamiento de las reservas de lana mediante una buena organización e invención de fibras sustitutivas requiere del pensamiento. El empeoramiento de la alimentación, la educación de los jóvenes para la guerra, todo ello requiere pensar. Puede describirse. La alabanza de la guerra, del objetivo irreflexivo de este pensamiento, puede evitarse con astucia; así el pensamiento surgido de la pregunta de cuál es la mejor forma de hacer la guerra puede llevar a la cuestión de si esta guerra tiene sentido y emplearse en la cuestión de cuál es la mejor forma de evitar una guerra inútil.
Como es natural, es difícil plantear esta cuestión de forma pública. Entonces ¿no puede aprovecharse el pensamiento que se ha propagado, en otras palabras, configurarlo radicalmente? La respuesta es: sí.
A fin de que, en una época como la nuestra, siga siendo posible la opresión, que sirve a la explotación de una (mayor) parte de la población por parte de la otra (pequeña) parte, es necesario que la población tenga una actitud muy determinada, que debe abarcar todos los ámbitos. Un descubrimiento en el campo de la zoología como el del inglés Darwin de repente podía convertirse en un peligro para la explotación; no obstante durante un tiempo la Iglesia fue la única que se ocupó de ello, mientras que la policía no se percataba de nada. En los últimos años, las investigaciones de los físicos han llevado a conclusiones en el campo de la lógica que no en vano podrían resultar peligrosas para una serie de principios y creencias que sirven a la opresión. El filósofo estatal prusiano Hegel, inmerso en difíciles investigaciones en el campo de la lógica, proporcionó a Marx y Engels, los clásicos de la revolución proletaria, métodos de un valor incalculable. El desarrollo de las ciencias se produce en conjunto, pero no de manera uniforme, y el Estado no está capacitado para controlarlo todo. Los defensores de la verdad pueden elegir campos de batalla que pasen relativamente inadvertidos. Todo depende de que se enseñe una forma correcta de pensar, un pensamiento que pregunte a todas las cosas y sucesos por su lado efímero y cambiable.
Los poderes tienen una profunda aversión a las transformaciones profundas. Quieren que todo se quede como está, si puede ser por mil años, mejor. Y si la luna se detuviera y el sol dejara de girar, mejor todavía. Porque entonces a nadie le entraría hambre ni querría cenar. Una vez que ellos han disparado, resulta que el adversario no debe poder disparar, y que su disparo ha de ser el último. Una forma de ver las cosas que ponga especial énfasis en lo pasajero es un buen medio para dar ánimos a los oprimidos. Y también el hecho de que en cada cosa y en cada situación surja y crezca una contradicción supone algo que ha de esgrimirse frente a los vencedores. Tal forma de ver las cosas (como la de la dialéctica, la doctrina del fluir de las cosas) puede empezar a practicarse investigando cuestiones que se escapan a los dominadores durante un tiempo. Pueden utilizarse en la biología o en la química. Pero también pueden practicarse en el relato del porvenir de una familia sin levantar demasiado revuelo. La dependencia de cada cosa de otras muchas que están en continuo cambio es un pensamiento peligroso para las dictaduras y puede mostrarse en múltiples formas, sin dar margen a la policía. Una descripción detallada de todas las circunstancias y procesos que afectan a un hombre que abre un estanco puede suponer un duro golpe contra la dictadura. Todo el que reflexione un poco sabrá por qué. Los gobiernos que sumen a las masas humanas en la miseria deben evitar que en medio de la miseria se piense en el gobierno. Hablan mucho del destino. Él es quien tiene la culpa de la miseria, no ellos. Quien investigue en las razones de esa penuria es detenido antes de que tope con el gobierno. Pero, en general, es posible contrarrestar tanta palabrería sobre el destino; se puede mostrar que el destino de cada persona es preparado por otras personas.
Y esto puede ocurrir de muy diversas maneras. Por ejemplo puede narrarse la historia de una granja, la de una granja islandesa, por ejemplo. El pueblo entero habla de que sobre la granja pesa una maldición: una campesina que se ha echado a un pozo, un campesino que se ha ahorcado. Un día se celebra una boda, el hijo del campesino se casa con una muchacha que aporta unas cuantas tierras como dote. La maldición huye de la granja. El pueblo no está del todo de acuerdo a la hora de valorar ese feliz golpe de fortuna. Unos lo atribuyen a la naturaleza alegre del joven campesino, otros a las tierras que la joven campesina ha aportado y que han devuelto la vida a la granja.
Pero incluso en un poema que muestra un paisaje puede conseguirse algo, que se incluyan en la naturaleza las cosas que ha creado el ser humano.
La gran verdad de nuestro tiempo (con cuyo conocimiento no basta, pero sin cuyo conocimiento no puede encontrarse ninguna otra verdad de importancia) es que nuestro continente se sume en la barbarie porque la propiedad se vincula forzosamente a los medios de producción. ¿De que sirve escribir algo valeroso de lo que se desprenda que el estado en el que nos sumimos es bárbaro (lo cual es cierto), si no está claro por qué hemos llegado a este estado? Hemos que decir que se tortura, porque las relaciones de propiedad han de mantenerse intactas. Por supuesto, cuando decimos esto perdemos muchos amigos que están en contra de la tortura, porque creen que las relaciones de propiedad podrían mantenerse sin la necesidad de la tortura (algo que no es cierto).
Tenemos que decir la verdad acerca de la situación de barbarie que existe en nuestro país, que puede hacerse aquello que la llevaría a desaparecer: cambiar las condiciones de la propiedad.
Y además debemos decírselo a aquellos que más sufren con el reparto de la propiedad y más interés tienen en cambiarlo: a los trabajadores y a aquellos que podemos presentar como aliados suyos, porque ellos en realidad tampoco tienen propiedad sobre los medios de producción, aunque participen de los beneficios.
Y, en quinto lugar, tenemos que actuar con astucia.
Y estos cinco obstáculos hemos de superarlos a la vez, porque no podemos investigar la verdad acerca de la situación de barbarie sin pensar en aquellos que la padecen y mientras nosotros, sacudiéndonos siempre todo arrebato de cobardía, buscamos las verdaderas causas en función de aquellos que están dispuestos a utilizar sus conocimientos, tenemos que pensar también en hacerles llegar la verdad de tal manera que en sus manos pueda ser un arma y al mismo tiempo hacerlo de forma tan astuta que esa transmisión no pueda ser descubierta y abortada por el enemigo.
Esto es lo que se pide cuando se pide que el escritor diga la verdad.