Quien haya estado en Cuba sabrá lo difícil que es hacerse una composición de lugar más o menos justa de la cultura local. Gran parte de la literatura cubana contemporánea se escribe en el exilio; pero la que no pierde el contacto cotidiano con los vaivenes del régimen de los hermanos Castro se continúa produciendo en la isla. El joven escritor Jorge Enrique Lage Jiménez (La Habana, 1979), licenciado en Bioquímica, redactor de la revista El Cuentero, coeditor de la Editorial Caja China y autor de «El color de la sangre diluida» (Editorial Letras Cubanas, 2008), responde a las siguientes preguntas al ritmo que se lo permite una precaria conexión a internet.
En su relato «15.000 latas de atún y aún no tenemos cómo abrirlas» parodia el proceso de edición de una novela en Cuba. ¿Qué hay de realidad en lo que narra en ese cuento?
Al principio, cuando todas las editoriales cubanas han dejado de publicar libros, el protagonista dice: «De todas formas, aquí no se publicaba lo que yo quería leer». Y luego, se pregunta: «¿Cuándo hubiéramos tocado esos libros de los que todos hablan y que hace cinco, diez, veinte años, pasaron por las manos del resto del mundo?». La realidad conecta por ahí. Claro que en Cuba las editoriales publican libros. Pero entras a una librería y es sólo eso: libros de editoriales cubanas y de autores cubanos, algún autor extranjero, a menudo seleccionado sin mucho criterio, y nada más.
¿Cómo definiría la literatura actual cubana?
Yo no intentaría definirla. La literatura cubana actual tiene su parte de vitrina. La dinámica del mercado es la que define eso. Pero detrás de la vitrina está el cajón oculto de esos escritores, muertos y vivos.
¿Puede entenderse la literatura que se escribe dentro sin tener en cuenta la que se escribe fuera?
La cuestión dentro-fuera tiene varias aristas. Cuba es una isla no sólo desde el punto de vista geográfico. El movimiento editorial y mediático de libros y autores no le hace justicia a los movimientos internos de la literatura cubana actual. Puede parecer que lo último que saltó de aquí y cayó en una librería de Barcelona es lo más novedoso, lo más interesante o, peor, lo único que hay. Rara vez es así.
¿Qué lugar simbólico ocupan los escritores que decidieron quedarse, como Antón Arrufat o Pedro Juan Gutiérrez?
Hay muchas maneras de habitar Cuba. Antón Arrufat es una vaca sagrada. Premio Nacional de Literatura, con todo lo que eso implica de (sobre) exposición. Pedro Juan es un animal de otra clase. «Trilogía sucia de La Habana», el libro que lo situó en la arena internacional –y tal vez su mejor libro–, permanece inédito en Cuba. No es un escritor al que veas de jurado en un concurso, ni asistiendo a recepciones u homenajes. El nombre de Pedro Juan, como el de Leonardo Padura y algún otro, está asociado permanentemente a los debates sobre mercado, sobre el impacto de la literatura cubana más allá de las fronteras. También hay casos peculiares como el de Ena Lucía Portela, que ha decidido quedarse y publicar también en su país, viviendo en Cuba full-time pero sin dejar de estar en todo momento muy lejos de Cuba.
¿Y los que decidieron marcharse, como Antonio José Ponte o Rafael Rojas?
Al igual que quedarse, partir no te condiciona de por sí; aunque influye muchísimo. No son pocos los escritores cubanos que publican y se promueven oficialmente viviendo en cualquier otra parte. Ahora bien, por razones políticas, hay autores que no son tolerados por el Gobierno: Ponte y Rojas entre ellos. Lo que pasa es que el veto tiene sus límites. Cuando se trata de ensayistas de ese calibre, los libros caen en Cuba por la fuerza de la gravedad. Los libros de Ponte y Rojas se leen, se discuten, reposan con naturalidad en las bibliotecas privadas de los escritores. Su lugar es el de la espera: llegará el momento en que ese diálogo encuentre un espacio para hacerse público.
¿Considera que la tradición de los grandes autores cubanos exiliados (pienso en Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, etc.) está presente en las nuevas generaciones de escritores?
Creo que sí. Y también Gastón Baquero, y José Kozer, y Enrique Labrador Ruiz... Y el espectro esquizoide de Lorenzo García Vega. A Reinaldo Arenas y a Cabrera Infante mi generación los ha leído muchísimo. Otra cosa es si la radicalidad y la risa de «Tres tristes tigres» y «El color del verano» están presentes en lo que se escribe hoy; si hay obras narrativas que muestren una escritura tan consciente de su propio poder, de su fuerza liberadora. Entonces la respuesta es definitivamente no.
¿Qué corrientes destacaría en la nueva literatura cubana?
Me temo no poder destacar ninguna corriente. En un panorama donde escasean las revistas, donde no hay suplementos, donde toda producción editorial está centralizada y controlada por el Estado, pretender ejercer de coolhunter es desolador.
¿Hasta qué punto son necesarias plataformas de difusión como editoriales, ferias o acceso a internet para que se mantenga vivo el debate literario?
Absolutamente. Pero el debate literario es lo de menos. En Cuba hacen falta plataformas para un debate abierto sobre los muchos problemas y traumas que enfrenta hoy la sociedad cubana, sobre el proyecto político del país.
¿Qué «blogs» se leen en Cuba?
Me gustaría saberlo. Y quiénes los leen. Y en dónde. Y con qué frecuencia. Y si comentan o no. Toda esa información –que debe de estar registrándose en alguna parte– revelaría cosas muy interesantes. Pero la verdad, no tengo idea.
¿Qué opina sobre Yoani Sánchez?
Yo creo que, en su blog, Yoani encontró un tono que, para mi gusto, apela demasiado a la emoción, por encima de la inteligencia del lector, pero que indudablemente sintoniza con algo. Yoani ha logrado que en ella hable, sobre todo, la sensatez. Y esto es muy difícil cuando se trata de la realidad cubana, sacudida por el absurdo total. Es obvio que fuera de Cuba la leen diferente. Quien está familiarizado con la realidad que Yoani comenta, siente al leerla como un déjà vu: casi todo el mundo ha pensado y compartido en privado frases parecidas sobre el país. Hay algo de tercera persona en ese posteo. Creo que por eso es por lo que los breves textos de Yoani van a ser leídos, como una de las tantas visiones de la cotidianidad cubana de estos años, mucho después de que se hayan sumergido en la oscuridad los que hoy le caen a golpes y se haya dejado de hablar de ella; cuando su generación y la mía hayan sido desplazadas por otras, espero, más inteligentes.