Una nación para todos, ALEJANDRO DE LA FUENTE.



Extractos del Capítulo 8 “El período especial” del libro “Una nación para todos.
Raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000”
Editorial Colibrí (Madrid, España 2000)


La gente no cambia por dentro,
tiene que venir la ventolera...
Así y todo quedan grandes pedazos con
raíces profundas que luchan por brotar.

MANUEL GRANADOS

Adire y el tiempo roto (1967)

Las empresas de turismo parecen empresas
de África del Sur en los tiempos de Pieter Botha;
tú vas allí y todos son blancos, y yo me digo:
"¡Dónde estoy en Holanda?"
GUSTAVO
cantante, negro (1994)


La economía cubana se estancó a fines de los años ochenta, durante el llamado "período de rectificación" iniciado por el tercer congreso del Partido Comunista en 1986. Este programa desmanteló el pragmatismo que caracterizó el período 1971-1985, basado en una aplicación limitada de la economía de mercado, promovió la centralización en la toma de decisiones y revitalizó las movilizaciones de masa y el trabajo voluntario como formas de organización del trabajo. Esta era la situación cuando, tras el colapso de la Unión Soviética, la economía cubana entró en una severa depresión. Entre 1989 y 1993 el producto interno bruto disminuyó tanto como un 40%. Si en 1986 Fidel Castro y el Partido Comunista coincidían en que era necesario promover más igualdad racial en áreas en las que el cambio había sido demasiado lento, a principios de la década del noventa era evidente que tales avances tendrían que hacerse con recursos sumamente escasos .

El problema, sin embargo, no es que no hubiera recursos disponibles para eliminar la desigualdad en áreas en las que los adelantos anteriores habían sido modestos. Los recursos escaseaban incluso para mantener los niveles anteriores de bienestar social. Es más, después de 1993 el gobierno cubano fue obligado a introducir
varias medidas orientadas al mercado para fomentar la productividad y estimular la estancada economía de Cuba. Entre ellas, estaban la legalización del dólar norteamericano, diferentes formas de empleo por cuenta propia, la promoción de la inversión extranjera, y la "liberalización" de los mercados agrícolas. El programa produjo una modesta recuperación después de 1995, pero las autoridades cubanas reconocieron que el éxito había tenido cierto costo social. Las nuevas políticas económicas provocaron inevitablemente una creciente desigualdad y resentimiento en una población acostumbrada a vivir en un escenario social altamente igualitario. Como comentó un vicepresidente del Consejo de Estado cubano en 1993: "Esto creará diferencias entre las personas, mayores que las que tenemos ahora y mayores que las que estamos acostumbrados a tener desde la revolución... la desigualdad o privilegios que puedan crearse son realidades que nosotros debemos permitir". El mismo funcionario admitió en 1995 que algunas de las medidas adoptadas no coincidían "con las aspiraciones de igualdad" que habían regido en el país desde el triunfo revolucionario de 1959 . Aunque los privilegios y las desigualdades tenían que ser toleradas, las autoridades cubanas probablemente esperaban que la crisis no tuviera un impacto racial específico. Los niveles relativamente altos de igualdad y la integración racial efectiva que la sociedad cubana había logrado en los años ochenta, debían haber garantizado un impacto racialmente neutro de las fuerzas del mercado. Los individuos serían afectados según su posición social y su empleo, sin tener en cuenta la raza. Sin embargo, las evidencias disponibles indican que bajo el llamado período especial la desigualdad social y las tensiones sociales racialmente definidas aumentaron sustancialmente.


DEL PREJUICIO A LA DISCRIMACIÓN

A pesar de su posición anti-discriminatoria y de sus políticas sociales igualitarias, el gobierno revolucionario fracasó en la creación de una sociedad sin distinciones raciales, como había vislumbrado a principios de los años sesenta. El silencio oficial sobre la raza contribuyó a la supervivencia, reproducción, e incluso creación de ideologías racistas y estereotipos en una sociedad que, particularmente en los años sesenta, todavía estaba lejos de ser racialmente igualitaria. Lo que desapareció del discurso público encontró un terreno fértil en los espacios privados, donde la raza continuó influyendo las relaciones sociales entre amigos, vecinos, compañeros de trabajo y miembros de la familia. Una multitud de chistes racistas, supuestamente inofensivos, reprodujeron imágenes tradicionales del negro como delincuente, sucio, perezoso, y genéticamente inferior. Las ideologías raciales tradicionales se reprodujeron dentro del seno familiar y se transmitieron en hogares multi-generacionales. Las investigaciones de la antropóloga Nadine Fernandez sobre las dificultades enfrentadas por las parejas interraciales en Cuba demuestra convincentemente cómo los estereotipos raciales tradicionales han limitado considerablemente las opciones de las jóvenes parejas .

No obstante, la intensidad con que estas ideologías y prejuicios raciales han penetrado la sociedad cubana y la conciencia popular es en cierto modo sorprendente. El 75% de los encuestados en un estudio realizado en La Habana y Santiago en 1994 estuvo de acuerdo en que el prejuicio racial es común en la isla. Un estudio realizado por el Centro de Antropología en tres barrios habaneros en 1995 encontró que el 58% de los blancos consideró que los negros son menos inteligentes, el 69% afirmó que no tienen los mismos "valores" y "decencia" que los blancos, y el 68% se opuso a los matrimonios interraciales . Para poner estas cifras en cierta perspectiva, en los Estados Unidos la proporción de blancos que declaró estar opuesto a los matrimonios interraciales era de hecho más baja a principios de los años ochenta (40%).

Igualmente, la proporción de blancos que declaró no tener preferencia alguna acerca de la composición racial de su barrio era más baja en La Habana (38%) que en los Estados Unidos (42%) . Datos similares compilados por Daniela Hernández en Santa Clara proporcionan un cuadro menos crítico (por ejemplo, el 96% de los individuos blancos declaró que los negros y blancos son igualmente inteligentes; el 65% se opone a los matrimonios interraciales), pero estos resultados corroboran lo que muchos sospechaban: que el prejuicio racial nunca desapareció en la Cuba post-revolucionaria. Esta ideología se presenta frecuentemente como un "rezago" o "remanente" del pasado que se supone que desaparecerá a su debido tiempo y cuyo impacto supuestamente se circunscribe a los individuos y su familia más inmediata. Tales representaciones son comunes en el discurso oficial, en trabajos periodísticos y en el imaginario popular. Por ejemplo, en 1986, el programa del PCC reconoció que "el proceso de eliminación" de "los prejuicios raciales" no había sido tan "acelerado" como inicialmente se vislumbró y planteó que tales creencias afectaban "la psique" de "un cierto número de personas". Un artículo publicado en la revista popular Somos jóvenes en 1990 se preguntaba si los cubanos estaban "completamente libres" de "la herencia ideológica" del racismo. Otro artículo periodístico afirmó en 1991 que era un error asumir que "los vestigios" de siglos de racismo y discriminación habían desaparecido totalmente bajo la revolución. Después de afirmar que todos los cubanos tenían iguales oportunidades, el autor admitió que "algunas veces" tales oportunidades chocaban con "un ambiente familiar inadecuado y otros factores subjetivos". En la medida en que han investigado este problema, la mayoría de los estudiosos cubanos comparten estas nociones.

La caracterización de las ideologías racistas como una "herencia" que afecta sólo a los individuos sirve varios propósitos. Esta interpretación obviamente exonera al gobierno revolucionario y a la sociedad cubana contemporánea de cualquier responsabilidad en la creación de estereotipos y prejuicios raciales. Según el discurso dominante, estas ideas fueron creadas en el pasado –a veces tan remoto como durante los tiempos de la esclavitud. Si ellas todavía afectan algunas relaciones sociales (matrimonios interraciales, por ejemplo), es porque no ha transcurrido bastante tiempo. La consecuencia lógica de dicho análisis, por supuesto, es que las mismas desaparecerán en el futuro aún en ausencia de una acción social y política sistemática. Además, aunque se reconoce que alguna acción podría ser necesaria, la urgencia de este problema se diluye de algún modo por su misma naturaleza: las ideologías racistas tienen una incidencia social limitada, porque sólo afectan las relaciones privadas y familiares sobre las cuales el gobierno tiene poco control. Como en Brasil, los cubanos blancos culpan a cualquier cosa (la historia, la esclavitud) o a cualquiera (influencia extranjera) salvo a ellos mismos por el racismo y la discriminación. De hecho, las ideas tradicionales sobre la raza han encontrado condiciones propicias bajo la revolución para reproducirse y, quizás, incluso expandirse. Por ejemplo, la creencia de que los afrocubanos continúan siendo primitivos, perezosos y salvajes, sin tener en cuenta el avance educacional, es frecuentemente explicada en términos de su bajo "nivel cultural" –la misma noción utilizada por el gobierno revolucionario en los años sesenta y setenta para ridiculizar las religiones afrocubanas y otras formas de cultura popular. La identificación de la negritud social con la marginalidad, el crimen y la peligrosidad social ha contribuido a nutrir la idea –muy extendida en la población cubana– de que los negros están naturalmente predispuestos para cometer crímenes. El mismo éxito de la revolución en crear oportunidades iguales en la educación, el empleo y en otras áreas sociales, es ahora usado para demostrar la inferioridad ineludible de los negros. Un médico blanco de 40 años de edad entrevistado por Duharte y Santos lo explica de forma insuperable: "Yo tengo una teoría que tal vez pueda ser considerada fascista, pero para mí los negros son inferiores a los blancos en cuanto a coeficiente de inteligencia, y uno de los argumentos en los que me apoyo para sustentar esta teoría es en el hecho de que en Cuba, donde hace ya 35 años los negros gozan de las mismas oportunidades que los blancos para estudiar y superarse, no se han visto resultados que evidencien que estos puedan igualarse a los blancos... ¿Cómo no pensar también que esa herencia genética repercute a nivel neurológico y los hace distintos, es decir, inferiores?" Otro profesional masculino blanco, de 50 años de edad, coincide con esta apreciación: "A los negros les quitamos los grilletes y los soltamos en el potrero. Ahora, 35 años después, están peores, más mal educados; en vez de aprovechar para superarse, siguen siendo marginales y delincuentes".

Ignorando los adelantos hechos por los afrocubanos en casi todos los frentes y evitando un acercamiento crítico a la cuestión racial, los medios de comunicación patrocinados por el estado han contribuido también a la persistencia de algunas de estas imágenes racistas. Para comenzar, los actores negros están perceptiblemente ausentes de la televisión y son frecuentemente relegados a papeles estereotipados. "Cuando yo trabajaba en la televisión", afirma una escritora negra, "una vez le dije al director nacional que los negros en la TV estábamos liquidados porque la TV no reflejaba la realidad de los negros. Si los programas eran de época [referidos al pasado], los negros aparecían como domésticos o santeros, y no era así: había una
clase de profesionales negros... Tampoco hoy se reflejan los profesionales negros en la TV, los creados por la revolución. Siempre al negro lo ponen como marginal... Yo escribía un libreto con un personaje negro y me lo cambiaban y ponían un blanco". Su experiencia no es de ninguna manera única. Cuando la dramaturga y escritora de televisión Maité Vera intentó poner negros en papeles principales en algunos de sus programas, ella fue criticada por promover "el racismo inverso". "Durante muchos años", explicó Vera en una entrevista con Cuba Update en 1991, "nuestros creadores... han actuado como si ellos fueran ciegos a... esta población multicolor que no estaba tan mezclada antes".

Lo mismo ocurre con las películas. Los actores afrocubanos han asumido papeles principales en películas que tratan sobre la esclavitud, como El otro Francisco (1974) y Rancheador (1977) de Sergio Giral o en La última cena (1976), la aclamada película de Tomás Gutiérrez Alea. Gutiérrez Alea usó un elenco totalmente negro en
una película anterior –Cumbite (1964)– pero la historia tiene lugar en Haití, no en Cuba. Los negros y mulatos figuran de forma prominente en De cierta manera (1974) de Sara Gómez, pero la película trata sobre cuestiones de marginalidad, ñañiguismo y falta de disciplina social. Por el contrario, los temas de discriminación y prejuicio raciales sólo se han tratado de forma ocasional, como en los conflictos que rodean a la joven pareja interracial que encabeza el elenco en Plaff (1988), de Juan Carlos Tabío.

Así como los prejuicios y estereotipos raciales son conceptualizados como una herencia histórica, la ausencia de afrocubanos en los medios de comunicación se ha explicado en términos que evaden la responsabilidad directa por la persistencia de prácticas racistas. Los argumentos van desde la afirmación de que estas son reacciones "inconscientes" hasta cuestiones técnicas, o problemas de estética. En el primer caso, se dice que los directores y productores no incluyen negros porque tienden a interpretar la realidad a través de sus propios ojos –aunque esto ignora el hecho de por qué hay tan pocos directores afrocubanos. Otros afirman que problemas técnicos como "la absorción de la luz" impide a las personas de piel oscura participar plenamente en las películas o en la televisión. Finalmente, algunos trabajadores blancos de la televisión explican que los guionistas no incluyen negros porque ellos subordinan sus preferencias a las del público, que no aceptaría negros en papeles fuera de los estereotípicos. Comentando estas afirmaciones, una escritora negra de la televisión respondió: "no creo que haya problemas técnicos con la iluminación del negro, ni pocos actores negros, creo que hay prejuicios raciales en las mentes de los directores que son los que deciden".

Estas estrategias de silencio y evasión encuentran en el humor popular un complemento ideal. Los visitantes a la isla a menudo se muestran confundidos por el hecho de que, a pesar de que la mayoría de los cubanos niegan con gran firmeza que ellos sean racistas, dicen con bastante libertad bromas racistas y aforismos despectivos. Supuestamente inofensivos, estos chistes constantemente reproducen la imagen de que los negros son apestosos, sucios, perezosos y criminales. Como es el caso con el gobierno y sus políticas en general –que son desde luego un tema tabú en el debate público– estos chistes expresan sentimientos sociales y ambigüedades que no encuentran espacio en escenarios sociales más formales. El humor popular expresa de maneras socialmente aceptables lo que de otra forma está prohibido o es tabú.

La ideología del racismo no se creó bajo el período especial, pero ha adquirido visibilidad y creciente aceptación social durante los años noventa. De hecho, a pesar de su fracaso en la eliminación del prejuicio racial, el impacto de la propaganda gubernamental, que desde los años sesenta insistió en que todos los cubanos son iguales y merecen igual acceso a todos los sectores de la vida nacional, no debe ser subestimado. Esta campaña creó un ideal de igualitarismo que fue compartido por inmensos sectores de la población. No obstante sus complejidades y contradicciones, el ambiente social post-revolucionario era decididamente anti-discriminatorio. El discurso público igualó el racismo con el pasado de capitalismo y de explotación –un rasgo de la élite antinacional, pro-americana, y blanca que había sido desplazada del poder. Ser racista era ser contrarrevolucionario. Los revolucionarios verdaderos no debían ser racistas, al menos en público.

La asociación entre revolución y fraternidad e igualdad racial es una espada de doble filo, sin embargo. La inaceptabilidad del racismo es vinculada de esta forma a la legitimidad, popularidad y apoyo de "la revolución" –representada por el gobierno. Pero legitimidad, apoyo y popularidad es, junto a los recursos económicos, precisamente lo que más ha perdido el gobierno en los años noventa. El desgaste y la profunda crisis de legitimidad del sistema político actual crea así nuevos espacios para que las ideas y prácticas racistas puedan operar y florecer. Lo que solía ser un imposible social y político, restringido en gran medida a los espacios privados, es crecientemente aceptable y público. Uno de los informantes citados antes menciona cómo el gerente de una de las compañías de turismo había declarado "en público" que él no contrataba afrocubanos. Estas ideas, para usar la gráfica expresión de uno de mis colaboradores en la isla, ya no están confinadas a "las cabezas de las personas". Como muestra el ejemplo del sector turístico, las mismas se expresan en prácticas concretas que son de naturaleza discriminatoria. El decreciente control estatal sobre la contratación y promoción del personal en el sector privado crea oportunidades adicionales para que estas prácticas discriminatorias operen libremente. Es más, las empresas gubernamentales están ellas mismas reproduciendo estas prácticas, al menos en los sectores más codiciados de la economía.

No es para nada sorprendente que los afrocubanos hayan resistido activamente el desplazamiento de las actividades económicas más lucrativas a través de su participación en la economía informal, que es frecuentemente ilegal. Estas actividades van desde la prostitución hasta el tráfico en el mercado negro. Existe
consenso que una proporción grande de las llamadas jineteras (prostitutas) son negras o mulatas. Tampoco esto es sorprendente. La participación negra en la prostitución no sólo se explica por su posición desventajosa en la coyuntura actual, sino también por las propias nociones racializadas de sexualidad y de placer de los turistas. Según estas nociones, la sexualidad negra es más atractiva precisamente debido a la inferioridad racial de las mujeres negras y al "primitivismo" de sus instintos sexuales, que las hacen objetos sexuales perfectos. Sin embargo, estas mismas imágenes que asocian la negritud con una sexualidad comercial incontrolable, sirven para identificar como "negras" a mujeres que en situaciones sociales diferentes no serían consideradas afrocubanas. Como señala la antropóloga Nadine Fernandez, la descripción de ciertas actividades como "turismo sexual" es mediada por nociones de raza, clase y sexo. De hecho, un estudio de 1996 de la sección cubana de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) afirmó que las mayorías de las jineteras son "mestizas", las cuales podrían ser consideradas blancas en otros escenarios. La prostitución se ha vuelto un elemento en la definición de la negritud social.

En cualquier caso, las agencias turísticas cubanas se están beneficiando de estas imágenes de sexualidad tropical incontrolada. Ellas frecuentemente anuncian a la isla como un paraíso de indulgencia sexual y promiscuidad. "Cuba: fuego y pasión de sabor caribeño", expresa un anuncio del hotel Sol Palmeras en Varadero. "Esta isla merece amor", proclama Cubatur. Como argumenta Julia O´Connell Davidson, una socióloga en la Universidad de Leicester que ha realizado investigaciones de campo en el tema del turismo sexual en la isla, para los turistas blancos racialmente conscientes, Cuba es el paraíso "en el sentido de que allí su racismo, en vez de ser desafiado, es implícita y explícitamente confirmado. Ellos encuentran un gran número de mujeres negras que realmente están sexualmente disponibles y, mejor aun para el racista
blanco, la gente le dice que estas mujeres negras están sexualmente disponibles porque ellas son muy calientes". La propia existencia de estas jineteras negras es entonces usada para confirmar las supuestas deficiencias morales de las mujeres negras y mulatas, racializando aun más la crisis que afecta a la sociedad cubana.

Como un visitante a la isla explicó en 1996, cuando las mujeres de los sectores sociales más elevados establecen relaciones con extranjeros, o cuando los artistas e intelectuales buscan agresivamente mezclarse con los extranjeros con la esperanza de conseguir becas u ofertas de trabajo, estas actividades no son socialmente condenadas. "Son las mujeres pobres de color las que son criticadas. Y el hecho de que las jineteras de color ahora se estén casando con los europeos en una proporción extraordinariamente alta, las hace objeto de envidia en un país donde muchas personas están buscando desesperadamente cualquier medio posible para emigrar.

Otras estrategias de adaptación y resistencia son igualmente racializadas. Por ejemplo, la migración de las personas de las provincias orientales a La Habana frecuentemente se ha interpretado como un asalto negro a la ciudad. "Estos negros orientales están en todas partes", exclamó un profesional blanco refiriéndose a los
"palestinos", como esos inmigrantes son denominados en La Habana. De hecho, las migraciones internas reflejan el desarrollo desigual de la economía del dólar en las diferentes regiones del país. La distribución regional de las tiendas en divisas puede usarse como un indicador general de este fenómeno. Hasta 1993, las tiendas en divisas se concentraban en áreas turísticas: el acceso a ellas era ilegal para los cubanos. Con la legalización del dólar, las tiendas y los servicios que operan en moneda fuerte se han creado también en áreas no turísticas, siguiendo la disponibilidad de dólares en la población en general. A principios de 1996, el 40% de estos comercios se localizaba en La Habana. En cambio, sólo el 10% de estas tiendas estaba en las provincias orientales de Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo. Como es de esperar, la mayor parte de
los inmigrantes procedía de estas áreas –un flujo migratorio similar a los de Cuba pre-revolucionaria. Se estima que 50 000 personas se movieron a La Habana sólo en 1996, y que en el primer semestre de 1997, 92 000 personas intentaron legalizar su estatus en la ciudad. El gobierno reaccionó prohibiendo toda la inmigración a La Habana en la primavera de 1997, imponiendo multas tanto a los inmigrantes como a los propietarios de viviendas que los hospedaban, y exigiendo que regresaran de inmediato a sus lugares de origen. Un oficial del departamento de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores explicó: "Nosotros teníamos personas viviendo en condiciones infrahumanas en La Habana, sin trabajo. Fuimos a ver a estas personas y les dijimos, por ejemplo: Señor, usted es de Guantánamo. Usted ha dejado una casa y su trabajo en Guantánamo. Usted necesita continuar su vida en Guantánamo. Usted no puede vivir en condiciones infrahumanas aquí en una casa construida con deshechos". El que la ley haya generado deportaciones masivas queda abierto a la investigación futura. Los testimonios son contradictorios. Los funcionarios cubanos afirman que "nadie" ha sido forzado a regresar, pero otras fuentes afirman que cientos, incluso miles de personas han sido expulsados de la capital y que la orden de deportación ha sido implementada violentamente.

La presencia de estos inmigrantes negros en La Habana fue vinculada al incremento de la violencia y de la delincuencia, y este incremento –cuya existencia las autoridades reconocen– fue explicado en términos raciales. "Mira, todos tenemos problemas", declara un profesional blanco en referencia a los inmigrantes, "pero mientras yo intento resolverlos a través del trabajo o de otras maneras legales, lo que el negro hace es recurrir al robo". Según una profesional blanca, esta visión era incluso compartida por las autoridades gubernamentales: "estaban ocurriendo muchos robos y ellos fueron acusados. Fidel los ofendió diciendo algo así como que La Habana Vieja está llena de delincuentes orientales".

Así, la crisis de los años noventa ha resultado en tensiones sociales y raciales crecientes. Usando nociones racialmente definidas, como la "buena presencia" y el "nivel cultural", a los afrocubanos les han negado oportunidades en algunos de los sectores más lucrativos de la economía, particularmente en el turismo. Como ocurre con frecuencia, la intensidad de los prejuicios raciales está directamente relacionada con

cuán deseable es el trabajo. Las estrategias de adaptación de los afrocubanos, que frecuentemente suponen la participación en actividades ilegales como la prostitución, el mercado negro, o simplemente el robo, son a su vez utilizadas para demostrar su supuesta inferioridad congénita. Tal inferioridad se demuestra también, dicen los sostenedores de este argumento, por el hecho de que después de cuatro décadas de socialismo, los afrocubanos constituyen la mayor parte de los llamados delincuentes y marginales. Dadas estas percepciones, no es sorprendente que los negros sean detenidos con frecuencia por la policía, como afirma un periodista. Esa es la tragedia del racismo: es una profecía que necesariamente se realiza: se le niegan oportunidades a un grupo social determinado por sus supuestas insuficiencias y vicios. La falta de oportunidades, a su vez, crea las mismas insuficiencias y vicios que se alegaron inicialmente para justificar la exclusión.